Registro diario de campo

El diario de campo es un instrumento privilegiado de la investigación etnográfica. Participa tanto de la tipología de los textos expresivos como de la propia de los textos descriptivos. En este sentido, es un útil de registro y, al mismo tiempo, un lugar para la reflexión y la narración.

Ya he hablado en otro lugar ampliamente de los orígenes y el contexto de esta herramienta de investigación[1]. En esta oportunidad, por lo mismo, voy a centrarme en resolver algunas inquietudes fundamentales cuando se opta o se necesita trabajar este tipo de recurso.

¿Cuándo es pertinente usar el diario de campo?

Es aconsejable usar el diario de campo en investigaciones de corte etnográfico que tengan como objetivo identificar y describir determinado hecho o situación. Acá vale decir que el diario de campo es, en sí mismo, parte de la investigación y no un producto tangencial o meramente anecdótico. Digo esto porque en muchas investigaciones que usan este tipo de recurso al final lo dejan para los anexos o como un álbum de anécdotas.

Puesto de otra manera: el diario de campo, lo que allí se consigna, es una concreción de otra habilidad investigativa, la observación. Y para ello, es indispensable tener unas habilidades en la escritura descriptiva[2]. Por eso afirmo que no es algo secundario sino un aspecto vertebral de la misma pesquisa. Allí, en las descripciones densas, en la consignación de los detalles, está no sólo la importancia del diario de campo sino la evidencia de haber estado en contacto con una persona, un hecho, una comunidad, un ambiente determinado.

Sobra decir, y este es un aspecto que diferencia al diario de campo de los cuadernos viajeros o las libretas de notas, que los registros deben atender a un criterio. Es sabido que no podemos describirlo todo. Necesitamos determinar con anterioridad un foco, un campo de observación. Los registros del diario de campo están focalizados. Y por presentarse así, por guardar una relación con los objetivos del proyecto, es que son necesarias las fotografías, los documentos, los diagramas. El diario de campo recorta, delimita, obtura un zoom sobre determinada realidad. De allí que sean tan importantes unas convenciones que ayuden a discriminar la diversidad de lo observado. Y entre mejor tenga afinados esos códigos el investigador más fácil le resultará después el análisis de la información recogida en dicho instrumento.

¿Por qué es importante trabajar el diario de campo en dos páginas?

La recomendación de llevar el diario en dos páginas (una para el registro y otra para la reflexión) es sustancial, si en verdad hacemos etnografía. No sobra recordar que en este tipo de investigación, los resultados van emergiendo poco a poco; se van construyendo a medida que avanza la pesquisa. Y cuenta por supuesto lo observado, pero de igual modo lo que el mismo investigador siente, cree y piensa. Tal diversidad de asuntos merece distinguirse al momento de llevar el diario de campo. Lo mejor, entonces, es dedicar una página exclusivamente para el registro y usar otra hoja para las reflexiones o comentarios provenientes de tales descripciones.

En ese juego de registro y reflexión el diario de campo se convierte en un artefacto de laboratorio, en una mesa de trabajo para el investigador etnográfico[3]. Sigo creyendo que las reflexiones son el contrapunto a lo visto y consignado, son la manera como el investigador entra a formar parte de determinado proyecto, son la toma de distancia y la sospecha sobre su misma tarea investigativa[4]. Las reflexiones iluminan la parte del registro y sirven de nueva ruta o de reorientación para el mismo proyecto.

Estas reflexiones, si se las toma con cuidado, van perfilando elementos valiosos para la interpretación y constituyen embrionariamente una forma de triangular la información recolectada.

¿Qué se hace luego con la información consignada en el diario de campo?

Con la información registrada se procede, al igual que con otros instrumentos de recolección de datos, al análisis de la información. La parte descriptiva –transcrita en un texto– permite el análisis de contenido, y las gráficas o esquemas pueden analizarse icónica o semióticamente. Salta a la vista que el análisis de la información de un diario de campo es múltiple: contamos con textos, fotos, documentos, gráficas… y cada uno de estos aspectos demanda un tipo especial de análisis. Es un error frecuente sólo concentrarse en la descripción escrita y dejar de lado la riqueza fotográfica u otras evidencias recolectadas. Esos otros materiales no son decoración u ornamento para el diario de campo.

Las reflexiones, de igual modo, pueden ser objeto de análisis. O para decirlo con propiedad, de un estudio de los motivos (recordemos que los motivos son los temas recurrentes) presentes a lo largo de las páginas del diario de campo. Esas ocurrencias transversales, aquellas insistencias o señalamientos del investigador, merecen tenerse en cuenta al momento del análisis de la información y, fundamentalmente, a la hora de interpretar los datos.

Me parece que el aporte de la estilística es un buen método cuando necesitemos elaborar el análisis de las páginas dedicadas a las reflexiones del investigador. Apenas como una rápida información, es oportuno decir que la estilística es una variedad del análisis de contenido en la que la recurrencia de ciertos términos permite reorganizar redes de sentido y darle comprensión a textos poéticos, narrativos o autobiográficos[5].

¿Qué es lo más difícil de llevar un diario de campo?

Una de las mayores dificultades, al momento de hacer los registros, es la de confundir lo descriptivo con lo enjuiciador. Y aunque sabemos que el ojo del observador está preñado de preconceptos, el esfuerzo del investigador es el de pintar lo que ve, sin colorearlo de adjetivos elogiosos o epítetos descalificadores. El afinamiento de la observación, el desarrollo de la perspicacia y el domino de un lenguaje específico son condiciones indispensables para saber describir. Otro problema es el de alejarse del criterio orientador y empezar a divagar o a mezclar diferentes aspectos. El criterio debe estar en directa relación con los objetivos del proyecto de investigación y servir de brújula al recolectar la información. Tener un criterio orientador evita la generalización, previene de omitir cosas dadas por sobreentendidas y le otorga pertinencia a la información recolectada.

Una tercera complicación es contentarse con muy pocas descripciones o suponer que un acontecimiento, para poner un caso, tiene sólo un ángulo posible. Para el etnógrafo los hechos, los acontecimientos o las personas son multifacéticos, cambiantes, situados y afectados por el tiempo. No sobra advertir que son necesarios una cantidad considerable de registros para sitiar o desentrañar una realidad y, dependiendo del objetivo propuesto, habrá que dedicar semanas, meses o años.

La cuarta dificultad, muy común en los novatos investigadores, es no hacer los registros “en caliente”; es decir, consignarlos mucho tiempo después de las sesiones de observación. Porque si ya han pasado semanas o meses, lo más seguro es que el investigador pierda el matiz, la particularidad, el modo específico de hablar o la emoción de determinado momento. En eso, precisamente, este instrumento participa de la dinámica del diario, y retoma con fuerza el aporte del sujeto a los procesos investigativos.

De igual modo, el poco o incipiente dominio de habilidades de diseño es una dificultad al elaborar este útil de investigación. El diario de campo es un artefacto visual. Algo tiene de parecido con el portafolio o las bitácoras de los arquitectos. Importan los elementos de forma, textura, color; son significativos la variedad y la distribución de los elementos en una página; contribuyen de manera definitiva el plano elegido o el ángulo de una fotografía… Y como la mayoría de los investigadores poco conocimiento tienen de alfabetidad visual, lo más seguro es que los diarios de campo sean monótonos o poco trabajados en una dimensión estética[6].

¿Qué papel cumple el tutor cuando se utiliza un diario de campo?

Es importante recordar que en la investigación etnográfica tanto los investigadores como el tutor del proyecto necesitan interactuar permanentemente. No se trata de un trabajo en el que se da una guía al inicio del semestre y, luego, se espera recibir al final un informe terminado. El diálogo, las observaciones frecuentes, el ir y volver al escenario de investigación, constituyen el camino obligado de este tipo de pesquisa.

En consecuencia, en la hoja de reflexiones del diario de campo merece consignarse lo esencial de las reuniones del grupo de investigación (inquietudes, logros, asuntos generadores de discusión, lecturas compartidas, reporte de visitas) y, desde luego, lo medular de las asesorías con el tutor. No pueden perderse o  ignorarse las debilidades señaladas, los datos emergentes, las nuevas preguntas, los acuerdos establecidos, los compromisos derivados de los diferentes encuentros con el tutor. Todas estas cosas se las puede identificar por estar escritas en otro tipo de tinta o de papel, o rotulándolas con el nombre de “voz del tutor”.

Otra forma de participación del tutor es la de, una vez se piden y se recogen los diarios de campo, hacer una lectura crítica de los mismos. Usando hojas autoadhesivas u otro tipo de marcación el tutor irá haciendo sus anotaciones como si fueran apostillas o glosas a los registros y a las reflexiones consignadas. En este caso, el tutor se convierte en un coinvestigador que complementa, matiza, sugiere o plantea interrogantes. Es frecuente que en esas fichas se señalen hallazgos inadvertidos o se establezca un vínculo con cierta fuente teórica. Y más tarde, al devolver los diarios, los investigadores tendrán la oportunidad de leer esas apostillas que, además de ser un reconocimiento a la tarea hecha, sirven de nuevas pistas para el proyecto en curso.

Detengámonos aquí y dejemos en salmuera otros interrogantes. Pongamos punto final a estos párrafos recalcando una cosa: el diario de campo es un artefacto para poner en tensión lo observado con el observador, la descripción con la reflexión, la voz de otros con la propia voz. Un instrumento valioso para registrar información pero de igual modo un útil potente para producir conocimiento. 

Notas y referencias

[1] Consúltese el ensayo “In situ y a posteriori. Consideraciones sobre el diario de campo”, en mi libro El quehacer docente, Unisalle, Bogotá, 2013, pp. 147-166.

[2] Si se quiere profundizar en este punto léanse el texto: “Describir: dibujar con palabras”, en mi libro La enseña literaria. Crítica y didáctica de la literatura, Kimpres, Bogotá, 2008, pp. 151-162. De igual forma, pueden consultarse en este blog las entradas “Describir un objeto”, “Objetos del ambiente escolar” y los aforismos titulados precisamente “Del describir (I)” y “Del describir II”.

[3] Así lo entienden también los investigadores españoles Honorio Velasco y Ángel Díaz de Rada en su libro La lógica de la investigación etnográfica. Un modelo de trabajo para etnógrafos de la escuela, Trotta, Madrid, 1997.

[4] Y por eso en la parte de las reflexiones se consignan también las dudas del investigador, sus angustias, sus emociones durante el proceso investigativo. El diario de campo, en consecuencia, permite evidenciar la sinuosa relación entre un sujeto y un objeto; entre el investigador y la realidad investigada.

[5] Una referencia obligada cuando se desea hacer este tipo de análisis es la obra de José Luis Marín, Crítica estilística, Gredos, Madrid, 1973.

[6] El término alfabetidad visual ha sido empleado, entre otros, por Donis A. Dondis, en su libro La sintaxis de la imagen, Gustavo Gili, Barcelona, 1984. Algunos de estos elementos los he expuesto en mis artículos “Hacer visual lo visible” y “Alfabetizarnos en la lectura de la imagen”, contenidos en el libro Rostros y máscaras de la comunicación, Kimpres, Bogotá, 2005, pp. 47-52 y 69-76.