Para construir un nacimiento

Además del encuentro familiar para decorar y hacer el pesebre, de crearle un escenario lo más realista posible a las figuras centrales de la fiesta navideña, el poeta español Luis López Anglada nos dice que se requiere de otra cosa para que la puesta en escena de esta tradición cobre vida. Si no está la disposición genuina, la fe o el fervor, el nacimiento quedará sin terminar, será un cuadro pintoresco y destellante, pero esencialmente inanimado.

Porque de lo que se trata es que la navidad nos devuelva la fuerza del rito; de que nos desliguemos de lo rutinario e intrascendente para entrar en esa “zona sagrada” de lo excepcional o maravilloso. Y como todo ritual, esta práctica de “armar” el pesebre, de iluminarlo, de buscar el mejor lugar para las diferentes piezas, implica emplear un tiempo considerable, con una dedicación cercana al disfrute del ocio infantil. Es una actividad que nos invita a concentrarnos, a sentirnos diseñadores de geografías maravillosas, a ser directores de una obra de teatro guardada celosamente en nuestra memoria. De allí que al desempacar las diferentes figuras, guardadas en una caja desde el año anterior, empecemos a sentir que cambia nuestra actitud, que nos habita el corazón otra música, que somos transportados a otro tiempo.

Por supuesto, al “montar” el pesebre estamos creando un ambiente para el encuentro, para la celebración familiar de una devoción común. De allí que el poema nos reitere que la “pieza” fundamental de un pesebre sea nuestra genuina entrega a ese rito. Y que si no tenemos esa convicción o si por lo menos no somos capaces de dejarnos habitar por la fuerza de dicho relato, la fabricación del portal, de los ríos de plata, del rocío hecho con harina, habrá sido una labor vacía de sentido.  

Lo fundamental, por lo mismo, es dejar que el rito nos vaya adentrando en sus misterios. Porque de tanto estar junto al pesebre, de tanto mirar el humilde nacimiento, de tanto ensimismarnos con las pequeñas ovejas y los pastores, de tanto contemplar a María y José, empezaremos a sentir una especie de prodigio en nuestro corazón. Y, entonces, descubriremos que hay una luz interior en nuestro pecho capaz de iluminar a los reyes  magos que vienen de oriente, y están en el lugar más alejado del portal. Sólo así el pesebre estará cabalmente terminado.