Low Bros

Ilustración de Low Bros.

El erizo y el amor

Que no te pase a ti, lector, lo que sucedió con el erizo; quien teniendo el milagro del amor entre sus manos, por aferrarse a una forma de ser, lo alejó para siempre de su lado.

Un erizo soñaba con alcanzar el amor. Un amor intenso, sincero y apasionado. Quizá por el clamor de su corazón, en un mes de verano su anhelo apareció. Era una ardilla de cuerpo escultural, aunque saltona y muy inquieta. El erizo sintió que ella era lo que por tantos años había esperado. Con palabras y gestos, con frecuentes paseos se fueron enamorando hasta la locura. La relación era perfecta. El único inconveniente aparecía cuando ella quería abrazarlo. El deseo por acercarse al erizo era una constante herida para la ardilla. Lo mismo acontecía al querer él demostrarle su amor a ella: terminaba puyándola y dejándole clavadas infinitas muestras dolorosas de su afecto. Debido a esto prefirieron amarse desde lejos, pero con el otro sufrimiento de nunca poder estar juntos.

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El zángano y la abeja vivaz

El zángano, echado en su cama, veía a varias abejas pasar a buscar polen en las flores del jardín. Aunque todo era agitación en la colmena, él no tenía ganas de levantarse. En esa postura, adormilado, apenas abría los ojos para ver a sus hermanas revolotear de aquí para allá.

Una de las abejas, la más vivaz, hastiada de ver aquella actitud, se detuvo cerca de él y lo increpó de esta manera:

—¿Cansado de descansar?

El zángano abrió uno de los ojos y no dijo nada.

—¡Dichoso tú que puedes darte estos lujos! Deberías al menos, ya que eres más grande, salir a defendernos de las avispas.

El zángano se hizo el desentendido y fingió dormir.

—¡Eres el colmo de la desvergüenza!

La abeja, molesta, dejó al zángano y corrió detrás de sus compañeras.

El zángano, al ver que la abeja ya había desparecido, se levantó y caminó un poco hacia la salida de la colmena. Vio unos girasoles a poca distancia, pero sintió que las fuerzas no le iban a alcanzar para llegar hasta ellos. Prefirió regresar a su celda. Arrullado por el sopor de la colmena volvió a recostarse en su lecho.

La abeja vivaz, después de su recorrido, lo interrumpió una vez más:

—¡Qué desfachatez la tuya —le gritó.

El zángano intuyó que la recriminación iba para largo y prefirió guardar silencio.

—Aprende de nosotras. Al menos gánate tu propio alimento. Es una injusticia que las más pequeñas tengamos que alimentarte.

—¡Eres un desconsiderado… eso eres!

La abeja siguió presurosa hasta bien adentro de la colmena. El zángano tuvo por un momento algún cargo de conciencia, pero enseguida halló una disculpa: “Bien poco ayudarían mis brazos a las miles de extremidades de tantas obreras”.

Varias abejas llegaron con un plato de miel y lo dejaron en una pequeña mesa. El zángano, con parsimonia, se dispuso a tomar el almuerzo. Después de ingerir la deliciosa merienda, sintió la necesidad de tomar una siesta. El sueño que tuvo lo despertó sobresaltado. En su pesadilla vio a la reina de la colmena llamarlo a su presencia, diciéndole de forma imperativa:

—¡Tienes un trabajo! Prepárate. ¡Será tu única y final tarea!

Ilustración de Grandville

Ilustración de Grandville.

La leona muy titulada y los cambios en la selva

Recién murió el león viejo, el consejo de la selva recomendó a una leona muy titulada para ese cargo. “Nada de lo que hizo mi antecesor vale la pena”, fue lo primero que dijo en la toma de posesión de su mandado. “Aquí las cosas van a cambiar”, afirmó enfática al terminar su arenga. Y así fue. Lo primero que hizo la monarca fue provocar cambios drásticos en la dieta de los animales; por ejemplo, los felinos debían ser vegetarianos y los vegetarianos, carnívoros. De igual modo, ordenó que varios animales que eran nocturnos deberían empezar a ser diurnos y aquellos que llevaban su vida de día debían empezar a llevarla de noche. Fueron muchas las disposiciones, todas ellas anunciadas con estruendosa pompa. Lo cierto es que, después de unos meses, las cosas no iban bien en la selva. La confusión era mayúscula, además de una desazón y una incertidumbre agobiante. El tigre, por ejemplo, ya no sabía si debía cazar a la gacela y ésta, a su vez, no entendía cómo atrapar al felino. Hubo varios búhos que perdieron la razón por causa de la vigilia extrema y se supo de varias águilas que se quebraron sus alas al querer volar en la oscuridad. A pesar de que la leona se mostró amenazante, los animales en coro pidieron a gritos su renuncia. Después de largas reuniones del consejo de la selva, un león con mayor experiencia y no tantos títulos, substituyó a la déspota leona. Frente al grupo nutrido de asistentes a la ceremonia, el nuevo mandatario empezó su alocución con una frase que era, en sí misma, su plan de gobierno: “No es bueno cambiar todo al mismo tiempo, como tampoco no cambiar nada en mucho tiempo”.