El poema “Gusano” del escritor chileno Manuel Rojas Sepúlveda es una invitación a crear lo íntimo, a elaborar nuestro mundo, nuestras creencias, nuestros gustos y apetencias; a construir una cosmovisión, en sentido amplio. El autor nos invita con sus versos a tejer, como el gusano, una historia personal.
Manuel Rojas nos sugiere hacer esa tarea sin soberbia, sin ostentosos orgullos; no hay que presumir de esa labor de rueca sobre nosotros mismos. Ni tampoco sentirnos altaneros de lo que somos o tenemos, ni de la profesión que nos ayuda a sobrevivir, y menos de la pasión íntima que alimenta nuestros sueños. Nos forjamos nuestra vida con gran humildad, con la satisfacción que otorga el hacer esa tarea pacientemente, día a día, y con el suficiente valor como para considerarla importante, digna. No hay que hacer demasiada alharaca, ni jactarse de algunas virtudes o talentos. Nada de eso, nos insiste el poeta. Ante todo, se trata de ser o mostrarnos serenos para tejer sin aspavientos nuestra íntima personalidad.
Pero, además, el escritor insiste en que debemos –con un fervor de artesanos– ir engarzando hilos, experiencias, anhelos, relaciones, con mucha alegría, sumando sentimientos e ideas, pasiones y sueños esperanzadores. En lo posible hay que lograr que todas las hebras, todas las dimensiones de nuestro ser se entretejan de la mejor manera. Que no queden hilos sueltos o cuerdas sin amarrar. Nos corresponde ser tejedores acuciosos, agradecidos, satisfechos de nuestro humilde oficio, y de la obra que elaboramos.
El propósito de esta labor, de este segregar hilos constructores de un carácter, de un destino, de un nombre, de un camino personal, es lograr que al final de nuestra vida podamos sentirnos complacidos de haber construido una tienda lo suficientemente fuerte como para tendernos a su sombra a descansar. Somos tejedores de nuestro proyecto vital para llegar satisfechos, absolutamente desnudos, a la etapa final del recorrido empezado años atrás en nuestra cuna.
De alguna manera, somos tejedores de nuestra interioridad para dejar una primera condición oscura y rastrera; nos hacemos con hilos de seda otra morada más llena de color y leve consistencia. No nacemos con alas, más bien sin ellas; y poco a poco, con el tacto suficiente para hacer delgada la materia prima con que venimos al mundo, vamos elaborando una piel traslúcida y multicolor. Tejedores somos de nuestra propia condición; ese es nuestro reto mayor: ir con los años elaborando esa metamorfosis en la que un miserable gusano alcance, desde adentro, abrirse al mundo con sus vistosas alas.
Por todo ello, mayor cuidado merece la rueca de nuestra voluntad; sin esa herramienta hecha de empeño y disciplina, de constancia y espíritu paciente, nada lograremos al final de nuestra existencia. La rueca es el medio con el que adelgazamos la burda sustancia que nos encadena a lo inmediato, la que nos salva de la intemperie del conformismo y la que nos permite tejer un nuevo ropaje hecho con nuestras propias manos. Con ese instrumento humilde, con esa intención del ánimo, es que trenzamos los hilos de nuestra propia historia. De allí que el poeta trate a esa rueca como su confidente, porque si no dialogamos con nuestra voluntad, con la rueda hiladora de los propósitos, nuestra vida terminará como empezó, sin haberla transformado en un proyecto valioso o sin que hayamos tenido la oportunidad de entretejerla de un sentido trascendente.