Gato en la oscuridad

Siempre que Gabriela, la niña de bellos ojos, pasaba por ese cuarto oscuro veía los ojos del diablo. Por eso ella prefería quedarse en su cuarto con su gato Crispín o esperaba que sus padres vinieran a buscarla.

Los ojos que Gabriela veía salían del fondo del cuarto eran de color amarillo brillante. Y cuando su padre Juan, prendía la luz para buscar alguna cosa, la niña de 9 años no veía aquel monstruo por ningún lado. Gabriela empezó a creer que era el diablo, por un programa que había visto en la televisión.

Pero Gabriela era una niña valiente. Así que habló con su tía Cecilia y le pidió que le ayudara a vencer ese miedo. La tía le dijo que lo mejor era leer sobre el diablo.

Ese domingo la sobrina vino a visitar a la tía en su apartamento. Después de compartir unas onces empezaron la lectura de un libro sobre el diablo. En ese libro Gabriela supo que el diablo tenía cola y cachos y que podía transformarse en animales como el perro o el lobo. También supo que el diablo se escondía en la oscuridad, en las tinieblas.

Aunque a Gabriela le dio un poco de miedo, le pidió a su tía continuar leyendo. Vieron dibujos sobre el diablo, se enteraron de muchas apariciones y de su dominio entre llamas en el infierno. Terminada la lectura del libro la tía Cecilia le regaló a Gabriela una pequeña linterna con la condición de que cuando pasara por aquel cuarto oscuro alumbrara al fondo de él diciendo estas palabras:

Si en la noche estás metido,

con mi fuerte luz te saco…

Si eres un diablo escondido,

con mi claridad te atrapo.

Cuando vinieron sus padres a recogerla, Gabriela estaba feliz. Ya sabía cómo enfrentar aquel diablo de su apartamento.

Esa noche, con cierto temor, decidió poner a prueba lo que su tía le había dicho. Salió de su cuarto con lentitud y antes de pasar por el frente del cuarto oscuro, prendió la pequeña linterna y dijo las palabras mágicas:

Si en la noche estás metido,

con mi fuerte luz te saco…

Si eres un diablo escondido,

con mi claridad te atrapo.

Con el corazón agitado notó que los ojos que tanto la asustaban no eran los de ningún diablo, sino los del gato Crispín que le gustaba esconderse en la parte superior del closet de ese cuarto.

Gabriela ya no sintió más miedo al pasar por ese lugar. Pero guardó la pequeña linterna que le había regalado su tía Cecilia, por si acaso se le volvía a aparecer algún diablo en otro sitio.