
Fotografía de Andrzej Wojcicki
Marzo 15 de 2020
Nuevas medidas sobre el Coronavirus (Covid-19) por parte del presidente. Cierre temporal de colegios públicos y privados, cierre de fronteras, cancelación de eventos masivos, paulatino encerramiento en las propias residencias. Cambio en los hábitos de saludo, cambio en las rutinas de aseo, cambio en la cotidianidad de las familias. Palabras como pandemia y contaminación se multiplican por todos los medios de información masiva. Aparecen como alternativas de solución a este virus transnacional el teletrabajo, la educación virtual, las guías de estudio a distancia. La casa como fortín. Escasez de tapabocas, de gel antibacterial, de papel higiénico. Un recelo tácito con el vecino, con el amigo, con el colega de oficina. Que no crezca el miedo como se propaga el virus, es la advertencia de los gobernantes; que cuidemos a nuestros abuelos o a los “adultos mayores”, que son la población más vulnerable. Pero, que a pesar de todo esto, vuelven a decir los líderes y los médicos infectólogos, que sigamos nuestra vida normal… Y que esperemos de aquí a quince días a ver cómo evoluciona la epidemia… El dólar a más de cuatro mil pesos y una incertidumbre que al igual que una neblina no deja ver bien el futuro.
Marzo 16 de 2020
Los medios masivos de información han aumentado el tiempo habitual para las noticias (de una hora, a hora y media). Los consejos por la televisión y la radio aumentan, en especial el lavado de manos y la distancia social. Recluirse, aislarse en la propia casa: ese parece ser el mensaje final de todas estas medidas gubernamentales o de la alcaldía. Además de esto, las redes sociales multiplican noticias falsas, alarmistas, malintencionadas. Las universidades, los colegios, han cerrado sus clases y buscan que mediante estrategias virtuales los estudiantes se mantengan en situación de aprendizaje. Fui a comprar unos víveres en un supermercado y noté varios estantes vacíos, especialmente los de aseo. No se consigue alcohol. Son varias las personas que no atienden las normas o las prohibiciones y, otras, las que solicitan con urgencia cerrar las fronteras, los aeropuertos. Los eventos deportivos masivos han sido cancelados. Las reuniones de más de 50 personas han corrido la misma suerte. La sensación de estar sitiado es evidente; sitiados por un virus invisible y con una facilidad enorme para propagarse.
Marzo 20 de 2020
Lo que sorprende es el silencio. Escaso, muy escaso el ruido de los automotores o el de las motocicletas. Apenas el ladrido de los perros. Un silencio excepcional, porque lo frecuente es lo contrario: la avalancha de pitos, chirridos y motores, las ráfagas estridentes de los buses, taxis y automóviles, a la par de un ronroneo de voces y sonidos de objetos de diversa índole. Hoy es distinto. Es el primero de los cuatro días que la alcaldía recomendó como aislamiento preventivo por la amenaza del coronavirus. Todo parece transcurrir adentro de las casas o los apartamentos; afuera, unos contados transeúntes y una soledad tan larga como las avenidas vacías. Un paisaje inédito para los bogotanos y para los habitantes de otras ciudades como Cali, Villavicencio, Pasto o Tunja. Afuera, invisible, está el peligro, el posible contagio. Y adentro, la esperanza de no contaminarse, la confianza en que como sucedió con el pueblo judío ante la décima plaga del relato bíblico, pase de largo y no infecte a ningún miembro de nuestra familia.
Marzo 21 de 2020
La televisión, la radio, todos los medios de información masiva, se ocupan de dar consejos para estos días de aislamiento. La mayoría habla de juegos y recursos por internet; pocos, recomiendan la lectura. El temor es al aburrimiento. Gobernantes y líderes de opinión afirman que el lado positivo de este encierro es volver a estar en familia, a renovar los vínculos afectivos (desde luego, eso sí, desde lejitos). Algunos afirman que este es un tiempo obligado para escuchar y conversar, para preguntarles a los abuelos sobre sus historias, para intercambiar experiencias. Diversos mensajes que llegan al celular, memes, tienen un tono de reflexión espiritual, de motivos para la introspección personal. El covid-19, la pandemia, ha traído además del temor por enfermarse, una vuelta a lo que resulta fundamental en los seres humanos. Es una situación paradójica: ahora que no nos podemos tocar o acariciar, nos parece esencial renovar los afectos; en este momento en que las distancias deben mantenerse alejadas, nos percatamos de lo importante que es la familia. El coronavirus nos ha hecho conscientes, al menos en un primer nivel de impacto, de normas de higiene básicas, de prácticas de convivencia fundamentales, de una conciencia social sobre el bien común. Hasta el mismo acto de alimentarnos se ha puesto en la balanza de saber elegir entre lo necesario y lo suntuario. Algunos articulistas de prensa dicen que después de esta pandemia no seremos los mismos; eso es probable. No obstante, apenas se enciendan de nuevo las máquinas del comercio y comiencen a funcionar los pistones del mundo capitalista que rige las veinticuatro horas de los seres humanos, esto quedará como una anécdota, como un mal momento en que por mandato del gobierno se tuvo que permanecer encerrado en la propia casa. Y se volverá a lo de siempre: las residencias no serán espacios para construir familia, sino sitios de paso; los viejos más que voces de sabiduría serán seres inútiles y estorbosos; la reflexión y el cultivo de sí apenas tendrá un espacio en la agenda laboral; las dinámicas y propuestas de solidaridad cederán su paso a la ambición individual y a la despreocupación por nuestros semejantes.
Marzo 23 de 2020
Esta pandemia se mueve en la dinámica de lo inesperado. Obliga a un cambio brusco en muchas dimensiones: familiares, sociales, gubernamentales. Por ser la primera vez que pasa, la gente ha asumido dos formas de respuesta inmediata: una, centrada en el aumento de la alarma (hay telenoticieros que amparados en dar una información, exacerban la ansiedad por el covid-19), o de propagar noticias falsas sobre la catástrofe (cada celular se convierte en un foco más del virus), y otra, ocupada en prever el futuro, en crear condiciones médicas o de distinta índole para cuando aumente el número de casos infectados. Tanto una como otra actitud se mueven sobre la cuerda floja de la incertidumbre. Lo inesperado tiene esa particularidad de tomarnos desprevenidos, de no contar con los suficientes recursos, de quedar un poco a la intemperie. Lo único es aprender de la experiencia (ojalá ajena) y con mucha creatividad tratar de resolver la red de problemas que van apareciendo. Lo inesperado ayuda a poner en evidencia las debilidades de un sistema de salud, la falta de recursos tecnológicos, la relación entre estamentos administrativos y gubernamentales, la eficacia de medidas y normas para la convivencia. De igual forma, lo inesperado replantea la pirámide de valores que una sociedad tiene entronizada; reconfigura los códigos de ética; pone en la balanza lo esencial con lo secundario.
Marzo 24 de 2020
Una buena parte de la población, en Bogotá y otras ciudades, ha hecho caso omiso de la cuarentena por el coronavirus. Las estaciones del transporte público presentan aglomeraciones, el terminal está lleno de viajeros que ignoraban o no sabían de su cierre, la plaza de Bolívar reúne a varios manifestantes que reclaman comida para lograr sobrevivir. Gran número de vendedores ambulantes o de los que viven del rebusque diario se muestran desesperados y claman por la ayuda del gobierno. Esta pandemia saca a flote los grupos de personas que por la velocidad y el flujo masivo de la vida cotidiana permanecen en un subsuelo social, haciéndole la “trampa al centavo”, estirando hasta donde sea posible la recursividad y la buena suerte. Un grupo de los animadores de estas protestas son migrantes venezolanos que además de padecer un desplazamiento forzado, tienen que soportar el desempleo y un nomadismo de calle. Pienso que epidemias como ésta muestran las desigualdades sociales en una crudeza apabullante: se ve el empleado que ha sido amenazado por su jefe si no llega a trabajar; se aprecia el vendedor de tintos que no sabe cómo puede pagar su arriendo; se observan los viejos pobres y solos que no pueden salir a reclamar sus medicamentos; se percibe a los vagabundos y habitantes de calle convirtiendo el día en una extensión de su noche. Por momentos la desesperación puede más que el miedo al contagio; el hambre inmediata hace que se pierda la dimensión de la enfermedad futura. Como son muchos los que “nada tienen que perder”, porque su situación económica es realmente crítica, por eso mismo enfrentan la pandemia con una despreocupación que raya con el sacrificio.
Marzo 25 de 2020
Frente a esta pandemia sale a relucir el tipo de liderazgo de nuestros gobernantes. Hay unos, previsivos, que logran avizorar los escenarios futuros y, en consecuencia, toman medidas drásticas o con sabor de emergencia económica; hay otros, con poca prospectiva, que con paso muy lento van atendiendo lo inmediato, “apagando incendios”, jugando a quedar bien con todo el mundo. Y, finalmente, están los irresponsables que ni siquiera están informados o, para el caso de algunos presidentes de América Latina, esta enfermedad es una simple “gripita” o algo que se puede prevenir con estampas religiosas. De igual modo, están los líderes con altísima conciencia social quienes de forma urgente atienden a las poblaciones más vulnerables y esos otros que salen a presumir de un heroísmo para salvar a la economía de un receso obligado. Hay líderes, especialmente políticos, que ven en este evento de salud pública una oportunidad para hacer populismo oportunista; y los hay, no tantos como se debiera, que usan su nivel de mando para tomar medidas administrativas acordes con las necesidades de las circunstancias. Un ejemplo de esta última manera de proceder es el de Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, quien no solo se lanzó a hacer oportunamente “aislamientos pedagógicos”, sino que además ha tomado medidas relacionadas con la postergación del pago del impuesto predial, del pago de servicios públicos, y una ayuda económica para las familias más empobrecidas, con tal de que los bogotanos se queden en casa. De igual modo, cuando estas pandemias multiplican el miedo de la gente, se pueden apreciar líderes que se esconden en sus confortables residencias o, esos otros, que lejos de ayudar o colaborar están acechando a los que les ponen el pecho a la situación para criticarlos negativamente o sacar provecho de sus posibles equivocaciones. Como bien se sabe, es en estas situaciones difíciles cuando salen a relucir las condiciones y cualidades de un genuino liderazgo.
Marzo 26 de 2020
Las disculpas de aquellos que violan o desatienden el aislamiento obligatorio reflejan muy bien al menos tres particularidades de nuestra idiosincrasia: la primera, una vocación por la mentira, por el engaño inmediato, por la “viveza” o por un gusto acendrado de querer “meter gato por liebre”; eso está en las astucias del vivo que le saca ventajas al bobo y en un repertorio de anécdotas que pregonan el saber engatusar para “salirse con la suya”. La segunda, una incapacidad para aceptar el error o la falta; un pobre autoconcepto y, derivado de esto, la nula posibilidad de la enmienda o el arrepentimiento. La mayoría de los entrevistados por los telenoticieros ni siquiera muestran vergüenza por la falta, muy por el contrario, se sienten ofendidos con la autoridad y esgrimen una agresión de fieras acorraladas. La tercera, tal vez la más desalentadora de las características de nuestro modo de comportarnos, es una absoluta pérdida de autocorrección, la falta de correspondencia entre los actos cometidos y la posible mejora en las acciones subsiguientes; casi que podemos asegurar que la persona que transgredió la prohibición de salir a la calle, a pesar de las multas o la amenaza de cárcel, seguramente lo hará al otro día o en los días siguientes. Quizá afine mejor sus disculpas, o consiga un permiso falso, o se ingenie alguna estratagema que le permita eludir los controles de la policía; pero de esa infracción no sacará ninguna lección para su propia formación moral o para reconducir su existencia. Pareciera que su conducta opera sobre las demandas de la inmediatez; y por eso, poco cuenta el pasado y, menos aún, el horizonte del futuro. Ni hace una reflexión sobre lo vivido que lo conduciría a la previsión, ni elabora una destilación de esa experiencia equívoca para aumentar el caudal de su sabiduría.
Marzo 27 de 2020
Las redes sociales, de cara a la pandemia, se mueven en una tensión: de un lado abundan los mensajes alarmistas, los medicamentos mágicos, las réplicas de textos apocalípticos; de otro, informaciones y videos que ayudan a comprender mejor la enfermedad, a tener guías de prevenirla y a fortalecer el ánimo y la esperanza. La primera fuerza, que es muy abundante y que se multiplica como el virus en cada uno de los celulares, tiene a su vez dos dimensiones: los que insisten en que esto que está pasando es el resultado de nuestros pecados, la consecuencia de andar lejos de la fe; y los que pasan rápidamente a soluciones instantáneas con tés milagrosos, con remedios caseros, con cadenas de oración. Esta fuerza en el fondo propaga el temor, el miedo, la angustia por lo inesperado, por la incertidumbre que nos acecha. Y lo más grave es que las personas, sin ningún sentido crítico, multiplican esos mensajes a sus allegados, a sus familiares, a los que hacen parte de su lista de conocidos. No tienen en cuenta la procedencia, el efecto, la conveniencia de ser enviados en días como estos. El celular, en esta perspectiva, se vuelve otro foco de infección emocional; aumenta los niveles de intranquilidad y crea una zozobra que en nada ayuda a sobrellevar el encierro obligatorio en los hogares. La otra corriente de mensajes también se bifurca en dos tendencias: las informaciones enfocadas en temas de salud, amparadas en instituciones médicas y en especialistas de infectología, que buscan ayudar a comprender tanto los síntomas como las medidas de prevención de esta enfermedad; y los mensajes que ponen su acento en el optimismo, en la solidaridad, en una ética del cuidado de sí y de los demás. En todo caso, las redes sociales en situaciones como las de esta pandemia siguen la lógica ambigua del rumor: hacen circular de manera rápida y ambivalente la verdad con la mentira. A la par que exageran para lograr mayor efectividad, se apoyan en el temor para multiplicar su efecto.
Marzo 29 de 2020
Los encierros obligados por cuarentena, como esos que padecen durante años los presidiarios, tienen muchas situaciones para ser analizadas. Lo más evidente es la sensación de confinamiento, el saber que no puedes disponer de tu libertad para salir a caminar, asistir a determinados lugares de tu predilección o reunirte con personas que consideras esenciales para tu vida. El confinamiento rompe abruptamente esos vínculos, crea unas rejas que dejan fracturadas las relaciones interpersonales, reduce el espacio del afuera a los límites acotados del adentro. Un segundo aspecto, en que no se repara mucho porque las familias de hoy casi nunca están al mismo tiempo en casa, es el de la convivencia frecuente y continua con otras personas. De pronto los padres descubren que tienen a sus hijos todo un día, durante una semana o más, y no saben qué inventarse o cuál es la mejor forma de controlarlos. Las parejas que se veían unos minutos por la mañana y otros por la noche, ahora tienen que estar juntos cantidad de horas y, además, deben solucionar la cotidianidad del aseo, preparar los alimentos, atender la provisión de artículos de primera necesidad. Quiérase o no, hay que hablarse más que de costumbre o ponerse de acuerdo en asuntos que parecen secundarios cuando se está fuera de casa, pero ahora son de una importancia insospechada. La tercera situación corresponde a las nuevas rutinas o al cambio de las que ya se tenían establecidas. La agenda de cada quien debe sufrir transformaciones; nuevos roles o nuevas tareas entran a formar parte de antiguos hábitos. En muchas situaciones, las cosas que se hacían de vez en cuando, ahora se vuelven habituales; además de otras que necesitan constituirse para que el aburrimiento o el desespero no copen todas las horas del día y la noche. Un cuarto evento de los confinamientos obligatorios se deriva de la modificación, cancelación o ajuste de las actividades laborales. Al estar recluidos en casa, infinidad de oficios y de profesiones parecen entrar en hibernación, dejando esas manos y esas mentes en una deriva expectante. Y si bien algunas empresas e instituciones han acudido al teletrabajo, lo cierto es que muchas labores están vacantes. Algunos industriales han decidido adelantar las vacaciones de sus empleados, a sabiendas de que serán semanas sin sol, sin aire, sin mar o excursiones novedosas. El quinto punto de las cuarentenas se relaciona con la preocupación por la sobrevivencia: desde los que no saben bien qué van a comer durante esos días, hasta los que ven cómo empiezan a escasear los víveres en su alacena. Quiérase o no, en mayor o menos medida, cada quien se desvela buscando alternativas para tener qué comer o haciendo un uso medido de granos, carnes y verduras. Una última situación se desarrolla en el psiquismo de los que están confinados en sus propias casas. El cuerpo de las personas se somete al acuartelamiento pero sus mentes están confiadas en que pronto recuperarán su libertad. La esperanza en que termine la clausura algo ayuda a soliviar la pesadez del encierro, pero al mismo tiempo multiplica los motivos de la ansiedad: ¿cuándo terminarán estos diecinueve días?
Marzo 30 de 2020
Las cuarentenas ponen a los medios masivos de información en un punto cero de su tarea: ¿qué más decir de la pandemia?, ¿qué otra cosa agregar al número de contagiados en el propio país y en otras ciudades del mundo?, ¿qué más sumar a las medidas tomadas por el gobierno nacional?, ¿dónde buscar lo novedoso? El punto cero es, precisamente, aquella falta de nueva información relevante y oportuna. Los telenoticieros han optado por invitar a expertos quienes, más que mensajes desconocidos, lo que hacen es reforzar con estadísticas o amparados en su autoridad científica, lo mismo que los medios han dicho durante varios días. También se ha utilizado el testimonio de coterráneos que están en el extranjero y que ya pasaron o están pasando por el coronavirus, pero que reafirman –no sin cierto temor– mensajes semejantes a los ya conocidos por el público. Este umbral tan bajo de novedades sobre un hecho convierte a las emisiones radiales o de televisión en una repetición que poco ayuda a salir de la “crisis”, a ver alternativas de solución, a fortalecer lazos de colaboración o a promover esperanza y alegría. Lo que asoma, aunque no sea el propósito de los medios masivos de información, es un tufillo amarillista, un modo de enfocar la noticia hacia el alarmismo o con un descuido hacia el estado emocional de los oyentes o televidentes. ¿Qué más decir del coronavirus? Y si a eso le sumamos una transmisión en directo, al menos en Colombia, de una hora con el presidente y sus ministros, en la que se justifican las medidas tomadas y, a su vez, vuelven a mostrarse los datos que los noticieros ya han repetido, lo que parece novedoso va tornándose banal y aburrido. Qué saturación. ¡Qué difícil presentar tres veces al día, de manera creativa y variada, un evento que en lo único que varía es en el número de contagiados o de muertos!
Abril 2 de 2020
Las ventanas, que parecían abandonadas por el uso frecuente de las puertas, ahora toman una importancia inusitada. Es el espacio que vincula el adentro con el afuera, es el medio que las personas usan no solo para ponerse en contacto con el exterior, sino un sitio para mostrarse, para decir yo existo. El confinamiento obligatorio ha hecho que este espacio rectangular por el que se cuela la luz y se airean los cuartos, retome un valor existencial. Al no poder salir a la calle, al estar restringidos a la movilidad en la propia casa, la ventana se ha vuelto el espacio que permite sacar a caminar los ojos, a darle libertad a la mirada. A través de la ventana se sabe del vecino, se toma la temperatura del transporte público, se tiene una evidencia directa del impacto de una medida gubernamental o del clima social por el que se está pasando. Y si antes las cortinas permanecían cerradas, si eran otras formas de rejas para evitar la intrusión en la intimidad, en estos momentos permanecen abiertas, mostrando a las personas en su cotidianidad, dejando que lo íntimo se devele ante los ojos ajenos. Eso no importa mucho. Con tal de tener un puente con el afuera, los habitantes de una ciudad sacrifican los secretos de su privacidad, dejan al descubierto cosas que, en otras circunstancias, serían resguardadas o celosamente protegidas. Los confinamientos obligatorios nos devuelven el sentido profundo de la pequeña ventana en la celda del presidiario: por mínimo que sea ese espacio, es el lazo que logra mantener unido a un ser humano con sus semejantes; y es también un vacío, un hueco en la dura pared, para no perder de vista el cielo, la inmensidad, lo ilimitado.
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Si bien los medios de información masiva y los diferentes mensajes gubernamentales hablan de solidaridad y de ofrecer apoyo a los más necesitados, lo cierto es que apenas se sabe o se rumora que alguien está infectado por el coronavirus lo que se produce en la comunidad, en el barrio o en el municipio es un rechazo, una repulsa hacia esa persona que tiene o porta la peste. Puede ser un mecanismo de protección de la propia vida, una reacción instintiva de sobrevivencia, pero también es una primitiva forma de exclusión, de repulsión al que posee una enfermedad desconocida o incurable. Eso pasó con la lepra o con el SIDA, en su momento. La reacción es más bien a poner a esas personas lejos, clausuradas, abandonadas a su suerte; ojalá con algún tipo de señal o estigma que permita fácilmente reconocerlos. Más que ofrecer medidas de protección y cuidado a esos infectados, más que buscar salidas médicas o de higiene pública, lo que aparece es el señalamiento, el escarnio denigrante o los viejos castigos de lapidación u ostracismo. Igual acaece con otras pandemias menos publicitadas, como son la pobreza, la prostitución, el desplazamiento. Y esas gentes, esos contaminados por tales virus, hay que mandarlos a las afueras, lejos de las zonas residenciales opulentas, enjaularlos en sus barrios de invasión o en sus calles de mala muerte. Y en medio de esos seres infectados, de esos llagados por la enfermedad o por el hambre, se encuentran los profesionales que no asumen el asco o la repulsión; los profesionales de la salud, los servidores sociales, las comunidades religiosas que han hecho de la caridad y el servicio a los demás una opción de vida. Esas personas son las que, en realidad, dan acogida al infectado, física o moralmente; ellos son los que entienden bien lo que significa acogida, hospitalidad y actitud solidaria. La pandemia del coronavirus nos devuelve a ciertas prácticas tribales, muy reactivas y salvajes, que dejan en suspenso lo que hemos ganado como seres sociales, desconociendo las herencias simbólicas de una civilización y una cultura.
…
Más de un millón de infectados por el coronavirus en el mundo, y más de cincuenta mil los muertos por dicha enfermedad, esas son las noticias. En una encuesta hecha por Cifras y Conceptos este 2 de abril, a la pregunta sobre los sentimientos negativos frente a la pandemia, los entrevistados respondieron: 64% con incertidumbre, un 43% siente miedo y un 40% manifiesta estar esperanzado. La incertidumbre parece ser el efecto social mayor de este covid-19. Incertidumbre por la eficacia de las medidas tomadas, por el alcance de la infección, por la seguridad en un empleo, por la reserva de alimentos para comer, por el futuro inmediato. Incertidumbre frente a la atención médica, si se resulta infectado, y hacia la elasticidad de los ahorros, si es que la cuarentena se prolonga por más meses. Quizá sea esa misma incertidumbre la que detona el miedo y la que lleva a muchas personas a desobedecer las medidas de aislamiento obligatorio, a pesar de su propio bienestar. Porque manejar la incertidumbre presupone ciertas condiciones del espíritu o una plasticidad mental que no siempre es fácil de tener o aceptar. Si se es demasiado psicorígido o se está demasiado apegado a determinadas costumbres serán más intimidantes las olas de la incertidumbre; si se tiene poca creatividad y limitadas dosis de innovación, lo más seguro es que la incertidumbre termine por alimentar el fatalismo, la angustia y la sin salida existencial; si no hay en el espíritu capacidad de riesgo, de valentía, la incertidumbre acabará inmovilizando la voluntad.
Abril 3 de 2020
Me escribió un mensaje corto mi amiga Pilar Núñez Delgado desde Granada, España, en el que me envía un saludo con sabor melancólico. Ella y su familia, como muchos españoles, llevan varios días en cuarentena por causa del coronavirus. Pienso en ella y reflexiono sobre la melancolía. El encierro, la falta de interacción social, la inactividad laboral, la incertidumbre, todo ello contribuye a que se vaya aposentando en el corazón una especie de tristeza, una ansiedad que parece más un malestar metafísico que una enfermedad concreta. Esta melancolía proviene más bien del ensimismamiento excesivo, de la duda incesante, de la pérdida de certezas y seguridades más inmediatas. Nos duele el entorno, vemos abismos por todas partes, así como los románticos del siglo XIX, y el tiempo se hace más lento, más espeso, dándonos la posibilidad de apreciarlo en su caminar de tortuga o de caracol silencioso. La melancolía acongoja, le quita vigor a los músculos, apesadumbra. No es una dolencia física, aunque a veces parece una disnea, sino un malestar en el espíritu; una desazón que se convierte en titubeo, en desconfianza, en escepticismo. La melancolía apoltrona, convoca al silencio y deja que crezcan las enredaderas de la fatalidad. Los encierros obligados, los acuartelamientos sin esperanza, van fisurando la mente, la van llenando de intersticios, por los que se fuga la felicidad o la alegría. Esta pandemia parece gobernada por Saturno y, como lo sabemos, esa influencia astral nos torna fríos, gaseosos, propensos a la soledad y la apatía. Noto en las cadenas abundantes de whatsapp y en mensajes televisivos que la fe religiosa, ya que no se puede participar en la fiesta del carnaval, parece ser un paliativo eficaz para este andar en las penumbras. La melancolía es un cortante ir hacia dentro, un acorralar el alma hasta hacerle perder sus alas. Aunque también observo a artistas y cantantes que contrarrestan la melancolía con el ingenio y la creatividad; muestran que la suprema tristeza puede ser aplacada con la música, que las fieras de la desesperación se apaciguan cuando el abismal silencio se transforma en equilibrada melodía.
Beatriz dijo:
Tan sólo el deseo de que todos estén bien!
Aprovecho estos días para leerte en el blog y ver el mundo a través de tus palabras!
Un abrazo virtual 🙂
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Beatriz, gracias por tu comentario. Otro abrazo para ti.
Shayo Rodríguez dijo:
Interesante tu bitácora ,pegajosa me lleva a que no sea fácil desprenderme de las palabras.
Clara y llena de lo vivido por casi todos nosotros desde nuestra humanidad.
.Hacernos pensar….ése es tu destino.
Gracias Fernando ,siempre maestro.
Agradecida porque le das al arte ,su lugar de salvador , siempre latente y lleno de esperanza
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Shayo, gracias por tu comentario. Que tu pintura sea otra forma de darle alas a la esperanza. Fuerte abrazo.
Ruth Stella Chacón Pinilla dijo:
Gracias Maestro de maestros en la escritura. Gracias por permitirnos mirarnos en su diario- crónicas sobre esta época, gracias por hablar por muchos y por inquietar de manera tranquila y con elocuencia a otros. Gracias por ser ejemplo de la catarsis que cada uno puede ir haciendo. Gracias por relevar el detalle de aquello constructivo en medio de una situación que genera incertidumbre y, por momentos, impotencia por no poder ayudar un poco más. Gracias por ser mi maestro siempre. Abrazos de gratitud y afecto.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Ruth Stella, gracias por tu comentario. Sí, se trata de reconstruir, de hacer catarsis, para enfrentar la impotencia y la incertidumbre.
Marisol Solórzano Gómez dijo:
Una recopilación casi exacta de este paso a paso tejido de angustia, tristeza y hasta un toque de esperanza. Efectivamente la vida en un abrir y cerrar nuestros ojos, cambio el ritmo acostumbrado, quizás para bien, quizás para mal, en lo personal, puedo decir mi querido y recordado profesor, que ese giro inesperado fue para bien y de ello son testigos fieles: la capa de ozono que rápidamente se recupera, el paso confiado de muchos animales que han roto las fronteras invisibles que hemos dejado los humanos, en ese caminar egoísta y despiadado, en las aves, en el campo… Efectivamente, espero que está experiencia que la vida nos ha dado y cuando se haya dejado atrás este obligado confinamiento, seamos verdaderos humanos, espero vernos después de este acuartelamiento en primer grado y degustar un delicioso café acompañado….la vida continua y esperanzada, espero ver en algunos meses a seres que amo o que llevo en mi corazón.
Un abrazo invadido de bendiciones profesor Vásquez
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Marisol, gracias por tu comentario. Subrayo y comparto esos “giros inesperados” que traído el coronavirus. Será un gusto compartir ese café.
Adriana Mora Eraso dijo:
Las crónicas… otra alternativa creativa, para agregar a las escasas oportunidades que genera la situación y un excelente medio de compañía. Mil gracias por las letras
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Adriana, gracias por tu comentario. Fuerte abrazo.
recuerdosgradotercero dijo:
Gracias Doctor Fernando, admiro su habilidad como escritor.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Jeimmy, gracias por tu comentario.