Sirva esta nueva cosecha de palabras, en clave de diccionario, para subrayar la profunda relación que hay entre ciertos vocablos y el itinerario vital de una persona. Algunos de estos términos hablan del modo o las circunstancias como han dejado marcada mi conciencia o tatuado parcelas de mi intelecto; otras palabras, al igual que la magdalena de Proust, son poderosos dispositivos de memoria a partir de los cuales se reviven personas ya fallecidas, se tejen vínculos profundos con mi subsuelo interior, se crean reminiscencias de diversa índole.
Armero: Municipio del Tolima en el que pasaron su luna de miel mis padres y al que acostumbraban ir mi tía Purificación, mi tío Israel y de vez en cuando mi tío Ulises. Armero olía a frutas, a badea, a patilla, a mango dulce. Era hermoso ver los campos blancos de algodón antes de llegar a Armero, entrar a esta población por ese arco maravilloso de acacias e ir después, debajo de un parasol, a disfrutar una gaseosa helada “glacial”. Un año después de la avalancha que sepultó a esta ciudad, fuimos con mi padre a visitar ese extenso desierto de arena gris. Al lado de la alta cruz de hormigón, en el mismo lugar que el papa Juan Pablo II oró por las 25 mil víctimas, en ese mismo espacio mi padre lloró unos minutos. Después caminamos, en silencio, viendo las ramas secas de los enormes árboles aun clamando a las alturas por esta tragedia.
Bojacá: Apellido del promotor y vendedor de libros de la editorial Aguilar que conocí cuando trabajaba de joven en el periódico El Espectador. Don Enrique era de baja estatura, carirredondo, siempre vestido de paño y chaleco; llegaba a las oficinas del periódico de la Avenida 68 con su maletín ejecutivo de cuero negro y con bisagras, a exhibir los catálogos y a mostrarme las bondades de aquellas publicaciones impresas en “papel cebolla”. Sobre ese mismo maletín rígido, Enrique llenaba las facturas correspondientes a cada pedido, pasándole a uno luego su “Parker” de tapa plateada para que firmara. Con la modalidad de crédito pude adquirir las obras completas de Goethe, de Shakespeare, de Tolstoi, de Oscar Wilde… Con los años, Enrique Bojacá no solo ofrecía los libros del sello Aguilar, sino la colección “Premios nobel” de Plaza y Janés, con características muy semejantes a la primera editorial. Estos libros, empastados en cuero, siguen siendo una de las joyas bibliográficas de mi biblioteca.
Corona: Marca de zapatos que mi padre apreciaba y usaba únicamente en ocasiones especiales. Los “Tres coronas” eran los de máxima calidad. Y corona es también la marca del molino manual con recubrimiento de estaño que no podía faltar en cualquier casa de Capira. El nuestro es el que trajimos desde aquella época cuando, de afán, tuvimos que huir de “La Laguna” por el miedo del bandolero “Sangrenegra”. Este molino funciona todavía, aunque tiene algo desgastado el disco moledor, tanto la tolva como el cabezal, el gusano, la mariposa y el tornillo prensa están muy bien. Mi madre afirma con orgullo: “Ese molino ya va a cumplir 70 años”.Detrás de la palabra: Programa de radio, de Emisora Javeriana, del cual hice por lo menos un centenar de libretos. Todo comenzó como una invitación del director de la carrera de literatura, el jesuita Marino Troncoso, a que asumiera la redacción de los libretos de un programa semanal de media hora sobre diversos tópicos relacionados con lo literario. El programa se emitía los sábados, a las diez de la mañana, y se retrasmitía los lunes a las nueve de la noche. El técnico de sonido se llamaba Pedro Jiménez Pinto y las otras locutoras que me acompañaban en la grabación eran Patricia Suarez y Emy de La Rosa. Cada programa suponía una larga investigación previa y una búsqueda de melodías acorde a la temática para las cortinas musicales. Además de los libretos, tomé por costumbre elaborar los afiches promocionales de cada programa; los exhibía en una cartelera ubicada a la entrada de la Facultad de Ciencias Sociales: “Alquimia”. Elaboré programas sobre autores como Rubén Darío, Aurelio Arturo, Vicente Huidobro o centrados en obras específicas como El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, Orlando de Virginia Woolf o Tierra de Promisión de José Eustasio Rivera. También hice programas centrados en una temática: el suicidio, la rosa, los diarios, el fuego, la poesía; o programas especiales sobre Homero Manzi o El Banquete de Platón. Dada mi dedicación y apasionamiento por este programa, opté por presentar como trabajo de grado una tesis titulada: El libreto literario para radio: una artesanía recuperable”, en la que rescataba y reflexionaba sobre esta experiencia hecha a la par de mis estudios en la carrera de literatura.
Enseñar: Actividad que, desde muy joven, empecé a ejercer en el colegio Carrasquilla, institución de la que me había graduado. El gozo de enseñar, de poder ayudar a otros a aprender o de incitarlos a ampliar sus conocimientos, es algo que me satisface y a lo que he dedicado buena parte de mi vida. He enseñado a niños, jóvenes y adultos en todos los niveles tanto de manera formalizada como a través de cursos o seminarios especializados para empresas privadas o entidades del Estado. Disfruto mucho el acto de enseñar, a ello dedico días de estudio y preparación y me jacto de buscar siempre un vínculo formativo con quienes son mis estudiantes o hacen parte de mi audiencia. Varios de mis libros, desde Oficio de maestro, continuando con Educar con maestría, hasta El quehacer docente, muestran este apasionamiento por enseñar, y son ejemplos de lo que he reflexionado, investigado y propuesto sobre esta profesión de servicio que cada día entiendo más como un arte del cuidado.
Fábula: Género literario que, desde muy pequeño, atrajo poderosamente mi atención, entre otras cosas por los dibujos que acompañaban los textos. En la primaria leíamos las fábulas de Rafael Pombo, Esopo, Iriarte y Samaniego. Parte de la actividad en clase, además de leerlas, consistía en transcribirlas a los cuadernos e ilustrarlas tal como aparecían en los libros antológicos de dichos fabulistas. Este gusto por las fábulas se fue acrecentando con el tiempo: descubrir a Fedro y La Fontaine, salpimentados con los Caracteres de La Bruyère, me llevaron a explorar creativamente en este tipo de textos. Sigo creyendo que las fábulas, por su sentido alegórico, son una poderosa herramienta para la lectura crítica de las pasiones humanas y los vicios de la sociedad. En este blog hay un buen número de tales producciones.
Gallo: Ave con una fuerte presencia física y simbólica en mi infancia, asociada fuertemente con las tierras de Capira. El canto del gallo era el primer sonido que escuchaba cuando niño al levantarme y, tal vez por eso, mantuvo su recurrencia expresiva en mis iniciales poemas. Los gallos escritos se fueron convirtiendo en objetos artesanales o en criaturas de piedra, madera, vidrio, plomo u hojalata, hasta conformar una gran colección. De alguna manera, en esas figuras variopintas resguardadas en dos galleras de cristal, está depositada también la fidelidad a un origen y una ferviente manera de anunciar con ímpetu, al empezar un nuevo día, la obra que aún queda por realizar.Hugo: Nombre del librero y amigo que durante varios años estuvo al frente de la Librería Lerner de Bogotá. Hugo González se había formado en la Librería Continental de la carrera Junín de Medellín (Rafael Vega Bustamante fue su maestro) y, con esa experiencia, sumada a un trato personalizado con sus clientes, creó una de las mejores librerías de esta ciudad. Con él compartimos diálogos extensos sobre novedades bibliográficas, lo apoyé muy de cerca en su proyecto de abrir un “Sótanos de descuentos” en el mismo local de la Avenida Jiménez y, luego, compartí su alegría del gran proyecto de la nueva sede de la calle 93. Hugo supo de mi primer libro como editor independiente, Pregúntele al ensayista y, cuando lo ojeó, le dio un vaticinio generoso que el tiempo ha validado: “será un best seller”. Gracias a la amistad de Hugo tuve crédito en la librería y siempre, para navidad, me invitaba a escoger como regalo un libro de mi predilección. Hugo murió el 10 de julio de 2004; su trato afable y sus recomendaciones bibliográficas son una ausencia notable para un amante de los libros como yo.
Inquilinato: Experiencia de búsqueda y modo de residencia a la que estuvimos sometidos por muchos años, mientras conseguíamos el dinero o la solvencia para adquirir un techo propio. El inquilino depende de los caprichos del arrendador. Sirva como ilustración el señor Espejo, dueño de una casa de dos pisos en el barrio Estrada, quien no solo levantaba la bocina del teléfono en derivación cuando uno estaba hablando, sino que, además, interrumpía la llamada en curso para decir que había que cortar ya la conversación. Cuando se es inquilino se vive un desmedro de la vida privada: en el barrio Galán, dadas las dimensiones pequeñas del cuarto arrendado, se tenía que compartir el lavadero de ropas y el baño. Todos los que hemos vivido muchos años en situación de inquilinato disfrutamos con inmensa felicidad el día que llegamos a un terreno propio así sea humilde, lejano del centro de la cuidad o con muy pocas comodidades.
Jabones López: Nombre de la fábrica en la que mi padre trabajaba como celador y almacenistas hasta que sufrió su accidente, quemándose parte del rostro con soda cáustica. Quedaba ubicada en la zona industrial del barrio Ricaurte; hoy es una bodega de saldos de almacenes Alkosto. Tres hermanos conformaban el núcleo permanente de la empresa: Raúl, el químico responsable de la fabricación del jabón; Idaly, gerente y Roberto, que hacía las veces de supervisor y relacionista. Dentro de las amplias instalaciones de esta fábrica –de grandes portones verdes pino– pasé buena parte de mi infancia: cómo rugía la caldera de carbón, qué fascinantes las burbujas explosivas del jabón al calentarse, cuántas noches ayudándole a mi papá a empacar bolas azules con manchas blancas de este producto para la venta al detal.
Kafka: Uno de los autores más importante en mis inicios literarios. Mi interés por él comenzó con un libro de notas y recuerdos de su amigo Gustav Janouch: Conversaciones con Kafka. “Cada uno vive detrás de la reja que lleva consigo”, “Definitivo sólo es el dolor”, fueron algunos de mis subrayados de aquel libro. Después me adentré en sus Diarios y más tarde en las Cartas a Felice… En la puerta gris de mi cuarto del barrio Bosque Popular puse en letra negra el siguiente texto de Franz Kafka: “Sólo merece el amor y la vida aquel que diariamente debe conquistarlas” y, en mi diario, transcribí la “Desdicha del soltero”: “Parece tan terrible quedarse soltero; ser un viejo que tratando de conservar su dignidad suplica una invitación cada vez que quiere pasar una velada en compañía de otros seres; estar enfermo y desde el rincón de la cama contemplar durante semanas el cuarto vacío…” Kafka representaba para mí en esos años la figura literaria a emular, el tipo de hombre consagrado a defender su soledad para lograr crear.
Librería: Lugar que acostumbro visitar por lo menos una vez a la semana y en el que me siento entre amigos silenciosos que abren sus páginas a mi curiosidad o que están atentos a mis preocupaciones intelectuales. Siempre he sido fiel visitante de la Librería Lerner, con recorridos alternos y esporádicos a otros lugares semejantes que he visto desaparecer con el paso de los años. Resultaba retador cubrir los variados pisos de la Buchholz de la Avenida Jiménez o la atiborrada sede de Chapinero, como grato era husmear entre los estantes de la Cultural Colombiana o ir a explorar las novedades de la librería Del Seminario. Cuánto lamenté el cierre de Arteletra y los diálogos con mi amiga Adriana Laganis. He tenido la suerte de degustar la magnífica librería El Ateneo de Buenos Aires, la Porrúa en la ciudad de México y la Casa del libro en Madrid. Cuando visito una nueva ciudad, es un ritual indagar por las librerías que allí se ofrecen; ir a conocerlas y descubrir alguna “joya” bibliográfica que esperaba la intercesión de mis manos. En los últimos años he incorporado a mis recorridos la librería Tornamesa al igual que la laberíntica Merlín de Célico Gómez en el centro de Bogotá.
Monaguillo: Oficio que hice cuando niño en la iglesia de Santa Teresita del niño Jesús del barrio Ricaurte. Varias veces tenía que madrugar a acompañar la misa de seis de la mañana y en más de una ocasión me tocó trasnochar para servir de asistente en la Misa de gallo a la media noche de la víspera de navidad. La parte más difícil o más riesgosa de ser monaguillo consistía en saber dar los tres toques secos de la campana a la hora de la consagración. Lástima no tener registro fotográfico de aquella ocasión en que, en una procesión de semana santa alrededor del parque, yo iba adelante con una cruz procesional y veía cómo el pavimento de las calles se transformaba en una alfombra de palmas verdes.
Navidad: Festividad decembrina que me alegra el espíritu, me reaviva la alegría y despierta un profundo sentido del agradecimiento. Quizá porque mi familia ha guardado y celebrado la tradición del pesebre y los regalos debajo del árbol, o porque a pesar de las limitaciones económicas de los primeros años en Bogotá, siempre mis padres mantuvieron la mesa abundante durante esos días decembrinos, la navidad hace que mi corazón sienta la fuerza de la fraternidad, de compartir el pan o de extender mi mano al necesitado. Me gusta comprar galletas, un buen vino, y dedicar horas a buscar el regalo adecuado para mis seres más queridos; me encanta ambientar mi casa no solo con música, sino con adornos alusivos a este tiempo de familiaridad y reconciliación. Por estas razones, entre otras, me animé a escribir un libro que indagara en los significados, los ritos y el sentido de esta festividad, lo titulé: Es tiempo de Navidad. Consideraciones para una novena. El libro, que fue publicado a finales de 2021, cierra con un cuento “Esperando al niño Dios”, que recrea, precisamente, mi entusiasmo jubiloso y esperanzado por estas festividades navideñas.
Ñapa: Encime habitual que solicitaban los habitantes de Capira cuando iban a comprar algo a la plaza o “regalo” que les pedían a los diversos tenderos de frutas y verduras en el mercado de San Juan. “No olvide la ñapita”, decía mi tío Antonio al matarife de San Juan, al momento de comprar la carne para la semana; ñapa o vendaje se llamaba el pan adicional a una compra considerable que regalaba mi padre cuando tuvo su pequeña panadería en ese periplo desde el barrio Santander, pasando por el Garcés Navas y el Siete de Agosto, hasta la última en el Alfonso López, diagonal a la Iglesia Santa Marta; y ñapa es un bocado pequeño de algún alimento principal –algo exquisito– que mi madre guarda aparte y que, una vez termino de almorzar, la trae como regalo adicional de tan deliciosa comida.
Oratoria: Modalidad de expresión que, desde los primeros años del bachillerato, me interesaba hasta el punto de siempre participar en los concursos sobre este género organizados en la Semana Cultural del colegio Carrasquilla. Obtuve varios diplomas al obtener el primer lugar. La buena oratoria, la de los discursos de Demóstenes o Cicerón, cobró más fuerza cuando empecé mi participación y liderazgo político en la Universidad Nacional de Colombia, y esa facilidad de expresión oral me hizo acercarme a la carrera de derecho. Dedicaba horas a escuchar con fascinado interés los discursos de Jorge Eliécer Gaitán y las arengas de otros oradores contenidas en el álbum “Las voces de la revolución”. Al comenzar mi labor como profesor en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana tuve a mi cargo, en el primer semestre, el curso de Expresión oral. La oratoria ha sido un campo de enseñanza y de estudio, transversal a mi vida como educador, y un modo de ofrecer mi experiencia y mis conocimientos como capacitador en el mundo empresarial.
Porro: Género musical por el cual siento una especial predilección y al que puedo dedicar jornadas de audiciones algunas tardes o los fines de semana. Me gusta la cadencia que se transpira en “El docto” de Alfonso Piña, o ese sentido de inmensidad presente “En la madrugá” de Pacho Galán, o el calor y la brisa traídas por las notas de Clímaco Sarmiento en su porro “San Marcos”. Siento el ondular de las palmeras al escuchar a Pedro Salcedo o constato cómo mi espíritu se reanima con las melodías de Rufo Garrido o con esa maravilla de porro, “Arturo García”, del compositor Lucho Bermúdez. No me canso de escuchar a uno de los más grandes creadores de porros, Pedro Laza, y ese tema: “Montelíbano”.
Quino: Humorista gráfico argentino que, desde sus inicios con las tiras cómicas de Mafalda, fue y sigue siendo objeto de mi admiración. Joaquín Salvador Lavado me atrapó por la sutileza del trazo y por su perspicacia en el modo de hacer visible lo que a todas luces desea ocultarse o nos negamos a aceptar. El humor sin palabras, las viñetas altamente expresivas, los finales inesperados de esas secuencias gráficas que nos obligan a reflexionar, me llevaron a coleccionar sus obras y a ponerlas como ejemplo en varias de mis clases de semiótica. Desde su primera compilación “Bien, gracias. ¿Y usted?” hasta “Simplemente”, me gusta acercarme hasta donde tengo agrupados estos libros de Ediciones La Flor de Buenos Aires y sacar uno al azar para, como él mismo título una de sus obras, hacer “Quinoterapia”.Rompe-cráneos: Revista quincenal del Grupo editorial colombiano (GRECO) en la que empecé a colaborar desde junio de 1978, elaborando pasatiempos diversos como crucigramas, dameros, revoltillos, quisicosas, celeríferos, palabras siamesas y otros juegos de lenguaje. Llevaba las artes finales de mis pasatiempos al séptimo piso del edificio de la calle 61 con carrera 13 de Bogotá; el pago acordado incluía la creación y el diseño por página. Me gustaba de esta revista, como se afirmaba en el primer número, su apuesta porque los diferentes pasatiempos desarrollaran “las funciones analíticas, la concentración, la percepción visual, la memoria y la inteligencia”. Y dado que la demanda me exigía producir una buena cantidad de páginas cada semana, le enseñé a dos amigas, Adriana Barón y a Luz Stella Hernández, a elaborar crucigramas, para así poder ayudarme en la primera versión de esta modalidad de pasatiempo; enseguida los revisaba, hacía los ajustes pertinentes, pasaba a máquina los textos respectivos, pues tocaba mandarlos a “levantar” en frío para con esas tiras empezar a pegarlos en las cartulinas durex que ya había dibujado o trazado con los diagramas preestablecidos. Cada título de los pasatiempos requería pegarlo con “Letraset”, unas hojas adhesivas de letras, y los números menudos de las palabras cruzadas me obligaban a emplear el díngrafo, con sus respectivas plantillas. Fueron infinidad de horas las que empleé ingeniando variados juegos de palabras para retar la agudeza mental y la competencia lexical de los lectores.
Soda cáustica: Sustancia química corrosiva fundamental en la fabricación del jabón y que, por un accidente al explotar una pesada caneca con tal producto cuando la bajaban de un camión, fue la causante de que mi padre perdiera su ojo derecho, y estuviera meses hospitalizado, debido a que había alcanzado a ingerir un poco de ese líquido. Fue el primero de marzo de 1970. En la fábrica de Jabones López almacenaban la soda en una amplia poceta; yo pude ver cómo ese líquido transparente adquiría, después de un tiempo, una placa dura que sobrenadaba, ocultando su letal peligro.
Trocadero: Revista que fundé y diseñé con la complicidad de un grupo de amigos de la carrera de literatura de la Universidad Javeriana, en 1984. Gracias al apoyo del jesuita Jairo Bernal, logré concretar este sueño de tener una revista propia en la que pudiéramos publicar nuestras producciones literarias y los ensayos que respondían a nuestras preocupaciones intelectuales de aquel entonces. Los primeros números se imprimieron en Javegraf, los últimos en la Litografía Guzmán Cortés. La revista vinculaba tanto a profesores como estudiantes, además de convocar a los ponentes que yo iba conociendo en los Congresos de colombianistas norteamericanos que organizaba el departamento. Desde el número tres la revista se volvió monográfica: el cuerpo, la historia, la muerte, lo sagrado, la violencia… La elaboración de “Trocadero” fue, en realidad, una escuela de la producción escrita, desde la concepción de los temas hasta la corrección final de los textos. Mónica Mendiwelso, Penélope Rodríguez, Natalia Romero, Germán Castro, Álvaro Pinilla, disponían sus manos y su talento para sacar adelante cada número. Como el nombre de la publicación era un homenaje a la calle donde había nacido José Lezama Lima, en una visita que hice a La Habana, pude entregar varios números en la Biblioteca homónima del escritor cubano. Me sigue pareciendo retadora y audaz la consigna con que nació “Trocadero”: “Por la era imaginaria de la posibilidad infinita, por la conquista de lo sagrado en lo carnal, por la revolución ontológica latinoamericana, por la crítica… ética”.
UTC: Sigla de la Unión de Trabajadores de Colombia, organización sindical en la cual colaboré en 1980 y 1981 como asesor en estrategias de comunicación. El presidente, en aquel entonces, era Tulio Cuevas a quien presté mi apoyo para la organización del “XV Congreso de la UTC”, en Medellín. Tulio era un referente sindical de los más importantes en el país y contribuyó de manera definitiva a la creación del Banco de los trabajadores. Bajo la dirección de Cuevas, en compañía del periodista y amigo José Yepes hicimos la revista Trabajo y concertación en la que, además de diseñarla, publiqué algunos artículos: “Sibaté: un mundo de abandono y suciedad”, “La socialdemocracia: ¿reformismo o revolución?”, “La televisión, rentable máquina de sueños”. En el número 2 de esa revista, de julio de 1980, escribí una columna que ya prefiguraba mis preocupaciones por la formación: “Educamos hacia el pasado”.Los Versos del capitán: Cuadernillo 36 de la colección “Poesía de siempre” (publicado por editorial Bedout de Medellín) de un poeta anónimo que luego supe de quien se trataba: Pablo Neruda. Quizá fue el primer texto de poesía que disfruté poniendo especial interés en descifrar las urgencias de la pasión amorosa de mi juventud. Esas tres manifestaciones del deseo, como tigre, cóndor o insecto me parecían alternativas perfectas a la sangre que bullía por mi cuerpo. Me gustaba también releer “El alfarero”: “Todo tu cuerpo tiene/ copa o dulzura destinada a mí. / Cuando subo la mano/ encuentro en cada sitio una paloma/ que me buscaba, como/ si te hubieran, amor, hecho de arcilla/ para mis propias manos de alfarero. / Tus rodillas, tus senos, / tu cintura/ faltan en mí como el hueco/ de una tierra sedienta/ de la que desprendieron/ una forma, / y juntos / somos completos como un solo río, / como una sola arena”. Después vinieron otros libros de este poeta oráculo de la pasión amorosa, y especialmente un poema que parecía prestarle la voz a mis trémulos sentidos: “Déjame sueltas las manos/ y el corazón, déjame libre! / Deja que mis dedos corran / por los caminos de tu cuerpo. / La pasión –sangre, fuego, besos– / me incendia a llamaradas trémulas. / Ay, tú no sabes lo que es esto!”.
Weissmüller: Actor húngaro protagonista de las películas de Tarzán que veíamos con mi padre en el teatro “Encanto” del barrio Ricaurte. Jonny Weissmüller había sido campeón olímpico de natación; su cuerpo fornido servía muy bien para interpretar a este rey de la selva que con su grito despertaba a elefantes, cocodrilos, leones y todo tipo de fieras. Las cintas en blanco y negro no mermaban la emoción con que seguíamos atentos las peripecias de este héroe que durante tantos domingos habíamos seguido, viñeta a viñeta, en las “Aventuras” a color del periódico El Tiempo.
Cine X: Películas a las cuales uno de adolescente esperaba poder entrar cuando cumpliera los 21 y que luego, hacia mediados de los años 70, se redujo a la edad de 18 años. Cierta idea de curiosidad y transgresión acompañaba la asistencia a los teatros que, por lo general, se hacía en grupo de amigos. Fue todo un acontecimiento ir a ver Cuando las colegialas pecan. Muchos años después, en el Radio City, que quedaba en la carrera 13 con calle 42, vi una película de sexo explícito: El imperio de los sentidos. La animada tertulia que tuvimos después sobre este filme, con Carlos Paz y Andrés Díaz, me llevó a escribir un poema en honor a la protagonista Abe -Sada que iniciaba así: “Mostrándome sus dientes/ como garras/ exhalando su vaho/ de saké,/ ocultando su vicio/ tras la lluvia / me pregunta: / ¿Ya estás listo? / Le respondo: / todavía no…”
Yopa: Bebedizo refundido con chicha que le dieron a mi abuelo Eliseo y por el cual terminó trastabillando y vomitando, cayéndose de bruces en una quebrada, por los lados de Santa Rosa. De esa “borrachera” nunca se recuperó: pasaba los días sentado en una butaca, casi sin hablar, con la mirada perdida y alejado de todos los hijos e hijas que no sabían qué hacer. Mi tía Dioselina contaba que antes de hacer eso con Eliseo, lo habían intentado también con la abuela Hermelinda: que le enviaron de presente unas bolas de chocolate y que ella, desconfiada como era, cuando las puso en una hoguera, lo que vio fue cómo esas bolas se agrandaban y achicaban en un vaivén espumoso. Nunca se supo bien quién fue el causante de este envenenamiento a mi abuelo, pero según mi tía Purificación, todo se debió a envidias por su riqueza y prosperidad.
Zabaleta: Profesor de español que conocí en el Colegio Carrasquilla de Bogotá y con quien mantuve una amistad hasta que un cáncer terminó con su vida. Jorge Zabaleta era abogado de la Universidad Nacional, le gustaba escribir pequeños cuentos, era insistente en sus clases en las figuras literarias y pretendió durante un buen tiempo a mi prima Nelly. Fueron muchas las fiestas que compartimos con Zabaleta; fumaba constantemente, le gustaba la cerveza en botella, era buen bailador; discutía y participaba en grupos políticos de izquierda. Su hablar pausado iba bien con un temperamento conciliador que lo convertía en un buen escucha y excelente consejero. A él le dedique mi libro La enseña literaria. Crítica y didáctica de la literatura como un representante ejemplar de todos “los maestros anónimos que persisten, con paciencia y dedicación, a incitar el gusto por la literatura”.
Luis Carlos Villamil J dijo:
Aprecido Fernando:
Con la tercera entrega nos reiteras que el ejercicio autobiográfico es en esencia, una memoria narrada, construida desde las experiencias del alma.
Gracias por tus escritos.
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Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario.
Marta Elena Cifuentes Arango dijo:
Profesor inolvidable, mil gracias por ese hermosísimo diccionario, que lo remonta a uno, al propio, una belleza de reminiscencias de su vida y de escenarios lejanos en el tiempo, pero tan cercanos a nuestras almas. Felicidades, está precioso.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Marta Elena, gracias por tu comentario. Me gusta saber que este grupo de palabras provocan una “cercanía de almas”.
Andrea Abril dijo:
Maravilloso ese diccionario, profesor Fernando. Algunas entradas me recuerdan las historias de mi papá: “Allá por año 74, viví en un inquilinato…”
Saludos.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Andrea, gracias por tu comentario. De alguna manera, todos los que hemos sido desplazados por la múltiples formas de violencia de este país compartimos un “vocabulario” semejante.