El reencuentro entre Odiseo y Telémaco es conmovedor. Más que largos discursos o extensas palabras de cariño, lo que describe Homero es la sorpresa, el gesto del abrazo y el llanto común que los une hasta “mover a la compasión”. Sabemos que ese llanto tenía el tono agudo de las aves, águilas o buitres, “cuando les arrebatan las crías antes de que pudieran usar sus alas”; y para darle un mayor realce, ese llanto podría haberse prolongado “hasta la puesta de luz del sol”. La emoción contenida durante tantos años, ahora halla su punto de desborde. Todo lo anterior cobra aún más realce porque Homero los deja solos en tal momento: Atenea ha partido, Eumeo corre hacia la ciudad, no hay nadie en la majada; únicamente el padre y el hijo, en ese emotivo y entrañable abrazo, ocupan el primer plano de la escena.
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El número de pretendientes es, en verdad, considerable. Telémaco le enumera a su padre los esforzados varones que consumen su hacienda y cortejan a su madre: “de Duliquio vinieron cincuenta y dos mozos escogidos, a los que acompañan seis criados; otros veinticuatro mancebos son de Same; de Zacinto hay veinte jóvenes aqueos; y de la mismas Ítaca, doce, todos ilustres”. Son más de 100 pretendientes con los debe luchar Ulises. Pero el modo de enfrentarlos es, en principio, pidiendo información pormenorizada de sus enemigos a Telémaco: “recuenta y descríbeme a los pretendientes para que yo sepa cuántos y quiénes son hombres”; después, ocultando su presencia en Ítaca (“que ninguno oiga decir que Odiseo está dentro, ni lo sepa Laertes, ni el porquerizo, ni los domésticos, ni la misma Penélope”); y más tarde, enviando a su hijo Telémaco a que se mezcle con ellos y les dé “consejos con palabras amables”, hasta que, en determinado momento, después de recibir una señal suya con la cabeza les esconda sus armas. De otra parte, Odiseo confía además de su astucia y el disfraz de mendigo que le oculta su verdadera identidad, en el apoyo celeste de Atenea y Zeus: “¿acaso ha de buscar algún otro defensor?”. Lo que resulta más dramático en estos preparativos es que Homero asimila el plan secreto urdido por Odiseo para acabar con los pretendientes con las maquinaciones de aquéllos para matar a Telémaco. Aunque todo parece seguir igual, cada bando conspira y fragua una estrategia para acabar con su contraparte.
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El perro Argos es una alegoría de la espera incansable por el ausente amado. Como nadie lo cuida está “todo lleno de garrapatas”, débil hasta el punto de no poder “salir al encuentro de Odiseo”. Argos fue el can criado por Ulises, un perro ágil, fuerte y “hábil en seguir un rastro”, pero “ahora le abruman los males a causa de que su amo murió fuera de la patria y yace arrinconado sobre un montón de estiércol de mulos y vacas”. El momento en que Argos reconoce a Odiseo, después de 20 años de ausencia, y muere exánime, tipifica a otras vidas que se abandonaron o fueron envejeciendo entristecidas, como su padre Laertes, esperanzados en el regreso de Ulises.
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Parte de la estrategia de Odiseo cuando llega a su antiguo palacio es soportar sin responder los insultos y los golpes de los pretendientes. Antínoo le tira un escabel y le pega en el hombro derecho, pero Ulises “se mantiene firme como una roca”. No responde a la ofensa. Su actitud es semejante a la que, en su viaje hacia la mansión de Penélope, usó para responder a la patada en la cadera que le había dado el cabrero Melantio: “padecer el ultraje y contener la cólera en su corazón”. En cada una de esas ocasiones, aunque a Odiseo “se le ocurre acometer al agresor y quitarle la vida con el palo que llevaba, o levantarlo un poco y estrellarle la cabeza contra el suelo”, prefiere asumir la condición de forastero, de mendigo, de necesitado que debe soportar los insultos de los altaneros del camino o el desprecio de los soberbios pretendientes. El aguante y la contención de sus impulsos (tan parecidos a la firmeza en el mástil que mantuvo mientras escuchaba el canto seductor de las Sirenas) hace parte de su estrategia. El hombre de acción, el guerrero insigne de Troya, acude a lo contrario de sus atributos beligerantes: la quietud, el dominio y el refrenamiento de su fuerza.
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La persecución del mendigo Arneo a Odiseo y la posterior pelea que tienen es una forma de dilatar el relato para aumentar la tensión, el drama. El combate entre el verdadero mendigo y el mendigo disfrazado es también es una estrategia narrativa para darle la oportunidad a Ulises de azuzar o provocar a los pretendientes. De igual modo, el golpe que Odiseo le atizó a Arneo “en el cuello bajo la oreja y le partió los huesos por dentro”, preludia los otros golpes que les dará a los pretendientes; a ellos, también, les “cubrirá de sangre los morros y el pecho” y les hará “brotar sangre roja de su boca y se derrumbarán con gritos, y rechinarán los dientes mientras patalean con sus pies en el suelo”.
“Calla y nadie lo sepa”, le advierte Ulises a Euriclea, después de que ella descubre la cicatriz en su pierna, originada por el diente blanco de un jabalí. La criada que lo alimento y crio responde con una frase que tiene el mismo temple del Odiseo: “guardaré el secreto como una sólida piedra o como el hierro”. El disfraz de Ulises, por más de estar hecho con el don transformador de los poderes de Atenea, tiene una fisura a través de la cual puede verse su verdadera identidad: la cicatriz en la piel. Euriclea “toca con la mano esa cicatriz” e inmediatamente el “gozo y el dolor” invaden su corazón. Ulises logra simular de incógnito en su propia casa varias cosas: procedencia, fuerza, bienes y posesiones, intenciones verdaderas. Pero lo que no puede del todo camuflar está asociado a un dolor que desgarró la carne y, como si fuera una impronta, se estampó en su piel. Puede mentirle a Penélope: “fabulaba contando sus mentiras semejantes a verdades” pero no a su nodriza: “te aseguro que nunca vi a ninguno tan parecido a Odiseo, como tú te asemejas, en el cuerpo, la voz y los pies”. Euriclea lo reconoce, especialmente, por el tacto: “sí, de verdad tú eres Odiseo, querido hijo. Al principio no te reconocí, hasta tocarte del todo, mi señor”. Esa cicatriz de Ulises viene siendo como una marca de este hijo de Ítaca, como una enseña encarnada de la cual no es posible desprenderse y que, como se sabe, a medida que pasan los años, tiende a hacerse más notoria. Odiseo puede engatusar con sus palabras, fingir con sus atuendos, disimular sus actitudes; pero no puede borrar la cicatriz que lo hace único, esa encarnadura que relata una historia, esa profunda herida-señal que habla sin palabras de su identidad.
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En el canto XX se cuenta que Atenea, la permanente consejera y protectora de Odiseo, les infundió a los pretendientes “una risa inextinguible, y les perturbó la razón”. Ese estado “les trastornó el juicio”: “reían con risa forzada, devoraban sanguinolentas carnes, se les llenaron de lágrimas los ojos y su ánimo presagiaba el llanto”. Tal posesión hilarante y lacrimosa provocada por Atenea, es retratada y llevada a un sentido premonitorio por Teoclímeno, el augur refugiado por Telémaco en su nave cuando venía de vuelta a Ítaca. En la traducción de Fernando Gutiérrez, esto es lo que describe y anuncia el ornitomante: “¡Desdichados! ¿Qué mal padecéis? Noche oscura os envuelve la cabeza y el rostro y debajo de vuestras rodillas; los gemidos aumentan, las caras se bañan en lágrimas y de sangre se manchan los muros y los bellos areóstilos, y el vestíbulo y patio se llenan aquí con las sombras de los que hacia el Erebo sombrío se van, y en cielo se ha extinguido ya el sol y se extiende una lóbrega niebla”. La risa súbita acompañada de infinidad de lágrimas preludia que “viene sobre ellos la desgracia, de la cual no podrán huir ni librarse ninguno de los que en el palacio del divinal Odiseo insultaron a los hombres, maquinando inicuas acciones”. El mal que sufren sorpresivamente los pretendientes es dual: ríen interminablemente como si estuvieran en un banquete prolongado; pero, lloran a la vez, como si ese fuera su último festín. El augur entrevé que, la posesión que padecen, es el preámbulo a la pérdida de la luz de la razón y la entrada al mundo de las sombras del Hades.
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Las referencias a los pretendientes atraviesan los diferentes cantos de la Odisea. Desde el inicio, cuando Atenea le pide a Telémaco que los invite a dejar su casa, pasando por la confabulación de ellos para asesinar al hijo de Ulises; están presentes en las exhortaciones de Menelao y Alcínoo al igual que en los augurios premonitorios de su desgracia. Se hacen más vivos con el regreso de Telémaco, después de salir a buscar a su padre, y cobran toda su relevancia en el momento en que Odiseo, disfrazado de mendigo, los ve, los escucha y los increpa al regresar a su tierra patria. Los pretendientes son los permanentes antagonistas de Odiseo, pero la manera como Homero va acercando el momento de la pelea final es lo que le da suspenso y tensión a la historia. Ya desde el canto XVII, los pretendientes maltratan a Odiseo, lo humillan y se burlan de él. Antínoo, Eurímaco, Anfínomo, Agelao, Ctesipo… Son muchos. La narración, canto a canto, nos los va haciendo más visibles, conocemos de cerca sus comportamientos, su forma de hablar, su soberbia y su desfachatez en casa ajena. Y los oyentes o lectores de la Odisea, estamos como Telémaco, a la espera de que Ulises “les ponga la mano a los desvergonzados y procaces pretendientes”.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Euriclea madre, educadora y confidente es otro personaje de la Odisea.
Los recuerdos de la infancia
Euriclea fue la nodriza de Odiseo y Telémaco; además de amamantarlos, los arrulló con sus palabras y sus cantos; fue madre y educadora. Llegó a la familia siendo una adolescente, Loertes (el padre de Odiseo) pagó por ella 20 bueyes.
Euriclea es la primera en percibir la presencia de Odiseo; mientras lo bañaba sintió la cicatriz de la rodilla causada por el ataque de un jabalí; cómo no recordarlo, ella lo había recibido cuando llegó sangrando y curó con vino y aceite la herida del joven temerario y vulnerable. Ver y sentir esa cicatriz, era un fuerte recuerdo de la infancia de Odiseo, la marca de una experiencia de vida que después de tantos años le permitió experimentar la certeza del regreso con vida de su hijo amado.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Atenea siempre está al lado y del lado de Odiseo debe idear una estrategia para recuperar a la fiel Penélope: Otro caballo de Troya, pero en Ítaca.
Atenea ideaba maravillosos planes para lograr los objetivos de Odiseo como el Caballo de Troya que representó un recurso eficaz para el logro de la victoria de los griegos. Ese recurso se podía intentar en Ítaca para entrar al palacio, luchar contra un grupo armado de un centenar de pretendientes con sus criados y lograr el triunfo: recuperar a Penélope.
Atenea utilizó la misma estrategia de Troya, pero esta vez no sería la del caballo con un grupo de guerreros, sino la de un guerrero: Odiseo, transformado en un anciano harapiento, indefenso e inerme, que se introduce al palacio como un viejo al que miran, pero no ven y lo oyen, pero no lo escuchan; el anciano representa a un ser débil e incapaz de responder a los insultos y al maltrato. No era la estrategia del caballo de Troya sino la del viejo harapiento de Ítaca que logra franquear las puertas, y sorprender a los invasores.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. De acuerdo. Esta es otra estrategia del rico en recursos, del ingenioso, el astuto Odiseo.
Luis Carlos Villamil J dijo:
Apreciado Fernando:
El amor filial está presente en la obra de Homero.
El amor filial sólido e inquebrantable tiene un lugar importante en la obra de Homero. Laertes, Anticlea, Odiseo y Telémaco, representan a su manera ese sentimiento filial.
La escena del encuentro de Telémaco con su padre ausente está llena de ternura. No los conocía pues era todavía de brazos cuando Odiseo partió hacia la guerra; pero lo amaba y admiraba, conocía sus triunfos y hazañas. El abrazo emocionado y las abundantes lágrimas enmarcan un sentimiento compartido de amor filial y tal vez de venganza ante el tormentoso asedio de los pretendientes de Penélope.
En su descenso al inframundo, se sorprendió por la muerte de su madre, el espíritu de Anticlea le narró las circunstancias de su muerte; no había resistido la tristeza de la ausencia, murió en la desesperanza por la supuesta pérdida del hijo amado. Se enteró también que Loertes, estaba vivo, atormentado por la desaparición de su hijo, se resignó al destierro voluntario en el campo; durante el invierno dormía con los esclavos y en el verano abrigado por las hojas caídas. El dolor de la ausencia de Anticlea, la incertidumbre por la suerte de su hijo y el desgaste de la vejez le hacían implorar ante Odiseo el favor de la muerte.
Para Homero no solo los dioses amaban a sus hijos, el amor filial era sólido e inquebrantable en la familia de Odiseo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Bien parece que lo más doloroso, cuando se tiene corazón de aventurero, es dejar abandono a sus hijos. Por eso resulta tan conmovedor el reencuentro entre Odiseo y Telémaco: el primero pensaba que nunca volvería a ver a sus hijo; el segundo, creía que su padre ya estaba muerto.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Estamos asistiendo a aventura de los reencuentos felices de Odiseo con Eumeo, Telémaco, y Penélope. La mujer dependiente caracterizaba la cultura imperante.
El amor de Penélope y el devenir de Odiseo
En Ítaca presentían que el héroe de Troya había desaparecido. Penélope había resistido veinte años el acoso de más de 100 pretendientes que con sus criados consumían los animales y deteriorado la hacienda de Odiseo.
La mujer de ese entonces, desde el nacimiento estaba bajo la tutela del hombre; no podía elegir marido, esa labor era potestativa del padre, el tío o el tutor; después del matrimonio dependía completamente del marido. Por lo anterior, los pretendientes sugirieron que Penélope regresara a la casa de su padre para que este le escogiese un esposo, pero Penélope abrigaba la esperanza del retorno, buscaba disculpas y evasivas, pasó muchos días tejiendo y destejiendo una mortaja.
Durante el retorno Odiseo superó muchos obstáculos, privaciones y decepciones; pero también disfrutó del amor de Calipso la bella entre los dioses y el de Cirse la hechicera seductora. Luego de su naufragio cuando llegó a Esceria, se sintió atraído por la bella Nausícaa hija de los reyes Alcínoo y Arete, quienes la ofrecieron en matrimonio. Pero dos décadas de guerras y aventuras eran suficientes en la vida aventurera de un guerrero, el anhelo por la paz y el afecto en el terruño eran su meta. En el regreso a Ítaca primará el logro del reencuentro y la familia reconstruida sobre el caos del engaño y el dolor de la separación.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Idas y retornos, físicos y espirituales; despedidas y reencuentros: Odisea.