El modo como Homero nos acerca al Hades empieza en el “confín del océano profundo”, se adentra luego en la descripción del país de los cimerios, hombres “envueltos en tinieblas y nubes” y a los que “jamás el sol ardiente los contempla bajo sus rayos”, para luego entrar en una zona de libaciones que, con la sangre de las reses degolladas, abre las puertas subterráneas del Érebo para que surja una multitud de almas en un “clamor horroroso”. Homero va de la claridad a la sombra y de la penumbra a la obscuridad; únicamente la quema de las reses sacrificadas ilumina la escena.
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El interrogatorio es doble en el Hades: Odiseo pregunta por sus allegados y amigos, y los muertos por las personas queridas que siguen vivas. Aquiles y Agamenón preguntan por sus hijos; Ulises indaga por su madre, por su esposa y por Telémaco. Anticlea, la madre de Odiseo, pregunta por cosas que, desde su muerte, no sabe: “¿acaso vienes ahora de Troya errando hasta aquí durante mucho tiempo con tu nave y tus compañeros? ¿Aún no has llegado a Ítaca ni viste en tu hogar a tu esposa?” Y Ulises inquiere por la causa del fallecimiento de su progenitora: “¿Qué destino de lamentable muerte te sometió? ¿Una larga enfermedad, o la flechera Ártemis te mató asaeteándote con suaves dardos?” Unos y otros ignoran la suerte de los de su contraparte. El único que no habla ni responde a las preguntas de Odiseo, es Ayax, porque el rencor lo sigue carcomiendo aún en el Hades. Esta dinámica de preguntar por los “ausentes”, tan típica de los que se encuentran después de un largo tiempo (hace diez años que Odiseo partió hacia la guerra de Troya, y otros tantos se van a cumplir para retornar a su Ítaca), además de otorgarle al diálogo un tono cercano al de la conversación familiar, hace que sea menos escabroso o fantástico el estar allí en el reino de Hades y Perséfone. Las almas de los muertos reconocen a Odiseo según el tipo de trato que tuvieron con él y, en esa misma proporción, Ulises recuerda los vínculos, las hazañas o los eventos compartidos con aquellos difuntos. Para que eso sea posible, para que sean audibles dichas voces, es necesario que beban la negra sangre de las reses degolladas derramada en un hoyo, la cual divide la fila de las almas de los muertos de la presencia de Odiseo y sus compañeros.
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En algunas ocasiones el vaticinio de una diosa o un augur es en realidad la narración del suceso que va a pasar después. Ese es el caso del encuentro de Ulises con la Sirenas. Circe cuenta con qué se va a encontrar Odiseo, cuál es el efecto de oír las voces y el canto de aquellas mujeres pájaro y qué debe hacer Ulises para escucharlas y evitar el desenlace mortal. Lo que sucede después es la descripción de tal vaticinio, pero está contado de manera rápida y sin mayores datos adicionales. Esta técnica de Homero de anticipar el futuro no solo invita a seguir escuchando la historia, sino a constatar si lo presagiado se cumple a cabalidad, a detallar las reacciones del héroe ante tales eventos, a sentir compasión o piedad por lo que se avecina. Los oyentes o lectores de esta historia, entonces, asumen el papel de dioses que observan cómo Odiseo y su tripulación van hacia el cumplimiento de su destino.
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Odiseo es un gran narrador, según Alcínoo: “tú das belleza a las palabras, tienes excelente ingenio e hiciste la narración con tanta habilidad como un aedo”; Ulises “cuenta con precisión”. Homero pone en la boca de Odiseo la habilidad de saber cortar el relato en un momento crucial o de gran intriga para despertar un mayor interés: “hay un tiempo de largos relatos y también un tiempo para el sueño”. Al interrumpir de pronto la narración, al matizar la descripción de las diversas ánimas del Hades que van desfilando con pequeñas historias como la de Tántalo o Sísifo, es un modo de incitar al oyente a escuchar otras historias semejantes. Alcínoo, Arete su esposa, y toda la concurrencia están presos de la magia del narrador, al punto de pedirle que retrase su partida. La solicitud del rey de los feacios a Odiseo es la mejor prueba de que Homero ha logrado su cometido: “La noche es muy larga, inmensa, y aún no llega la hora de recogerse en palacio. Cuéntame prodigiosas hazañas. Que yo puedo aguantar hasta la divina aurora, siempre que tú quisieras seguir relatando en esta sala tus aventuras”.
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Contrasta en la Odisea los reiterados juramentos violados fácilmente por los compañeros de Ulises y los juramentos firmemente cumplidos por parte de los dioses. Euríloco y Circe, pueden servir de ejemplo: el primero, mientras tenga alimentos a la mano y se siente no amenazado, parece cumplirle la promesa a Odiseo de no tocar el ganado de Apolo; pero apenas las urgencias del hambre o el temor lo agobian, incita u ofrece “maliciosos consejos” a los compañeros de viaje: “todas las muertes son odiosas para los infelices mortales, pero lo más penoso es sucumbir y perder la vida por hambre. Así que, adelante, cojamos las mejores vacas de Helios y sacrifiquémoslas a los dioses que habitan el Olimpo”. El juramento de no dar muerte a ninguna vaca o cordero es violado con facilidad. En el caso de Circe, es todo lo contrario. Ella accede a hacer “el gran juramento de los dioses” y, en consecuencia, se mantiene firme en su promesa de “no tramar contra él ningún maleficio”. Por el contrario, sus vaticinios le dan a Ulises pistas claves para bajar seguro al Hades y salir indemne del encuentro con las Sirenas o del escollo resguardado por las temibles Escila y Caribdis. Y por violar esos juramentos es que se desata la enemistad de los dioses o, lo más grave, se padece el castigo del “rayo ardiente” de la ira de Zeus.
La gran astucia de Odiseo se mide en el momento en que debe pasar entre Escila y Caribdis; esos dos monstruos representan la situación de encrucijada entre dos peligros o entre dos opciones igualmente adversas. Y si bien Circe le había vaticinado lo que se iba a encontrar, además de indicarle algunos consejos salvadores, no podía ayudar del todo a Ulises para sortear este obstáculo porque según ella: “debes decidirlo tú mismo en tu ánimo”. ¿Cómo lo logra? En principio, advirtiendo a su timonel donde está la mayor amenaza, antes de que las olas “lo lleven a la ruina”; Odiseo es atrevido, pero también se anticipa al contragolpe, es excesivamente precavido. En segunda medida, observando de frente al monstruo, mirando a todos los sitios posibles, “así no pueda verlo en parte alguna”; Ulises en un insigne atisbador de lo brumoso. En tercera instancia, mostrando valentía ante sus compañeros, animándolos a enfrentar el miedo a morir; Odiseo arenga a la par que contagia con su ejemplo temerario. Por lo demás, toma las experiencias pasadas como un motivo inspirador para afrontar la situación actual: “¡Amigos! No somos novatos en padecer desgracias y la que se nos presenta no es mayor que la sufrida cuando el Cíclope, valiéndose de su poderosa fuerza, nos encerró en la excavada gruta. Pero de allí nos escapamos por mi valor, mi decisión y prudencia, como me figuro que todos recordaréis”. Odiseo es un hábil estratega para salir airoso de las encrucijadas; las tres virtudes que le sirven de escudo y protección merecen subrayarse, porque sintetizan bien el carácter de este héroe hijo de Laertes y Anticlea: “valor, decisión y prudencia”.
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Atenea, la astuta en transformaciones, justo después de llegar a Ítaca convierte a Odiseo en un anciano. La deidad de los brillantes ojos provoca en Ulises un cambio en el que se condensa la transferencia suprema de los dones de la divinidad: “voy a hacerte incognoscible para todos los mortales: arrugaré el hermoso cutis de tus ágiles miembros, raeré de tu cabeza los blondos cabellos, te pondré unos harapos que causen horror al que te vea y haré sarnosos tus ojos, antes tan lindos, para que les parezcas un ser despreciable a todos los pretendientes y a la esposa y al hijo que dejaste en tu palacio”. Esta estrategia de simulación, tramada entre la protectora y el pupilo, entre dos “peritos en astucias”, (“porque tú eres con mucho el mejor de todos los humanos en ingenio y palabras, y yo entre todos los dioses tengo fama por mi astucia y mis mañas”) no solo es un recurso para constatar y poner a prueba la fidelidad de la intachable Penélope, sino un medio de conocer de primera mano a los enemigos y hacer un reconocimiento del lugar. Odiseo y Atenea conciben el plan como genuinos estrategas. Ahora es Ulises el que, disfrazado de anciano, entra como el caballo de Troya a su propio palacio. El objetivo es “enterarse antes e informarse”, minar desde “adentro” a los pretendientes que “devoran su hacienda”, se “sienten dueños de su hogar” y asedian a su esposa con propuestas agobiantes. La astucia mayor de Odiseo, aprendida de Atenea, es mimetizarse según la conveniencia o la necesidad, “hacerse semejante a cualquiera”.
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Odiseo llega dormido a Ítaca; el sueño es como un puente; un recurso para pasar de un espacio a otro, de una situación positiva a una negativa, de un evento controlado a otro en el que impera el desorden o el peligro. Cuando Odiseo duerme, las promesas de la tripulación se incumplen; cuando Odiseo duerme, Euríloco desata los vientos de Eolo, trayendo con ello la imposibilidad de regresar a la patria; cuando Odiseo duerme, se le revelan presagios y recursos para salir victorioso en un futuro peligro. El sueño lo exime de responsabilidades ante los dioses y el sueño le ofrece un medio de acceder a otra dimensión temporal. Los dioses o el cansancio llevan a Odiseo a entrar en “un sueño profundo, suave, dulcísimo, muy semejante a la muerte”. En algún sentido, a través de los sueños Ulises se “libra de carnes y huesos” para que su alma pueda seguir viajando sin temores ni tropiezos.
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La mejor forma de comprobar el agradecimiento de alguien por otra persona es oírla como habla de ella cuando está ausente. Tal es el caso de Eumeo, el porquerizo de Odiseo. Todas las palabras que dice de su señor, están llenas de una profunda gratitud y todos sus deseos, sus ruegos a los dioses, son para que esté bien, salga ileso de sus dificultades y, si sigue vivo, llegue cuanto antes a su querida patria para castigar a los soberbios pretendientes. Eumeo es un guardián de la hacienda de Ulises, de sus cuantiosas posesiones, (“yo guardo y protejo estas marranas”) pero de igual manera es un custodio de su memoria, de su nombre, de su prestigio honroso y digno de alabanza (“ya no hallaré un amo tan benévolo en ningún lugar a que me encamine”; “aún en su ausencia, siento respeto al nombrarlo, pues mucho me quería y me apreciaba en su ánimo”). Independientemente de quien llegue a la humilde vivienda, el porquerizo le habla con elogiosas palabras de su señor, del “hermano del alma” que está lejos. Y otra manera de mostrar gratitud, de enaltecer la memoria de Odiseo, es atender a un viejo harapiento como si fuera un rey, como si se tratara del mismo amo que Eumeo aún no reconoce: “traed el mejor de los puercos para que lo sacrifique en honra de este forastero venido de lejanas tierras”. Las palabras y los gestos de gratitud son hitos de memoria, recursos de los agradecidos para que no desaparezca el nombre, el prestigio, las hazañas de quien los acogió, los protegió o los trató de manera digna y generosa. La Odisea nos muestra que el héroe vive por los agradecidos y leales y por los relatos de quienes testimonian sus maravillosas aventuras.
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En los primeros cantos de la Odisea, Telémaco va en la búsqueda de su padre ausente; en tanto Ulises, desde el canto V, intenta por todos los medios regresar a Ítaca, donde están Penélope y su hijo. Y si al inicio era Telémaco el que esperaba su padre, después es Odiseo, disfrazado de anciano harapiento, el que espera a Telémaco en las porquerizas cuidadas por Eumeo. El canto XV es como un lugar bisagra entre estos dos movimientos de espera y de búsqueda, de partidas y retornos encontrados. Homero debe usar, entonces, un conector entre esos dos viajeros, un amarre verbal que sigue siendo el puente entre dos tiempos de una misma aventura: “mientras tanto”. Este conector temporal es un modo de dejar en suspenso una acción para darnos información de otra que sucede en otro espacio. Es decir, mientras Telémaco regresa con premura a su casa porque Atenea lo ha persuadido de que los pretendientes pueden “repartir sus bienes” y los padres de Penélope la están “exhortando a que contraiga matrimonio con Eurímaco; en Ítaca, Odiseo está como huésped, esperando a su propio hijo quien, según Eumeo: “le dará un manto y una túnica para revestirse y lo conducirá a donde el corazón y su ánimo prefieran”. Usando este recurso el narrador cuenta a la vez los acontecimientos de dos incidentes diferentes y nos hace partícipes de dos acontecimientos o dos ambientes al mismo tiempo. Por supuesto, este recurso incita y preludia el futuro encuentro.
Adriana Goyes Morán dijo:
Apreciado Fernando, quisiera detenerme en la tensión que se genera entre los dioses y los humanos por ganar o no perder la honra y el respeto de los humanos, a propósito del comentario que hace con relación a los juramentos cumplidos y violados entre dioses y humanos. Me parece que la tensión se produce porque aflora la compasión entre humanos – de los feacios a Odiseo – y persiste el “miedo” ante la furia de los Dioses. Es evidente en el canto trece: por un lado, Poseidón quiere castigar a quienes ayudan a Odiseo porque siente que pasaron por “encima de él” – lo cual es una ofensa para los dioses -, pero no lo hace sin el permiso de Zeus quien le reitera que nadie puede tener más poder que ellos y aprueba la venganza.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Adriana, gracias por tu comentario.
Diana M. Ocampo V. dijo:
En el regreso de Odiseo, le es requerido bajar al inframundo y se encuentra con el adivino Tiresias, comunicándole que su viaje de regreso a Ítaca va a terminar siendo muy complicado, pero que logrará volver. Por otro lado, Anticlea, la madre de él, muere esperando a su hijo.
En este mismo lugar, él tendría un encuentro con el espíritu de los muertos, donde con gran asombro, se encuentra con su madre, entablando con ella un dialogo donde Odiseo pregunta, que fue lo que la hiso morir en esa circunstancia extraordinaria de la aterradora muerte?, que no fue por enfermedad alguna, sino por la tristeza, amargura, falta de cuidados, apoyo y soledad, por los años de abandono hacia ella, estas faltas y manifestaciones, como el querer abrazarle en múltiples ocasiones y de la misma forma se movía sin dejar tomarse para él poderse expresar; creo en Odiseo un cargo de conciencia por los años de su ausencia, sin recibir afecto, cuidados, ni ternura, privándose siempre de la dulce vida.
Retomando a su mundo terrenal emprende su viaje de regreso y termina embarcando en la isla del sol, gobernada por el Dios Helios, encontrando en ella las vacas mágicas de las cuales se les había advertido que no las injirieran, a lo cual todos ellos no hicieron caso y se las comieron, todos exceptuando a Odiseo lo cual despertó la furia de Helios, mandándoles así un fuerte tornado el cual mato a todos, menos a Odiseo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Diana, gracias por tu comentario.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
La profanación de Trinacria
El desembarco profano en la isla de las hijas del Sol marcó una tempestuosa relación entre Odiseo, su tripulación y las deidades del Olimpo. Despertar la ira de los dioses traería consecuencias lamentables para los expedicionarios. La enemistad de Neptuno era constante pero ahora se exponían a las consecuencias de la ira del dios Sol y al rayo poderoso de Zeus. El Olimpo estaba en su contra.
A pesar de las advertencias de Tiresias y las sabias admoniciones de Cirse sobre la sacralidad de la isla de los tres promontorios, la frágil disciplina de la tripulación se fracturó ante el discurso tendencioso pero convincente de Eurícolo, el segundo al mando, quien incitó a los marinos a desafiar el poderío de los dioses proclamando la licitud de la inmolación de inmortales en honor al dios Sol; el espíritu depredador y el goce de la sangre derramada eliminó el temor a los dioses y fracturó el respeto por las estructuras de mando al desconocer el merecido liderazgo de Odiseo.
Trinacria era la utopía terrena de Faetusa y Lampetia, las hijas de Helios, el dios Sol; las deidades vivían en un paraíso eterno de vacas de retorcidos cuernos y lindas ovejas que no se reproducían, pero tampoco morían, eran animales divinos. Ante el sacrificio profano de los animales, Lampetia clamó justicia, la utopía de Trinacria había sido profanada; la tripulación debía ser castigada con la muerte y la destrucción del navío.
La acción silenciosa de Atenea protegió la vida del héroe de Troya. La profanación del paraíso de las hijas del sol marcó el destino de Odiseo. No tendría una llegada gloriosa a Ítaca, los dioses lo privaron de la emoción de la visión lejana del terruño, también de la experiencia placentera de bajar las velas, anclar la nave y entrar como héroe a su patria querida. Fue un regreso anónimo, con el apoyo de los feacios, el héroe de la guerra de Troya llegó a Ítaca vencido por el sueño, despertó en un bello lugar, sin saber que estaba en el terruño amado.
En la clandestinidad y en el cuerpo de un decrépito anciano al que miran, pero no ven y al que oyen, pero no escuchan, Odiseo comenzó una aventura definitiva; la diosa de los hermosos ojos lo ubicó en la nueva realidad, le facilitó el encuentro con Telémaco y tazó una estrategia para vencer a los ambiciosos pretendientes y volver a los brazos de la fiel Penélope.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Valiosas tus observaciones; añadiría una cosa: el gran peligro que trajo el sacrificio del ganado del Sol fue la amenaza que Helios le hizo a Zeus de alumbrar el Hades. Tal advertencia es lo que lleva al dios de dioses a hacer naufragar la nave de Odiseo.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Odiseo necesitaba el oráculo de Tiresias, la incertidumbre lo agobiaba, debía decender al mundo de los muertos.
El encuentro con los muertos
El viaje al inframundo no era un asunto de mortales, la protección de los dioses era imprescindible. Cirse le había pronosticado el retorno a Ítaca, pero después de recorrer la tierra donde no brilla el sol y prima la noche eterna. Odiseo necesitaba certezas, consultar el alma del tebano Tercias, rey y adivino ciego, para conocer la realidad de Ítaca, habían pasado muchos años y la incertidumbre lo agobiaba.
Para llegar al inframundo era necesaria una detallada carta de navegación; la morada de Hades dios de los muertos era inalcanzable para los vivos, pero Cirse lo tenía previsto; el soplo de Boreas dios del frio viento del norte impulsaría la nave de Odiseo; para encontrar la entrada al inframundo, debía llegar a la roca situada donde confluían dos ríos, el Periflegetón y el Cocito.
El encuentro con los muertos requería un sangriento ritual que consistía en cavar un hoyo para llenarlo con la sangre de los animales sacrificados y realizar tres libaciones, la primera de aguamiel, la segunda de vino y la tercera de agua; Solo así los muertos aparecerían. Se sorprendió al encontrar a Anticlea su madre, tres veces trató de abrazarla y tres veces voló de sus brazos.
Cuando Tiresias se presentó, Odiseo sintió que había logrado su objetivo, el oráculo ciego le advirtió sobre los rencores de Neptuno, los peligros que debía enfrentar y la penosa situación de la fiel Penélope, asediada por jóvenes y ambiciosos pretendientes. Tiresias insistió en la necesidad de aplacar la furia de Neptuno con abundantes sacrificios y sagradas hecatombes.
Odiseo llegaría a viejo en su amado terruño; tras la arriesgada aventura había comprobado que los muertos sabían más que los vivos; los podía ver, pero no tocar, porque el fuego había consumido los nervios y los músculos, eran solo alma y volaban como un sueño. Tal vez su experiencia en el inframundo no fue un encuentro sino un desencuentro.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Qué buena descripción del encuentro de Odiseo con los muertos. Me sigue sorprendiendo ese doble interrogatorio; porque no es solo Ulises el que pregunta, sino las almas angustiadas por saber la suerte de los vivos que dejaron, de las personas amadas. Y me parece aún más conmovedor ver las fila de esos muertos esperando su turno para beber la sangre y lograr decir “su verdad”.
Luis Carlos Villamil J dijo:
Apreciado Fernando:
La aventura que nos propones estará tutelada por las pasiones de la tripulación, los errores de Odiseo; el influjo de los dioses y la intervención de Circe.
La lejana visión del terruño desconcertó a los viajeros de Homero. La dirección y la supervisión del equipo colapsaron. Luego de 10 días lograron el anhelo del regreso, divisaron el terruño.
Odiseo había mantenido el control del timón, pero el estupor de la llegada a Ítaca descontroló al equipo. El líder cayó vencido por la fatiga y el sueño; la tripulación por la ambición del tesoro que imaginaban estaba contenido en el regalo que magnánimo Éolo Hipótada había dado a Odiseo; cuando los marineros inspeccionaron el odre desataron una fuerte tempestad que los alejó de la meta y los dirigió hacia los nuevos desafíos de otra arriesgada aventura; debían recomenzar.
Odiseo reiteró que un líder no podía bajar la guardia;entendió que la cuidadosa dirección y el control estricto del equipo serían vitales para superar la incertidumbre de lo desconocido y corregir el rumbo tras un largo y accidentado retorno.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. A veces en en el fondo de un regalo está inscrita la tragedia. Algunos dones requieren de un especial cuidado para abrirse y, otros, deben permanecer cerrados y alejados de la curiosidad.