«La carta de Katie» del pintor inglés Haynes King.

La escritura, quien prefiere la soledad y el aislamiento, y que muy contadas veces le gusta dar entrevistas, aceptó este diálogo, pero con la condición de que le enviara previamente el cuestionario. Aunque prefería una conversación en directo, repleta del calor y la vivacidad, decidí enviarle el listado de preguntas confiado en que al contestarlas se animara a hablar después cara a cara. Pasados unos días recibí en un sobre manila las respuestas pasadas a máquina, escritas en un papel crema poco común. Noté que varias líneas habían sido corregidas a mano, con una tinta sepia. Transcribo toda la entrevista por la riqueza de aspectos que comenta y por ser el testimonio de alguien dedicada largo tiempo a este oficio.

Para comenzar, ¿cómo entiende o qué es para usted la escritura?

Esta es una pregunta que ameritaría muchas páginas para responderla en profundidad. Sin embargo, para no parecer que eludo dar una respuesta, diría que la escritura es una de las grandes invenciones de la humanidad, un modo de comunicación lo suficientemente abstracto como para trascender el tiempo y el espacio. La escritura es también, al decir de Walter Ong, una tecnología de la mente, y por eso requiere aprendizajes específicos y un adiestramiento que puede llevar muchos años. Pero, además, la escritura es un recurso poderoso para ayudar a nuestra frágil memoria, una modalidad de registrar lo acaecido y de romperle el espinazo al olvido, a la desmemoria. O para decirlo, en términos más filosóficos, la escritura es una invención del hombre para trascender la finitud, para sortear la inevitable muerte.

¿Cuál es la relación de la escritura con el desarrollo del pensamiento?

Gracias a la escritura la mente puede reconocerse o volver sobre sí para descubrir su modo de proceder. La escritura afianzó y desarrolló nuestra capacidad para el análisis. Cuando escribimos tenemos la posibilidad de “percibir” el discurrir de nuestras ideas, sus aciertos o falencias, su consistencia o sus flagrantes contradicciones. El hábito de escribir contribuye a hacer más lógicos nuestros razonamientos, más precisa nuestra capacidad de argumentar, más ordenado el palpitar emocional de nuestras opiniones. La escritura es un yunque mediante el cual el pensamiento se caldea, halla su temple y afina sus potencialidades abstractas, metódicas, críticas y creativas.

¿El escritor nace, se hace?

Puede que una persona tenga cierta disposición o un abanico de aptitudes para la invención o la facilidad expresiva, pero si no aprende la técnica de escribir será muy difícil que adquiera algún dominio. Esa técnica comprende muchas cosas, desde aspectos gramaticales hasta otros más complejos, aquellos relacionados con la organización de las ideas, la cohesión entre las mismas y la composición de un texto. Por eso quienes asocian escribir con redactar, desconocen o dejan de lado otros asuntos igualmente importantes: la producción de las ideas, la corrección y la prefiguración de un lector. En realidad, la escritura comprende tres grandes fases o momentos: la preescritura, que corresponde a la generación y organización de las ideas; la redacción, que cobija el dominio de las palabras y su sintaxis; y la posescritura, más centrada en la corrección y el ajuste con un tipo de público. Tal vez por habernos enfocado demasiado en la redacción hemos reducido la escritura al seguimiento de reglas o a no cometer errores gramaticales; pero no es así. Como bien se sabe hoy, muchas de las fallas en la escritura están asociadas a la falta de planeación, a la carencia de rumia en las ideas y a una flojera para enmendar y mejorar lo que a todas luces no es sino un primer borrador. Así que deberíamos, para recoger un consejo de los escritores expertos, dedicar más tiempo a pensar en lo que vamos a decir, antes de ponernos a redactar lo primero que se nos ocurra.

¿Para escribir se necesita inspiración?

Si por inspiración entendemos tener la mano preparada para escribir, diría que sí; pero, si, por el contrario, asociamos la inspiración con alguna fuerza divina que ilumina o dicta lo que vamos a pergeñar en una página, le contestaría que no. La escritura es una labor artesanal, un oficio del cuerpo y de la mente; entonces, de nada sirve esperar la ayuda de fuerzas extraordinarias cuando no tenemos un trato frecuente con estos veintisiete signos y su combinatoria. Por supuesto que hay momentos en que, cuando uno está conectado con la escritura, vienen imágenes, recuerdos, asociaciones diversas, que entran súbitamente al proceso de escribir y de las cuales no podemos decir con certeza su procedencia. Aunque no creo que puedan asociarse con una Musa, en el sentido tradicional del término. La mayoría de las veces lo que llamamos inspiración no es sino el cúmulo de experiencias potenciadas por la fuerza de la imaginación que forman un caldo de cultivo en nuestra memoria y es la base del proceso creativo de escribir.

¿Cuáles son las mayores dificultades al momento de escribir?

Las dificultades son diversas y dependen de la personalidad del escritor. De igual modo, esos escollos cambian o surgen otros en la medida en que llevamos más tiempo escribiendo. Una de las dificultades, es la falta de hábito de escribir; de disciplinar el cuerpo para que afronte el reto de la página en blanco, de dedicar largas horas a tratar de redactar un buen párrafo o de emplear una cantidad de tiempo corrigiendo unas cuantas páginas. Otro impedimento son las mismas palabras. La falta de una riqueza verbal, el limitado vocabulario o el descuido por la variedad de acepciones de un término, frustran nuestro deseo de darle un buen vestido léxico a una idea o una historia. Cabría mencionar una dificultad más: me refiero a la de no tener mucho que decir o contar, a un pobre caudal experiencial realmente significativo o, dicho de otra forma, a una limitada capacidad para idear mundos posibles con palabras, a una constreñida facultad imaginativa.

Y si hay un goce al escribir, ¿podría describírnoslo?

Por extraño que parezca, a pesar del reto intelectual y psicológico que significa escribir, provoca también un goce especial. De una parte, porque, seguramente, es la concreción de una pasión personal o la realización de una vocación íntima alimentada por lecturas y admiración de autores considerados maestros de la escritura.  Y está de igual modo, el goce que produce crear, de construir algo nuevo con la guía de nuestra mente y el poder mediador de las palabras. Esta tarea de ser artífices es muy reconfortante para el espíritu pues, de alguna manera, permite sentir la alegría de legar algo a los demás, de extender nuestras ideas a otras personas, de otras latitudes y en diferente tiempo.

¿Por qué es tan importante escribir algunas líneas todos los días? ¿Cuál es el valor de adquirir ese hábito?

El hábito de escribir es importante para aprender y dominar las técnicas del oficio, para mantener en tensión el desarrollo de una idea, para establecer una familiaridad con la materia prima del escritor. El hábito supone la fuerza de voluntad para sentarse a escribir durante algunas horas, sin divagaciones o dispersos atendiendo otros asuntos. No hay que olvidar que se escribe con el cuerpo y, en esa medida, necesita ejercitárselo para adquirir fuerza y resistencia al momento de escribir. Desde luego, el hábito mismo, cuando ya ha sido adquirido, genera otra cosa: se convierte en una necesidad, en un reclamo de nuestro ser para que se lo alimente con algunas líneas cada día.

¿Qué sucede cuando hay bloqueos al escribir, así se cuente con el hábito?

Los bloqueos del escritor pueden originarse por varios motivos. La mayoría de las veces es porque la creación necesita tiempo para hibernar o sedimentarse. Esos períodos son como la maduración que requieren ciertos licores para lograr su mejor fermentación o su destilado ideal. En este sentido, este tipo de bloqueos se solucionan dejando que la idea pase por sus diferentes estadios de conformación. A veces los bloqueos nacen del cansancio o de la insistencia tozuda en un planteamiento; en este caso, lo aconsejable es cambiar de actividad o salir a caminar para airear la mente y tomar distancia de lo que estamos escribiendo. Puede ser que los bloqueos provengan de la tipología textual en la que estamos trabajando, que no nos sea tan familiar o necesitemos conocer más elementos de sus particularidades para dominarla. Y hay también otros bloqueos que corresponden a la zona sentimental o afectiva del escritor, a los problemas por los que esté pasando, a los incidentes críticos que afectan su producción escrita. Estos últimos bloqueos son tan largos como inciertos porque impactan la estabilidad psicológica y anímica de quien escribe.

¿La escuela sí enseña a escribir?

Sí, en la medida en que familiariza a los estudiantes con algunos aspectos de la redacción. Desde luego, unas instituciones educativas logran mejores resultados que otras. Pero, si entendemos la escritura como la confluencia de los tres momentos que he mencionado antes, diría que la escuela está en deuda. Faltan didácticas específicas para las diversas tipologías textuales: que los maestros enseñen a escribir textos expositivos-informativos, narrativos o argumentativos; que dejen el generalismo instruccional y se centren en la enseñanza de tipos particulares de texto: un ensayo, un informe, una reseña, un cuento, un comentario, un poema, un artículo, una crónica… para mencionar algunos ejemplos. Y esto supone adentrarse en las minucias de poder diferenciar y entender los fines, los medios y la estructura de cada uno de estas manifestaciones de la escritura. Habría que agregar que la escuela necesita profundizar más en las lógicas de la composición escrita y para ello no son suficientes las reglas de herencia gramatical, sino que habría que incorporar los testimonios de escritores dedicados al oficio, a artistas o autores expertos en esto de crear mundos con lenguaje escrito. Aquí los aportes de la literatura resultan fundamentales para una didáctica de la escritura. Y no digo para formar escritores de ficción, sino para aprender de los grandes escritores cómo construyen, como corrigen, como usan las palabras, qué dudas se plantean, qué consejos dan a los noveles escritores; en fin, son ellos otras fuentes importantísimas en esto de aprender a escribir.

¿Qué pueden aportarnos para la enseñanza de la escritura lo que opinan los escritores consagrados al oficio?

Necesitaría un largo espacio para compartirle la cantidad de consejos de los escritores consagrados al oficio que podrían usarse en la enseñanza de la escritura. Sin embargo, voy a referirme a tres de ellos. El primero, y del cual hablan con insistencia los escritores, es el de la corrección. Ya se trate de novelistas, ensayistas, poetas o cuentistas, todos mencionan este punto como algo esencial en el logro de un texto de calidad. Corregir a mano, corregir con diferentes colores, corregir en las márgenes, corregir algo anterior mientras se trabaja en otra cosa; Octavio Paz, Julio Cortázar, Mempo Giardinelli, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso, Marguerite Yourcenar, Gabriel García Márquez, para sólo mencionar algunos nombres, declaran la importancia de la corrección y la tarea valiosa de revisar con ojo crítico el texto que estamos escribiendo. Este punto me parece clave para aplicarlo al aula: más que “entregas finales” sin tachaduras o correcciones, los maestros debemos esforzarnos en enseñar durante el proceso de escribir el valor de la corrección, es decir, darle relevancia a la etapa de la posescritura. Un segundo consejo es el de someter lo que escribimos a un tamizaje o destilación permanente; los escritores hablan de versiones. Edward Albee, José Donoso, Raymond Chandler, Carlos Fuentes, Susan Sontag, son ejemplos de este otro recurso de los consagrados al oficio de escribir. La idea es entender que el primer texto que redactamos necesita pasar por diversas cribas si pretende alcanzar precisión semántica, una estructura coherente y un buen tono comunicativo. Me parece que también esta estrategia podría trasladarse al campo educativo; el uso de portafolios, en los que se lleva un registro y una reflexión de los diferentes borradores que se van produciendo, es un recurso ideal para este fin. Agregaría una enseñanza más de los que han dedicado su vida a escribir. Me refiero a la lectura constante de obra de autores clásicos o de aquellos que han logrado un dominio en determinado género literario o tipología textual; se trata de “leerlos con lápiz y papel” para ver cómo construyen y elaboran sus obras, de leerlos con cuidado para aprender sus formas de composición, sus técnicas de zurcido de la prosa o su manera de resolver un problema narrativo. Roberto Bolaño, Truman Capote, Sergio Pitol, Juan Rulfo, George Steiner, Ricardo Piglia, Alejo Carpentier, sirven de ilustración de este consejo cuando se está escribiendo. La lectura atenta de estas obras hace las veces de modelaje, de contagio positivo, de ritmo de fondo o paisaje semántico para la propia producción. Salta a la vista que el recurso de leer, antes o durante el proceso de escribir, podría llevarse al aula; pero, en este caso, se requiere el buen tino del maestro para saber elegir qué obras o autores son los apropiados o de qué manera el plan lector de una institución contribuye de manera intencionada a enriquecer ese capital escritural.

¿Escribir es pasar el habla a unas grafías, es una traducción del lenguaje oral?

Son procesos diferentes, tanto en su origen como en su configuración. La oralidad se aprende con la crianza y la socialización; la escritura presupone un aprendizaje que demanda esfuerzo, dominio de técnicas y la incorporación de un saber que no es natural o espontáneo. La oralidad se apoya en el gesto y la entonación; la escritura no posee esas ayudas. Tal vez por eso, uno de los errores más comunes de quien empieza a escribir es suponer que basta escribir como habla; pero las redundancias, la falta de subordinación entres las ideas, la confusión en los planteamientos, todo ello muestra que, para escribir, la oralidad necesita pasarse por unos cedazos, por una destilación que vuelve lo concreto abstracto y lo acumulativo en subordinado.

 ¿Hay fuentes especializadas para aprender a escribir?

Por supuesto que sí. Pero debo advertir que esas obras no son respuestas estandarizadas o ayudas infalibles; más bien son pistas, recursos, material de apoyo, caja de herramientas útiles según se tenga una u otra necesidad mientras se está escribiendo. Piénsese no más en los Diccionarios de dudas o incorrecciones del idioma que contribuyen a evitar algunos vicios del lenguaje, a lograr un adecuado uso y manejo del idioma. O, tómese el caso de los Diccionarios razonados de sinónimos y antónimos que ayudan a tener variedad léxica y precisión semántica; o en los Diccionarios de ideas afines o ideológicos que son esenciales en la etapa de la preescritura, para tener una mirada global del campo semántico de un término, o que resultan fundamentales cuando nos falta el vocablo exacto para determinado asunto en el que estamos trabajando. Pero, además, están los textos de autores reconocidos en el oficio de escribir que ofrecen libros testimoniales en los que aconsejan cómo realizar o llevar a cabo determinado tipo de texto. Baste mencionar Consejos a un joven novelista de Mario Vargas Llosa, Apostillas a El nombre de la rosa de Umberto Eco, El viaje del escritor de Christopher Vogler, u obras con una decidida intención didáctica como La cocina de la escritura de Daniel Cassany, Cómo se escribe de María Teresa Serafini o El arte de reescribir de Silvia Adela Kohan. Hay un buen repertorio de este tipo de obras y sirven, sin lugar a dudas, como orientación o abanico de posibilidades al escritor en ciernes o aún para quienes ya llevan bastantes años en el oficio.

 ¿Cuál es la relación de la escritura con los géneros y las tipologías textuales?

La escritura se hace visible en formatos, en géneros, en tipologías textuales que tienen una historia particular y unas características propias. Si bien usamos el verbo escribir de manera general, lo cierto es que al momento de redactar tenemos que elegir una de esas concreciones: o es un cuento, un ensayo, un poema, una reseña o una novela. Y si bien hay mezclas y combinatorias entre ellas, el aprendizaje de la escritura radica en poder distinguir unas de otras y saber atender las particularidades o las exigencias de esas formas que han ido evolucionando y enriqueciéndose con el aporte de diferentes escritores. Los géneros literarios o los géneros discursivos, las tipologías textuales, esas formas en las que se expresa la escritura han tenido teorizadores y maneras de enseñarse, tal como sucedió con la Poética de Aristóteles. Durante mucho tiempo la escuela privilegió las denominadas Preceptivas literarias en las que, además de entender el proceso de composición de la escritura, apoyado en modelos clásicos, se aprendían las características de esas tipologías y se motivaba a producir textos análogos. Hoy contamos con una amplia bibliografía sobre tipologías específicas, en las que se presenta una detallada manera de confeccionarlas.

¿Existen tipologías textuales que van a desaparecer como la epopeya, la carta, el soliloquio?

Creo que no. Lo que pasa es que ya no se usan mayoritariamente, pero conservan todo su potencial expresivo y comunicativo. Buena parte de la ciencia ficción contemporánea vuelve a retomar los elementos básicos de la epopeya, así como se usa el formato de la carta para establecer una relación más íntima con un posible lector; pienso en las Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke o Cartas a quien pretende enseñar de Paulo Freire. Creo que el soliloquio, tan usado en las obras dramáticas pasadas o en textos filosóficos como los escritos por Agustín, sigue conservando todo su vigor en los flujos de conciencia de la novela moderna o en algunas técnicas de terapia narrativa. Tal vez la creatividad de un escritor radique, precisamente, en renovar o innovar esas tipologías del pasado, explotar su potencialidad, traerlas al hoy con el lenguaje y los problemas de este tiempo. Baste mencionar lo que hizo Augusto Monterroso con la fábula o Elías Canetti con la descripción de los defectos morales de las personas, que antes se denominaban caracteres o retratos psicológicos.

¿Piensa que la escritura pasará a un segundo plano con la inteligencia artificial?

Para aquellos que desean encontrar respuestas rápidas a la redacción de formatos de textos altamente estandarizados, seguramente la inteligencia artificial ofrecerá soluciones para el campo administrativo o burocrático. Si se quiere evitar el esfuerzo de crear mundos posibles con palabras que sean innovadores e imaginativos, entonces resultarán útiles estos recursos tecnológicos de la virtualidad. Pero para otras personas que desean explorar imaginativamente en un tema o una historia, jugar con el lenguaje, imponerle su marca personal a un producto de escritura, no les parecerá la inteligencia artificial el camino más apropiado o la solución más idónea. Una cosa es obtener en segundos un texto derivado de la combinación de lo ya establecido y, otra, bien retadora, enfrentarse a la página en blanco, asumir el aprendizaje de un oficio a partir de alternativas y errores, y obtener el placer de recrear de manera inédita un mundo personal, unas experiencias singulares, el testimonio particular e irrepetible de conocer y sentir la vida.

Después de tantos años consagrada a este oficio, ¿qué puede decirnos de dicha experiencia?

La cantidad de años dedicados a esta pasión, porque lo que hago está vinculado con las fuerzas esenciales de mi ser, me ha producido una felicidad especial, una satisfacción interior que dota de sentido mi existencia. Y cuando estoy a solas tratando de cultivar con palabras el terreno de la página en blanco me siento satisfecha conmigo misma, percibo que los astros me son favorables y hasta los problemas cotidianos pierden su intensidad. Mi labor me ayuda a entender mejor la condición humana y creo, al menos por lo que comentan mis lectores, que mis líneas han servido de apoyo o referencia para otras personas.

Una pregunta final, ¿qué aconsejaría a alguien que desee seguir su ejemplo?

Aunque cada persona halla y construye su propio camino, me atrevo a dar algunos consejos a quien pretenda dedicarse a escribir: que independientemente de la calidad de sus escritos se mantenga auténtico en lo que desee expresar, que no falsifique sus propósitos por obtener el favor de las celebridades o las figuras del momento; que explore en la tradición de los grandes maestros de la escritura con devoción y alma de aprendiz, leyéndolos con la intención de emularlos y superarlos; que no tema darle rienda suelta a su imaginación, pero que no confunda esos impulsos expresivos con lo mejor que puede producir; que, con la paciencia de un artesano, vaya construyendo poco a poco su obra, sin preocuparse demasiado por el éxito comercial o las tendencias caprichosas de la moda; y que, si esa actividad de escribir le produce un goce íntimo, si se convierte en una necesidad cotidiana semejante a los llamados de una vocación, pues, entonces, que no dude en entregarse con fervor y tenacidad a tal oficio.