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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Publicaciones de la categoría: OFICIO DOCENTE

Obstáculos notorios al acto de enseñar

06 miércoles Nov 2024

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos, OFICIO DOCENTE

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Ilustración de Pawel Kuczynski.

Además de la desmotivación de algunos estudiantes por aprender, que si se cuenta con buenas estrategias didácticas y recursos variados de enseñanza puede combatirse o al menos minimizarse, hay otros obstáculos que enfrenta cotidianamente el maestro y sobre los cuales deseo reflexionar en esta ocasión. Advierto, de una vez, que estos obstáculos ni los presentan todos los estudiantes, ni tienen la misma intensidad en todos los niveles educativos, ni se dan de manera idéntica en todos los contextos. Sin embargo, lo que me importa es mostrar que estos impedimentos hoy se hacen más notorios en nuestro ambiente educativo.

El primer obstáculo para enseñar es que los estudiantes no quieran aprender. Puede que el maestro tenga la mejor disposición, que prepare con ánimo su clase, que se tome en serio un grupo de aprendices, pero si no hay ese impulso o esa disposición para aprender en sus estudiantes es casi imposible lograr los objetivos de enseñanza. A veces esa falta de disposición está asociada a la pereza o el desgano espiritual, a una fractura entre los intereses de una generación y la precedente, a una creencia equivocada sobre la utilidad inmediata de determinados conocimientos o a una clara minusvalía de la escuela frente a los valores de éxito que una época pone como deseables. En todo caso, si el estudiante no tiene la disposición para aprender de nada servirá la pulida organización expositiva de los contenidos, las correcciones y recomendaciones que el profesor le haga en sus trabajos o la animada interacción propuesta en clase. Dicho de manera más contundente: para poder enseñar se requiere alguien que desee aprender. La relación pedagógica se fractura si el deseo de saber se instaura desde la obligación, o cuando el desgano del aprendiz es el modo de responder a la pasión por enseñar.

Un segundo impedimento proviene de la autosuficiencia de “eso ya lo sé” con que los estudiantes juzgan lo que se les está tratando de enseñar. A veces una información superficial sobre algo se convierte en rasero para “sospechar” lo que un docente dice o trata de explicar. Esos reducidos presaberes o el exceso de opiniones dadas por hecho (casi siempre alimentadas por creencias infundadas) terminan por bloquear los nuevos aprendizajes. Dicha autosuficiencia le quita al saber su novedad, lo reduce al inmediatismo de la opinión pública o, lo más lamentable, conduce a que pierda su talante de conocimiento validado en el tiempo al equiparársele con simples “ideas del profesor”. Para aprender es fundamental asumir a cabalidad el rol de discípulo; es decir, de aceptar que otro pueda enseñarnos algo, de “dejarnos” para que ocurra tal evento. La enseñanza requiere discípulos capaces de seguir, así sea por un tiempo, a su maestro. En el fondo de este obstáculo está la incapacidad del estudiante para desaprender lo que cree ya sabido y lograr así acoger otro aprendizaje. Por supuesto esto no es fácil, y más cuando la juventud o la inexperiencia los hace altaneros, arrogantes y proclives a la burla de sus maestros. Quien pretende ser maestro siendo aprendiz, difícilmente logrará aprender algo; porque su afán está en hablar y no en aprender; porque su mente y su corazón andan más preocupados en refutar y contradecir que en entender y aprovechar. Sin una genuina recepción del discípulo para escuchar no puede asimilarse la enseñanza del docente.

El desprecio hacia la tradición, hacia el legado cultural del pasado, por un deslumbramiento obsesivo hacia la información novedosa, constituye un tercer impedimento. Un buen número de estudiantes miden la importancia de un saber a partir del “top” de lo más visto o de la notoriedad en los medios digitales. En consecuencia, enseñar una asignatura densa, de peso científico o con rigor académico, riñe con la frivolidad de las noticias insustanciales o con el modo leve de entretención propagado en las redes sociales. Resulta tesonero enseñar a leer, por ejemplo, “obras clásicas” si lo que se tiene como referente son los best Sellers o cuando en lugar de estudiar el contenido lo que se espera es conocer la vida privada de los autores, ojalá desde el foco de sus pasiones o sus vicios. El desprecio hacia el pasado se hace más evidente en una despreocupación por los temas de la historia y en una incapacidad real para contextualizar la información de actualidad. Este afianzamiento en el hoy, en lo inmediato, no permite aprender la importancia de estudiar el pasado para comprender el presente y, menos aún para avizorar el futuro. Más que un legado valioso, el saber consolidado es visto como un lastre y, a las instituciones que lo representan, como sitios anacrónicos o tediosos. El obstáculo se intensifica para el maestro al momento de intentar formar en el pensamiento crítico al estudiante porque, al carecer de referentes sólidos y anclados en un capital cultural acumulado, tiene que enfrentarse una y otra vez a la opinión sin fundamento o el prejuicio intransigente.

También es notoria la desatención frecuente de los estudiantes en clase, ocasionada –entre otras cosas– por el uso continuado de los celulares. Dicha desatención se convierte en un obstáculo porque debilita la comprensión de las exposiciones del maestro, pasa a un segundo plano las intervenciones de los compañeros y empobrece el resultado del trabajo en grupo. La desatención afecta la capacidad de concentración, merma la aprehensión de contenidos y debilita la memorización de datos relevantes o significativos. Esta es una de las causas de los bajos resultados en las pruebas censales en las que el recuerdo de determinadas nociones, la distinción de conceptos y el dominio de ciertos saberes declarativos, son imprescindibles para obtener buenos resultados. El uso habitual de celulares, la interferencia constante de mensajes, empobrecen la atención; estos dispositivos en lugar de ser usados para contribuir a profundizar en alguna temática disciplinar, se ocupan preferentemente en hacer circular los rumores de la vida cotidiana escolar, escuchar música, compartir videos o entretenerse jugando. Vale la pena recordar que, cuando se habla de efectividad en el aprendizaje, resulta imprescindible mantener la focalización de la atención, la merma de distracciones y la confluencia de varios de nuestros sentidos. Caso contrario, será fácil perder el hilo de la exposición del docente y, a partir de allí, desembocar en el desinterés, la apatía y la divagación ensoñadora.

El desdeño o inobservancia al seguimiento de instrucciones constituye un obstáculo más para el quehacer docente. En el afán por llegar rápido al resultado se pasan por alto las indicaciones detalladas del profesor, las advertencias sobre los errores frecuentes al elaborar un producto, las fases progresivas que articulan un logro. Precisamente, por no seguir las instrucciones es común que los trabajos o las actividades fracasen, se caiga en la confusión o se termine haciendo una cosa diferente a la solicitada. De nada sirve que el maestro prepare guías, fichas y protocolos cuando se desea acompañar el aprendizaje de un contenido o un procedimiento, porque el estudiante al momento de realizar dicha tarea opta por realizarla de cualquier manera, sin ningún método, confiando en que de pronto –en un chispazo de genialidad– alcance el objetivo esperado. Al sobrevalorar el resultado sobre el proceso, no se entienden ni aprenden los pormenores de una disciplina, las técnicas o habilidades complejas, el desarrollo evolutivo de un producto. El no seguimiento de instrucciones se convierte en un obstáculo al enseñar porque fractura la apuesta por la secuenciación del aprendizaje, desdibuja el valor de la planificación y conduce a la idea fantasiosa de que aprender en un hecho espontáneo o de suerte. Detrás de este desdén por las instrucciones se esconde una suposición errónea de los aprendices: la de creer que atender dichos pasos reglados va en detrimento de su creatividad, cuando en el fondo es un modo ordenado de potenciar sus talentos, optimizando el tiempo, las actividades y los recursos.

Un sexto obstáculo al oficio docente radica en la negación a lo que implique trabajo extra o la falta de persistencia de los estudiantes para lograr productos de calidad. Lo que se espera es que el profesor ponga tareas fáciles, rápidas, “sin tantas arandelas”. Todo aquello que demande corregir, volver a hacer, trabajar en una versión mejorada, no es de buen recibo o, si por obligación se realiza, apenas sufre ligeras modificaciones. Por lo demás, lo que se quiere es acertar en el primer intento y lograr buenos resultados con mínimos esfuerzos. Hay una idea generalizada de aprender en el menor tiempo posible, ojalá con una didáctica centrada en “tips” sencillos o encapsulada en consignas prácticas de fácil ejecución, y que no demanden hacer lecturas adicionales o buscar fuentes complementarias. El estudio ha dejado de ser una virtud intelectual al igual que las técnicas para lograr un aprendizaje significativo. Tener un hábito de estudio se considera inútil o aburridor. Esta falta de dedicación y empeño en cualificar las tareas y perfeccionar los trabajos se hace más fuerte en aquellos maestros considerados “exigentes”, porque tienen problemas frecuentes a la hora de evaluar los productos de sus estudiantes, ya que se los tilda de “injustos” si se mantienen en el criterio de que las tareas presentadas no cumplen con los objetivos propuestos. De allí que se tenga un conocimiento superficial de muchos asuntos, se pase de un curso a otro sin alcanzar niveles académicos claramente definidos y se carezca de aprendizajes realmente interiorizados.

Diré para terminar que estos obstáculos y otros que cada maestro enfrenta en su trabajo diario, se agravan mucho más cuando no se cuenta con el apoyo institucional, cuando los padres de familia se hacen los desatendidos y cuando las políticas educativas y la misma sociedad contribuyen poco a dignificar la profesión docente. Sé que cada educador, echando mano de su experiencia y su tenacidad, halla recursos innovadores para combatir estos impedimentos; sin embargo, buena parte de sus iniciativas de enseñanza quedan truncadas o a medio camino por los motivos expuestos. Pienso que deberíamos hablar más de estos asuntos con los mismos estudiantes, volverlos motivo de reflexión y líneas de intervención en los planes académicos, darles trascendencia en todas las instituciones formadoras de maestros. Porque no creo que sólo afecte a los educadores, sino que –como lo estamos viendo y padeciendo– tiene repercusiones profundas en nuestras relaciones de convivencia, en la idoneidad de los profesionales egresados y en el talante moral que guía las decisiones de las nuevas generaciones.

Aprender a ser docente

23 miércoles Oct 2024

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in OFICIO DOCENTE

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Importancia de ser maestro, Maestro de calidad, Vocación docente

Capacitación a miembros del Grupo GRACA-Univalle.

Los estudiantes de la licenciatura en lenguas extranjeras de la Universidad del Valle, que sirven de apoyo al Grupo GRACA (Grupo de Apoyo Académico), en un pasado encuentro sobre “la lectura crítica y la escritura en las disciplinas” también me formularon un buen número de preguntas sobre el oficio docente. Por considerarlas relevantes al derivarse de sus primeras experiencias o sus expectativas con las prácticas de enseñar, me pareció importante compartir con los lectores algunos esos interrogantes y darles respuesta en este espacio.

¿Cómo fue su proceso o experiencia personal al pasar de estudiante a maestro? (Edwin Alejandro Acosta Caicedo).

Todo se inicia cuando después de terminar el grado 11 empecé a ser profesor en el mismo colegio donde obtuve mi título de bachiller. Pienso que el rector vio en mí potencial para ser maestro. Lo primero que hice fue emular a los buenos maestros que había tenido y tratar de no cometer los mismos errores de otros que consideraba poco provechosos. De igual modo fueron cualificándome los diálogos frecuentes con profesores que ahora eran mis colegas y una dedicación a cada una de mis clases. Más tarde, cuando hice mi pregrado en Estudios literarios en la Universidad Javeriana, sucedió algo semejante, pues empecé a trabajar como docente, apenas me gradué, en la carrera de comunicación social. Conservé esa misma consigna de darle continuidad a los ejemplos de buenos profesores y evitar los modelos de quienes no tenían habilidades docentes. Desde ahí empecé a descubrir un problema: se puede saber mucho de una asignatura, pero carecer de elementos didácticos para enseñarla. Esto me llevó a profundizar en las estrategias y habilidades de comunicación para mejorar la práctica docente. Mucho más tarde, cuando concluí mi maestría en Educación se repitió la misma situación: empecé a ser docente del posgrado en que me gradué. En este caso, con toda esa experiencia acumulada, reforzada por mi práctica investigativa, logré hacer una primera síntesis de mis reflexiones y propuestas sobre lo que implicaba enseñar y aprender; tales consideraciones están en mi primer libro titulado Oficio de maestro.

Para ser profesor, ¿debe ser por vocación?; si es así, ¿cómo sé que tengo esa vocación? (Juan Esteban Ramírez). Siendo docentes todo parece ser siempre igual, ¿significa que no es mi vocación? (Alejandra Pérez).

Si entendemos la vocación como “aptitudes”, diría que sí. Aunque a veces esa vocación se va descubriendo o tiene ciertas “epifanías” que llevan a reconocerla. Cuando nos gusta estar con otras personas, ayudarles de muchas maneras, servir de guías para sortear sus dificultades de aprender algún asunto; cuando comprobamos que se nos facilita “traducir” algún conocimiento en un lenguaje entendible para otros; que nos divertimos haciendo juegos o liderando actividades de grupo; cuando advertimos que tenemos facilidad de expresión, que persuadimos a otros de lo que pensamos, que no tenemos dificultades para hablar en público… Es muy posible que tengamos la vocación para ser docentes. Pero, para ser maestros no es suficiente con estas disposiciones o características. También se requieren “actitudes” que están asociadas a la disciplina, a la formación académica, al dominio de técnicas y habilidades, al saber profundo de un área o una disciplina. Y si sumamos “aptitudes” y “actitudes”, aún queda otro aspecto que, muchas veces, es el definitivo: la experiencia misma de enseñar a otros, el momento en que estemos solos en el aula, en que “experimentemos” las vicisitudes de la relación maestro-alumno y su acaecer cotidiano. Esta práctica, no siempre llena de aciertos y aplausos, a algunos los reafirma en su vocación y, a otros, les sirve de yunque para descubrir que este no era su camino.

¿Cuál sería su modelo de profesor? (Alejandro Ibarra). Desde tu experiencia, ¿qué consejos nos das para ser un buen docente? (Mariana Restrepo).

Más que modelo, hablaría de un perfil o de un conjunto de rasgos que, de cumplirlos, se acercaría bastante a un maestro de calidad. El primer rasgo tendría que ver con el apasionamiento; es muy difícil ser un excelente educador desde el desgano y la apatía. Es ese apasionamiento el que motiva y hace crecer, el que dinamiza y enciende los corazones de los estudiantes. Un segundo rasgo es el del compromiso o, si se quiere entender de otra manera, el de la responsabilidad, la de seguir preparando las clases y evaluando los productos de los estudiantes, la de cumplir con las obligaciones y enaltecer el oficio. Un tercer rasgo lo asociaría con la capacidad creativa o de innovación; es decir, de mantener en su espíritu el deseo de renovarse y mudar sus prácticas de aula; de explorar en otras estrategias didácticas, de atreverse a experimentar y no dejar de proponer y aventurar. Nada hay más lejano a un buen maestro que un profesor pusilánime, rutinario y predecible. Un cuarto rasgo, que sigue siendo una cualidad indispensable, es la de la paciencia o de la tolerancia con el error ajeno; hasta pensaría que se trata de adquirir una serenidad para sortear desavenencias, conflictos o problemas que siempre acaecen en la relación pedagógica. Y un último rasgo, aunque podrían ser más, el de mantener un actuar ético en el que sus palabras estén en sintonía con lo que haga; en el que lo que anuncie corresponda a lo ejecutado. Esa vigilancia ética es la clave para tener autoridad moral con sus alumnos y el soporte de su ejemplaridad.

¿Cómo me adapto a los distintos estudiantes que pueda encontrar? (Miguel Antonio Gallego Díaz).

Este es un trabajo que empieza en el diagnóstico inicial del grupo, prosigue durante las sesiones de clase y se enriquece con la observación y la interacción con los estudiantes. En un salón habrá, desde luego, una variedad de alumnos, tanto en sus expectativas como en sus capacidades; serán distintos por la procedencia de sus contextos, por el tipo de crianza que hayan tenido, por las expectativas que traen y, especialmente, por sus estilos de aprendizaje. Conocer a los estudiantes, indagar en sus presaberes y dificultades, es parte esencial de la labor de un maestro. La adaptación es de doble vía; del maestro y de los aprendices; cada parte de la relación pedagógica va encontrando los mejores caminos para que la comunicación fluya, para que se afiance la comienza, para que se consolide un vínculo fraterno. Más que fórmulas únicas o formas estandarizadas, cada estudiante le demanda al maestro encontrar las mejores vías para enseñarle y ayudarle a su formación. Lo único cierto es que ni hay grupos homogéneos, ni a todos los estudiantes el maestro logra llegar de la misma manera; también enseña la experiencia que se requiere tiempo para alcanzar una interrelación sincera y productiva.

¿Cómo se mantiene la atención de un grupo por el tiempo necesario para transmitir un mensaje? (Sara Díaz). ¿Cómo puedo hacer que mis alumnos se interesen en mis clases? (Brygitte Navarro).

La atención de los estudiantes depende, en una primera instancia, del interés del estudiante y del tipo de motivación del maestro. Pero, en gran medida, responde a las estrategias didácticas que el educador prevé cuando hace la planeación de su clase, de las actividades que idea, de las tareas que propone, de las habilidades comunicativas que pone en escena. La atención puede depender de cómo inicia su sesión de clase, del modo en que invita a la participación o de los ejemplos que usa con frecuencia. Considero, además, que la variación en las estrategias de enseñanza, los diálogos individualizados, la lectura detallada y los comentarios escritos a los trabajos presentados, el reconocimiento continuo a los pequeños logros, contribuyen a mantener la atención de los estudiantes.

¿Cómo tener una mejor retención de conceptos y de qué manera aprovechar ese conocimiento al momento de enseñar? (María Alejandra Melo Garay).

Para nadie es un secreto que la facultad de la memoria es una aliada para la docencia; poder retener conceptos, autores, definiciones, procesos, bibliografía pertinente y oportuna, es fundamental al momento de enseñar un contenido específico. La memoria se ejercita y hay recursos para favorecerla. La memoria más potente es la memoria asociativa y un aliado para su permanencia es el filtro de la escritura. Tomar apuntes, hacer cuadros sinópticos, diseñar mapas conceptuales, subrayar, glosar y resumir, siguen siendo recursos o habilidades que afianzan y refuerzan la capacidad de recordar. Recomiendo especialmente preparar los temas desde la óptica de un problema y, una vez establecido ese campo de trabajo, comenzar a acopiar información desde diversas disciplinas. Nuestro cerebro necesita ser “asediado”, estimulado muchas veces sobre un mismo tópico para que logre “guardarse” en la memoria. De allí que el mero pasar los ojos por las hojas sea ineficaz para rememorar o que la “cháchara insustancial” no ayude para nada a fijar distinciones y aprender diferencias. La memoria se lubrica con el hábito de lectura y más aún con la relectura; echa raíces profundas cuando se escribe sobre aquello que se lee y toma la forma de lo inolvidable cuando transformamos esa información en otra que pueda ser enseñable. La memoria más duradera está hecha de los conocimientos que hemos interiorizado; es ya un saber encarnado.

¿Cómo se puede mejorar la proyección vocal? (Samuel Bolaños).

Es bien sabido que la expresión oral es el medio más usado en la docencia, el vehículo del mensaje del maestro, el recurso más utilizado para la interacción en el aula. Sin embargo, cuando se trabaja con grupos grandes, se necesita aprender a proyectar la voz de tal manera que la comunicación llegue a todos los estudiantes. Entre todas las técnicas o consejos, lo más aconsejable, si es que se tiene un tono de voz muy bajito, es desplazarse en el salón, usar diferentes puntos de emisión para expresarse. Es recomendable, en la casa, acostumbrarse a leer en voz alta; jugar con las modalidades de la voz, ejercitarse en leer cada párrafo con una entonación diferente. La idea es que la voz vaya ganando en fuerza, en versatilidad. Aprender de memoria poemas u otro tipo de textos para luego entonarlos debajo de la ducha o en la calle contribuye también a ganar en cobertura y mayor volumen. La buena postura, la respiración diafragmática, la humectación permanente del aparato fonador, participar activamente en un grupo de teatro, todo ello resultará de gran ayuda para la proyección vocal. Lo fundamental es tomar conciencia de que la voz es la “herramienta” prioritaria del maestro, al mismo tiempo que se explora en sus potencialidades y se comienza a incorporar la higiene de sus cuidados.

¿Qué es lo más fácil: ser un buen docente o ser un docente bien pagado?, ¿El ser un buen docente te llevará a un buen sueldo o es cuestión de suerte? (Johan David Beltrán).

No creo que se opte por la profesión docente porque se aspire a un sueldo con grandes emolumentos o para, con el pasar de los años, adquirir mucho dinero. Por supuesto que siempre se desea una remuneración justa y acorde con las múltiples labores que hace un maestro. Pero no podemos perder de vista la tensión entre las profesiones y el mercado laboral, la incidencia de las políticas educativas sobre la profesión docente, y la pirámide axiológica que cada sociedad tome como referencia para medir el éxito o la riqueza. Creo que, en el caso de la docencia, las ganancias o los beneficios son de otra índole. Sin embargo, y eso es bueno decírselo a las nuevas generaciones de educadores, si se trabaja con responsabilidad, si se está permanentemente preocupado por la cualificación de la profesión, si se halla un campo del saber en el cual se investigue y se publique, seguramente se logrará obtener un salario que le permite al docente vivir con cierta solvencia y mantener una calidad de vida digna. Por lo demás, vale la pena declarar aquí que no todas las cosas que hacemos, en particular aquellas en las que nos sentimos plenos y con el corazón apasionado, se tasan con el dinero o se valoran por los bienes materiales adquiridos. Las retribuciones más importantes que recibimos en la vida se evidencian en la felicidad que nos produce una profesión o un oficio, en el bienestar que podemos ofrecer a otros y en esa plenitud interior que se genera, cuando sin aspavientos u ostentaciones, contribuimos a construir un mundo mejor para las generaciones futuras.

¿Qué es lo mejor de ser maestro? (Josimar Orjuela). ¿Qué enseñanza valiosa le ha brindado la docencia? (María Victoria Maya).

Si bien cada quien puede destacar uno u otro aspecto, en mi caso lo mejor de ser maestro consiste en la posibilidad de guiar a otro ser humano en sus procesos de aprendizaje y acompañar algunas dimensiones de su desarrollo personal. Subrayo en esto que digo, una apuesta fraterna por iniciar a otra persona en el gusto por conocer, estudiar e investigar, al igual que una profunda convicción de servicio a los demás. Mi mayor satisfacción como maestro, por lo mismo, es crear condiciones o escenarios para que otro venza sus miedos o sus limitaciones y pueda conquistar sus propias metas. También me produce gran satisfacción explorar en talentos inéditos, servir de líder para proyectos difíciles y ofrecer motivación, consejo y apoyo cuando el desánimo o la desesperanza anidan en el espíritu de los aprendices.

¿Cuál es la importancia de ser maestro? (Nicolás Correa Borrero).

Pienso que los maestros somos importantes para una sociedad porque, gracias a nuestra mediación, el pasado logra hacerse presente y tener horizontes hacia el porvenir. Nuestra importancia está en ser orfebres del tejido social, en contribuir a crear vínculos sociales, a preparar a niños y jóvenes para ser ciudadanos cabalmente responsables tanto en la defensa de sus derechos como en el cumplimiento de sus deberes. Somos importantes porque hacemos extensiva la labor de la familia en la creación de hábitos, la asunción de un grupo de valores y la formación del carácter. Los maestros somos definitivos en sociedades que parecen sucumbir a la hecatombe moral y la falta de sentido vital; en nuestra siembra, silenciosa y humilde, está el germen de la esperanza, de vencer el miedo a lo desconocido y la de convivir amablemente con otros semejantes y diferentes. Nuestra importancia es de aguas subterráneas y no de avalanchas escandalosas y pasajeras. 

Las lecciones de literatura preceptiva de Jesús María Ruano

21 domingo Jul 2024

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos, OFICIO DOCENTE

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Didáctica de la literatura, Jesús María Ruano, Textos escolares

Carátula de la decimatercera edición, editorial Voluntad, Bogotá, 1962.

Un tema que me ha interesado desde hace años es la enseñanza de la literatura. Como parte de esa pesquisa, he ido encontrando textos “clásicos” publicados a lo largo de varias décadas. Hoy deseo referirme a uno de ellos. Se trata de las Lecciones de literatura preceptiva del jesuita Jesús María Ruano, publicadas primero por el Colegio de San Bartolomé, hacia 1933 y luego, en sucesivas ediciones, por la Editorial Voluntad de Bogotá[1]. Si bien es un libro que recoge la tradición del arte de la Retórica, involucra de manera novedosa aspectos del método educativo de la Compañía de Jesús, sumados a una explícita organización didáctica tanto en sus contenidos como en el modo de enseñarlos. Adentrémonos, entonces, en las páginas del libro.

El texto de Jesús María Ruano empieza declarando su método: “amenidad y práctica”. Y en un párrafo de las páginas introductorias señala su principal propósito: “si el joven desde que comienza sus estudios literarios va viendo en cada lección las bellezas de la obra o parte literaria que se le trata de enseñar, y va entendiendo los preceptos teóricos antes de establecerlos, poco trabajo le costará levantar la carga de mandar a la memoria las definiciones, cualidades, reglas y ejemplos de la preceptiva literaria”[2]. Para ello se vale de una trilogía clásica del trabajo didáctico: “observar, entender y ejercitar”[3]. Es decir, los ejemplos o modelos literarios sirven a la observación que, a su vez, conducen al análisis intuitivo, para terminar en la práctica o producción de aquello mismo que pretende enseñarse. Esta propuesta didáctica, como ya lo dijimos y Ruano lo reconoce, responde en su esencia al método de la Ratio studiorum, tan importante en la formación de los jesuitas[4].

Si se observa con cuidado el índice se podrá notar que la obra se divide en dos grandes secciones: literatura preceptiva y géneros literarios. En la primera parte se incluyen, entre otras, lecciones sobre nociones previas de estética, las escuelas literarias, las cualidades del estilo, las figuras lógicas, patéticas, la metáfora y la alegoría, la invención. En la segunda, se abordan asuntos como la poesía, la versificación y la rima, las diversas clases de versos en castellano, la poesía lírica, la poesía bucólica, la poesía épica, la poesía dramática, la novela y el cuento, la poesía didáctica, la oratoria, el fondo y la forma en el discurso, la oratoria forense y académica, la oratoria sagrada, la didáctica literaria y la literatura periodística. Son más de 470 páginas, organizadas en sesenta y dos lecciones, las que emplea Ruano para desarrollar todo este material sobre la literatura.

Cada lección, por lo general, está construida de la siguiente manera: se presenta un ejemplo literario, se invita al análisis del mismo, se infiere una definición, para luego mencionar sus propiedades y características. La lección termina proponiendo algunos ejercicios prácticos e invitando a la reconstrucción sintética, organizada a partir de preguntas puntuales. En otros casos, los ejemplos no están al inicio, sino durante el desarrollo de la exposición o se ofrecen otros “modelos” dignos de estudiarse al cierre de la lección. Es notorio el esfuerzo de Ruano para indicarle al maestro actividades acordes al tema objeto de su interés, sugerirle aspectos motivacionales en el aula, al igual que ofrecerle libros de consulta o fuentes útiles al momento de guiar los ejercicios prácticos con sus estudiantes.

Hay un logro en la claridad expositiva y una voluntad didáctica que permite acceder con facilidad a los múltiples conocimientos y a los aspectos relacionados con la literatura. Ruano empieza siempre sus lecciones desde lo más general para luego pasar a “las variedades” de un género o una temática. Enumera cada parágrafo, prioriza las definiciones, muestra con cuidado las clasificaciones, es preciso en las distinciones y sabe dosificar la cantidad de información acorde al tipo de asunto. Evita los párrafos extensos, usa las bastardillas con el fin de destacar el vocabulario esencial de un tema o que está vinculado con el de otra lección, ilustra conceptos con abundantes fragmentos literarios, recupera en la “reconstrucción sintética” aquellas nociones que ha explicado y ejemplificado. Por más que el autor emplea un lenguaje especializado, no por ello deja de ser altamente comunicativo y, lo más importante, está adecuado al tipo de público para un texto escolar.

Lo más interesante de su método es que el ejemplo utilizado sirve de base para un análisis posterior en el que, de manera precisa, va mostrando al lector las características de aquello mismo que desea explicar o de las particularidades de un asunto. En consonancia con esta propuesta, Ruano pone al final de las lecciones, ejercicios prácticos (“serán los frecuentes análisis que se exigen en el cuerpo de la lección, aplicados a otras composiciones del mismo género”)[5], o “ejercicios analíticos” en los que el estudiante, con la orientación del profesor, puede emular lo que el texto le ha presentado de manera detallada. Para este último cometido ofrece un apartado titulado “otros modelos” literarios.

Pero, sin lugar a dudas, el mayor acierto de esta Preceptiva literaria es su declarado interés para que los estudiantes no solo conozcan las particularidades de la literatura, sino que “aprendan a escribir”. Si hay un término recurrente en esta obra es el de “composición”. Desde la lección V, en que se habla de las dotes del “artista literario”, pasando por todas aquellas dedicadas a las cualidades del estilo (lecciones VII a XII), hasta las que hablan de la “armonía, la práctica y la formación del estilo” (lecciones XXII a XXIV), Ruano tiene como principal interés que el aprendiz se apropie de los elementos del lenguaje literario como insumo para su propia producción escrita. Para ello emplea los “modelos” de autores y obras representativas que, al analizarlas, permiten descubrir las “minucias de la composición”. Además, Jesús María Ruano, desea que esos escritos de los alumnos logren ser de calidad, que tengan un referente estético notable. De allí, entonces, su preocupación por explicar con cuidado todos los recursos que dan “vida y movimiento al estilo”; me refiero a las figuras lógicas, a las figuras pintorescas o descriptivas o a las figuras patéticas. En este mismo sentido están presentadas las modalidades de los géneros literarios y las variadas lecciones dedicadas a las formas de la poesía lírica, épica y dramática, al igual que las lecciones sobre la novela y el cuento. Más allá de un afán enciclopedista, lo que mueve a Ruano es su deseo docente de que el estudiante vaya incorporando “estructuras”, “modelos”, “técnicas literarias”, que sirvan de referente y estímulo para sus composiciones escritas. Como un ejemplo típico de lo que vengo diciendo es la lección XXIV, centrada en la “práctica y formación del estilo”. En ella, Ruano afirma que antes de redactar hay que “pensar bien” para luego sí pasar a la etapa de la redacción; en este mismo espacio ofrece una variedad de ejercicios para “adquirir abundante léxico”, para “adquirir una palabra propia y más expresiva” y ejercicios para “la reproducción libre de un modelo”. Cierra esta lección explicando los “ejercicios superiores de estilo” en los que incluye el desarrollo de una idea concreta, la enumeración de los efectos de una causa o la descripción de impresiones personales[6].

A pesar de haber sido escrito hace noventa años, este libro sigue iluminando mis reflexiones y mi trabajo sobre didáctica de la literatura. A él acudo para “redescubrir” sus ejercicios prácticos; me orienta en aquello de la “dosificación” de los contenidos literarios, especialmente en una época en que la saturación de información no es buena consejera para el aprendizaje significativo; lo tengo de “repertorio de preguntas” cuando me urge evaluar determinada temática literaria; me sirve de “inspiración didáctica” al momento de producir textos con igual propósito. Como toda obra clásica, este libro continúa irradiando “relecturas” que suscitan el interés de los educadores, es fuente para la reapropiación de aprendizajes y fomenta la siempre valiosa tarea de apasionar a otros por el conocimiento de la literatura y el oficio artesanal de aprender a escribir.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] La edición que tendré como referencia es la decimotercera, de la Editorial Voluntad, Bogotá, 1962.  

[2] Op. cit., pág. 7.

[3] Op. Cit., pág. 9.

[4] “¿Qué otra cosa que análisis intuitivo son las prelecciones, síntesis retrospectivas, las repeticiones, y práctica de lo aprendido, las composiciones?”, op. cit., pág. 11.

[5] Op. cit., pág. 254.

[6] Op. cit., págs. 162 a 165.

El protocolo: una ayuda didáctica para ordenar las acciones al redactar diversas formas discursivas

16 domingo Jun 2024

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in APRENDER A ESCRIBIR, Ensayos, OFICIO DOCENTE

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Formas discursivas, Redacción de protocolos, Tipologías textuales

Ilustración de Jean-Manuel Duvivier.

Una de las causas de mayor peso en los bajos resultados de los productos de escritura solicitados en la Universidad es la falta de indicaciones claras y precisas por parte de los profesores. Se cree erróneamente que esas “habilidades” ya se han desarrollado en la educación media o que brotan de manera espontánea apenas los estudiantes pisan las aulas de una institución superior. Como una manera de responder a esta debilidad de enseñanza es que se han concebido guías, secuencias, protocolos y otras ayudas didácticas acordes a las particularidades de diferentes tipologías textuales. Concentrémonos, en los párrafos siguientes, a perfilar y mostrar las ventajas de trabajar con protocolos.

Un protocolo de escritura es una ayuda didáctica centrada en describir y mostrar ordenadamente las acciones necesarias que un estudiante necesita realizar para lograr un producto escritural de calidad. Dicho de otra manera, los protocolos indican qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo. En este sentido, son instrumentos asociados a la planeación, a la regulación de las prácticas de aprendizaje y, por supuesto, a una focalización de las intencionalidades formativas. Subrayemos, entonces, que los protocolos a la par que describen, instruyen; y al mismo tiempo que relacionan en detalle los pasos para realizar determinada tarea, también establecen un orden de prioridad.

Decía que los protocolos ordenan la acción o, si se quiere ser más estrictos, ofrecen la secuencia de acciones indispensables para lograr con calidad determinado procedimiento o, en el caso de la escritura, determinado producto. Tal intención reguladora obedece a mermar la incertidumbre que tienen los aprendices en cualquier tarea u oficio. Son pautas fiables redactadas con el fin de evitar cometer errores en una práctica, contar con las mejores alternativas ante un problema o disponer de un saber confiable al momento de la toma de decisiones. Los protocolos son, en sí mismos, rutas acertadas para sortear los imprevistos y llegar en el menor tiempo posible a las metas esperadas.

Los protocolos nacen, precisamente, del saber de los expertos en una disciplina, profesión u oficio, condensando esa experiencia acumulada en líneas de acción. Los protocolos son el resultado del consenso de un grupo de especialistas sobre determinado campo (convocados para tal fin o a partir de lo que hayan escrito), que se proponen –de manera clara, secuencial y detallada–, fijar las pautas esenciales para realizar actividades de uso frecuente. Este conjunto de pautas (en ciertos casos regladas) sirven de referente para una comunidad profesional o, si nos enfocamos en el campo de la educación universitaria, son un “documento modelo” para fijar ciertas pautas de enseñanza con determinados logros de aprendizaje. Los protocolos, en su esencia, aspiran a ofrecer la mejor forma de llevar a cabo una actividad, en situaciones concretas, y optimizando los recursos disponibles.

La elaboración de protocolos es una tarea lenta, meditada y con una intencionalidad ilustrativa o reguladora. Porque seleccionar los mejores ejemplos para realizar determinado producto o actividad, prever los ejercicios parciales o las fases para llegar a una meta precisa, secuenciar las acciones en un tiempo establecido, conocer la información más pertinente para un asunto específico, no es algo que se realice espontáneamente o a la ligera. Aquí se requiere, por el contrario, una experiencia validada y una reflexión continua sobre la propia práctica que permita valorar, frente a un problema o procedimiento, qué es lo esencial y qué lo secundario, al igual que poder diferenciar de forma oportuna cuáles son las acciones básicas que necesitan atenderse de manera prioritaria y cuáles pueden dejarse para un segundo momento. Es evidente, entonces, que quienes redactan un protocolo conocen de primera mano la complejidad de aquello mismo que detallan, ordenan y prescriben didácticamente.

Pero, además, los protocolos contribuyen a “tener o compartir un lenguaje común” sobre la manera de realizar una actividad o desarrollar una técnica. No hay que estar inventándose cada día aquellos procedimientos que por la misma reincidencia y el saber acumulado ya tienen un paso a paso conocido y con óptimos resultados. Este punto es fundamental en la enseñanza de la escritura porque los docentes, quizá por desconocimiento en las minucias de las tipologías textuales, confunden diversas formas discursivas o dan indicaciones tan generales que terminan desorientando a los estudiantes. Tampoco ayuda mucho que cada educador exija la producción de una forma discursiva de alguna tipología textual, llámese ensayo, reseña o comentario, sin ofrecer indicaciones o instrucciones detalladas y secuenciales de lo que debe hacerse para conseguir los objetivos previstos. Esa deuda didáctica sobre las particularidades y las maneras de elaborar diferentes formas discursivas es la que pretende subsanar el uso de protocolos. 

Hay que insistir en algo: los protocolos se elaboran porque existe el deseo de acompañar intencionadamente al estudiante en la consecución de una tarea o un producto académico. En este sentido, su construcción minuciosa responde a no dejar de lado u olvidar asuntos que, por la prisa o el descuido, pueden tener consecuencias negativas en el resultado final. Las operaciones descritas con gran detalle, los consejos y recomendaciones puntuales, las pequeñas actividades y su forma secuencial de encadenarse, todo ello contribuye a evitar la desmotivación o la pérdida de foco en una actividad académica. Y dado que el escribir no es una competencia que se desarrolle naturalmente, con mayor razón el empleo de los protocolos sirve de “mentoría reglada” a quienes se les dificulta redactar determinado tipo de forma discursiva o a aquellos otros que esperan de manera mágica que les llegue la inspiración para comenzar a escribir.

No sobra resaltar, y más tratándose de instituciones educativas, una bondad de los protocolos que resulta muy sensible para los estudiantes, me refiero al aspecto de la evaluación formativa. Por estar centrados en facilitar y ayudar al logro de determinadas metas, por detallar las acciones mostrando los posibles errores y la forma de solucionarlos, por hacer explícito el cómo realizar secuencialmente una tarea, los protocolos se inscriben en una evaluación que permite al aprendiz ir autoevaluándose y regulando su propio aprendizaje. Ya no se trata, entonces, de “imponer un trabajo” y esperar a ver “con qué sale el estudiante”, sino de orientarlo para que logre los mejores resultados posibles, de que tenga a la mano un recurso escrito en el que se le detalle, desde el principio hasta el final, cómo llevar a cabo dicha actividad. Por lo demás, al hacer explícitos los saberes y las habilidades esperadas, los protocolos se convierten en un buen instrumento de “chequeo” en el que el estudiante puede constatar, al aplicarlo, dónde hay suficiencias y dónde debilidades. Y si de su apropiación para redactar un texto se puede dar una nota, lo importante es que, gracias a ese material didáctico de apoyo, se logró en realidad contribuir a un genuino aprendizaje.

Por supuesto, los protocolos pueden sufrir ajustes o modificaciones dependiendo de los contextos o, debido a las condiciones de tiempo y número de personas, incluir asuntos que no estaban contemplados en su estructura básica. Hasta resulta aconsejable revisarlos con alguna periodicidad. Sin embargo, lo importante es que sean socializados y acatados por aquellos que tienen una misma responsabilidad o atienden eventos semejantes. Piénsese en la importancia de los protocolos en el área médica, en la gestión pública, en la intervención psicológica o en la informática. Si no se acatan dichas pautas, toda eventualidad se convierte en una catástrofe, se aumenta la improvisación en procedimientos ya estandarizados y resulta imposible la comunicación fluida y certera entre pares o colegas. Algo similar habría que decir en el sector de la docencia: si no se atienden determinados protocolos, si no se comparten en un área, un programa o una Facultad, cada profesor hará las cosas “como mejor le parece”, pero olvidándose de las intencionalidades formativas que subyacen a un currículo o a un perfil de egreso. Por eso, utilizar y seguir conjuntamente determinados protocolos, y más cuando se trata de enseñar a escribir, es una manera de realizar planificación colegiada, de establecer consensos sobre la conveniencia de ubicar una u otra forma discursiva en determinado curso, ciclo o semestre; de entender, en últimas, el rol esencial del acompañamiento en cualquier acción docente.

Cierro estas reflexiones sobre el protocolo señalando que el aprendizaje de la escritura –como labor artesanal que es– presupone el conocimiento y dominio de unos útiles de apoyo, de unas herramientas cognitivas y procedimentales en las que sean visibles sus técnicas de composición y sus modos de estructurarse. En esta perspectiva, los protocolos no sólo contribuyen a hacer más cercana la relación con el acto de escribir, sino que develan los pormenores o artilugios de esta tecnología de la mente.

Textos académicos, aprendizaje y docencia universitaria

19 domingo May 2024

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos, LECTURA, OFICIO DOCENTE

≈ 4 comentarios

Ilustración de André Letria.

Buena parte de la cotidianidad universitaria consiste en leer textos académicos que, como mostraré más adelante, tienen unas particularidades y unas intenciones formativas determinadas. Dejar de enfrentar a los estudiantes a este tipo documentos porque nos “les gustan” o porque les parecen “dispendiosos” es una postura docente que en nada beneficia el desarrollo de las capacidades cognitivas superiores de sus aprendices, como tampoco le hace justicia a un trabajo de calidad de las instituciones universitarias. Miremos, con algún detalle, las razones que sustentan mi tesis.

1

Al leer textos académicos aprendemos un “lenguaje particular”, “especializado”, distinto al sentido común o al habla circulante. Ser estudiante de educación superior es proveerse de ese nuevo lenguaje, conocer sus modos específicos de significación, descubrir el orden discursivo como se expone un tema o se sustenta una tesis. La lectura de textos académicos, por lo mismo, supone un esfuerzo cognitivo para aprender una serie de definiciones precisas y un vocabulario determinado sobre diferentes temas, asuntos o problemas. Si no se aprende la especificidad de ese lenguaje será muy pobre o insuficiente la lectura de textos académicos.

2

Los textos académicos, en gran medida, desarrollan sus planteamientos a partir de distinciones. Tal esfuerzo lógico del pensamiento es el que ha permitido diferenciar los campos del saber y responder a la complejidad del mundo y de la existencia humana. Conocer y apropiar tales distinciones contribuye a superar un modo de saber centrado en nociones generalistas, que tiende a refundirlo todo en términos clichés y a estereotipar la realidad con los filtros de lo sobrentendido y dado por hecho. Hacer ver y enseñar este tipo de distinciones es una de las claves de las buenas prácticas de lectura crítica orientadas por los docentes universitarios.

3

Los textos académicos privilegian y salvaguardan la voz de unos autores. No es asunto menor distinguir y conservar en la memoria los nombres de quienes producen los textos académicos, especialmente aquellos que se consideran “clásicos” en una profesión o que han hecho una contribución de gran aliento en un campo disciplinar. Conocer esos nombres, darles densidad histórica, es tanto como obtener los referentes fundacionales de una carrera o un oficio; en esta perspectiva, darle valor y relevancia a los autores de los textos que se leen en clase es una forma de contrarrestar la banalización de los contenidos curriculares expresada en frases como “lo que dice en las fotocopias”. Insistir en el reconocimiento de estos autores es vincular las profesiones con su aparición en la historia y su rol en la dinámica social de la producción de saber.

4

Los textos académicos se centran casi siempre en “obras esenciales”, “indispensables” o “fundamentales” de una disciplina o profesión porque ellas son las que dan sentido y consistencia teórica a la tradición de un oficio. Dicho repertorio de obras, que el docente ha seleccionado con sumo esmero y buena secuencialidad didáctica, hace parte del “plan lector obligatorio” que cualquier aprendiz necesita estudiar a fondo a lo largo de su programa de estudios. Dar cuenta de esas obras, leerlas en profundidad, es una de las condiciones de egreso o una de las capacidades intelectuales de cualquier profesional de calidad.

5

La dificultad de ciertos textos académicos presupone el desarrollo de habilidades cognitivas como el análisis, la inferencia, la deducción, la comparación, que son consustanciales a la educación superior. Los textos académicos piden, por su misma estructura y confección, abordarse de otra manera a la simple hojeada o las lecturas de “picar un poco de aquí y de allá”. Para sacarle todo el jugo al contenido de estos textos es necesario ejercitar, de manera previa o a la par que se los lee, unas operaciones formales de pensamiento que entrañan el razonamiento lógico, la argumentación, la explicación pormenorizada y la reconstrucción comprensiva. El trabajo intencionado en estas habilidades cognitivas, con suficientes ejercicios en clase, es una labor vertebral de los docentes universitarios.

6

Los textos académicos presentan una relación con otros textos que se hace evidente en las citas y las notas a pie de página. Si algo distintivo tienen las prácticas de lectura universitaria es que los textos siempre se trabajan mirando los intertextos. La letra menuda, las referencias a otros libros o a otros autores, ya no son información insustancial o datos secundarios, sino pistas del proceso mental o investigativo llevado a cabo por el autor, evidencias de las obras que le sirvieron de guía o hitos clave de su fundamentación expositiva. Profundizar en dichas filiaciones bibliográficas, seguir el itinerario de tales fuentes, ayuda a que los estudiantes entiendan el vínculo que tiene el conocimiento presente con el saber acumulado del pasado y los habilite o anime para aportar en la producción intelectual del porvenir.

7

La lectura de textos académicos supone un desglose explicativo de sus partes a la par que una reconstrucción comprensiva de su macroestructura. Tan importante son los detalles como la visión de conjunto de una obra; así que, habrá que desarrollar la paciencia y el ojo avizor del estudiante para que pueda meterse en el fondo de un párrafo, de una idea, de una línea, o el significado cabal de un término; como también, tendrá que enseñarse la toma de distancia de un documento para lograr apreciar de qué manera esos pequeños elementos configuran o dan sentido al conjunto. La dinámica entre explicar y comprender un texto es una habilidad que debe hacer parte de las competencias profesionales de cualquier estudiante universitario.

8

No se puede profundizar en el significado de los textos académicos sin la práctica de la relectura. Cuando se relee, a partir de indicaciones precisas y estratégicas del docente, se descubre que el texto tiene diferentes capas o estratos de significado; que en una mole textual pueden percibirse franjas de información en la superficie, pero también advertirse otras zonas más ocultas. Por supuesto, dependiendo del grado de relectura se tendrán diferentes niveles de comprensión. Al releer se logra profundizar en el contenido, establecer relaciones, percatarse de pormenores inadvertidos en una primera y única lectura, hacer aflorar sentidos ocultos, aquilatar la figura del conjunto con la individualidad de las partes. Una docencia centrada en el aprendizaje ideará formas para lograr este cometido.

9

El uso focalizado de las preguntas por parte del docente es uno de los recursos privilegiados para ahondar en los textos académicos. Pero no en la perspectiva de evaluar o lograr un control de la lectura, sino para abrir nuevas ventanas al texto, para ofrecerle al estudiante unos lentes diferentes a sus ojos. El uso de preguntas –pensadas a la par que se diseñan otro tipo de actividades– focalizan el acceso a un documento, reorganizan la información, ofrecen indicios para ligar aspectos desperdigados, amplían determinados asuntos. El diseño de estas preguntas, al inicio, durante o después de la clase, articulan las fases o los momentos de la planeación didáctica.

10

Una apropiación mayor de los textos académicos se logra mediante la producción de textos escritos derivados de su lectura. Además de propiciar el análisis y la síntesis, estos textos contribuyen a favorecer el pensamiento crítico. La solicitud de escritos argumentativos, como el ensayo, permite que el estudiante aprenda a identificar y ubicar una tesis, sepa usar los argumentos que la soportan y logre darles coherencia y consistencia a sus ideas mediante el empleo adecuado de conectores lógicos. La selección de la tipología textual –ya sea comentario, reseña, ensayo–, como los ejemplos de referencia y las rúbricas correspondientes, necesitan pensarse en relación con el tipo de texto académico que el docente haya seleccionado.

11

El uso de textos académicos por parte del profesor demanda una preparación tanto del contenido como de la manera en que hay que enseñar a leer este tipo de documentos. Las estrategias de enseñanza previstas, el paso a paso de una secuencia de aprendizaje, las habilidades para discriminar información, las actividades en clase o los productos esperados, todo ello presupone buenos conocimientos de didáctica específica. Además de los contenidos, los maestros tenemos la responsabilidad de enseñar cómo se componen esta modalidad de textos, cómo exponen y argumentan, cómo construyen ideologías, creencias, discursos morales, estéticos o científicos.

12

La lectura de textos académicos de alguna extensión tiene como fin preparar a los estudiantes para seguir con atención el planteamiento y desarrollo de ideas complejas. Condenar a los estudiantes universitarios a que únicamente lean textos demasiado fáciles o de corta extensión, ser complacientes con esa pereza cognitiva que los acostumbra a “deme todo masticado”, es alcahuetear una baja condición intelectual y una frívola banalidad en las ideas. Una educación en lo superior, y más en nuestro tiempo, conlleva al dominio de estructuras de pensamiento múltiples y variadas como el discernimiento ante dilemas morales, el análisis para la toma de decisiones o la búsqueda de alternativas para la resolución de un problema.

13

Gran parte de los textos académicos, aunque están circunscritos a un campo disciplinar, permiten el diálogo interdisciplinario. Una genuina educación universitaria aboga por el diálogo de saberes. En esta perspectiva, los textos académicos seleccionados por un docente, además de proveer nuevos conocimientos y habilidades intelectuales, no deben perder de vista el objetivo primordial de la educación universitaria: propiciar la formación humanística, desarrollar la formación integral de todas las dimensiones de la persona, incentivar la reflexión crítica propositiva y preparar a los futuros egresados para la ciudadanía responsable y la comprensión transformadora de su entorno.

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