Theodore Roberts es Moisés…

Comentario a Los diez mandamientos de Moisés, de Thomas Mann (Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1985).

Sinopsis

El relato da cuenta de la historia de Moisés: desde su nacimiento irregular hasta sus peripecias como líder del pueblo de Israel para llevarlo a la Tierra Prometida. Además de dedicar una buena parte del texto a recrear diversos episodios bíblicos relacionados con la obstinación del faraón para dejar libre al pueblo hebreo y salir de Egipto, el relato se centra en el peregrinaje por hallar un territorio en medio del desierto y en la dura tarea de educar a este mismo pueblo en una ley. Es una constante en el texto, la forma como Thomas Mann presenta los conflictos por los que pasa un gobernante frente a la variable opinión de una masa que trata de gobernar.

Comentario

Dos fuerzas mueven a Moisés: la ira y un sentimiento religioso que, por momentos, se vuelve obcecación. Estas dos fuerzas lo acompañan durante toda la obra. Y cada una de ellas lo impulsa o lo desvía de su meta final. Es la ira la que lleva a Moisés a matar, y la que lo hace romper las primeras tablas de la ley; ira expresada en sus palabras o ira contenida en sus acciones. Y de otro parte, es ese sentimiento religioso de aspirar a lo puro el que lo pone en situaciones no comprendidas o fácilmente aceptables por su familia o por el pueblo mismo. Un sentimiento que lo gobierna y, al mismo tiempo, lo torna implacable, indolente.

Y lo interesante del texto de Thomas Mann es poner a este hombre, con esas características, a liderar o llevar hacia una tierra prometida a una comunidad iletrada y fácilmente dada a los arrebatos de las pasiones más primarias. Allí, está el conflicto. Ese hombre que en sí mismo es una tensión y una angustia, debe crear y educar a sus semejantes en una ley. Moisés, en este sentido, representa la promulgación y la interiorización de una serie de normas. Con todo lo que conlleva de enfrentamientos, cuestionamientos y emergencia de atavismos o tradiciones inveteradas. Hasta podríamos decir que el relato nos muestra, a partir de una diáspora, cómo una comunidad pasa de la barbarie a ser regulada por un decálogo.

Por supuesto, lo que a primera vista parece una tarea sencilla, se torna poco a poco en un escenario de lucha ideológica, religiosa, política. Allí se ve cómo no es posible socializar unas normas si no se tiene el apoyo estratégico militar, representado en un personaje como Josué; también la importancia que tiene para el funcionamiento de una comunidad la organización de la justicia y, finalmente, la consecución o elaboración de un código que, en esencia, no es otra cosa que el vínculo entre los que conforman un pueblo. Ya con esa carta de mandamientos, con esa ley inspirada en una dimensión trascendente, es posible entrar a la tierra prometida.

Claro está que la observancia de la ley, especialmente en aquellos que la elaboran o dictaminan, no es infalible o de perfecto cumplimiento. Thoman Mann nos muestra los vaivenes del pueblo y las contradicciones que sufre Moisés, especialmente por su sensualidad, por esa otra manifestación de su sangre caliente. Es fácil predicar la pureza, parece advertirnos Mann, pero es difícil no sucumbir a los labios sensuales de una negra etíope. Y por más que demos explicaciones a nuestras “licencias” siempre estaremos predispuestos a caer en la tentación, a olvidar las normas, a odiar al que nos liberó de nuestra esclavitud animal, a volver a lo más inmediato de nuestros apetitos o a nuestra impronta de manada, a ese cierto anonimato muy cercano al gregarismo.

Porque eso también trae o conlleva la aceptación de una ley: diferenciación cultural. Cuando un pueblo establece ese vínculo legal, inmediatamente se distingue de otras comunidades. El decálogo o el código son representaciones de algo más profundo que las meras reglamentaciones o las escuetas normas; son, en verdad, un conjunto de principios que unifican y dan identidad a una comunidad  específica. Por eso, en el relato, se insiste tanto en llegar a esa tierra prometida; porque esa ley, esos mandatos, son legibles dentro de ese territorio. Y por eso también, Moisés necesita por lo menos cuarenta días para elegir una escritura que esté acorde a sus necesidades de moralista. Cabe decir, además, que la ley le impone otra tarea: enseñar al pueblo esa lengua capaz de descifrarla.

Concluyamos señalando otro asunto: aunque el texto describe las situaciones externas que sufre una comunidad al verse sujetada a un código nuevo, a una ley desconocida hasta entonces, el verdadero afán de Moisés ‒o la sutileza de Thomas Mann‒ es mostrarnos cómo la interiorización de una ley es el objetivo último de este líder preocupado por lo puro y lo santo. El decálogo adquiere su asidero raizal cuando su infracción provoca “hielo en el corazón” del que lo transgrede; cuando trae consigo la culpa. La clave de asumir una normatividad o de no traspasar los límites de una ley es que logre inscribirse también en la sangre y en la carne de las personas que vincula.