Imponerse un gusto. Parece contradictorio, pero no lo es. La tarea que me he propuesto –y no es la primera vez– de escribir un ensayo todos los días sobre temas o asuntos relacionados con la poesía, a primera vista parece un objetivo agobiante. No siempre se encuentra un epígrafe motivador y no todos los días la escritura fluye naturalmente. Sin embargo, lo interesante de este encuentro diario con la escritura y con mi “plana” de tres páginas, es que va obligando a mi mente a tener una preocupación en vilo, a darle vueltas en la cabeza a un tópico, a buscar fuentes que apoyen mis planteamientos o, la mayoría de las veces, a enfilar mi imaginación y mi creatividad hacia una diana que ofrece su centro como si fuera una exquisita golosina.
Cuando hablo con colegas de mi trabajo, docentes investigadores, doctores de trayectoria en un campo determinado, siempre alegan o reclaman un tiempo en sus planes de trabajo para poder escribir. Eso en parte es cierto. Porque si no se tiene el hábito o la disciplina, así se dejen horas o días para ello el resultado seguirá siendo el mismo: nada. En otras oportunidades ya he escrito sobre el papel que cumple el cuerpo, cuando de escribir se trata. He comprobado que no basta con la buena voluntad o con el deseo de escribir; la escritura pasa por la mediación de un cuerpo y, en esa medida, hay que enfrentar la modorra, el cansancio, el desánimo o, como decían mis mayores, la “pura pereza”. Entonces, una manera de no alimentar frustraciones o de andar por la vida presentando proyectos fallidos, es ésta, la de “ejercitar” la mente con tres o cuatro hojas de escritura. No digo que sea fácil, no digo que se dé sin contratiempos; pero tampoco afirmo que sea una carga dolorosa o un cometido que vulnere nuestra alegría.
Yo creo que es todo lo contrario. Cuando termino, hacia las doce y media del día, después de estar frente al computador desde las ocho de la mañana, y siento dentro de mi espíritu una alegría infinita, descubro que esa tarea autoimpuesta es una forma de felicidad. O, por la noche, a eso de las doce y media, en el momento en que puedo vencer el cansancio propio del trabajo en la universidad para cerrar el texto al que le faltaba el último párrafo o la precisión en un dato, compruebo que esto es lo que me gusta hacer, lo que me pone en comunión con mi esencia, la clave de mi proyecto vital. Entonces, me voy a la cama, satisfecho, feliz de haber cumplido una meta que, al iniciarla, se veía muy distante.
De otra parte, el escribir estas tres páginas, va generando en la maquinaria mental del escritor una especie de lubricante que aceita los pistones, las válvulas y todos los engranajes. No sé si es la mejor manera de decirlo, pero se escribe con mayor facilidad. Las ideas cuentan con una buena pista de desplazamiento y los argumentos parecen brotar a manos llenas. De pronto tal fluidez provenga de que, al escribir cotidianamente, se establece un vínculo con la escritura; se evita fracturar o romper la continuidad con determinado campo de reflexión. Estoy convencido cada vez más de que las obras de gran calado literario, esas que podríamos llamar clásicas, provienen de autores que lograron fusionar su vida con la dedicación completa a la escritura. Y no se trata de romanticismo, sino de eficacia escritural. Si uno tiene que, como me pasa muchas veces, romper la idea o el motivo que vengo desarrollando para ocuparme de otros asuntos muy diferentes, lo que obtengo al final es una desordenada o maltrecha composición. Y para suturar todas esas heridas, para alcanzar una hoja digna, tengo que emplear muchas horas después en la corrección y en la reestructura de la misma. El vínculo con la escritura, decía, afloja la mano, pone la mente despierta, focaliza nuestras preocupaciones y proyectos.
También la escritura diaria, como sucede con los afectos, va reclamando atención y miramiento. Se va volviendo una necesidad. Cuando se llega a este punto, el hábito de escribir ya hace parte de nuestra carne, se ha interiorizado y pide alimento como otras partes de nuestro organismo. Y por ser una pasión obsesiva, siempre reclama más y más. En todo caso, al volverse una necesidad el escribir, reorganiza la vida cotidiana del escritor. Cambia su agenda en la oficina, dispone de otra manera los tiempos familiares, cancela citas innecesarias, se escapa cuando puede a las librerías, extiende hasta donde sea posible el presupuesto para adquirir algunos libros… Todas las otras cosas, diferentes al querer escribir, se vuelven ancilares, son como satélites atraídos por la fuerza de tal necesidad. Creo que por eso muchos escritores, a no ser que cuenten con el amor comprensivo de su familia o con la complicidad de quien los ama, se enclaustran o vuelven su soledad, una fortaleza inexpugnable. La necesidad de escribir es absorbente y celosa, y produce más angustia cuanto menos se puede satisfacer sus demandas.
Cada escritor, supongo, se inventa maneras o descubre fórmulas para que la tarea cotidiana le resulte más llevadera. He comprobado, al cumplir juiciosamente todo este mes de enero con mi tarea autoimpuesta, que un buen recurso para no empezar de cero el nuevo día o el inicio de la noche, es consignar previamente la cita, el epígrafe motivo de mi reflexión. Aunque parece poca cosa, lo cierto es que esa frase, ese poema, opera como un ojo vigilante, como un radar o como un haz de luz que lanza sus rayos a todo momento. Ya sea en el trabajo de la oficina, cuando se va en un transporte público, o cuando se está compartiendo un alimento. Aún en los sueños, sigue irradiando su mensaje cautivante. Puesto de otra forma: ese pequeño texto opera como un imán que atrae o atrapa ideas, autores, recuerdos, relaciones, juegos de palabras, inventivas. Ese epígrafe o consigna, puesta arriba de mis textos, es ya una escritura preliminar, un asomo de la escritura latente. Por supuesto, esta era una de las técnicas de Hemingway, que luego García Márquez y Vargas Llosa han considerado una de sus mejores aliadas para saltar el vado de la hoja en blanco.
Y de otro lado está el punto de la extensión de los escritos. Eso hace parte de las reglas internas del gusto impuesto. Tres páginas. Un término, un límite… En algunos casos ese tope hace las veces de brazo extendido que reclama una párrafo más, otras líneas de esfuerzo para coronar o llegar a la cima de un texto estructurado, completo; en otras ocasiones, el cumplir esa medida, es más bien un llamado al orden, a no irse por las ramas, a centrarse en el asunto. Los linderos también están relacionados con el tipo de género asumido como reto. Para que la tarea se cumpla a cabalidad, es un ensayo lo que debe estar terminado al final de cada día. No es mero ejercicio de expresión o desbordada mezcla de impresiones. El límite textual dictamina que se trata de proponer una tesis, en el primer párrafo por supuesto, y de irla soportando con argumentos a lo largo de esas 1250 palabras. Da gusto ver, al ir concluyendo hoy esta faena, cómo lo que escribí en el primer párrafo hacia las cinco de la tarde ya parece lejano en relación con esta última línea terminada, en este momento, a las siete de la noche.
Diana Marcela Méndez Gómez dijo:
La electiva de lectura y escritura en la educación superior, se constituyo en un reto para imponerme ese gusto por leer y escribir ya que son dos caras de la misma moneda. Aunque tarea difícil y extenuante la puedo comparar con la actividad físico atlética, gusto impuesto a partir del mes de mayo de este año, cuando tome la decisión firme de no seguir postergando aquellas cosas que siempre he querido, que me han apasionado pero que no había podido por imponerme más los gustos ajenos que los propios. La carrera es el final así como el texto que se comparte, ese es el disfrute, el goce, pero tras ellos existen muchas horas de disciplina, de entrenamiento, de rigurosidad que no se pueden postergar y tarea en la cual no se puede claudicar aunque aparentemente siempre van a existir razones paralelas para hacerlo menos atractivo que las imposiciones laborales, familiares e incluso las afectivas. El atletismo, como los ejercicios de lectura y escritura son apasionantes además porque implican la soledad, aunque cuentes con un entrenador, con un plan de dieta apoyado por tu amiga la nutricionista y cuentes con la ropa adecuada: los tenis, la sudadera, el agua para hidratar, el lápiz, la hoja, si no hay la fuerza de voluntad´o la motivación sólo son objetos, algo sin importancia, al contrario, cuando a ese deseo le adicionamos una acción, nos volvemos imparables, basta solamente con desarrollar y consolidar el hábito para que el cuerpo y la mente te pidan hacerlo cotidianamente o según tu plan de entrenamiento, cuando estás en la carrera o en la publicación de tu escrito para compartirlo con otros, es más que la medalla que se obtiene cuando llegas de primeras, porque es el reto contigo mismo. Esa carrera, ese escrito compartido, son además el triunfo del poder sobre el querer, es el vencer los miedos y los obstáculos que nosotros mismos hemos creado o adoptado de los miedos de los otros cercanos: maestros y padres cumplen a cabalidad esa misión, especialmente en el contexto latinoamericano. Cuando lo logras, cuando vences eso, cuando decides y actúas en consecuencia con tu deseo, obstáculos como las ocupaciones cotidianas y el cansancio son “pan comido”, porque una vez que empiezas y lo logras, comprendes que nadie te puede vencer, que tu competencia es contigo mismo y que el límite eres tu mismo. En los últimos años, pero especialmente en este 2013, que ya casi llega a su final, pudimos demostrarnos que Al que cree Todo le es posible y que el principio de todo es creer en ti mismo y en lo que en tí ha puesto el creador, a veces necesitamos de ayudas cognitivas y otras de ayudas afectivas, pero eso es parte de nuestra construcción como sujetos sociales pero quien determina la continuidad de la acción es esa ayuda cognitiva y afectiva que esta dentro de ti.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Diana Marcela, gracias por tu comentario. Coincido contigo en que lo fundamental, en muchos retos de nuestra vida, está en esa combinación de motivación y fuerza de voluntad.
adricortazariana dijo:
Alguna vez, luego de encontrarte el libro de “El relato de un naufrago” en mi casa, me hice el propósito de que quería leer muchos buenos libros, y que debía empezar a cultivar esa pasión que no aprendí en la escuela, pero que me la despertó ese libro que en mi casa nadie leyó. Sin saber como empezar, le pedí a un amigo que leía mucho que me recomendara libros, y desde ahí arranqué. Puedo decir con gusto que incorporé la lectura a mi vida como una fuerza vital, y que soy muy feliz con ello. Creo que tengo una tarea frente a la escritura, y quiero hacerlo… tengo el interés de no postergarlo mas. Gracias por tu texto, como siempre, muy acertado.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Adricortazariana, gracias por tu comentario. Espero poderte acompañar en esa tarea que has venido postergando. Ojalá, con el tiempo, logres incorporar la escritura a tu vida.