Para conocerse, para poder reconciliarse con nuestro “monstruo” necesitamos ir al mundo de los hiperbóreos (bien lejos, bien lejos…). Pero no lo podemos hacer de frente; tenemos que hacerlo de manera indirecta. Por eso necesitamos el escudo de Perseo, el escudo que había recibido de Atenea o Minerva (la diosa de la sabiduría; la protectora de sabios y artistas; la inventora de la escritura, la pintura y el bordado). Es mediante esa “terceridad” del escudo como logramos salir del hechizo de una de las Gorgonas… Sigamos con el cuento: Medusa al despertar, presa del reflejo del brillante escudo, recibe la muerte por parte de Perseo (advirtamos de una vez el valor del reflejo: el escudo se convierte en espejo… El espejo como escenario para la introspección, como símbolo del sí mismo). Una vez cortada la cabeza de nuestro monstruo tenemos que cargar con ella (reconocerse no es “despojarse de”, sino “asumirse como”), meterla en una bolsa y retornar a nuestro ambiente cotidiano… Volvamos al relato, porque el mito posee una fuerza reveladora de lo que somos en verdad: en el mismo momento en que Perseo corta la cabeza de Medusa, e su sangre, nace Pegaso. O para decirlo simbólicamente, sólo asumiéndonos como somos, podremos conquistar nuestra libertad. En otras palabras: nadie puede conquistar la zona de su deseo si antes no ha pasado la aduana de bajar a su propio subsuelo. En síntesis: conocerse implica reconocimiento de esos otros que también somos y que no necesariamente nos parecen aceptables, buenos o mostrables.
Ahora entreveo otros elementos adicionales que me parecen significativos: Para ir hacia el encuentro de lo otro tenemos que ir a diferentes sitios, tenemos que salir de nuestros habituales espacios (de los espacios conocidos). Necesitamos cierta astucia, cierta “metis” para hallar la información requerida. No se llega con facilidad a nuestro yo (pienso ahora en la idea de Nietzsche de la falsa conciencia y de las trampas del conocimiento cuando tiene como objetivo el sí mismo). Para conocerse hay que ir como en un juego de postas: de un lado a otro, hallando pistas, indicios. También hay que contar con ciertos atributos mágicos; quiero entender tales atributos como unas armas idóneas… Una vez uno mata a su monstruo debe cargar con él, para que así se convierta en amuleto, en arma personal: cada vez que saco mi monstruo petrifico a los demás. Aceptación de lo que se es; superación del querer siempre otra cosa a lo que se es. Autenticidad. Quizá el viaje o la aventura de Perseo sea una odisea hacia la autenticidad del ser.
(De mi libro Ser viento y no veleta. Pistas de sabiduría cotidiana, Kimpres, Bogotá, 2010, pp. 175-176).
Cecilia Bustamante dijo:
Que buen mito maestro.
Esos monstruos de la infancia… que cantidad de monstruos con los que me encontré en mi inocencia… hasta ahora me estoy liberando de ellos. Monstruos horribles y miserables, estúpidos monstruos, al fin y al cabo son monstruos, que tienen rostros y que tal vez no salen bajo la cama o del closet, pero salen en el camino de la vida de cada uno …
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario.
Diana Marcela Méndez Gómez dijo:
Esos monstruos fundamentalmente los hemos adquirido en nuestras relaciones familiares, principalmente en esos vínculos con nuestras madres, cuando hemos contado con madres sobreprotectoras, en algunos momentos de nuestras vidas hemos tenido la sensación de que son más numerosos que nuestros escudos que se convierten en espejos y nos impiden ver hacia nuestro interior, luchamos por mucho tiempo tratando de despojarnos de los mismos y en algún momento la sensación de que son más fuertes y nos atrapan de manera avasalladora nos limita, nos aniquila, nos culpa, nos condena, tratamos de ser por mucho tiempo diferentes a esa absorción a esa sobreprotección castrante y asumimos la otra cara de la moneda la liberación es en nuestra condición de madres, sólo allí en esa aceptación con libertad de la diferencia de los otros que son nuestros hijos, es que retomamos el aliento, avivamos la esperanza y entendemos y reconocemos que por numerosos que sean esos monstruos, tienen su lado débil y es allí cuando apoderados del coraje, decidimos ser viento y no veleta, decidimos tomar las riendas de nuestra propia existencia por encima de los miedos, por encima de los otros, por encima del qué pensaran o del qué dirán y es allí cuando vencemos, cuando transitamos en la vida con la espalda recta y la cabeza erguida, es allí cuando nos liberamos para liberar a otros, condición más que necesaria en el quehacer docente bajo la perspectiva reflexiva, porque sólo cuando somos y nos sentimos libres de los prejuicios y de muchos ismos como los fanatismos podemos acoger a otros, cuando primeramente nos hemos acogido a nosotros. Allí, empieza la verdadera vida en paz, en armonía, en aceptación como bases y pilares del verdadero amor en torno al cual es posible la plenitud el bienestar más allá de la relatividad de la felicidad.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Diana Marcela, gracias por tu comentario. Subrayo tu idea de que para acoger a otros primeramente debemos acogernos a nosotros mismos.