De lo que más he leído o me gusta leer asiduamente es poesía. Lo hago no sólo por el afecto particular hacia esta manera de expresión, sino por una especie de tranquilidad o exploración íntima que hallo al entrar en contacto con estos pequeños textos. Todos los días, así sea en pequeños encuentros, me ensimismo en esas líneas que abren sus ventanas como si fueran atalayas a la existencia humana, el mundo o el universo.
De ese encuentro con poemas y poetas dan testimonio diversos registros en mis diarios y una amplia biblioteca que ha ido creciendo con el pasar de los años. Hubo una época en que siempre, al comienzo o al final, incluía en las diversas entradas de mi diario la selección de un poema que había descubierto o que consideraba destacable. Este poema hacía las veces de detonante para algún tipo de reflexión o sencillamente servía de amuleto para mis búsquedas literarias. O, en algunas ocasiones, era en sí mismo un homenaje a esos otros poetas que de tanto releerlos ya hacían parte de mi propia sangre.
En el caso de los libros de poesía ellos fueron sumándose por afinidad de autor o por filiación temática. Creo que ese ha sido el camino de bibliotecas semejantes. Primero, uno se apasiona por un libro de poemas y, en esa medida, anhela adquirir o leer otras obras del mismo poeta. Si el gusto continúa, lo más seguro es que consiga la mayoría de ellos y esté pendiente de un próximo texto, si es que el autor aún vive. Pero puede suceder que el atesorar estos libros no nazca de la fascinación por un poeta sino del interés por un motivo o tema en especial. En mi caso, el mirador de la poesía erótica ha sido una de esas inquietudes que ha permanecido vigente durante muchos años de mi vida. Así que la biblioteca guarda varias antologías sobre este motivo. Pero también mi biblioteca se ha expandido porque en la medida en que uno se focaliza en un género descubre el valor de determinadas editoriales especializadas en el asunto. En consecuencia, poco o poco, he ido abriendo un espacio a colecciones de poesía, valga decir la colección Visor, o las hermosas ediciones bilingües Hiperión de Madrid o las de la Librería Fausto de Buenos Aires.
Lo que vengo diciendo sirve de escenario para lanzarme a compartir con los lectores de este blog mi gusto por ciertos poemas, seleccionados a la manera de preseas literarias o testimonios-joya de una pasión cultivada durante varias décadas. Confío que el agrado personal provocado por estos versos sea trasladable a otros espíritus afines, o al menos que logre despertar en personas no habituadas a la poesía su curiosidad o una incipiente aproximación a los espacios líricos.
En esta primera entrega me concentraré en Dolores Castro, una nonagenaria mexicana autora, entre otros, de libros de poemas como “Cantares de vela”, “Soles”, “¿Qué es lo vivido?”, “Las palabras”, “Fluir”, “Tornasol”… De Dolores Castro cautivan mi atención varios poemas: “Cómo arden, arden”, “Fugas”, “Fluir”, “Nosotros”, “Nostalgias”, “A veces”, pero he elegido “Laberinto”, un poema que bien puede simbolizar la sensibilidad de esta contemplativa buscadora de palabras esenciales nacida en Aguascalientes, en 1923.
Laberinto Encontré la vereda, el atajo, la brecha, el camino más corto para caminar. Me lancé por el plano y después por la cuesta, hacia abajo, con pisada suave, como en sueños, con cautela de gato y ojos abiertos a la oscuridad. Palpé, toqué, dejé no sé cómo pasajes desiertos, arboladas regiones, hábitos y costumbres de permanecer. Mucho ha llovido desde entonces. El invisible hilo que había de sacarme de este laberinto llevo en la mano, pero aquí entre relámpagos y truenos, encandilada, sigo el perfume del hueledenoche, de la madreselva, el lejano aroma del jazmín, y ya no sé si querer o no querer salir.
Creo conveniente, además, transcribir apartes de la entrevista titulada “Dolores Castro: mujer con mayúscula” hecha por Adriana del Moral Espinosa, y publicada en el portal del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
(…)
—En todo el proceso de tener hijos y cuidarlos pequeñitos, siguió escribiendo, ¿verdad?
— Seguí escribiendo, con mayor razón, porque las mujeres podemos sentirnos a veces como más próximas a ser animales que seres racionales cuando están todos los niños chiquitos. O bien a sentirnos cosas, porque el arreglo de la casa, la limpieza y todo eso también esclaviza. Pero si uno tiene la literatura, y sobre todo la poesía…La poesía es la que me ha sacado adelante siempre, porque es mucho más ordenada que la vida. Si tú tienes la poesía como auxiliar el amor no se acaba. El amor a la vida, a la naturaleza, a la gente; porque la vas viendo con mayor profundidad; con mayor profundidad vas aquilatando todo.
— ¿Qué tiene dentro un poeta?
— Tiene una gran necesidad de entender el mundo, porque tiene un gran amor a la vida. Es como resolver un rompecabezas, porque uno llega a la vida sabiendo que va a morir, y que en este corto lapso tiene que descubrir para qué vino, quién es, de dónde viene, hacia dónde va. La mayor parte de estas respuestas, a mis ochenta y dos años, no las he encontrado. Pero sí he tratado de ver con la mirada más profunda, lo que ocurre, lo que cambia, lo que queda. Dentro de mí hay una necesidad todavía de seguir averiguando qué pasa. Además tengo alegría de vivir, necesidad de conocer más. Ya que sólo una vez estamos en la vida, hay que aprovecharla.
— ¿La poesía es entonces una actitud ante la vida, aunque uno no escriba?
— ¡Claro que es una actitud ante la vida!, y desde que abres los ojos. Mi mamá le escribió una carta a mi papá porque él no estaba cuando yo nací en Aguascalientes, y mi papá estaba viajando porque era agente del Ministerio Público. En la carta le decía mi mamá: “Ya tienes una nueva hija. Es morena, pero tiene los ojos muy vivos.” No los tuve grandes, pero vivos sí.
—El papel que para usted tiene la poesía, ¿ha cambiado a lo largo de todos estos años dedicados a escribir poemas?
— Yo creo que ha cambiado, pero nunca ha dejado de ser un interés profundísimo. Ha cambiado porque cada vez tengo más necesidad de comunicar y comunicar bien. Comunicar con un trabajo constante para que la palabra sea transparente.
— ¿Escribe cada vez más?
— Sí, escribo cada vez más, no sé si cada vez mejor.
—Usted ha impartido muchos talleres para jóvenes, ¿piensa que ha cambiado la forma en que los muchachos de ahora se acercan ahora a la poesía?
— Lo que veo es que hay una multitud de muchachos que se acercan a la poesía, porque ese caos en el que vivimos invita a tratar de resolverse. Pero a veces muchos muchachos se acercan a la poesía en una forma que no es la mejor, que es el desahogo. Y los que se acercan en esta forma generalmente es porque no leen suficiente; porque para poder escribir poesía se necesita también leerla. Uno va construyéndose como poeta y como persona con una tradición que le respalda. Y si uno conoce esa tradición a través de la lectura, puede situarse en el ayer, en el antier, o en el antes de antier.
Cecilia Bustamante dijo:
Qué bonito, Maestro:
Me gustan los poemas, éste me transportó a mi infancia, exactamente como lo describe el poema así lo viví. En este tiempo cuando tengo la oportunidad de ir a esa hermosa tierra Boyacense que me vio crecer, salen a flote sensaciones indescriptibles de felicidad, de gratos recuerdos, esa impresión de estar soñando, esos sueños de ilusiones y fantasías como espejismos que dan paso al volar no solo en lo físico (como en los sueños), sino también en la imaginación, el poema siempre tendrá esa forma de hacerte sentir vivo.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario. Así es, la poesía contiene un alimento especial para revivificarnos.