"El buen samaritano" del pintor catalán Pelegrí Clavé i Roqué

“El buen samaritano” del pintor catalán Pelegrí Clavé i Roqué.

La consideración en esta oportunidad deseo centrarla en otra dimensión o valor propio de estos días navideños: el compartir. En esa disposición para hacer más amplia nuestra mesa o en el deseo de participar a otros, aunque sean reducidos, nuestros haberes materiales. Ese parece ser un mandato interior al cual nos adherimos tanto los más humildes como los más favorecidos por la fortuna. Compartir: bella consigna navideña.

Pero, ¿qué hay de profundo en esta actitud del compartir? Un primer asunto es el de renunciar por un tiempo –que ya por eso mismo lo convierte en sagrado– a nuestro habitual egoísmo.  Más allá de la cautelosa planeación o del maquiavelismo de los negocios, el compartir nos convoca a entrar en la lógica del don, de tener el suficiente corazón para renunciar al acaparamiento y lograr dividir con otros un plato de comida o algunas de nuestras posesiones. Es una dinámica de manos pródigas y brazos siempre abiertos.

De otra parte, quien comparte pone su avaricia entre paréntesis. Somete a juicio los malhechores de la usura y el beneficio personalista. Y así sea animado por el ambiente de hermandad que impregna cada casa, por los adornos que decoran cada calle de su ciudad, o por las canciones decembrinas que repiten incansablemente la paz y la concordia, el que comparte pone en su corazón la enseña de la filantropía y una disposición indeclinable para ser generoso. Esa parece ser la maravilla o el ambiente espiritual de estas fiestas: el hacer que el ruin y codicioso ceda ante la magnanimidad.

Se me ocurre que el compartir está profundamente vinculado con el desprendimiento. Porque dar no es igual a desocuparse de lo inútil o salir de los estorboso y desechable. Dar es una confrontación con aquello que consideramos nuestra riqueza o nuestras posesiones más estimadas. Quien da, quien se atreve a compartir, entrega algo que le ha costado. En este sentido es una especie de ofrecimiento. Quizá ahí esté la clave del ágape, de la caridad o la compasión. Lo esencial del compartir estriba en ser sensibles ante la carencia o el sufrimiento ajeno. El que comparte es un genuino ser solidario.

Desde luego, no se comparten únicamente cosas. De igual modo pueden compartirse palabras de aliento o espacios de compañía. De allí que sea tan importante en estas fechas asistir a los solitarios, ofrecer alegría a los desesperanzados, dar muestras de entereza a los enfermos desfallecientes. Podemos compartir nuestra palabra, nuestro entusiasmo o nuestra presencia. Todo eso hace parte de la actitud festiva de esta época. Y entre más compartamos, en la medida en que ampliemos el radio de acción de nuestro dar, mayor contribuiremos a restablecer la convivencia entre los hombres y, de alguna forma, a enaltecer la dignidad del ser humano.

Hagamos un alto reflexivo en estas fechas. Desencadenémonos de las imperiosas y desalmadas leyes de los negocios y los dividendos y hagamos que el compartir torne leve nuestro corazón; le insufle alas de altruismo y liberalidad. Dividamos nuestro pan, sintámonos corresponsables con nuestro prójimo, hagamos realidad cotidiana la parábola del buen samaritano. Pongamos en letras luminosas, a la entrada de nuestra casa, un aviso en el que el compartir titile como un signo de invitación para los peregrinos menesterosos.