Ilustración de Rogelio Naranjo.

Ilustración de Rogelio Naranjo.

El lector crítico sabe que todo texto es un tejido. Un conjunto de relaciones, engarces y puntadas con hilos diversos. El lector crítico adivina la urdimbre y la trama en la rasa superficie de los textos. Reconoce en la aparente homogeneidad de una página los accidentes, las variaciones, las cumbres y abismos de significado. El lector crítico es, por lo mismo, un buscador de lo latente, lo implícito, lo apenas insinuado.

Por mantenerse en esta disposición de sospecha el lector crítico está siempre alerta. No deja pasar un subrayado, un epígrafe, una palabra escrita en bastardilla. Sus ojos advierten lo que para muchos es una cosa secundaria o insignificante. De allí que le resulten absolutamente prioritarias las referencias que los autores ponen a pie de página o los índices o las tablas de contenido. El lector crítico no se satisface con consumir el fragmento de un texto sin antes degustar la totalidad del mismo. Además, aunque centra su atención en el texto no pierde de vista los contextos, los intertextos, los paratextos. Su campo de radiación abarca otras obras, otros autores. Por tal capacidad de vigilancia, el lector crítico convierte lo que lee en un coto de caza: las palabras son indicios del mensaje, huellas de un sentido escurridizo.

Para el lector crítico son habituales los procesos de pensamiento como la deducción y la inducción. Ha afinado su mente para las inferencias y el razonamiento lógico. También ha logrado preparar su intelecto para percibir relaciones, en particular, aquellas más distantes o insospechadas. El lector crítico entrevé semejanzas en las diferencias y percibe diferencias en las semejanzas. Nada queda suelto, todo hace parte de una red o mantiene vínculos, así sea en clave simbólica. El lector crítico, en consecuencia, es un asiduo meditador, un defensor del discernimiento y la reflexión argumentada. Puesto de otra forma: el lector crítico transforma una práctica de lectura en un tinglado para su entrenamiento cerebral.

El lector crítico da a la historia, a los contextos, una total relevancia. Difícilmente lo que lee lo ve por fuera de las corrientes, las tendencias, las mentalidades de una época. Los textos son para el lector crítico un campo de lucha entre credos e ideologías. Hay marcas de época, de religión, de orientaciones políticas en los textos. Nada es aséptico o totalmente desinteresado. Al lector crítico, en definitiva, le encanta poner los textos en situación histórica y a los autores en la perspectiva de su tiempo. Lejos de interpretar un texto como una obra inmaculada o atemporal, prefiere verla como un producto inscrito en una cultura y resultado de fuerzas políticas, prácticas sociales y saberes en uso. El lector crítico detecta las improntas del poder en los márgenes, los recovecos, los intersticios de los textos. Y por ello necesita hacer arqueologías, cotejo de fuentes y cuadros comparativos. El lector crítico es un guardián de la memoria.

Por supuesto, todas las acciones, habilidades y disposiciones del lector crítico conducen a un punto: el lector crítico aspira a perfeccionar sus elementos de juicio. Se es lector crítico para superar la opinión insustancial o la ingenuidad de la masa. El fin último de la lectura crítica es proveer a las personas de mejores razones para valorar, enjuiciar o cualificar una manera de pensar o mejorar la toma de decisiones. El lector crítico no solo lee en profundidad y contextualmente un texto; de igual modo, puebla su conciencia de lentes más perspicaces, más libres de fanatismo o banalidad mediática. El lector crítico, en este sentido, tiene aptitudes para ejercer su autonomía y mantener vivo el derecho a disentir y objetar. En síntesis: es un individuo que asume la mayoría de edad de su razón con el fin de continuar pensando por cuenta propia.