
“Agua: el origen de la vida”, mural de Diego Rivera
Para enfrentar las tensiones entre lo local y lo universal, o esas otras entre lo transnacional y lo nacional hay que ser anfibios; es decir, acceder a lo macro sin perder de vista lo micro; respirar los temas globales sin perder de vista nuestras preocupaciones más inmediatas. “Soñar el mundo sin perder la aldea”, decía Rubén Darío.
Tensiones: defender lo regional a ultranza, nos puede condenar al inmovilismo, a la falta de confrontación; a los laureles fáciles. Al no tener interlocutores que pongan entre paréntesis una experiencia o una propuesta, podemos llegar a creer que todo lo que hacemos es bueno o esencial… Asumir como rasero únicamente lo nacional y, mejor aún, lo transnacional, nos puede colocar en la dimensión de andar siempre en búsqueda de novedades, nos puede llevar al diletantismo infinito, a la vaguedad, o a una superficialidad en nuestros proyectos.
Anfibios significa tener el suficiente aire para movernos en un mundo cambiante, rápido, diversamente heterogéneo. Un mundo atravesado por la sociedad de consumo, el liberalismo económico y el constante asedio de los medios de comunicación. Anfibio quiere decir, ser un lector plural. Manejar varios lenguajes. El siglo XXI demandará de nosotros poder leer varios tipos de signos. Desde la imagen fija hasta la imagen en movimiento, desde la proxémica hasta la kinésica. Desde el dinero plástico hasta los hipertextos. Un lector plural es una estrategia, una respuesta de sobrevivencia para esta época. Entonces, aunque parezca contradictorio, tenemos que ser capaces de leer al mismo tiempo lo premoderno, lo moderno y lo posmoderno. Leer el mito, leer los textos escritos y leer un videoclip… no lo uno o lo otro, sino lo uno con lo otro, y lo uno en lo otro; constelaciones, imbricaciones, intertextualidades. Entender la cultura como un enorme texto.
II
Otro de los problemas claves en este debate entre lo regional y lo nacional es la poca consignación de nuestras prácticas, la ausencia de escrituras, la avalancha de nuestro inmediatismo en la acción. Pareciera como si lo local –debido a la ausencia de miradores, de cortapisas teóricas capaces de poder distanciar una práctica– viviera preso del activismo… como si todo fuera tan importante que no diera tiempo para reflexionar, para hacer un distanciamiento, una zona de discernimiento, un momento para reconocer tal avalancha de acciones. Pienso que si no miramos más allá de nuestras fronteras viviremos “apagando incendios”, como se dice; y cuando actuemos así, nunca veremos con lucidez algún sentido o un punto de mira, una intencionalidad, un derrotero, una teleología de nuestros proyectos. Muchas veces, nuestras mejores intenciones, nuestros mejores esfuerzos, se pierden o se diluyen entre el activismo infinito o el inmediatismo de lo urgente.
También acá es imprescindible volver los ojos a lo nacional, a lo macro. Con los pies en el piso, sí, pero mirando las estrellas, el firmamento. Es la mirada del afuera lo que permite convalidar el adentro. Hoy, más que nunca, educar no es un trabajo para el presente sino una tarea del futuro. Educar no es satisfacer la inmediatez de una ansiedad, sino prodigar las herramientas suficientes para sobrevivir en tierras nunca vistas. Se educa en función mediata. Recuerdo ahora una frase de Lauro de Oliveira Lima, “cada vez gastamos más, tiempo y más recursos, educando a unos estudiantes para una sociedad que ya no existe…” Esta idea corrobora lo que vengo diciendo: hay que salir de lo conocido para poder hablar el lenguaje de lo desconocido; hay que salir del pequeño cerco de la tribu para poder relatar cuentos maravillosos. No se es héroe permaneciendo sólo en el ambiente de la aldea. El heroísmo empieza cuando nos atrevemos a ir en pos de lo desconocido, cuando osamos atravesar los bosques de la incertidumbre. Cuando nos permitimos la confrontación, la crítica. No puede haber identidad sólida si no es a partir de la aceptación de la diferencia.
Como puede apreciarse, esa tensión entre lo nacional y lo regional mantiene un ritmo de péndulo, una oscilación no sólo teórica, sino práctica. No sólo epistemológica sino también de método. Ser anfibio, por lo tanto, parece ser una forma estratégica para sobrevivir en escenarios híbridos, como los denominó Néstor García Canclini.
profejesusolivo dijo:
Muy buena tarde, maestro.
Vivir entre Fronteras es una prenda de garantía para la subsistencia de lo humano en el vaivén de la deshumanización. Es estar entre tensiones; entre el aquí y el allá; entre el pasado, el futuro y el ahora. Es un mar de complejidades que hay que aprender a sortear pero, más que aprender o vivir esos pedazos de experiencia, hay que estar preparado para atreverse a soslayar tales retos.
El sujeto del aquí, es el que tenga la intrepidez de poder resistir ante los avatares del mundo al que pertenecemos. En cierta medida, es ser como el Quijote de la Mancha, aventureros osados, curiosos por naturaleza y amantes del peligro. De ese peligro que implica vivir en tensión; el adentro, el afuera; la ilusión, la desilusión, el querer y no querer, pero que va llevando a las sociedades a perpetuarse o quedarse estáticas sin acrecentar las posibilidades de crecimiento. Se podría decir que, vivir en tensión es como deslizarse hacia nuevos desafíos que proveen diferentes conocimientos y aprendizajes a aquellos que se sumerjan en estas pugnas.
Un abrazo fraterno y hasta una nueva oportunidad.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Profejesusolivo, gracias por tu comentario.