Bien sea como resonancia de tradiciones nórdicas o de ritos agrarios para celebrar los cambios de la naturaleza, lo cierto es que el árbol ya forma parte del decorado navideño. Junto a él se reúne la familia y debajo de sus ramas se ponen los regalos. Este árbol, engalanado con moños, bolas multicolores, follaje plateado y figuras decorativas, tiene un sinnúmero de simbolismos que no podemos olvidar.
El primer significado para subrayar, especialmente por sus hojas perennes, es que dicho árbol es una exaltación a la vida. Después de que ha permanecido guardado en cajas por un año le llega el momento de desplegar sus ramas y su verdor. La familia participa en este rito como un anuncio del renacimiento de la fiesta, de la alegría decembrina. Todo renace, cada cosa se limpia y vuelve a ponerse, con delicadeza, en derredor de esta figura triangular. Allí, las bolas doradas; más allá, unos diminutos osos, y arriba, la infaltable estrella. Lo que estaba resguardado renace en todo su esplendor; la vida que estaba en hibernación recobra su brío y plenitud.
Y cada adorno, cada guirnalda, lo que hacen es subrayar el deseo de prosperidad. Signos o augurios para que no falta el alimento, el trabajo, lo necesario para que la vida siga su curso inagotable. Por eso se decora con ese barroquismo, de allí el deseo de que el brillo del árbol sea como un altar tornasolado. Y por eso también, debajo del árbol se ponen los regalos, como si fueran frutos de ese mismo arbusto. Sean grandes o chicos, todos esperan que en ese lugar haya un obsequio con su nombre; que nadie quede sin parte de esa cosecha. Así que, semejando una verde cornucopia, del árbol van saliendo muestras de agradecimiento, de afecto, de reconocimiento a los vínculos y la existencia compartida.
En este sentido, el árbol es también un símbolo de amparo, de protección. Confiamos en que esa figura nos resguarde o nos proteja de la desfortuna, de la desunión, de la orfandad. Quizá el gesto de rezar una novena, a la sombra del árbol, sea lo que mejor ilustra tal gesto de cobijo. Bien parece que en el árbol de navidad hay refugio para todos: para el familiar que persiste en una rencilla tonta, para el hijo que llega de muy lejos, para el vecino solitario, para las personas más queridas y para aquellas otras que casi ya no reconocemos… Juntos, cantando villancicos, al lado del frondoso e iluminado árbol construimos una hermosa fortaleza para guarecer los afectos y ratificar los lazos profundos de la convivencia fraterna.
Pienso que, de igual modo, el árbol comporta otro simbolismo. Me refiero al cultivo de la esperanza. Así no se diga en voz alta, el que es invitado a una casa en época navideña, espera que por allí esté algún detallito para él. Confía en que el olvido allí no tenga cabida. Y ni qué decir de los niños y niñas que miran y revisan los diferentes paquetes para ver cuál tiene su nombre, o tratan de adivinar por la forma del regalo, lo que hay dentro de ellos. Y todos esos pequeños quieren abrir inmediatamente aquellos paquetes, pero el ritual consiste en esperar hasta una fecha específica. Así pasan las noches, alimentando la ilusión y la fe, confiados en la promesa de una carta escrita al niño dios o al papá Noel. El árbol es el centro de tal expectativa; es un símbolo de la espera no hecha del consumo rápido de las mercancías, sino del tiempo lento como se adquieren las cosas que llegan al corazón.
Terminada la navidad, el árbol volverá a un lugar reservado u oculto. Otra vez la familia ayudará a descolgar, envolver, acomodar y empacar cada elemento de ese arbusto ritualizado. Los muebles de nuestras casas volverán a ocupar su lugar habitual, y la vida seguirá su curso cotidiano. Pero lo valioso de haber vestido ese humilde tronco durante unos días es su mágica atracción para convocar a familiares y conocidos, permitiéndonos renovar los lazos de la sangre y los del cariño sincero. Quizá ese sea otro de sus simbolismos: el de reunir y congregar, el de llamar a hombres y mujeres para recordar el sentido y la importancia de las tradiciones.
Bajo la sombra del árbol de navidad confirmemos nuestra exaltación a la vida, celebremos con regocijo las manifestaciones de la gratitud y confiemos en el cumplimiento de las promesas. Que su copiosa decoración sea un buen presagio de la abundancia y el bienestar futuros; y que la intermitencia de sus luces nos advierta de la incesante renovación de la esperanza.