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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: noviembre 2018

Partidas y retornos

26 lunes Nov 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración de Escher

Ilustración de M. C. Escher.

Al partir de nuestros lugares conocidos, de nuestra cotidianidad o al alejarnos de los seres que amamos y nos quieren, lo primero que sentimos es un vacío, una pérdida instantánea. No tenemos ya los mimos y los abrazos familiares, como tampoco el resguardo de nuestros hábitos y mucho menos la consabida dieta a la que estamos acostumbrados. Nuestro corazón y nuestro cuerpo se resienten de tales carencias. Al partir, especialmente cuando los viajes son a tierras lejanas, padecemos la sensación de lo incierto o la brusca cesación de una temporalidad domesticada.

Por supuesto, esa primera sensación es atenuada por la novedad que se avecina. Nuevos territorios, nuevas gentes, nuevas formas de vivir y comportarse, ayudan a que la partida no sea tan dolorosa o al menos no tan permanente. Desde luego, hay momentos en que la evocación de nuestra tierra, de nuestros seres más cercanos, aviva la tristeza o nos evidencia, como si fuera una impronta indeseable, que ahora somos extranjeros. Cuánto se extraña, entonces, la comodidad de nuestro lecho, los colegas de trabajo, el fluir cálido de las relaciones tejidas durante muchos años. Cuánto anhelamos los alimentos más sencillos o el tener cerca nuestros objetos tutelares.

Es obvio que las partidas despiertan la curiosidad, el sentido de exploración y la no menos fascinante condición de viajero o ser en tránsito. Lo nuevo encandila nuestra atención y estimula la vigilancia para lo sorprendente. Pero las luces fulgurantes de lo desconocido no enceguecen todos nuestros recuerdos. De allí que busquemos establecer algún contacto con nuestra familia, escribir un mensaje o escuchar por algunos minutos la voz de los más íntimos allegados. Oírlos o saber de ellos es una manera de mantener los vínculos; un signo de que la partida no es definitiva. Y al hablar o saber de esas personas restituimos –así sea simbólicamente– la pérdida, la ruptura, el trazado de nuestro mapa existencial.

También las partidas abren caminos para lo insospechado y renovador. Al estar inmersos en otras geografías y con personas diferentes a las coterráneas, podemos incorporar otras rutas o diferentes personas a las ya conocidas. Ganamos en mirada y perspectiva, aumentamos nuestro capital cultural, creamos otras relaciones. Nada de eso se lograría si no nos aventuráramos a partir, si no rompiéramos con los lazos del afecto y las ataduras de la costumbre.

Sin embargo, es imposible mantenerse en el total asombro o la continua expectativa. Los seres humanos necesitan asentarse, tener un nicho, forjar una casa, construir una familia. Esto les da certeza y les garantiza afecto y reconocimiento, además de armas para vencer la soledad y saberse respaldados por un grupo forjado en la lealtad y la confianza. Por todo ello se desea retornar; ese parece ser el mandato íntimo que se mantiene agazapado en el espíritu de los que parten. Retornar es el llamado de la tribu, la invocación de la patria a los hijos ausentes.

De igual modo, el retorno es la posibilidad para el reencuentro, para testimoniar el valor de una presencia, la urgencia de ver un rostro o sentir el calor de un cuerpo. Porque las partidas tienen esa otra particularidad: muestran o dejan entrever el espacio real ocupado por las personas, la zona de irradiación provocada por su ausencia. Los que parten dejan tras de sí una estela de “vacíos” y silencios, de resonancias y experiencias únicas.

Retornar, por lo mismo, es recuperar ese hilo que por momentos parecía roto, es continuar un diálogo interrumpido, es restablecer el orden en el micromundo de una persona y en aquellos otros con los que convive o con quienes labora. El retorno recompone, reconfigura, resignifica. Al retornar, el continuum de la vida sigue su curso y el espíritu se alegra de no seguir a tientas entre tierras fascinantes y maravillosas, sí, pero ajenas y sin rostros familiares.

Entre partidas y retornos transcurre la existencia de los hombres. Ese es el destino de nuestro periplo vital. Muchas de esas partidas albergan un retorno seguro y, otras, lo sabemos, son idas de un solo trayecto. Aunque en estos últimos casos nos queda la inagotable recordación, que es la forma como la memoria mantiene vivo el retorno de quienes deseamos tener siempre con nosotros.

Doctorado Honoris causa

18 domingo Nov 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Doctorado Honoris causa

Quiero agradecer, antes de leer estas palabras, al Consejo Superior, al rector, hermano Alberto Prada Sanmiguel, y al Consejo académico de la Universidad, por este honor que enaltece mi nombre, pero también exalta el oficio de enseñar.

LAS TENSIONES DEL SER MAESTRO

La profesión de ser maestro no es un oficio fácil ni siempre efectivo. Está determinada por las variables de cómo son los enseñantes y, desde luego, por las particularidades de los aprendices. Es una labor que alberga una buena cantidad de vocación y el necesario estudio para alcanzar el rango de una profesión de servicio. Con el tiempo he ido comprobando que nuestro quehacer se mueve en tensiones u oscila entre fuerzas si no opuestas, al menos, dispares. Bien vale la pena aprovechar esta ocasión para compartir algunas de ellas, no solo como un testimonio de lo que considero esencial de ser maestro, sino con el objetivo de seguir aclarando lo que somos como educadores.

  1. Guardianes de la tradición y entusiastas de la innovación

Es indudable que los maestros somos los custodios de tradiciones, de valores y de una herencia cultural. Por nosotros perviven o se mantienen determinadas creencias y un conglomerado de artefactos del pensamiento que han sido tallados por anteriores generaciones. Damos voz al pasado y, al hacerlo, subrayamos saberes, obras, nombres y un conjunto de ideas consideradas valiosas para la humanidad. Así que, al cumplir esta labor de guardianes del legado espiritual de otros pueblos y otras épocas, somos los heraldos vivos de lo permanente y digno de conservarse en la memoria de los hombres. Pero, además, los maestros también procuramos avizorar el futuro, divisar horizontes para las nuevas generaciones. Esto nos lleva a mantenernos alertas, a releer el pasado y actualizar, con sentido crítico, lo que hemos recibido como tradición. Cuando así actuamos, nuestra labor es invitar a innovar, a diseñar otros mundos posibles, a crear condiciones insospechadas. Nuestra tarea, entonces, es poner en la mente y en los corazones de nuestros estudiantes la semilla de la inconformidad, el entusiasmo por el emprendimiento, la pregunta por lo posible. Como se ve, lo que hacemos cotidianamente los maestros es sopesar y poner en la balanza el pasado con el porvenir.

  1. Transmisores de Información y tutores de la formación

Los maestros siempre hemos tenido un gusto y una experticia en determinado saber que nos interesa transferir a otros. Ese conocimiento hace parte de nuestra experiencia y lo hemos llegado a cualificar con sofisticadas didácticas disciplinares. En las aulas explicamos y procuramos dar a conocer los fundamentos de una profesión o un oficio y nos sentimos a gusto cuando nuestro ejercicio de enseñar se convierte en feliz aprendizaje. Sin embargo, nuestra tarea va más allá de dominar una asignatura. Los maestros, de igual modo, tenemos que habérnoslas con seres de carne y hueso, viviendo una particular etapa de su desarrollo, y en muchos casos con problemas y circunstancias adversas. En consecuencia, además de prodigarles un saber a los estudiantes, a los maestros nos corresponde formarles un carácter, templar sus emociones, procurar modos de convivencia y favorecer el autocuidado y la autocrítica. Salta a la vista: los maestros tenemos una responsabilidad académica y, al mismo tiempo, una responsabilidad social de acompañar y cuidar a personas afectables y situadas en una realidad específica.

  1. Creadores de vínculos fraternos y encargados de la distancia correctiva

Si hay algo que muestra nuestro talante como maestros es la forma de crear vínculos. Mediante una vigorosa comunicación interpersonal y una disposición para la escucha, vamos tejiendo relaciones con nuestros discentes, vamos estableciendo puentes del afecto y de la camaradería. Además de explicar y exponer, conversamos con nuestros aprendices, compartimos experiencias, nos hacemos cómplices de sus peripecias existenciales. Porque queremos ser más que eruditos profesores, indagamos en la historia de vida de cada uno ellos, nos esforzamos por saber sus nombres y hasta conocemos sus estilos de aprendizaje. No obstante, para que la relación pedagógica conserve su consistencia, de igual modo necesitamos tomar distancia para exigir los compromisos establecidos, pedir las tareas a tiempo, señalar una falta y sancionar cuando sea necesario. Somos maestros porque no a todo decimos que sí, ni siempre actuamos de manera complaciente. Ponemos límites, corregimos comportamientos, hacemos cumplir unas normas. Cuando así procedemos, procuramos hallar el tono adecuado, el tiempo oportuno y la dosificación en nuestras amonestaciones. En definitiva, a la par que establecemos relaciones de fraternidad con nuestros aprendices, también tomamos distancia para reprenderlos, evaluarlos o regular sus conductas indebidas o inadecuadas.

  1. Potenciadores de capacidades conocidas y descubridores de talentos inéditos

Los maestros, desde los que educan a los más pequeños hasta los de niveles universitarios, buscamos por todos los medios potenciar las habilidades, las aptitudes que ya traen nuestros estudiantes. Buena parte de nuestra labor cotidiana consiste en identificar, impulsar y desarrollar esas capacidades de los aprendices. Somos maestros porque creamos condiciones para que esas capacidades innatas se potencien y para que al ponerlas en contacto con el acervo de la cultura se cualifiquen. Claro, nuestra labor no termina ahí. Nos interesa también explorar en talentos inéditos que los mismos aprendices desconocen o no tienen la suficiente fortaleza interior para darles su justa valía. Este oficio de entrever capacidades desconocidas es de los más gratos de nuestra profesión. Aquí el trabajo nuestro se hace más sutil, porque debemos descubrir esas potencialidades y tejer un camino posible para que afloren y despunten como si fueran revelaciones maravillosas o tesoros ocultos. Ofrecer condiciones para el reconocimiento de esas otras inteligencias desconocidas es uno de los rasgos distintivos de nuestra experticia o de la sabiduría en el oficio de enseñar. En consecuencia, los maestros impulsamos y acrecentamos en nuestros estudiantes sus inclinaciones y habilidades conocidas, y a la vez, hallamos e impulsamos sus talentos inexplorados.

  1. Fomentadores del pensamiento crítico y promotores de esperanza

Los maestros, hoy más que nunca, caldeamos el pensar y muy particularmente el pensamiento crítico. Nos interesa que nuestros aprendices aprendan a relacionar, a contrastar, a argumentar, a analizar el mundo que viven. Queremos que ellos sepan de su disciplina, por supuesto, pero nos parece más importante que tengan herramientas idóneas para resolver problemas, para sospechar y preguntar, para tomar distancia comprensiva y juicio crítico. Aunque nos guía el saber, nos interesa profundamente el cultivo de la reflexión y la cualificación de los procesos del pensamiento.  De otra parte, además de aguzar el pensamiento de nuestros estudiantes, los maestros les prodigamos cierta confianza o determinada fe para que no sucumban al escepticismo o a la avalancha negativa de la realidad en que viven. Proveer ese optimismo vital, esa capacidad para mantener en alto la esperanza, es una de nuestras tareas más delicadas, si en verdad nos interesa formar personas aptas para construir sociedades más democráticas, más justas, más incluyentes. Porque afianzamos la esperanza es que los maestros no comulgamos con el derrotismo o la pasividad cínica. Así que, de un lado impulsamos la sospecha para descomponer críticamente la realidad y, de otro, afirmamos la confianza para lograr reconstruirla.

  1. Ejemplos de calidad profesional y referentes morales de una vida íntegra

Por la manera como organizamos responsablemente nuestro quehacer, por la forma como planeamos nuestras acciones, por lo actualizado de nuestros contenidos, por las investigaciones que nutren y soportan nuestra enseñanza, gracias a todo ello, los maestros somos ejemplos de profesionalismo para nuestros estudiantes. Al oírnos y vernos en clase, al leernos o saber de nuestra trayectoria académica, a los aprendices les servimos como un referente disciplinar, como un punto de inicio o una posible zona de desarrollo. Porque asumimos con dignidad y altura todo lo que hacemos y porque nuestro discurso refleja el estudio permanente, es que ganamos el respeto académico y la credibilidad en un campo del saber. Pero, no sólo somos ese tipo de ejemplo; de la misma manera, encarnamos ciertos valores o determinadas virtudes que instauran una forma de ser y comportarse con los demás. Al ser justos, al ser honestos, al mostrar entereza y disciplina, nos convertimos en modelos de conducta, en hitos morales para los más jóvenes. Este lugar de referencia no es un asunto menor, pues de esos comportamientos es que se deriva la autoridad, esa distinción que los estudiantes nos reconocen porque ven coherencia entre lo que decimos y hacemos, entre nuestras palabras y nuestros actos. Salta a la vista que servimos de punto de mira y excelsitud en una rama profesional pero, de igual modo, de raseros éticos en la forma de comportarse como es debido o llevar una vida íntegra.

Cierro estas aproximaciones sobre el ser y el quehacer de los educadores, subrayando el hecho de la tensión que impregna nuestras actuaciones. Quizá, al igual que los arcos de calidad, tendríamos que ser cimbreantes, flexibles, para no hacer la fuerza solamente en uno de los extremos. Se me ocurre ahora que tal vez esta sea la mayor lección que se va aprendiendo después de muchos años en el oficio docente: la de ser más tolerantes con nuestros aprendices, la de aumentar el caudal de nuestra paciencia cuando las cosas no salen como deseamos y la de aprender, con humildad, que aunque convencidos señalemos una estrella en el firmamento, cada estudiante debe encontrar en ese cielo su propia luz.

Muchísimas gracias.

Un foro sobre lectura crítica

12 lunes Nov 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Afiche Foro XX

Como reflejos o ecos del reciente Foro Pedagógico (el vigésimo) organizado por la Maestría en Docencia de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de la Salle, y cuyo tema central fue “la lectura crítica y sus estrategias”, he anotado en mi diario los siguientes apuntes:

1. La necesidad imperiosa, especialmente en un mundo hipermediatizado, de alfabetizarnos en la lectura de estas tecnologías. De no ser consumidores pasivos de información, sino activos lectores de las mismas. Tal alfabetización comprende tanto el conocimiento de las especificidades técnicas y del lenguaje particular de cada medio, como avizorar y estar alertas de las implicaciones éticas y políticas de los mensajes emitidos por ellos.

2. Subrayar el hecho de que la lectura crítica es una toma de distancia, un poner entre paréntesis lo que leemos, escuchamos o percibimos en los diversos medios masivos de información. La toma de distancia es un antídoto contra la ingenuidad, el conformismo o la desidia intelectual; es de igual modo una forma de defensa ante la uniformidad ideológica, los engaños seductores del consumo y las falacias de los que abusan del poder. Esto, por supuesto, entraña cierta dificultad: ser un lector crítico es tener la capacidad para autocuestionarse, para decir lo que no es “políticamente correcto” o tener el valor para denunciar lo que a todas luces es una arbitrariedad, una injusticia, una farsa o una flagrante inmoralidad.

3. Tener presente que la formación de lectores críticos es una tarea fundamental de la escuela y de la familia. Hablar y discutir sobre los mensajes que circulan, disponer de estrategias para descomponer y analizar lo que ellos dicen, conversar y debatir en el aula, en la mesa, todo ello debería ser un objetivo de primer orden para cualquier tipo de formadores. Si no se fomenta el ojo avizor, la duda, la disposición hacia la pregunta, el análisis, las nuevas generaciones serán fácilmente manipulables, profundamente fanáticas y con mínimas bases de autonomía.

4. Entender que la lectura crítica es siempre por lo menos el cotejo o la relación de dos aspectos, dos realidades, dos entidades, dos posturas, dos cosmovisiones. Por ejemplo: entre las partes y el todo, entre el texto y el contexto, entre lo dicho y lo oculto, entre el sentido literal y los sentidos latentes, entre las lógicas racionales de la vigilia y esas otras irracionales del sueño. Por eso, los lectores críticos tejen, entrelazan, combinan, comparan significados. Y por eso, también, elaboran cuadros históricos, esquemas comprensivos, campos semánticos, cuadros categoriales. El lector crítico manipula los mensajes como si fuera un relojero de la cultura: desarma y reconstruye, desmonta y recompone, analiza para explicarse y comprende hallando sentidos.

5. El lector crítico, aunque puede tomar cualquier unidad cultural como estudio, su foco de acción más fuerte está en la vida cotidiana. Porque en el día a día, en las rutinas y los quehaceres habituales, es que vamos perdiendo la previsión ideológica, el cuidado ético y la perspicacia para leer el entorno. De allí que las herramientas de la semiótica sean tan valiosas para un lector crítico: esta disciplina fue la clave para aprender a sospechar del entorno, para descubrir cómo operan las ideologías, cómo se imbrican los significantes con los significados. En un aviso publicitario, en la manera de saludar o de vestir, en el modo como interactúa o en la preferencia por un gusto, en todas esas cosas, siempre están los signos presentes. La semiótica los puso al descubierto, y por eso es una herramienta tan útil para los lectores críticos. Cuando las acciones se van tornando inadvertidas los lectores críticos aparecen para provocar un despertar en nuestra conciencia.

6. La formación en la lectura crítica presupone el desarrollo de procesos de pensamiento como la comparación, la inferencia, la disociación, la argumentación, la evaluación de hipótesis, la identificación de falacias, y otras estrategias metacognitivas que ayuden a dar cuenta de cómo pensamos lo que pensamos. Para que esto sea posible, en la escuela o la familia, es prioritario pasar de una enseñanza centrada en temas a una educación articulada desde problemas, en la que la pregunta sea el lubricante esencial del aprendizaje. De igual modo, serán fundamentales las didácticas que favorezcan el diálogo, la discusión, los conversatorios, el panel, el debate. Es muy difícil formar en la lectura crítica si no enseñamos desde los primeros años a analizar lo que otros dicen y aprender a defender argumentadamente las propias opiniones.

7. Aunque parezca obvio, una opción por la lectura crítica es una apuesta por la reflexión permanente. Pero una reflexión fundamentada en un método. Es decir, una guía de pasos o de operaciones analíticas que, además de ser rigurosas, comportan una lógica, una coherencia interna. Quien hace lectura crítica de hondo calado logra sistematizar sus intuiciones, darle densidad a sus sospechas y ofrecer validez a sus conclusiones. Acá es oportuno decir que el papel de la investigación, especialmente la que se promueve en las universidades, es vital para desarrollar modelos y maneras de hacer lectura crítica consistente. Las instituciones universitarias no pueden estar por fuera de la comprensión de la sociedad que tenemos; deben proponer marcos de estudio para responder críticamente al mundo establecido y, en esa misma medida, diseñar estrategias para transformarlo.

8. Detrás de propiciar lectores críticos, como le pensara Paulo Freire, está una opción política. Es decir, la intención de formar ciudadanos capaces de convivir y defender los principios democráticos. Si se es lector crítico, más fuerte será la comprensión de los vínculos sociales, y más genuino el deseo de participar en la dinámica de la sociedad. Los lectores críticos, desde esta perspectiva, son actores sociales comprometidos, activistas defensores de la civilidad y los derechos de las minorías. De igual modo, se sienten corresponsables del futuro de su territorio o del país en que viven. Un lector crítico “toma partido”, “asume una posición”, “lucha por unos ideales”, lo movilizan ciertas utopías.

9. A la frivolidad y la velocidad del mundo hipermediatizado, o a la irresponsable inmediatez del twitter y las redes sociales, la lectura crítica aboga por la “pausas activa” del análisis, por los filtros, por la contrastación de fuentes y por una indagación meditada sobre la circulación de las creencias y la opinión pública. El lector crítico pone un freno a la avalancha de información para sopesar, aquilatar, contrastar y no quedarse con lo que “todo el mundo dice” o lo que está de moda. La lectura crítica fomenta, por lo mismo, la relectura, el cambio de perspectiva, la rumia de los mensajes.

10. Asumir un compromiso con la lectura crítica, bien sea a nivel individual o con alcances más amplios, es una de las metas educativas impostergables de este tiempo y los años venideros. Yuval Nohan Harari la considera una de las lecciones para el siglo XXI: “¿Qué tendríamos que enseñar?”, se pregunta el historiador, y él mismo se responde echando mano de pedagogos expertos: “tendríamos que enseñar las cuatro ‘ces’: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad”. Como se intuye, en un mundo cada vez más saturado de información diversa, en una sociedad altamente proclive al espectáculo, más necesarias serán las habilidades de discriminación, de juicio, de distinción y clarificación, de alternativas para salvaguardar la intimidad y defender lo divergente.

La analogía: poner en correspondencia dos entidades

04 domingo Nov 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Joey Guidone

Ilustración de Joey Guidone.

Argumentar mediante analogías es un recurso inagotable de los buenos ensayistas. Piénsese no más, para mencionar solo dos ejemplos señeros, en varios de los escritos de Alfonso Reyes o en aquellos otros de José Ortega y Gasset. Al lado de los razonamientos lógicos estos ensayistas echan mano del pensamiento relacional, con el fin de avalar su tesis usando analogías imaginativas y sugerentes para el lector.

Por supuesto, la mera enunciación de una relación no constituye en sí misma un argumento con analogía. Para que el recurso logre ser efectivo el escritor debe tejer los diferentes aspectos de las entidades relacionadas, de tal forma que al irlos comparando logre persuadir al lector de la tesis propuesta. Y entre más sean los rasgos analogados, mayor será la fuerza de la argumentación. Como puede adivinarse, la validez de este tipo de argumentación reside en el número de características empleadas y en la imbricación de las mismas.

Salta a la vista que si no se conoce o no se tiene la suficiente información sobre esa segunda realidad que va a servir de referente para la analogía, este recurso argumentativo quedará flojo o sin contundencia. Buena parte del éxito del ensayista al echar mano de analogías consiste en “apropiarse” de los conceptos o términos de la realidad “semejante” para que, desde esa transferencia, sea más evidente la tesis esgrimida. Si se me presta la expresión, el que elabora una analogía debe moverse en dos mundos, convirtiéndose en un traductor de sus lenguajes, de los campos semánticos que les son propios.

No sobra advertir que el uso argumentativo de la analogía presupone la pertinencia o relevancia de la misma en la defensa de una tesis. La inclusión de una semejanza –aunque se hayan tejido varias de sus peculiaridades– si no está alineada con la apuesta vertebral del ensayista quedará como un adorno literario o parecerá una digresión fuera de tono. La analogía no es “decoración”, sino el empleo de una “semejanza” o un conjunto de símiles para hacer más entendible, más interpelativa la tesis de un ensayo. 

Por lo demás, al usar analogías lo que buscamos es darle mayor plasticidad a nuestra manera de argumentar. El uso de imágenes otorga a los escritos una “maleabilidad comunicativa” que aquilata la densidad de la prosa abstrusa y sin puentes con el lector. Hasta podemos decir que las analogías, por tener un origen en lo imaginario, interpelan la parte sensible de nuestra condición, movilizan afectos, vinculan dimensiones simbólicas o claramente tachonadas de alegoría. Por eso, cuando el lector lee las analogías le parecen cercanas o familiares y, por eso también, le resulta fácil compartir o aceptar la tesis defendida por el ensayista. A la par que se alcanza una mayor receptividad en el mensaje, el empleo de analogías apunta a conmovernos o movilizar nuestras emociones.

Agreguemos que la analogía al poner en correspondencia dos entidades posibilita que una de ellas (la más extraña o novedosa) pueda ser entendida desde otra que es más conocida. Así pues, cuando el ensayista lanza una tesis bastante sorprendente o sorpresiva se vale de la analogía para hacerla más familiar a los ojos del lector. Mejor aún: es ese argumento analógico el que permite comprender una tesis que en una primera lectura parecería descabellada o falta de sentido. No solo se gana en aducir motivos para sumar al convencimiento, sino que la misma analogía ofrece una mayor inteligibilidad de la tesis presentada.

Concluyamos recordando que el acierto o desacierto en la elaboración de una analogía depende de qué tanto el ensayista analiza el parecido entre las dos realidades puestas en equivalencia. A veces lo que parece un rasgo obvio y afín termina siendo una contradicción, y lo que no parecía tener una conformidad común se convierte en la mejor probabilidad argumentativa. Pescar las semejanzas posibles, reunir esos aspectos parecidos, recopilar similitudes, es hacerle justicia a la etimología de la palabra; porque la raíz de analogía proviene del indoeuropeo “leg” que significa, precisamente, “recoger”, “recolectar”. El ejercicio de reunir y entretejer esas comparaciones es lo que convierte a la analogía en un modo de argumentar original y sugestivo, pero, al mismo tiempo, retador para el ingenio del escritor de ensayos.

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