Villancico de la falta de fe

Para que la maravilla de la navidad anide en nuestro corazón se requiere tener una fe muy especial, un convencimiento interior de que una estrella en el cielo es el signo de algún misterio o de un hecho de gran trascendencia. Precisamente, de eso nos habla el poeta español Luis Rosales en su texto “Villancico de la falta de fe”, de la miopía que tenemos los hombres para percibir la claridad de los astros o descubrir el paso lentísimo de una luz excepcional.

Ya en las primeras estrofas el poeta nos ayuda a entender los motivos para no percatarnos de esa estrella fulgurante. Las razones están en la lentitud del astro, en su traslúcido vestido o en la calentura que tenemos al ser habitantes de las grandes ciudades. Porque andamos de carreras y mirando hacia el piso el rutinario trabajo que nos permite sobrevivir, por eso poco levantamos la cabeza para avizorar los destellos que incitan a lo extraordinario. Porque nos vamos acostumbrando a no detenernos en lo bello o lo trascendente, porque hemos perdido nuestra herencia celeste, por eso ya no vemos lo que alumbra arriba de nuestras cabezas.

Hemos perdido el don de los magos, de esos seres capaces de entrever el fulgor en lejanía, la invitación que es guía aunque pareciera un resplandor común. Los magos son los que nos devuelven el sentido de lo fantástico, de gozar con lo que parece imposible. Los magos saben de estrellas porque las han visto nacer, porque pueden entrever en un simple fulgor el llamado a emprender la aventura. Los magos tienen más afinada la mirada para ver las estrellas porque han estado mucho tiempo con el cielo desnudo, porque la infinitud ha sido su paisaje cotidiano.

En cambio los hombres citadinos, los apegados a la inmediatez, difícilmente logramos observar los espacios abiertos o de amplitud sobrecogedora. En lugar de aprender de la vejez de Baltasar, ansiamos ser eternamente jóvenes; en vez de tener los ojos ardientes del creyente, nos contentamos con una incredulidad cercana al hastío. Aunque tenemos el alma llena de sed, preferimos dejarla sin florecer; hemos volcado todo nuestro interés en las cosas y las posesiones materiales hasta el punto de tornarnos invidentes para los esplendores o las luminarias inmateriales.

El poeta parece indicarnos que necesitamos de una fe más consistente, más previsora, con la cual podamos atisbar lo que está ahí pero parece ocultarse a nuestros sentidos. Y la navidad con sus belenes, con ese rito de cantos y novenas, puede ayudarnos a recuperar la fuerza de la visión creadora, el fervor de la creencia que fortifica el espíritu y nos devuelva la condición de ser criaturas limitadas pero con el poder de levantar la mirada para adorar la eternidad de las estrellas.