André Letria

Ilustración de André Letria.

Estimado amigo,

El hecho de que me hayas compartido tu inquietud de empezar a leer poesía o, como afirmaste, de “aprender a degustar los versos”, ya es un buen indicio de un espíritu sensible a este tipo de escritos. Si la inquietud y la curiosidad se suman a una porosa sensibilidad, lo que deseo comentarte a continuación ya tiene una buena tierra para tus deseos. Y, si como he comprobado, disfrutas de la música, del cine, además de preocuparte por la fragilidad de tus semejantes, te será más fácil y placentero entrar en los rítmicos y concentrados ambientes de la poesía.

Antes de cualquier cosa, déjame decirte que la poesía hay que empezar a degustarla con lentitud. No es un alimento para “atragantarse” o comer a toda prisa. Esto exige un tipo especial de disposición o, si lo prefieres, un estado del espíritu para dejarse “habitar” por un verso, unos términos precisos, una metáfora. Más que leer de afán, la poesía pide a sus lectores la rumia, la relectura, el ir encontrando la melodía oculta tras cada línea de palabras. Es posible que muchos poemas no te digan nada en un inicio o que parezcan demasiado herméticos al entendimiento, pero si vuelves una y otra vez a ellos, si afinas tu escucha interior, seguramente descubrirás el mensaje entreverado entre el bosque de imágenes.

Pero, ¿por dónde comenzar?, te estarás preguntando. Sé que hay muchas vías para llegar a la poesía. A veces es un regalo casual o el encuentro de un libro de versos en una librería que, por simple curiosidad, abriste al azar un poema y hubo como una revelación en aquella corta composición. O puede suceder que alguien habla de un poeta que le fascina, de una obra que admira, y tú, entusiasmado por esos comentarios, buscas el libro para comprobar tal exaltación, aunque al tenerlo entre tus manos descubras que no producen en ti ni las emociones ni el fervor del que hablaba tu amigo. Hasta es posible, aunque eso no es lo común, que en tu mente hayan quedado recuerdos de tus estudios escolares de literatura y quieras seguir indagando en otras obras poéticas de un autor que aprendiste de memoria… Pero, si nada de esto tienes a tu favor, yo te recomiendo adquirir o empezar a leer antologías de poesía. Estos libros recogen un buen número de poetas y una muestra representativa de sus obras. Es como tener en una sola mesa diversidad de platos de diferentes latitudes, con múltiples sazones y variados sabores. Allí podrás catar, degustar, provocarte y decidir después, si lo prefieres, alimentarte leyendo un particular libro de poemas de un poeta. Las antologías son como una galería en la que apreciamos estilos, tendencias, motivos recurrentes, formas y tonalidades reunidas en un solo lugar, y al que podemos acceder con solo abrir una de sus páginas.

Aunque hay preferencias también en esto de las antologías te voy a mencionar algunas de las que, para mi gusto, son un buen principio para adentrarse en la lectura de poesía. La primera es la Antología de la poesía moderna en lengua española, “Laurel”, de editorial Séneca, que luego en su segunda edición fue editada por Trillas, de México. El prólogo de la primera edicición lo hizo el poeta Xavier Villaurrutia y el epílogo de la segunda, Octavio Paz. De esta antología destaco el excelente ojo selectivo de los compiladores y unas notas en las que podrás hallar los títulos de obras de poesía de los autores recopilados que te permitirán profundizar en los poetas de tu mayor interés. La segunda antología, que visito con devoción, es la de José Olivio Jiménez: Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1970. El compilador y prologuista hace un perfil de cada poeta seleccionado que resulta de gran ayuda para los neófitos en este campo de la lírica. Un tercer libro, si es que deseas enterarte y ponerte en contacto con los grandes poetas universales es la antología de Francisco Rico titulada Mil años de poesía europea de editorial Crítica. Además de presentar datos claves de cada uno de los autores, la antología abarca desde El romancero castellano, pasando por figuras como Dante, Góngora, Milton, Hölderlin, Byron, Keats, Baudelaire, Cavafis, Rilke, Pessoa,  hasta poetisas contemporáneas como Wyslawa Zymborska; contiene variedad de nacioanalidades y, hacia el final, incluye un índice de procedencias de los textos que te será de gran ayuda por si quieres adentrarte en alguno de esos maestros del verso. Me gustaría recomendarte, de igual modo, la Antología de poesía en lengua española (1950-2000), titulada Las ínsulas extrañas, cuyos compiladores son cuatro grandes poetas: Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela. La obra muestra un rigor y mantiene un criterio que avalo y me parece fundamental en obras de este tipo; es decir, en “escoger siempre poemas unitarios” y no fragmentos. Finalmente, y para no hacer demasiado extensa esta misiva, me gustaría sugerirte un libro más. Se trata de la Antología de la poesía colombiana, seleccionada por Rogelio Echavarría y publicada por el Ministerio de Cultura y el Áncora editores. El viaje que propone este volumen te llevará desde los poetas y poemas más conocidos en la lírica colombiana hasta otros autores nacionales del siglo XX.

Lo indicado, entonces, es elegir una de esas antologías, tenerla a la mano y comenzar el ritual que llamo “alimentar el espíritu”. Se trata de sacar un tiempo en tu jornada cotidiana para leer uno de esos poemas, saborearlo con atención y, en lo posible, guardar en la memoria uno o dos versos. Te confieso que llevo muchos años con esta dieta nocturna de poesía y he descubierto que no sólo he nutrido mi alma con exquisitos manjares de cincelada poesía, sino que he notado cómo ese pan de palabras me ha posibilitado educar mi sensibilidad, aguzar mi mirada sobre mi mismo y los demás, volver más dúctil mi mente para establecer relaciones y flexibilizar las aristas de mi temperamento. Desde luego, no es que ese ritual muestre en pocas noches tales beneficios; más bien se trata de ir creando un espacio en tu interioridad para dejar que la poesía repose su vuelo de ave sutil; de que dispongas el corazón –si te resulta más cercana la expresión– para comprender los mensajes de este modo de conocimiento que no prefiere los largos tratados o las argumentaciones interminables, sino más bien la síntesis expresiva, lo alusivo, el reverberar de la connotación y una complicidad hecha de confesiones y testimonios a sotto voce. Todo ello te irá acostumbrando a un modo de comunicación en el que cuenta la música de las palabras, el ritmo entre ellas, a la par que una cuidadosa y tallada organización de las palabras. Si esto haces, te aseguro que con el tiempo irás encontrando un sentido a los poemas que antes te parecía extraño o inasible. De alguna manera, acercarse a la poesía se parece mucho a los escarceos y adivinaciones, a las preguntas ansiosas y los misteriosos silencios que padecemos cuando estamos comenzando una atracción amorosa.

Seguramente,  el ritual de “alimentar el espíritu” con poesía te irá llevando a conocer un poeta que te guste, que haga sintonía con tu espíritu. Cuando ya tengas identificado tal autor, lo que sigue es buscar uno de sus libros y, como supones, mirarlo, releerlo, apreciar sus recurrencias, su modo de concebir un mundo o sus aproximaciones a las múltiples manifestaciones de la condición humana. Y si las antologías te dieron la posibilidad de tener una mirada en extenso de la poesía, ahora, al entrar de lleno en un libro de un poeta específico, lo que obtendrás será profundidad. Podrás, por decirlo así, convivir con ese autor, conocer a fondo las coordenadas de su visión de las personas, la sociedad o el universo. Hasta llegarás a descifrar su tono de enunciación lírica y las marcas que lo diferencian de sus colegas de oficio; tendrás las claves de sus obsesiones, sus búsquedas, sus cuestionamientos o sus propuestas. Es posible que terminado uno de los libros de ese poeta, te resulte tan fascinante que desees adquirir otra de sus obras y proseguir en esa aventura de desciframiento y hondura en sus textos. De igual modo es posible que al comenzar esta pesquisa, leído el libro seleccionado, concluyas que no te produce el mismo efecto o que sientas que no hay unos lazos de filiación con el poemario elegido. No tienes que preocuparte por eso. Lo aconsejable es quedarte con los poemas que más te “llegaron al alma” o esos otros que “conmovieron tu inteligencia”. Los libros de poesía no son un recetario infalible o un menú en el que deben gustarnos todos los platos. Es más: a veces cuando después de un tiempo vuelvas a leerlos, descubrirás poemas que antes te parecían insustanciales y ahora, cobran un interés inusitado. Esto sucede porque la materia prima de la poesía es el hombre mismo, sus angustias, sus esperanzas, sus lamentos y sus júbilos; y por estar hecha de esa sustancia, por tener esa pátina de historia humana, cuando leemos esos poemarios, vamos subrayando los versos que, según nuestra edad, de acuerdo a las experiencias acumuladas, nos parecen tan cerca como para conmovernos hasta la exaltación o nos resultan tan lejanos que ni siquiera nuestros ojos llegan hasta el final de esos textos.

No sobra decirte que cada poema te planteará una estrategia de lectura diferente. Hay poetas que preferirán los versos rimados y otros que manteniendo una música interna usarán el verso libre. Algunos autores acudirán a las formas clásicas, como el soneto, y otros más, crearán su propia manera de decirse o experimentarán en el espacio mismo de la página. Varios de ellos pedirán de ti una inspiración larga y continua para entonar sus versos y, otros, serán tan breves que exigirán de ti una respiración rápida y ligera. Encontrarás poetas cuyos versos se ofrecerán tan claros que te asombrarás de su limpidez o su resplandor, pero de igual modo te hallarás con poemas herméticos, con un simbolismo que pedirá mucho a tu imaginación y te invitarán a husmear en las correspondencias de ese extenso tapiz de la cultura. Habrá poetas que llevarán hasta la cima más gloriosa un tema, una situación, un sentimiento, como también te encontrarás a otros rapsodas que explorarán en distintos tópicos o irán circundando territorios disímiles de la existencia. Es probable que te encuentres con hacedores de versos en los que el humor o la ironía sean su medio de interpelarte como lector, y otros que utilizando un tono profético en sus versos te desacomodarán de tus creencias más aferradas. Tal es la variedad y tal la riqueza de la poesía, como múltiples y plurales son los senderos del arte y, en particular, de la literatura. 

Ahora bien, cuando empieces a leer un poema en concreto te recomiendo seguir esta vía: lees un verso, lo relees, sigues con el siguiente, lo vuelves a leer, sumas el primero y el segundo, y luego continúas con el tercero, repitiendo este avanzar y retroceder por los diferentes apartados del poema. Terminada la última línea, llevas tu mirada hasta la primera y repasas con tus ojos todo el texto. Te preguntarás por qué recomiendo esta manera de lectura; la razón es sencilla: el poema exige de nosotros la conciencia de su estructura, su ritmo y la concatenación entre sus versos. Si no logramos establecer su continuidad nos quedaremos con muñones de palabras o con ciertas imágenes desagregadas del conjunto. O lo que resulta más grave, podemos tergiversar lo que en su esencia es el eje comunicativo del poema. Si no estamos atentos, y más tratándose de la poesía, perderemos la esencia de su concentrado perfume, la contundencia de su cauce expresivo. La reiteración de sus partes, la lectura en voz alta, la búsqueda del tono adecuado para hacerlo resonar en nuestros entendimiento, son los mejores medios para disfrutarla cabalmente. No sobra repetírtelo: la lectura de poesía es una práctica de la lentitud, del disfrute sosegado, de la dilación que permite aflorar la contemplación y el ensimismamiento, del goce que no espera concluir cuanto antes el poema, sino regodearse con la formas sintéticas de las ideas y el encuentro inesparado de las palabras.

Unas reflexiones finales, querido amigo. La lectura de poesía es un modo de cuidarnos, de cultivar el espíritu o de establecer momentos para el diálogo personal. Es una especie de oración laical, de meditación sobre nuestra condición humana, que fue durante siglos un arte valioso y profusamente encendido en las nuevas generaciones por la escuela. En nuestros tiempos, en los que la lógica de la prisa y el afán desmedido por la posesión de cosas nos han ido alejando de la conversación con nosotros mismos, en la que parece banal el cultivo de nuestra interioridad, se ha ido perdiendo o refundiendo este contacto con la poesía. Tú me has escuchado confesarte que hasta la misma escuela ha claudicado en este empeño de convertir a la poesía en una aliada para la formación de las nuevas generaciones en la sensibilidad y el conocimiento de las emociones. Por eso mismo, al escuchar tu interés por adentrarte en la poesía, me he llenado de alegría. Tal vez ese júbilo haya sido el detonante de esta carta, porque sé que al ponerte en contacto con la poesía,  entrarás a una hermandad que aboga por conservar intacto el asombro de los niños, por mantener en alto la magia de las palabras y por enaltecer las secretas relaciones entre la música y el silencio.

Así que, mientras sirvo una copa de vino –porque este licor vino tinto y el canto de la poesía hacen un maridaje perfecto– para celebrar tu ingreso a la fraternidad de amantes de la poesía, te auguro el mejor de los viajes por esta forma literaria en la que se conjugan en contados versos las palabras pulidas, la emoción recordada  y la levedad del pensamiento. ¡Salud!