Ilustración de Francesco Bongiorni.

Por ser tan importantes para la cohesión y la coherencia en el discurso –y muy especialmente en el ensayo– bien vale la pena dedicar unos párrafos a los conectores lógicos.

Me refiero a esas “bisagras textuales”, a esas palabras o grupos de palabras que amarran o vinculan las ideas. Su papel fundamental es servir de puente entre las partes de un párrafo o de enlace entre los mismos. Gracias a esos conectores las oraciones no quedan deshilvanadas o a la deriva del conjunto. Porque son valiosos en la ilación de un texto, porque tienen una variedad de usos, es que necesitamos conocerlos bien y aprender a utilizarlos de la mejor manera.

Ya en otros ensayos he reflexionado al respecto. Pero esta vez quiero centrarme en la ganancia comunicativa que ofrecen al redactar un texto. Para ilustrar lo que afirmo usaré un grupo de ejemplos.

Lancémonos, entonces, con el primero de ellos. Supongamos que vamos a realizar un ensayo sobre la utilidad de la escritura en la docencia. El ensayo podría empezar más o menos así:

Los docentes deberían escribir más. Para reflexionar sobre lo que hacen y para hacer pública su práctica. Al escribir tomarán distancia de su quehacer y podrán cualificarlo. Cuando los docentes escriben rompen la costumbre de un oficio preferiblemente oral y hallan un medio para expresar su propia voz. Si los maestros escriben lograrán compartir sus aprendizajes más significativos y testimoniar su experiencia de los encerrados mundos del aula.

Al analizar el anterior párrafo notamos que es entendible y podría decirse que está bien redactado. Sin embargo, ¿qué ganaría, a nivel comunicativo, si le incorporáramos algunos marcadores discursivos? El texto, en consecuencia, quedaría de la siguiente manera:

Los docentes deberían escribir más. Sobre todo, para reflexionar sobre lo que hacen y para hacer pública su práctica. Al escribir tomarán distancia de su quehacer y podrán cualificarlo. Por lo demás, cuando los docentes escriben rompen la costumbre de un oficio preferiblemente oral y hallan un medio para expresar su propia voz. En suma, si los maestros escriben lograrán compartir sus aprendizajes más significativos y testimoniar su experiencia de los encerrados mundos del aula.

He incluido estos conectores principalmente por dos razones: primera, para darle un hilo visible a la exposición, un camino sin tropiezos en el desarrollo de las ideas. Si uso estos conectores es porque me interesa que el lector siga las pistas de mi argumentación. Y segunda, porque deseo hacer más amigable la prosa o que adquiera un marcado efecto de interlocución. Me interesa ganar eficacia comunicativa, estar más cerca de quien me lea. A simple vista parece que no hay gran diferencia entre los dos textos; pero, si se analizan con atención, se verá la ganancia escritural de la que hablo.

Vayamos a un segundo caso. Un ejemplo muy común de lo que sucede en los proyectos de investigación universitarios en los que, por lo general, los estudiantes cuando hacen el “marco teórico” ponen las citas que encuentran unas detrás de otras, pero sin ninguna lógica argumentativa o de cohesión interna. Entonces, si la pesquisa fuera sobre el significado de escribir para los escritores dedicados al oficio, no sería extraño que nos encontráramos con un texto como este:

Son variadas las definiciones que han dado los escritores sobre lo que es escribir: “escribir es trazar marcas aventuradas de memoria sobre la geografía silenciosa del recuerdo” (Amar, 2001), “escribir es la más inútil de las actividades imprescindibles (De Azúa, 1997), “escribir es robar vida a la muerte” (Conde, 2000). Otros afirman que “escribir es tarea de quienes no aceptan vivir una sola vida” (Mateo Díez, 1987), que “escribir es un proceso de búsqueda” (Grossman, 2000) o que “escribir es una especie de fidelidad al honor de estar vivo” (Lobo Antúnez, 2002).  Y finalmente están los que piensan que “escribir es combatir la soledad” (Montalbán, 1999), que “escribir consiste en averiguar lo que quieren decir las palabras más que en lo que quieres decir tú” (Millás, 2000) o que “escribir es sobre todo corregir” (Piglia, 2001).

Observemos cómo el párrafo es una colcha de retazos de citas, una sumatoria de voces, pero con muy poco análisis o sentido comunicativo. Pareciera que el escritor no tomara partido por estas citas y las superpusiera con la convicción de que meterlas dentro del escrito fuera suficiente para darle consistencia o soporte a un problema de investigación. Ahora, podríamos con la inclusión de unos buenos conectores cambiarle la fisonomía y el grado de expresividad al texto. El párrafo  quedaría así:

Son variadas las definiciones que han dado los escritores sobre lo que es escribir. En principio, están los que ven el escribir como una odisea: “escribir es un proceso de búsqueda” (Grossman, 2000), o semejante a una aventura con el pasado: “escribir es trazar marcas aventuradas de memoria sobre la geografía silenciosa del recuerdo” (Amar, 2001). También están los autores que asocian el escribir con la cercanía a la vida: “escribir es una especie de fidelidad al honor de estar vivo” (Lobo Antúnez, 2002), o los que consideran que es una manera de ampliar las fronteras de su propia existencia: “escribir es tarea de quienes no aceptan vivir una sola vida” (Mateo Díez, 1987). En esta misma perspectiva, hay autores que piensan que “escribir es robar vida a la muerte” (Conde, 2000). Y si bien algunos afirman que “escribir es la más inútil de las actividades imprescindibles (De Azúa, 1997), la mayoría sabe en el fondo que “escribir consiste en averiguar lo que quieren decir las palabras más que en lo que quiere decir el escritor” (Millás, 2000); es decir, que “escribir es sobre todo corregir” (Piglia, 2001).

Si analizamos la nueva versión del texto, podemos preguntarnos, ¿qué han hecho esos enlaces discursivos al interior del párrafo? Es evidente que lo principal es ordenar las citas, darle una organización a ese conjunto de afirmaciones dispares sobre lo que es escribir. Los conectores facilitan agrupar los diversos microtextos. De otra parte, esas conexiones discursivas permiten entrar a dialogar con la información recopilada; es la manera como la propia voz interactúa con la tradición de las fuentes. Acá el escritor no asume una postura pasiva frente a lo que dicen los escritores consagrados, sino que ve en sus afirmaciones puntos de encuentro, distinciones, tonalidades. En este caso los conectores discursivos posibilitan apropiar voces ajenas con el fin de incorporarlas a un discurso personal, de amalgamarlas con la propia voz.

Podemos lanzarnos a un tercer ejemplo. Ahora deseo mostrar un proceso de pensamiento a la par que vamos escribiendo el primer párrafo de un ensayo. Así que pondré en itálica la metacognición correspondiente al proceso de redactar el texto. Lo que me interesa es destacar el “detrás de cámaras” de las ideas mientras voy elaborando el documento y la necesidad de usar uno u otro conector, según la lógica argumentativa. Veamos, pues, cómo sería el resultado:

Los signos de puntuación son otros aliados para la buena redacción. (Lo que sigue amerita el uso de un conector: ya sea porque deseo mostrar el porqué de dicho aval para la buena escritura o porque deseo elegir un aspecto de esa “alianza” provechosa). Entre otras cosas, (este conector deja abierta la posibilidad de hablar de otras bondades o ganancias al emplear los signos de puntuación) porque facilitan la comprensión del mensaje y ayudan a la claridad del mismo. (Ahora podría ahondarse en esta idea para darle más densidad. El empleo de otro conector es más que necesario). Como quien dice, los signos de puntuación facilitan la comunicación y liberan las ideas de la confusión o el abigarramiento. (Mi pensamiento siente en este momento la urgencia de agregar otra cosa a lo que se lleva; avizora un beneficio adicional del buen uso de los signos de puntuación. La emergencia del conector parece inminente). Pero, además, los signos de puntuación contribuyen a darle un ritmo a la prosa, hacen que las oraciones se conjuguen de manera armónica o siguiendo una cadencia especial, un estilo. (Como en una situación anterior, esta idea merece ampliarse. Una variedad de conectores se agolpa en mi mente). No sobra recordarlo: las palabras al juntarse generan asonancias y consonancias, cacofonías o líneas melódicas gratas tanto a la vista como al oído. (Mi pensamiento sabe que no puede perder de vista la idea inicial y, por ello, acude a otro conector para retomar lo expresado al inicio del párrafo). Como puede verse, los signos de puntuación son excelentes ayudantes para todo aquel que escribe. Por eso (y el conector aparece como un resorte al presentir que se está cerrando el párrafo) hay que aprender a usarlos de manera intencionada al tiempo que se enfatiza en su papel de crear una variada situación interactiva con el lector.

Confío en que los tres casos presentados anteriormente contribuyan a mostrar la importancia de conocer y estudiar con mayor hondura los conectores lógicos. No basta con entregarles a los estudiantes o a los aprendices de ensayistas un listado de estos marcadores discursivos. Es vital que en clase se trabajen ejercicios para ver su incidencia en un mensaje, se analicen sus diferentes usos y se haga notar su valor en la calidad de la prosa. Eso de una parte. De otro lado, resulta beneficioso que los aprendices escritores hagan un esfuerzo para incorporar estos marcadores discursivos, aprehenderlos, guardarlos en la mente; sólo así, cuando estén redactando un ensayo los tendrán a la mano para cohesionar las ideas al interior de un párrafo o les serán de utilidad para darle coherencia estructural al texto que estén elaborando.