Escolio: “nota crítica, explicativa, o aclaración, interpretación, observación ilustrativa, o comentario de un texto”. (Helena Beristáin)
Con un grupo de colegas docentes de la Universidad de La Salle de Bogotá (pertenecientes al Centro de lectura, escritura y oralidad, CLEO) hemos venido realizando semanalmente una tertulia. El tema que nos ha convocado este semestre ha sido el de la oralidad. Precisamente ahora, uno de los textos que tenemos como motivo para el diálogo, entre otras cosas por ser el culmen de la narración oral, es la Odisea de Homero. Por tal motivo, durante algunas semanas usaremos la estrategia del escolio, para ir poniendo en común (con ellos y con otros lectores de este blog que tengan interés en acompañarnos en tal conversación) las resonancias del texto, los comentarios al margen, las observaciones u opiniones derivadas de uno de los referentes más importantes de la épica en el mundo Occidental. Para darle algún orden a dicho ejercicio gozoso de lectura iremos avanzando en la lectura de la obra según un grupo de cantos, que enunciaré en el título de cada entrada.
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Invocar a la Musa es, por supuesto, un llamado para obtener el favor de esta divinidad protectora de las artes (Musa o Musas), pero al mismo tiempo, es una reiteración a despertar las potencias de la memoria (la madre de las Musas fue Nemosine). El llamado a la Musa advierte, además que, si bien el aedo quisiera contarnos todos los pormenores de la vida del astuto Ulises, se conforma al menos con que la Musa lo inspire para contar “un pasaje” de tales aventuras, una parte de sus andanzas. También es una licencia celestial para empezar por donde quiera o mejor afloren sus recuerdos. En todo caso, al usar los giros verbales de “háblame” o cuéntame” el aedo se asume como un intermediario de la Musa; él presta su voz y su canto, pero la que en verdad conoce la historia del errante guerrero es esta hija de Zeus.
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Si bien Ulises está preso por las artimañas seductoras de Calipso; de igual manera, Penélope está asediada por los arrogantes pretendientes. Cada uno, en un diferente espacio (cueva y palacio), no puede cumplir su mayor deseo. Ulises añora regresar a su Ítaca (al menos ver el humo de su tierra patria), estar de nuevo con su esposa; Penélope, entre sollozos, añora el rostro de él, hallar descanso para su honda pena. Lo que mantiene unidos a estos dos “cautivos” es el recuerdo; en medio de esta larga separación, el recuerdo es el vínculo. La etimología de “recordar” cobra más sentido en este contexto: la memoria tiene su asiento en el corazón.
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Homero, el gran rapsoda, ya presenta en el primer canto de la Odisea a un colega de oficio: Femio. Y leyendo la obra, sabemos que los aedos “cantaban cosas gratas al hombre, gestas de héroes y dioses”, o “bellos cantos” para entretener a su audiencia de turno (en este caso, “los pretendientes”), como también entonaban “cánticos tristes” capaces de provocar “angustia en el pecho” de Penélope. Sabemos por Telémaco que era grato escuchar a estos cantores porque su voz era semejante a las mismas deidades.
No es solo Ulises el astuto, también Penélope urde tretas para postergar elegir a uno de los “pretendientes”. La argucia de pasar el día tejiendo la gran tela, para luego, en la noche, deshacerla, es un ejemplo de esta mujer “sin igual en astucias”. Y pareciera también que los ardides de Penélope, sin tener un halo mágico, se asemejan mucho a las estratagemas de Poseidón: postergar el cumplimiento del objetivo final; alejar, distanciar la realización del mayor deseo.
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Los presagios son un modo de crear la expectativa, un adelanto de lo que va a pasar después. Los presagios crean suspenso. Tal es el caso del augur Haliterses Mastórica, conocedor de la ornitología, que interpreta el vuelo del par de águilas que se arremolinan sobre la asamblea del pueblo de Ítaca, para luego lanzarse en picada atacándose entre sí, como una forma de la suerte aciaga de los futuros “pretendientes”.
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Puede percibirse en la Odisea una voluntad de nombrar las cosas con precisión y gran detalle. La mirada aguda del “ciego” Homero es contundente. Baste, como ejemplo, el vocabulario empleado en la escena cuando Telémaco se embarca, junto a Atenea, hacia la arenosa Pilos: “alzaron el mástil de abeto y lo fijaron erguido en el agujero del centro de cubierta, lo sujetaron con las drizas, y tensaron la blanca vela con correas bovinas bien retorcidas”, en la versión de García Gual o, siguiendo la traducción rítmica de José Manuel Pabón: “Telémaco diole a su gente la orden de echar mano a las jarcias, pusiéronse todos a ello, en la hueca carlinga encajaron el mástil de abeto, que afirmado quedó al anudar los estayes, e izaron con la drizas de cuero trenzado la cándida vela”. Por supuesto, esta manera de describir afianza el realismo y aumenta el grado de verosimilitud de la historia.
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Sea en la traducción de Segalá y Estalella: “como que todos los hombres están necesitados de las deidades” o en la de García Gual: “porque todos los hombres se sienten dependientes de los dioses”, lo cierto es que en la Odisea hay un trasfondo religioso que permea y regula las prácticas cotidianas. En ese ambiente sagrado abundan las libaciones y las invocaciones, el sacrificio, la quema de muslos de toros, la sangre derramada que busca protección para un viaje, una persona, una familia o una comunidad. Cuántas suplicas encontramos a lo largo de la Odisea. Por supuesto, todos esos gestos y discursos se dan dentro de un ritual que necesita de alguien especial que lo dirija y de unos determinados objetos (la copa de oro) que lo doten de trascendencia. Lo esencial del sacrifico comporta una especie de trueque: cuanto mayor sea el número de toros o bueyes (la hecatombe era de 100) en esa misma proporción se espera mayor recompensa por parte del dios invocado. Los sacrificios se hacen para “otorgar gloria a un guerrero”, para que se realicen los empeños”, “para conjurar la cólera de un dios o diosa”, “por haber recorrido la vasta superficie marina”. En todo caso, son manifestaciones sagradas que pretenden, esencialmente, “elevar una súplica a los inmortales”.
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Los dioses o divinidades son otros protagonistas de la Odisea. No solo por ser aliados o figuras protectoras de los diversos personajes (se los invoca, se solicita su ayuda, a ellos se les ofrecen sacrificios), sino porque entran a formar parte de las diversas peripecias de los actores principales de la obra. Y el recurso que emplean es el de las transformaciones; asumen otra voz, otro cuerpo, para intervenir en el curso de los hechos. Atenea, por ejemplo, puede asumir la “figura y el timbre de voz” de Méntor o del mismo Telémaco; o convertirse en un “fantasma” (Iftima) que le habla en sueños a Penélope. Los dioses se disfrazan al igual que el astuto Ulises. Y Homero juega a que los personajes no sepan del todo, sin están al frente de un héroe o una persona de verdad, o si su diálogo es o ha sido con una divinidad. La misma Atenea puede convertirse en águila, así como Odiseo “cubriendo su ser, se transfiguró en otro hombre que parecía un mendigo”, y gracias a ese disfraz penetró en la ciudad de Troya. Asocio este recurso de dioses y hombres con la metis, ese tipo de inteligencia sagaz, en la que además de la astucia, intervienen el artificio, el truco, el engaño (Atenea, no hay que olvidarlo, era hija precisamente de Metis quien tenía como rasgo notorio su insigne capacidad de transformación).
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Las palabras y los gestos de hospitalidad aparecen en varios momentos de la Odisea. Está presente en la manera cuidadosa como se acoge al extranjero, como se le da la bienvenida, como se le ofrece o se lo hace partícipe de la una comida abundante, y también en la preparación del lecho para recuperar las fuerzas y disfrutar de un buen sueño. Nunca se agobia al recién llegado con preguntas sobre su identidad o procedencia, sobre sus fines o propósitos, sin antes haberle garantizado un alimento y una cama para su descanso. Al otro día se podrá indagar por su identidad, su filiación y su propósito. Esta práctica de la hospitalidad genera compromisos: a Telémaco le dolía en las entrañas que algún huésped quedase a la puerta, en el umbral de su palacio; y Menelao se indigna con el sirviente Eteoneo, cuando le pregunta si debe acoger a Telémaco y el hijo de Néstor: “también nosotros, hasta que logramos volver acá, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones… Desunce los caballos de los forasteros y hazles centrar a fin de que participen del banquete”. Atender al huésped es una obligación y un riesgo de que, si no se hace de manera adecuada, se pueda tener la enemistad del visitante y su familia, al igual que de sus dioses protectores. Esta costumbre de la hospitalidad se cierra con la entrega de un regalo valioso o altamente significativo: “te despediré regalándote como espléndidos presentes tres caballos y un carro hermosamente labrado; y también he de darte una magnífica copa para que hagas libaciones a los inmortales dioses y te acuerdes de mí todos los días”, le anuncia con orgullo Menelao a Telémaco, próximo a la partida del hijo de Ulises. Los regalos buscan enaltecer o dignificar al huésped; hacen las veces de rúbricas de fraternidad, de vínculos para el futuro y, lo más importante, se convierten en objetos mnemónicos; es decir, en cosas parlantes sobre la persona que los regaló. Es un recurso para no olvidar y mantener vivo el agradecimiento. En este ambiente de navegantes a la suerte del destino y de forasteros errabundos la hospitalidad es una práctica sagrada.
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Cuando Penélope sabe que su hijo está en peligro por la futura emboscada que traman los “pretendientes”, se deshace en llanto, pero luego de “lavarse la cara y vestirse otra ropa”, se fue a sus aposentos y entonó una oración a Atenea: “¡Óyeme, hija de Zeus que lleva la égida; indómita deidad! Si alguna vez el ingenioso Odiseo quemó en tu honor, dentro del palacio, pingües muslos de buey o de oveja; acuérdate de los mismos, sálvame al hijo amado y aparta a los perversos y ensoberbecidos pretendientes”. Homero dice que la “divinidad escuchó su plegaria” y que, para aliviar su llanto y su “flébil lamento”, entró en su sueño en la forma fantasmal de su hermana y le habló con unas palabras esperanzadoras y tan hermosas como la misma plegaria: “¿Te has dormido, Penélope, y tienes tal pena en el ánimo? Sabe, pues, que los dioses que viven dichosos no quieren que solloces ni penes, que al hijo has de ver de regreso, porque a ojos de todos los dioses jamás ha pecado”. Un corto diálogo prosigue entre las dos hermanas hasta que Penélope despierta con alegría en su corazón “porque había tenido tan claro ensueño en la oscuridad de la noche”.
Alicia Bejarano dijo:
Querido profesor Fernando y compañeros (as) de tertulia:
En estos primeros cantos de la Odisea encontramos también varias menciones a Egisto (esto como una pista intertextual), pues al parecer, el poeta quiere mostrarnos la analogía de la historia de Egisto con los pretendientes de Penélope, y a Orestes con Telémaco. Las repetidas menciones del asesinato de Orestes al usurpador del trono de su padre es un recordatorio de que Telémaco se encuentra en una situación similar, pues su madre se ve asediada por los pretendientes como lo fue también Clitemnestra cuando, siendo esposa de Agamenón que estaba en la guerra de Troya, fue acosada y seducida por Egisto. Atenea se vale de este elemento para dar valor a Telémaco, a medida que se va enterando de la valentía de su padre, va ganando más valor.
Otro elemento que se puede rescatar es sobre el ingenio de Ulises contado en dos historias, ambas mencionan el disfraz, la anécdota de su disfraz de mendigo presagia el final de la historia.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Alicia, gracias por tu comentario. Muy oportuna tu pista intertextual.
Johann Pirela Morillo dijo:
Apreciado Maestro Fernando: recordando un comentario que hizo en la tertulia, puedo constatar la riqueza de epítetos, cuyos registros aparecen en esto cuatro primeros cantos de la Odisea: Epítetos como: “Hermes, el vigilante Argifontes”; “Atenea, la deidad de los ojos de lechuza”; Cronida, el más excelsos de los que imperan”; “Zeus que amontona nubes”; “Polifermo, el más fuerte de todos los cíclopes”; “La hija de la mañana, la aurora de rosáceos dedos”. Los epítetos son, sin duda, uno de los recursos estéticos, tal vez los de mayor fuerza expresiva, que utiliza Homero en los cantos de la Odisea. Pienso en los epítetos y en su potencialidad para enseñar la belleza de los adjetivos en los textos orales y narrativos.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Johann, gracias por tu comentario. De acuerdo, los epítetos abundan en la Odisea. Precisamente, el filólogo Milman Parry estudió tal abundancia de calificativos, y esto lo llevó a concluir que tal forma de organizar el relato era una de las marcas de la composición oral.
Adriana G dijo:
Apreciado Fernando y colegas:
Siguiendo la pista del papel que cumplen los dioses en el relato, me ha llamado la atención que además de ser aliados y protectores de los personajes centrales también son guardianes de la “prudencia”; en sus diversas manifestaciones están validando, cuestionando o interpelando las palabras, las acciones y los pensamientos. Hacen llamado de atención cuando se cuestiona sus presagios, dudan o no creen en ellos: “¡qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes!”.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Adriana, gracias por tu comentario. Coincido con tu apreciación. Por lo demás, la sophrosyne se opone a la hibrys, que es la causa de la todas las desgracias.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Los dioses también son protagonistas, Zeus aprecia el valor de Odiseo, pero conoce los resentimientos de Poseidón, por lo tanto es cuidadoso en los detalles para favorecer al guerrero y a su familia. Atenea protectora de Odiseo, interviene para apoyar al joven Telémaco, envía a Hermes como mensajero para que Cirse libere a Odiseo y se pueda iniciar el regreso del héroe a Ítaca.
Además, Atenea la diosa de los hermosos ojos se convierte en protectora y acompañante de Telémaco, es su tutora pues lo aconseja ante la inseguridad propia del joven y lo respalda para que supere en temor reverencial que siente ante la presencia de Néstor. Es también su intercesora, aprovecha los sacrificios ofrecidos en honor de Poseidón para tomar la palabra y suplicar la gloria para Nestor, la grata recompensa para los pilios por la generosa hecatombe y el logro de la misión de Telémaco.
En el tortuoso regreso de Odiseo el protagonismo de los dioses es evidente.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Los dioses no son observadores inactivos o imparciales. Sus designios hacen que la voluntad, la suerte o las elecciones de los personajes en la Odisea tomen rumbos insospechados.
Pedro Martín Gómez dijo:
Apreciados lectores:
Buenas noches me llama la atención como los Dioses siempre imponen su voluntad aún cuando se tienen aparentemente benévolos. Lo vemos en el caso de Poseidón con su empeño en contra de Ulises. También como Zeus decide enviar a Hermes para que Calipso libere a Ulises aún sabiendo las dificultades que le esperan por parte de Poseidón. Y como durante el desarrollo de los hechos siempre está de por medio la voluntad de los Dioses.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Pedro, gracias por tu comentario. Coincido contigo, en la Odiseo los dioses intervienen de manera significativa. Aconsejan, castigan, transforman, cambian en clima, aceleran o desaceleran el tiempo. Tienen mortales a quienes protegen, como también héroes a los que castigan de manera inclemente. Los dioses en la Odisea no son meros espectadores de la historia.
Sandra M dijo:
Queridos profes: Un peregrinar largo vive el varón de multiforme ingenio Ulises, no sólo, pues un recorrido intenso e incierto experimenta su amada Penélope.
Podría sentirse en primera instancia que la mayor pena es de los dos, sin embargo, hay alguien que sufre la ausencia de Ulises y también la pena de ver a Penélope pasar dificultades. Alguien que apesadumbrado e impotente, está indignado por aquellos pretendientes soberbios que arrebataban la dignidad real: Telémaco.
Pronto él comenzará una aventura en búsqueda de respuestas reales.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Sandra, gracias por tu comentario. Sí, en los primeros cantos de la Odisea podemos ver esas dos viajeros que van en sentido contrario: Telémaco, en búsqueda de su padre; Odiseo, en pos de su Ítaca.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Las águilas agoreras
Las águilas son aves fuertes, bellas, poderosas; vuelan alto y miran lejos. Símbolo de victoria; tambien el atributo de Zeus y las portadoras de su rayo.
En un acto de solidaridad con Telémaco, Zeus envió no una sino dos águilas que descendieron juntas con las alas extendidas que se atacaron, un signo significativo; un augurio de tragedia e infortunio para los abusivos pretendientes de Penélope.
Aliterses interpretó el mensaje, comprendió la cercanía del regreso de Odiseo y el destino fatal de quienes por varios años consumieron sus bienes y pretedieron los favores de la virtuosa Penélope.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. De acuerdo. También se consideraba que si el águila de Zeus volaba hacia la derecha o la izquierda, era un augurio de buena o mala suerte. El más famoso ornitólogo fue Tiresias quien, al igual que Homero, era ciego.
Luis H. Correa dijo:
Además de virtuosa, veo en Penélope una gran muestra de fidelidad: muchos años esperando a Ulises y tejiendo en el día y destejiendo en la noche…
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Luis, gracias por tu comentario. La fidelidad de Penélope contrasta más con los muchos años de espera de Odiseo y con el asedio permanente de los “pretendientes”.
Alicia Bejarano dijo:
He encontrado que Penélope deriva de la voz penélops que significa “ánade” como la ave real. Se dice que la hembra del ánade es considerada símbolo de fidelidad conyugal, pues parece que las hembras de estos animales permanecen unidas de por vida a sus compañeros.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Alicia, gracias por tu comentario. Otro hallazgo que ayuda a enriquecer nuestra lectura de la Odisea.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando: esta iniciativa es un elemento prioritario para animarnos a contribuir con los escolios.
El inicio se enmarca con un concierto de dioses. La situación desesperada de Odiseo y Penélope conmovió al Olimpo. La iniciativa de Atenea la deidad de los hermosos ojos tuvo eco, Zeus se mostró receptivo; Odiseo está en un peregrinar demasiado largo, Calipso la ninfa de las hermosas trenzas está enamorada, lo retiene por varios años esperando ser correspondida, incluso, le ha prometido la inmortalidad a Odiseo. Atenea la deidad de los hermosos ojos, consiguió que Zeus autorizara la mediación de Hermes para que le comunicara a la ninfa la determinación de liberar a Odiseo. Se inicia así la larga aventura del regreso, la meta final es Ítaca su patria. Pero este es el comienzo de una extraordinaria aventura para Odiseo, pero también para quienes estamos leyendo la obra de Homero en la tertulia del CLEO.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Iremos canto a canto siguiendo a Telémaco en busca de su padre como también a Ulises en su peregrinaje antes de retornar a su Ítaca querida. Y para que nuestro viaje lector sea propicio y tenga buenos resultados, entonaremos con Homero el Himno a las Musas y a Apolo. “Por las Musas debo comenzar, por Apolo y por Zeus. Pues gracias a las Musas y al certero flechador, Apolo, los aedos existen en la tierra, y también los citaristas; y gracias a Zeus, los reyes. Feliz aquel a quien las Musas amen. Dulce de su boca fluye la voz. ¡Salve, hijas de Zeus, y honrad mi canto! que yo de vosotras me acordaré y de otro canto”.