Los dioses, los inmortales, sufren y padecen las mismas pasiones de los hombres condenados a la muerte. Ese parece ser uno de los rasgos más interesantes de las divinidades de los griegos. Tal particularidad se evidencia a lo largo de la Odisea: Poseidón está ofendido por lo que Ulises le hizo a su hijo; padece una venganza que se hace más honda porque nunca se sacia a pesar de los sufrimientos del héroe. Atenea favorece a unos más que a otros, puede aliviar las penas, pero también provocar sufrimientos indescriptibles. Calipso es consciente de tal condición de los habitantes del Olimpo: “Sois, oh dioses, malignos y celosos como nadie, pues sentís envidia de las diosas que no se recatan de dormir con el hombre a quien han tomado por esposo”. Al sufrir las mismas pasiones de los hombres, las divinidades se vuelven variables, temperamentales, afectables por el cariño o el desprecio de los mortales. Y si bien este atributo es propio de la religión griega de aquel entonces, aporta un valor adicional a la trama de la Odisea, porque no solo están en juego los conflictos entre reyes y héroes, entre mujeres y hombres habitantes de la tierra, sino entre dioses y deidades que los vigilan desde el Olimpo.
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Parte de la plasticidad del lenguaje en la Odisea se debe a los símiles de que se vale Homero para hacer más vívida una situación o un hecho. Cuando Ulises, después de su largo viaje en balsa por el mar, naufraga como consecuencia de la furia de Poseidón, y se ve de pronto arrastrando su humanidad hasta las playas de los feacios, la comparación de que se vale el aedo contribuye a dar colorido e intensidad al relato: “así como el pulpo cuando lo sacan de su escondrijo, lleva pegadas a los tentáculos muchas pedrezuelas; así, la piel de las fornidas manos de Odiseo se desgarró y quedó en las rocas, mientras le cubría inmensa ola”. Los recursos casi siempre provienen de la naturaleza o de la vida cotidiana, de alguna realidad cercana al mundo que habitan o viven los personajes. Recordemos uno de los parlamentos del rubio Menelao en el canto IV, al hablar indignado de los cobardes pretendientes: “así como una cierva puso sus hijuelos recién nacidos en la guarida de un bravo león y fuese a pacer por los bosques y los herbosos valles, y el león volvió a la madriguera y dio a entrambos cervatillos indigna muerte; de semejante modo también Odiseo les ha de dar a aquéllos vergonzosa muerte”. Usando el mismo recurso Homero cierra el canto V: “así como el que vive en remoto campo y no tiene vecinos, esconde un tizón en la negra ceniza para conservar el fuego y no tener que ir a encenderlo a otra parte; de esta suerte se cubrió Odiseo con la hojarasca”.
Al ver la descripción de la isla de Calipso, con esos jardines idílicos de “amenos prados”, donde “anidaban aves de luengas alas”, en la que había una “viña floreciente” con cuatro fuentes que manaban muy cerca una de la otra, lo menos que podría sentirse, como fue el impacto de Hermes, es admiración; un asombro que “alegraba el corazón”. La cueva de Calipso descrita por Homero es un símbolo de acogida, de resguardo seguro que invita a permanecer allí. Un sitio para descansar eternamente. Sin embargo, después de pasados siete años, Ulises se siente acongojado e infeliz. Su mirada no está absorta en ese paisaje paradisíaco, sino “clavada en el ponto estéril”. Su horizonte es Penélope y todo lo que ella representa. La diosa, que le había ofrecido la inmortalidad, sabe que aquella mujer es el anhelo de quien tuvo cautivo por siete años. Su último recurso es plantearle a Ulises una comparación (ella también es tejedora, ella de igual modo conoce los secretos del placer amoroso), a ver si en ese contraste, logra cambiar su propósito: “comparada con ella, de cierto, inferior no me hallo ni en presencia ni en cuerpo, que nunca mujeres mortales en belleza ni en talla igualarse han podido a las diosas”. Sin embargo, Ulises es consciente de tal diferencia: “mi esposa es mujer y mortal, mientras tú ni envejeces ni mueres”. Entonces, ¿cuál es la ventaja de Penélope sobre Calipso? La respuesta parece ir más allá de la belleza o la eternidad del goce íntimo, se trata de algo más: Penélope es la casa, el hogar, Ítaca. En definitiva, hay un momento en que el sumo aventurero, el errabundo curioso de tierras y gentes desconocidas, se cansa de navegar, y lo que desea es la tranquilidad de lo conocido, “el gozo de la luz del regreso”.
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Cubierto apenas con una rama, Odiseo se encuentra sorpresivamente con la doncella Nausicaa. Para evitar la vergüenza, opta por cubrirse con palabras elogiosas para la hija de Alcínoo: “que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte”. A la desnudez propia contrapone Odiseo la seducción. La manera como evita o desvía la mirada del vergonzoso sarro del mar, de la desnudez salvaje del extranjero, es con “dulces palabras”: “te contemplo, con admiración, oh mujer, y me tienes absorto y me infunde miedo abrazar tus rodillas”. El rico en recursos, el de multiforme ingenio sabe que, a falta de una espada, igual de contundente es el dominio de la palabra.
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Con la descripción y las actuaciones del divino Demódoco, podemos hacernos una mejor idea de la importancia y respeto que tenían los aedos en aquellos tiempos. Odiseo dice “que a los aedos por doquier les tributan honor y reverencia los hombres terrestres, porque la Musa les ha enseñado el canto y los ama a todos”. Y Alcínoo subraya que son los númenes “quienes les otorgan gran maestría en el canto para deleitar a los hombres, siempre que a cantar les incite el ánimo”. Homero al describir al aedo parece hacer un autorretrato: la Musa “le había dado un bien y un mal; prívole de la vista y concediole un dulce canto”. Demódoco, al igual que otros aedos, se acompañaba de la cítara y “celebraba la gloria de guerreros”, como fue la disputa de Odiseo y del Pelida Aquiles, dos de los mejores aqueos; o relataba aventuras de los dioses, al estilo “de los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona: “cómo se unieron en secreto y por vez primera en casa de Hefesto, el herrero cojo de ambos pies”. Su canto era una excelente compañía después de cenar o podía alegrar los juegos y otras celebraciones. A Demódoco, o a otros aedos, se le podía también pedir que entonara algo en especial, un acontecimiento memorable que mostrara en él la bendición de la Musa o del mismo Apolo; tal es la solicitud de Odiseo cuando lo invita a que cante cómo estaba dispuesta “la máquina engañosa”, el famoso caballo de madera “lleno con los guerreros que arruinaron a Troya”.
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Entre los variados recursos narrativos usados por Homero está el de apelar a los mismos personajes de la Odisea para, por su solicitud o su curiosidad, contar algo del pasado y hacer avanzar la historia. Tal es el caso de Alcínoo cuando, después de invitarlo a su mesa, de llenarlo de regalos, de mandar a equipar una nave con la tripulación de 52 marineros, y sobre todo intrigado por el llanto que le producían al huésped los cantos del aedo Demódoco, lo invita a explicar el motivo de sus penas: “habla y cuéntame sinceramente por dónde anduviste perdido y a qué regiones llegaste, especificando qué gentes y qué ciudades bien pobladas había en ellas; así como también cuáles hombres eran crueles, salvajes e injustos y cuáles hospitalarios y temerosos de los dioses. Dime por qué lloras y te lamentas en tu ánimo cuando oyes referir el azar de los argivos, de los dánaos y de Ilión”. Gracias a este medio de invitación a contar el pasado, las peripecias que se avecinan en los siguientes cantos, brotan de manera natural en el desarrollo del relato. Es un recurso fluido, un engarce ingenioso del rapsoda para suturar lo que podrían ser episodios con saltos poco verosímiles. La demanda de Alcínoo por saber cosas de Odiseo, su filiación, su lugar de origen, es decir, las preguntas normales que se le hacen a un extranjero, constituyen el detonante para que Ulises despliegue sus recuerdos, sus aventuras, y lance su voz cual veloz nave feacia en las páginas siguientes.
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El episodio de los lotófagos es digno de análisis. Odiseo relata que esas gentes se nutren de un “manjar floral”: el loto. Y si a ellos les gusta, no les sucede lo mismo a los compañeros que envió Ulises a indagar sobre sus costumbres. Porque, una vez consumido tal alimento, ellos “anhelaban sólo permanecer allí”, dejaban de pensar en el regreso, “no se acordaban de tornar a la patria”. El loto es un fármaco dulce de la desmemoria; un alucinógeno que afecta la facultad de recordar; que lleva a los compañeros de Odiseo a dejar de lado el pasado y vivir en un permanente presente. El hijo de Laertes, el hábil en tretas, comprende que permanecer allí o dejar que otros miembros de la tripulación coman de ese loto es el fin de su vuelta a Ítaca. Y a los que ya habían probado el “manjar floral”, en contra de sus lloros y negativas, los hace amarrar debajo de los bancos de la embarcación. Como puede verse, el olvido de la patria es, en realidad, el absoluto naufragio. Así las cosas, los lotófagos tienen una secreta relación con el canto de las Sirenas: comer loto o escuchar las voces de esas mujeres pájaro es quedarse fijo en un punto; es sacrificar el pasado y, de alguna manera, imposibilitarse el porvenir.
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Divinidades y reyes le brindan a Odiseo muchas cosas: Calipso, la “divina entre las diosas”, le ofrece la inmortalidad; Alcínoo, rey de los feacios, le promete “casa y riquezas” si se casa con Nausicaa y se “queda para siempre” en la tierra de los expertos navegantes; Circe, la maga, “lo quiere como marido” y, si no hubiera sido por los consejos de Hermes, la hechicera con sus filtros habría logrado que él “olvidara por completo su tierra patria”. Las tentaciones de Ulises, con ligeras variaciones, se cifran en no retornar a su patria, en permanecer en los sitios por donde pasa, en renunciar a su añoranza por Ítaca. Sin embargo, ninguno de esos ofrecimientos de eternidad u “hogares opulentos” lograron, dice Odiseo, “convencer su pecho”.
La monstruosidad de Polifemo consiste en su negativa o desgano para ofrecer los dones de la hospitalidad. Es un gigante prepotente y “salvaje”, que ni planta ni labra la tierra, vive apartado de otros cíclopes, no posee navíos, desconoce el ágora y menciona abiertamente que no tiene temor de los dioses por sus impíos comportamientos. Además, carece de elocuencia, prolifera en gritos y confía esencialmente en su descomunal fuerza. El hecho de que devore a los compañeros de Odiseo y los secuestre en su cueva, es un dato más de su primitivo modo de relacionarse con los demás. Su único ojo es un símbolo del poder violento sin responsabilidades; es el instinto salvaje que desconoce los compromisos de vivir en sociedad.
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No es que Ítaca sea muy bella; por el contrario, es áspera, escabrosa y “no se eleva mucho sobre el mar”. Es alargada y llana y con un único monte “de sombrías arboledas”; es la “más alejada hacia el punto en el que el sol oscurece”. Sin embargo, Odiseo afirma al referirse a ella que es la tierra en donde nació y, según confiesa, “no hay cosa más dulce que la patria y los padres”. Su belleza no es física, sino espiritual y pegada a los afectos y los sentimientos. Tal vez Ítaca sea un estado del alma; un nombre para llamar a la familia, para evocar y revivir los lazos de la sangre. Ítaca es lo propio, lo contrario a ser extranjero; Ítaca es el antónimo de errar, de vagabundear, del peregrinaje… Ítaca es el inicio y el final del viaje; un símbolo del ciclo de la vida.
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Apenas Odiseo y sus compañeros ven en la distancia a su Ítaca querida, algo les impide o los aleja de nuevo de su añorado destino. La curiosidad excesiva, la ambición o la falta de prudencia de la tripulación es la que, precisamente, los hace distanciarse de su patria de la que veían “encender fuego cerca del mar”. El regalo de Eolo se convierte en maldición. Y si bien esto acaece porque los designios de Poseidón deben cumplirse, al interior de la Odisea desempeñan otra función: la de mantener en vilo la historia, la de fabricar con maestría el suspenso, la de crear una tensión entre la esperanza y la desesperación. La fuerza espiritual de Ulises, lo que lo hace un héroe memorable, es que a pesar de todos esos cambios de fortuna “sufre todo en silencio y permanece inquebrantable entre los vivos”. Odiseo representa esto, esencialmente: “el que sufre y resiste”.
Circe tiene el don de transformar a sus visitantes en sirvientes. Con sus filtros vuelve a fieras y guerreros en cerdos sumisos y obedientes. Sus encantamientos, “sus drogas perniciosas”, hacen que los aventureros estén “siempre acostados”, satisfechos de su encierro y contentos con las hayas, las bellotas y las drupas del cornejo que a bien tenga tirarles la maga de lindas trenzas. Odiseo, por haber comido la raíz de moly, es inmune a sus encantamientos; en él no opera el mandado supremo de Circe: “Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros”. El gran poder de esta deidad estriba en amansar, en privar del valor y la fuerza, en convertir “lobos montaraces y leones” en tranquilos animales domésticos de su regio palacio. Pero Odiseo, según afirma la diosa de voz encantadora, “tiene en su pecho un ánimo indomable”.
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“Circe, cúmpleme la promesa de mandarme a casa”, le suplica arrodillado Odiseo a la “conocedora de muchas drogas”. Pero la respuesta a tal ruego está en emprender otro viaje, el viaje al Hades. Es Tiresias el que sabe cómo volver a la tierra patria. Bien parece que para llegar a Ítaca hay que pasar primero por el reconocimiento de su pérdida. No se puede alcanzar el ideal, sino se enfrenta previamente el miedo a no alcanzarlo.
Francy Lorena rojas dijo:
algo que me ha llamado mucho la atención de la odisea es la similitud que tienen los Dioses con los seres humanos ya que por mas poderosos que sean los Dioses no son inmunes a las paciones esas que por tanto tiempo han sido la causa de grandes sufrimientos en la humanidad Como es la guerra que desde mi punto de vista es guiada por las paciones aquellas a las que no podemos escapar a si lo deseemos siempre nos atraparan sin escapatoria.
Aquí vemos un fiel reflejo con los Dioses esas grandes deidades que sufren y a su vez son los causantes de otro sufrimiento impulsados por sus deseos y caprichos, así como el ser humano sufre y a su ves es causante de crear mas sufrimiento impulsado por deseos esos que mueven al mundo. Me hace preguntarme ¿Qué seria del ser humano si no existieran las `paciones? Si al final son necesarias son el motor que nos mueve para bien o para mal.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Francy, gracias por tu comentario.
Diana M. Ocampo V. dijo:
La reflexión que hago de estos cantos es que tanto los mortales como los dioses sufren y padecen por las pasiones de los hombres, donde tarde que temprano van a estar condenados al sufrimiento y desilusiones. Estas pueden ser demostradas con manifestaciones de dolor, ofensas, venganzas creándose así, problemas, penas, entre otras. Esta cavilación se puede basar en que muchos de los dioses cometieron actos de mortales, los cuales fueron haciendo que la historia se volviera una verdadera odisea, con un mundo lleno de dificultades y penalidades, que entre tantas represalias y augurios hace que este personaje luchara por con conseguir sus objetivos.
Sin embargo, muchos de estos actos fueron superando las adversidades que los dioses le mandaron a Odiseo, siendo el mayor acto el “amor”. Como el que le tenía a su esposa y a su hijo Telémaco, además del deseo de poder regresar pronto a su hogar después de la guerra de Troya. El amor de Odiseo era más fuerte que la misma furia del Dios Poseidón, aunque la diosa Atenea lo ayudó para que pudiera regresar a su casa, él siempre luchó por conseguir lo que más deseaba y anhelaba, que era volver al lado de su esposa mientras que ella también lo esperaba en casa y trataba de distraer a sus pretendientes para no formalizar una relación, pues ella tenía muchos enamorados debido a su gran belleza y juventud. De igual forma manifiesta a su hijo Telémaco el agradecimiento y apoyo por buscarlo y apoyar a su madre en el no permitir que fuese a formalizar alguna relación con los señores que la cortejaban.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Diana, gracias por tu comentario.
Adriana G dijo:
Apreciado Fernando: después de leer los escolios que nos presentas a los cantos V al X de la Odisea – que son provocadores e incitan a la lectura atenta de cada canto – quiero detenerme en esta ocasión en cuatro aspectos:
1. El sacrificio (más evidente en los cantos anteriores) como un forma de mantener la relaciones entre dioses y humanos; una manera de comunicarse con ellos para recibir favores, cuidados, compasión…reconocer que de ellos viene el “bien” y el “mal”. El sacrificio como un alimento para los dioses y los mortales.
2. La súplica – Plegaria – (más evidente en estos cantos) como una reiteración a la “desgracia”, al infortunio que se ha de padecer por provocar la ira de los dioses: “¡ay de mí! ¿qué no padezco? ¿qué es lo que al fin me va a suceder?…” O como una forma de recibir favores: “Yo te imploro, oh reina, seas diosa o mortal!…”, “¡óyeme, oh soberano, quienquiera que seas!…”, “¡oh, rey, apiádate de mí, ya que me glorío de ser tu suplicante!…” La súplica del vencido a su vencedor.
3. Los recursos narrativos de la obra, que comparto contigo cuando afirmas que se hace más “vívida una situación o un hecho”, pues como lectora he vivido junto a Odiseo su travesía: sufrimiento, alegrías, incertidumbre, pasión, nostalgia. También he recorrido junto a los protagonistas los sitios especiales: la isla de calipso, el viaje a través del ponto con Hermes y Odiseo…
4. La relación de Odiseo con Calipso, es interesante el análisis que haces acerca de la relación que hay entre Calipso y Odiseo, que me deja entrever la idea de quietud, fijeza, estancamiento; Calipso sabia, de alguna manera, lo que Penélope representaba para él: fluir, movimiento, morada, aunque no le es fácil dejarlo ir accede a su partida porque ella no puede “competir” con los mortales desde estas representaciones.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Adriana, gracias por tu comentario. Subrayo lo que dices de los sacrificios; sin ellos, sin las libaciones, se perdería la relación y el vínculo con las divinidades. Los sacrificios son una especie de renovación de “alianza” con los dioses. No hacerlos es perder sus favores, su protección o atenerse a su ira o su rencor.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Odiseo lloró de dolor estaba en un error, la inmortalidad no era su destino.
El dilema
Odiseo se fascinó con la sensual Calipso, la divina entre los dioses quien lo tomó como esposo. Era una diosa enamorada de un mortal, retener al amado fue su prioridad, ofrecerle la inmortalidad era un regalo que cualquier mortal aceptaría. Tal vez lo estaba logrando, Odiseo se transformaba pero todavía sentía y discernía como mortal, su existencia transcurría en un dilema complejo; por un lado, estaba a punto de convertirse en inmortal para vivir la vida sin final, un camino que nunca acaba, un cuerpo sin vejez; por otro, renunciar a la divinidad para aceptar la humanidad y así sentir el desgaste propio del paso de los años, el dolor y la enfermedad, disfrutar la vida en libertad, percibir el aroma y contemplar el paisaje del terruño; esperaba sentir el afecto de los suyos: un hijo adolescente, una esposa fiel, un reino que proteger y aceptar el final que habría de llegar. Odiseo entendió que en realidad ser inmortal, era convertir su existencia en un instante infinito que lo privaría del placer de vivir, había caído en un doloroso error por el que derramó intenso llanto. Su destino era la vida y la vida estaba en Ítaca.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Sí la verdadera vida estaba en Ítaca. Lo que dices no es un asunto menor: ¿por qué Odiseo renuncia a la eternidad?, ¿por qué no acepta el regalo de librarse de la vejez? Tal vez la respuesta esté en el precio de renunciar a sus recuerdos, a su pasado, a las experiencias acumuladas durante muchos años. La eternidad es una forma de desmemoria o, como dices tú, el vivir en un eterno presente, exaltado y agobiado a la vez por la repetición de lo mismo. Porque lo más cuestionador de ser eterno para un mortal es saber en qué momento empieza la prolongación de su eternidad: ¿siendo niño, joven, adulto, anciano…? La misma mitología griega tiene ejemplos de estas formas de eternidad que, lejos de ser una bendición, son un castigo intolerable.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando: el terruño es un aliciente para Odiseo.
El dulce terruño
Ítaca es el alma mater de la palabra hablada y de la escrita, representa la utopía del regreso, también la experiencia de la vida no vivida. Ítaca es el remedio para el dolor y el bálsamo de la esperanza para llegar a la meta, allá donde lo espera el abrazo de la fiel Penélope, la compañía de Telémaco el hijo amado y el afecto de Argos el noble perro. Ítaca es además el lugar anhelado tras veinte años de ausencia; la isla fértil en cabras y bovinos; olivos, vides, manzanos, melones y melocotones. Es un paraiso de verdes paisajes coronado por el emblemático monte Nérito, frondoso y espléndido. Ítaca es la única patria, es el dulce terruño de Odiseo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Comparto lo que afirmas. La “tierra patria” es certeza, añoranza y destino en la Odisea.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Esta semana nos sorprendes con una excelente síntesis de los cantos V al X en la Odisea. Hoy quiero comentar sobre algunas facetas humanas del dios del Olimpo y su hija consentida.
La hija consentida de Zeus
En la obra de Homero, los dioses del Olimpo se comportan como los mortales; odian, aman, anhelan, se frustran, seducen, toleran. Pero un aspecto que el autor resalta es el amor paterno de Zeus quien mima a su hija preferida, la oye, entiende sus caprichos, hace posibles sus deseos. Gracias a lo anterior, la diosa de los hermosos ojos es también protagonista de la obra. Su afecto por Odiseo es grande, lo acompañó y lo protegió durante la guerra de Troya; ahora lo compadece por los intrincados caminos y oscuros pasajes que deberá superar en su regreso a Ítaca, la patria adorada.
La analepsis del canto V, se ocupa de la retención amigable que Calipso ejerce con atenciones, afecto y oferta de inmortalidad manteniendo cautivo a Odiseo; No obstante, el guerrero no ansía la inmortalidad, era un viajero enamorado, tenía claro su destino. Para desatar este nudo, Atenea interviene, le comenta a su padre la triste situación de Odiseo y su familia; Zeus la entiende y le concede el permiso para que mitigue la situación, proteja a Telémaco del atentado urdido por los perversos pretendientes de Penélope, pero también para que Hermes sea el mensajero que comunique a Calipso la liberación de Odiseo y este pueda iniciar un difícil y solitario viaje de regreso en una frágil balsa, sin la compañía ni de los dioses, ni de los hombres, pero con la sutil intercesión de Atenea, la hija consentida de Zeus.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Muy oportunas tus ampliaciones sobre el amor paterno de Zeus.