Desde muy pequeño, cuando leía los domingos las aventuras del periódico, me ha parecido llamativa una pequeña palabra, acompañada con tres puntos suspensivos: “continuará…”. Por supuesto, esa palabra era una bisagra con las viñetas de la próxima semana. Un puente del relato con el porvenir. Era una forma de mantener en el lector –en ese niño– la expectativa, la esperanza: ¿Qué seguirá?
El continuará, ahora que lo pienso mejor, es un recurso del narrador para tener en vilo la atención del lector. Una estratagema para no dejar perder del todo su curiosidad o para “amarrarlo” al mástil de la intriga. Y digo que es un artilugio porque el continuará, ese corte, debía hacerse en un lugar preciso; era una herida pensada, calculada. Más que romper el relato por cualquier parte, el narrador hacía esa fractura en un momento particular de la peripecia que, por eso mismo, provocaba en el lector la molestia de la interrupción, sí, pero al mismo tiempo el ansia de imaginar cómo sería su desarrollo, cuál la suerte del personaje o la evolución de la trama.
Más no era solo eso. El continuará obligaba al niño lector a que durante los días de la semana tuviera que releer lo ya leído. Al no saber lo que seguía, el lector debía volver atrás y recrearse con ese pedazo de historia. Ese límite se convertía en un reflejo o un lugar de retorno. Y al releer lo que se provocaba era ampliar el deseo de tener cuanto antes el otro pedazo del cuento. Ese continuará llevaba a que el lector, como un cangrejo, volviera sobre lo visto y tratara de satisfacerse o dar como totalidad aquel fragmento colorido.
Pero, además de la palabra, estaban los puntos suspensivos. Era obvio: para jalonar el suspenso del lector. Lo suspensivo moviliza la imaginación, abre las esclusas de la fantasía y de lo maravilloso. O si se prefiere, esos puntos suspensivos ponían al lector en contacto con la zona de lo posible. ¿Será que El Fantasma logrará desatarse y huir de la jaula en donde lo tienen amarrado?, ¿podrá Tarzán llegar a tiempo para salvar a los expedicionarios que van en esa canoa rumbo a la catarata corrientosa? Esos tres puntos eran un acicate, un dispensador de historias alternativas, de probables desenlaces, de fraguar diversas alternativas o –para ser preciosos– de inventar otras soluciones al conflicto narrativo. Los suspensivos, que eran como una resta en el relato, terminaban multiplicando su efecto en la fabulación del lector.
Bien vistas las cosas, el continuará es una forma astuta del narrador para postergar –como Scheherezade– el punto final de la historia. El cierre definitivo. Este continuará aleja la amenaza mayor del narrador de historias: “el final”. Y por eso, se alargan las peripecias o se multiplican en cuentos dentro de cuentos, semejando una madriguera de topos. La lucha del narrador es con la muerte. La finitud es su enemigo. Por lo mismo, el continuará actúa haciendo pequeños cierres momentáneos, parciales. El relato termina ese domingo, pero a través del continuará resucita el domingo siguiente. Es una muerte-sueño, una muerte insepulta. Desde esta perspectiva, el continuará tiene que ver con el tiempo de la eternidad. El gran relato no sabe de finales; el gran relato es un eterno retorno, y de allí su vínculo con el mito y la leyenda. En consecuencia, el continuará es hijo de ese gran tiempo que se resiste a poner la última palabra. Los tres puntos suspensivos nos dejan entrever la larga secuencia que continúa interminable en el tiempo.
Aquí es justo hacer una reflexión, un poco más trascendental. Sabemos que escribir es, de alguna manera, un ardid de los seres humanos para sortear su finitud. La escritura tiene hambre de eternidad. Se escribe, así sea inconscientemente, para ser recordados, para no sucumbir ante el olvido o la desmemoria de los hombres. En ese sentido, el narrador –que es en sí un símbolo supremo del escritor– manipula una materia de doble filo. Sabe que si la historia no tiene un buen final, quedará trunca o mal formada. Pero, al mismo tiempo, quisiera nunca terminar su relato. Le gustaría prorrogarlo en una retahíla interminable. Quizá, el continuará fue el recurso acertado para zanjar este dilema. El continuará le permitió al narrador aceptar el término pero sin desconocer lo inacabado. Fue la aceptación de la finitud pero sin claudicar en su apetito de eternidad. Algo así como el sueño, que es una interrupción de la muerte en el relato de nuestra vida.
El continuará preludia, entonces, el renacer de la historia. Es la anunciación de lo que todavía permanece o que aún no ha agotado su reserva imaginaria. El continuará es una bella imagen de la tensión permanente a la cual estamos enfrentados todos los seres humanos y, en especial, los narradores que desean encantarnos para siempre con sus historias.