Elecciones en la selva

Ilustración de Aaron Blaise.

Fue a finales de mayo cuando se realizaron las elecciones en la selva. Tal y como en períodos anteriores, las campañas y los rumores impregnaban el ambiente.

—Lo más seguro es que repita el león —decía una jirafa, con gesto de resignación.

—Y con toda esa intimidación que ha venido haciendo durante estos días, es lo más probable —le respondía un ñu, mirando a todos los lados con desconfianza.

—Pero otros dicen que hay un hipopótamo con muy buenas posibilidades —prosiguió la jirafa, poniendo en su voz un tono de quien maneja una secreta información.

—Eso sería lo mejor —replicó el ñu—. Yo y muchos en la selva estamos cansados de este gobierno indolente que además de aprovecharse de nuestra carne, nos agobia con impuestos excesivos.

La contienda en esta ocasión tenía una variedad de candidatos. Por supuesto estaba el león que se vanagloriaba de los logros de su reciente mandato, aunque parecían más fruto de su locuacidad que de realidades concretas. Otro de los contrincantes era un hipopótamo que había logrado recoger el inconformismo de una buena parte de los habitantes de pantanos, ríos y parajes inhóspitos. También estaba un búho que se preciaba de su talante tranquilo y de una sabiduría reconocida aún por sus contrincantes. A último momento apareció una cigüeña que decía ser la abanderada de todas las hembras de la selva.

Como era de esperarse, los diferentes candidatos planearon sus campañas con un eslogan que pretendía convertirse en su bandera. El león, por ejemplo, asumió el lema de “mejor malo conocido que bueno por conocer”; el hipopótamo fue más innovador, pues su consigna la cifró en estas palabras: “ya no más montañas, es tiempo del pantano”. El búho, sesudo como era, prefirió hacer pasacalles y volantes con esta frase: “abra el ojo hoy y verá en la oscuridad mañana”. Y la cigüeña, prefirió publicitar su candidatura en estos términos: “todo al natural, nada de maquinarias”.

Cada animal hizo su campaña como mejor le pareció, usando perifoneos y volantes. Los buitres que hacían las veces de informadores o periodistas de alto vuelo eran los encargados de multiplicar las últimas noticias de los candidatos. Y se volvió costumbre emplear a lagartos que hacían encuestas para saber la intención de voto de los habitantes de la selva. Los primeros resultados mostraban que el león no estaba entre los preferidos, que el hipopótamo despuntaba en el primer lugar, que el búho ocupaba un raquítico tercer puesto y que la cigüeña apenas alcanzaba un tres por ciento de favorabilidad. Esos lugares se mantuvieron casi hasta la última semana de las elecciones, cuando apareció sorpresivamente un avestruz, hecho que los buitres resoplaron día y noche hasta el cansancio:  lo llamaron el fenómeno político del momento y su consigna sorprendió a la mayoría: “conmigo será todo a las carreras”.

Se supo, por el correo no oficial de los cuervos, que había compra de votos, que las alianzas entre partidarios cambiaban según el orden en las encuestas, que se utilizaban mentiras a granel para desprestigiar a uno u otro candidato y que el león, actual rey de la selva, se había aliado con una manada de hienas intimidantes para crear la zozobra y multiplicar el rumor de que sin su garra dura todo sería un caos en la selva.

—Dicen que el hipopótamo, si llega a ganar, va a volver todo un lodazal —le confesaba una cebra en secreto a un nervioso antílope.

—Yo supe que el león dejó de comer carne en público, con el fin de convencer a todos los herbívoros indecisos —interrumpía un búfalo con ironía.

­—El búho es un sabio en lo que propone, pero esta selva necesita es un guerrero de cuero duro como el hipopótamo —comentó un rinoceronte viejo.

—Como van las cosas, lo más seguro es que la cigüeña al final se una al avestruz —dijo un suricato— Eso es un pacto volando.

En todo caso, el día de las elecciones –organizadas por los orangutanes y celosamente custodiadas por los lobos y chacales– un buen número de habitantes de la selva asistieron a los lugares de votación. En praderas, sabanas, pantanos, bosques, ríos, en todos los sitios posibles los animales cumplieron la cita de ir a depositar una papeleta con el candidato de su preferencia. Y si bien no fue masiva la votación, sí fue más nutrida que en ocasiones anteriores. Hacia el final de la tarde, con los últimos resplandores de sol, todos estaban atentos a los resultados. Los buitres estuvieron merodeando los puestos de votación para dar la primicia, pero el orangután esperó a tener el mayor número de mesas encuestadas antes de ofrecer alguna información.

El primer comunicado fue toda una sorpresa. El candidato con más votación había sido el hipopótamo. Y, lo que resultaba aún más inesperado, le seguía en votación el avestruz. El león apenas logró un tercer lugar, el búho el cuarto puesto. La cigüeña, tal como se esperaba, abandonó la contienda en los últimos días, sumándose al avestruz. La tendencia se mantuvo en los dos comunicados siguientes. Los buitres anunciaron a todos los vientos el nuevo rey de la selva: el hipopótamo. Como era de esperarse el león no aceptó los resultados, el avestruz dijo que pediría un nuevo conteo y el búho prefirió no dar declaraciones, escondiéndose en medio del bosque. Pero, a pesar de los enfados y las desilusiones, lo cierto fue que el hipopótamo se posesionó un mes después de aquellas elecciones.

—Lo que somos nosotros—dijeron unos flamencos— migraremos a otras tierras. Esto se va volver invivible.

—Lo más seguro es que empezará por ensuciar todos los muebles del palacio real —refunfuñaban unas panteras de ojos amenazantes.

—Más sucios no podrán estar de como dejó el león todas las alfombras —terciaban los defensores del hipopótamo.

—A ver si puede cumplir lo que prometió —afirmaba un jabalí enfurecido—. Todos los que llegan al poder terminan olvidando lo que ofrecían durante su campaña.

—Esperemos a ver con que sale, démosle un tiempo —comentaron conciliadores un grupo de elefantes.

Después de ocupar el trono, de ponerle un poco más de agua al dormitorio real, el primer anuncio del hipopótamo dejó perplejos a seguidores y enemigos: El ministro de defensa era una paloma.

—En mi gobierno tendremos que cambiar de perspectiva para resolver nuestros problemas —dijo el hipopótamo con una serenidad que parecía emular a sus parientes las ballenas.

Buena parte de los detractores expresaron su desacuerdo con tal nombramiento. Algunos más se rieron de tal iniciativa.

—Lo que falta es que nombre de ministro de energía al perezoso —comentó irónica la grulla excandidata desde su nido.

—¿Y quién será la ministra de economía? ¿Alguna musaraña? —murmuraba un tigre excandidato con cierta mordacidad en sus palabras.  

Pero detrás de aquellos comentarios negativos, otro grupo mayoritario de habitantes de la selva entrevieron que el nombramiento de la paloma era una invitación a solucionar los conflictos de los animales en la selva de otra manera, y no por la fuerza, como antes venía haciéndose.

Justo a la semana siguiente, con el mismo tono pausado que ya empezaba a volverse familiar entre los animales de la selva, el hipopótamo declaró que su ministro de justicia sería el ornitorrinco.

—Porque en mi mandato, buscaremos que la justicia sea para todos, y eso demanda una múltiple sensibilidad para resolver las inequidades —dijo el hipopótamo con una serenidad que exacerbaba los ánimos de los monos aulladores.  

Más de un mes duró el hipopótamo anunciando las diferentes personalidades de su gabinete y a más de uno le seguían sorprendiendo ciertas nominaciones. Sin embargo, lo que sí generó un descontento mayúsculo en los felinos y en otros animales no habituados a ambientes húmedos fue una medida que, según el mandatario, obedecía a una convicción ecológica:

—Como lo más importante en mi gobierno consistirá en preservar la vida de todos los habitantes de la selva, por tal motivo, desde mañana mismo le he pedido a mis hermanos de manada, “La hinchazón” que abran muchos surcos en el gran río para que aneguemos toda la sabana.

Después levantó su grueso cuello y con un ronco bufido dijo:

—¡No más cuatrienio de sequía!

Y si bien hubo protestas y declaraciones en contra de esa política considerada absurda por los opositores, a pesar de los buitres que chillaron día y noche por los altoparlantes tachando de loco al hipopótamo, lo cierto fue que a los pocos meses de promulgar esa medida en la selva se empezó a considerar vital y de avanzada aprender a ser y comportarse como anfibios.

Mi “Koinonós”

“Noli me tangere” de Giulio Romano.

—Mi koinonós —me decía — cuando iba a su encuentro o a veces para despedirse de mí.

Y a mí me bastaba saber que yo era eso para él, su koinonós, a pesar de que Juan quisiera ese título para rubricar su mayor cercanía con el Maestro. Tal vez por eso, porque los otros discípulos escucharon más de una vez que Jesús me llamaba de esa manera, es que procuraban alejarlo de mí o no compartirme el lugar donde iba a predicar.

En otras ocasiones él me decía Marianne, quizá para no confundirme con su madre o con las otras Marías que lo seguían y estaban dispuestas a servirlo. Marianne me gustaba también que me dijera porque reflejaba mi espíritu rebelde. Sólo una vez me nombró María, pero eso es algo que contaré después, hacia el final de esta historia.

Yo supe de él una tarde cuando venía del muelle de piedra, subiendo por la calle central de Magdala, en la que el olor intenso del pescado seco contrastaba con las voces estridentes de los pescadores que alargaban un rumor hasta los sótanos de sus locales.

—Es uno que afirma que si alguien lo sigue no tendrá hambre…

Esa frase me caló hondo, porque yo he sido una mujer con hambre, desde pequeñita, cuando la pobreza se adentraba en nuestros vientres y ni el sueño podía aplacarla. Así que, corrí en su búsqueda, pero nadie sabía decirme con certeza en qué lugar estaba ese Mesías de cabellos largos y paso lento.

He de confesarles, de una vez, que también soy una mujer curiosa, y así no haya podido viajar como quisiera, mi imaginación me ha ayudado a romper las fronteras de mi pueblo de Magdala. Mi madre decía que yo era una soñadora y mi padre, para hacer más gráfico mi temperamento, usaba un giro verbal que de tanto escucharlo enrutó mi destino.

—Ella anda siempre de paseo por la bóveda del cielo.

Pero la suerte quiso que un día, cuando íbamos con mi hermano hacia Cafarnaúm, me llamara la atención a un lado del camino un grupo numeroso de personas reunidas en una pequeña colina alrededor de alguien que les hablaba. Invité a mi hermano a acompañarme, pero él dijo que tenía muchas cosas que hacer como para perder el tiempo entre niños y gente desocupada.

—Yo sí quiero ir —le respondí—, dirigiéndome hacia aquel corrillo resguardado por el sombrío de los algarrobos.

Lo primero que llamó mi atención fue el tono de su voz. Si bien no hablaba fuerte, sus palabras llegaban clarísimas a mis oídos. Alrededor de él estaban los que parecían sus más cercanos amigos. El silencio contribuía a que su mensaje se expandiera como el viento tibio de esa mañana.

—¿Cómo se llama? —pregunté a un viejo de ojos cansados.

—Jesús —me respondió, sin dejar de mirar al hombre de túnica blanca.

Busqué un lugar en el prado y me senté a escucharlo con atención. Me cautivaron sus manos y el modo como ellas acompañaban su discurso: “Un hombre sensato edificó su casa sobre rocas. Vinieron las lluvias, soplaron los vientos, pero esta no se derrumbó, porque estaba construida sobre cimientos fuertes. Otro hombre insensato, edificó su casa sobre la arena; y apenas cayeron las lluvias y soplaron los vientos, derrumbaron su casa…”.

De inmediato comprendí que él hablaba con paroimías, esa manera de explicar de las gentes de Galilea. Así que no me pareció extraño su modo de expresarse, aunque me sorprendió que hubiera fijado en mí sus ojos azules. Esa mirada era como un gesto de invitación, como un llamado silencioso. Después siguió hablando de otras cosas, pero siempre usando comparaciones para explicar lo que pensaba: “Había un sembrador que salió a sembrar. Algunas de sus semillas cayeron en el camino y pasaron los pájaros y se las comieron; otras semillas fueron a parar sobre las piedras, trataron de crecer, pero como no tenían raíces fuertes, vino el verano y se secaron; otras más terminaron entre los abrojos y, por lo mismo, fueron ahogadas por las ortigas. Pero hubo otras que cayeron en terreno fértil y esas sí crecieron y dieron fruto por millares”.

Dicha paroimía se adentró en mi ser. Sentí de inmediato que yo era tierra fértil para acoger las semillas de sus palabras, que ese iba a ser ahora mi destino: seguirlo, acompañarlo, fuera donde fuera.

Cuando volví a mi casa le compartí a mi madre lo que había visto y oído. Ella apenas comentó que no era la primera vez que escuchaba la llegada de un mesías a estas tierras resguardadas por el monte Arbel. Por eso no le dije nada de lo que comentaba la gente sobre los milagros y del reino por venir que él anunciaba. Vino la noche y las palabras de Jesús apartaban cualquier asomo de sueño. Casi entrada la madrugada pude dormirme, pero ya en mi pecho sabía que debía huir de mi casa para sumarme al grupo de los que se llamaban sus discípulos.

*

Durante mucho tiempo yo formé parte de la turba de enfermos, lisiados, hambrientos y viudas que seguían a Jesús. Caminé detrás de él y lo oí predicar, estuve en el Monte Eremos que ahora llaman de las bienaventuranzas, lo vi apaciguar a endemoniados y curar a los leprosos, observé de lejos cuando una mujer le enjuagó los pies con un perfume, lo vitoreé cuando entró a Gadara y Gergesa y dormí a la intemperie en las llanuras de Betsaida, de donde eran tres de sus discípulos. Quizá por mi constante presencia y por mi voluntad de servicio fue que Andrés, primero, y después Santiago, rompieron sus prevenciones hacia mí y me acogieron como su hermana. Gracias a ellos fui hallando un lugar en la barca en la que hacían sus viajes y formaba parte de su comitiva. 

Yo creo que Jesús ya me reconocía cuando a las orillas del lago Tiberíades decidió alimentar a los miles de seguidores famélicos y enfermos que lo venían siguiendo desde hacía varios días. Cogió unos pocos panes y los repartió a sus discípulos con el fin de que ellos los fueran entregando a las personas que se multiplicaban en filas interminables. Jesús me entregó a mí uno de esos pedazos de pan y, obediente, lo vi multiplicarse a medida que lo entregaba a otras manos. No supe a cuántas personas alimenté con ese mendrugo. Después hizo lo mismo con unos cuantos pececillos secos que alcanzaron para alimentar a toda la multitud. En todo caso, hacia el final de la tarde sentí que ya hacía parte de los suyos, junto a Pedro, Juan, Felipe y Tomás… Y por más que lavé mis manos con vinagre, el olor a pescado seco permaneció conmigo varias semanas.

Pero fue en Cafarnaúm cuando pude intimar con él y conocer a fondo la ternura de su alma. Después de que Jesús predicó en la sinagoga y le dijo a un paralítico que sus pecados eran perdonados, yo me animé a contarle mis angustias. Le confesé que sentía remordimientos por haber abandonado a mis padres, le hablé de mis insomnios y de mis deseos incontenibles por caminar sola sin rumbo en la noche. También le hablé de la ansiedad que me producía permanecer mucho tiempo en un solo sitio.  El me escuchó sin decir nada, con una mirada compasiva y un gesto que albergaba en sí mismo la solución a mis aflicciones y zozobras. Luego tomó una de mis manos, la puso entre las suyas, y expresó una frase que fue como si yo naciera nuevamente:

—No tengas miedo, porque yo estoy contigo.

Quise postrarme y besar sus pies, pero él me detuvo. Sin soltar mis manos me confesó qué él también tenía temores y por eso a veces se apartaba de sus discípulos, para entregarse a la oración. Yo tímidamente lo interrumpí para saber en qué consistía ese modo de proceder del que hablaba. Por un tiempo se quedó mirándome y después me regaló otra de sus enseñanzas:

—Orar es una confiada disposición del alma de pedir para recibir; de buscar para encontrar; de llamar a la puerta para que le abran…

Quise continuar el diálogo, pero Pedro vino a interrumpirnos para decirle a Jesús que dos mujeres venidas de Betania deseaban pedirle uno de sus caritativos milagros. Él se levantó a atenderlas, aunque al salir del pequeño cuarto donde estábamos, un grupo numeroso de personas lo estaba esperando para tocar sus manos, su túnica, untarse de su saliva, beneficiarse de sus palabras. Yo lo seguí a prudente distancia, oyéndolo hablar de un reino que no era de este mundo, de que no solo de pan vivían los hombres y repitiendo una frase que parecía rubricar todos sus actos: “hay más dicha en dar que en recibir”.

No era fácil estar a solas con él. Sin embargo, después de terminar su último discurso público en Jerusalén el maestro me hizo una confesión que, de alguna forma, delineaba el final de su vida. Fue una paroimía, dicha a manera de susurro:

—Mi koinonós, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

Lo que siguió después, es algo que pasa en mi mente como un remolino. Me duele aún recordarlo. El vino que ayudé a servir en la última cena con el maestro, su silencio cuando se apartó de nosotros para orar en el monte de los Olivos, la traición de Judas, el juicio, el escarnio, la crucifixión. Yo estuve ahí con su madre tratando de mitigar el dolor de Jesús con nuestro llanto, yo me mantuve arrodillada hasta que exhaló el último suspiro, yo acompañé a José de Arimatea y Nicodemo cuando lo bajaron de la cruz, yo limpié sus heridas y alejé con mis manos calientes el frío de su cuerpo inanimado. Si me había mantenido fiel y cercana durante su vida, cómo no iba a estarlo en su muerte.

*

Tres días después de sepultar al crucificado, invité a María la madre de Santiago, otro de los discípulos, a que fuéramos a visitar la tumba y ungir su cuerpo con especias y aceite. Fue un impulso del corazón y una suerte de compasión por el sufrido final del hombre que hablaba en paroimías. Cuando llegamos, la entrada de la tumba estaba abierta. Con sigilo cruzamos el umbral. La lobreguez del espacio nos silenció los labios. De pronto, vimos un destello tan luminoso que nos enceguecía y no dejaba ver las formas con claridad… el asombro se apoderó de mi cuerpo y un temor extraño poseyó mi alma. Esa visión duró unos segundos. Después de que nuestros ojos se acostumbraron a la penumbra, pudimos comprobar que la losa de la tumba estaba abierta y que adentro no había nadie. Solo el vacío de la ausencia de nuestro Maestro.

—¡Es un milagro! —grito María, arrodillándose y extendiendo sus manos en actitud suplicante. El llanto se confundió con sus plegarias.

Yo preferí buscar el aire fresco. Mi espíritu necesitaba cuanto antes sentir la compañía de los arbustos y la protección del cielo. No sé por qué, pero en ese momento, recordé las palabras del hombre de manos hermosas: “No olvidéis mis enseñanzas”. Su voz sonaba clarísima en las paredes de mi memoria: “Id por el mundo a divulgarlas”. Sentí que la sangre latía fuerte en mi corazón. Llamé a María, pero ella me respondió que deseaba quedarse rezando un tiempo más, a solas, en aquel recinto vacío.

Abandoné el lugar y me encaminé a paso rápido hacia Jerusalén. Debía, cuanto antes, buscar a alguno de los discípulos. Pero mi poco conocimiento de la ciudad y la zozobra que había dispersado a Pedro, Santiago y Juan, hicieron que fuera de calle en calle como una ciega mendicante sin lograr mi cometido.  Cansada y con el alma a punto de estallar por la noticia que aún quemaba mi boca, resolví volver al sitio de la tumba de Jesús. Ya eran más de las tres de la tarde.

Al aproximarme a la cueva de piedra caliza una quietud extraña parecía haber detenido el viento y el canto de las aves. Me acerqué otra vez a la tumba del Maestro y, cuando traspasé el umbral con un cierto temor, comprobé que ya María había partido. Mis ojos duraron un poco a habituarse a la oscuridad. En medio de esa soledad, yo sentí que mi deber era seguir a su lado, velar su desaparición, orar en silencio como él me había enseñado a hacerlo. Recosté mi espalda en una de las paredes de la gruta y me fui desvaneciendo entre los recuerdos de ese día y mi anhelo secreto de volver a escucharlo. Un sueño maravilloso y triste a la vez me transportó a un escenario que parecía el huerto de Getsemaní. Estaba yo con él, y lo vi resplandeciente, con un gesto de tranquilidad alejado de cualquier sufrimiento. Me sorprendió observar una pala de jardinero en una de sus manos. Al verlo tan indemne, me sentí inmensamente feliz. De inmediato, di unos pasos hacia él para tocar sus manos, como era nuestra costumbre cuando andábamos por los pueblos ribereños de Galilea. Pero, él, me detuvo nombrándome de una forma como jamás lo había hecho: “María”; después agregó, en un tono de súplica: “no me retengas”. Y siguió su camino, adentrándose entre los arbustos, irradiando luminosidad, como si fuera una luciérnaga enorme de movimientos lentos. Tal fue el impacto de aquel sueño que de inmediato me desperté. Salí de aquella morada totalmente abatida. Las lágrimas me acompañaron todo el tiempo que deambulé a oscuras por las laderas del Gólgota hasta que vi encenderse las primeras luces en las casas de la entrada a Jerusalén.

¿Qué ha pasado con la oralidad?

“Las malas palabras” en el lenguaje del cómic.

A los colegas de la Tertulia deL CLEO, de la Universidad de La Salle

 

Estimados lectores, hoy quisiera pedir su atención porque me agobia la desmejora de la oralidad que noto en muchos escenarios sociales. ¿Acaso no han escuchado en la radio o en el parlamento las frecuentes declaraciones de nuestros políticos quienes no logran hilar un argumento sin pasar a la ofensa del contrincante, balbucientes en la exposición de un tema o repetitivos hasta el cansancio en sus planteamientos? ¿O no han oído a los jóvenes que deambulan en las universidades o hasta a sus propios hijos adolescentes, hablar a tropezones, usando las groserías como muletillas incesantes y dejando todo a medio camino, con alguna palabra comodín que supla sus deficiencias expresivas? ¿O no han vivido en carne propia las discusiones en familia que terminan en conflictos prolongados porque alguien de la parentela es incapaz de hablar tranquilamente y, por el contrario, convierte esas reuniones en un tinglado para la ofensa o el trato indigno? ¿Qué ha pasado con el aprendizaje de la oralidad? ¿Por qué las generaciones de antes, se preciaban de hablar bien y con fluidez, mostraban una amplia variedad semántica y eran hábiles para usar en sus discursos el humor, la ironía o la sutileza del lenguaje alegórico, y las de ahora parece importarles poco estas habilidades comunicativas que son, en últimas, recursos expresivos para la sociabilidad y el ejercicio ciudadano?

¿Qué ha pasado?, podemos preguntarnos.

Yo creo que una de las razones está en el descuido de la escuela, de las instituciones educativas por formar a las nuevas generaciones en esta habilidad comunicativa. Se ha creído de manera errada que no es necesario educar en la oralidad porque niños y jóvenes ya hablan o conversan; pero lo que no se ha observado es su mínima capacidad expresiva, su poca competencia lexical, sus miedos para hablar en público o convencer a sus propios compañeros de una iniciativa. Creo que los educadores, por haberse centrado durante mucho tiempo en la exposición en clase, fue olvidando fortalecer en el aula las hablas pluripersonales como el foro, el panel o el debate. Tampoco les han dado suficiente importancia a los asuntos de la oratoria, que antes se enseñaba en las denominadas clases de retórica y que, en nuestros días, ha quedado al garete o a una suerte de improvisación por parte de los alumnos. O para decirlo de otra manera, los docentes se han ido plegando o resignando a las lógicas comunicativas del consumo que pregonan los mensajes estereotipados y vacíos, las jergas de gueto y un individualismo expresivo que riñe con los discursos vinculantes o los acuerdos de habla de lo colectivo.

La otra razón, es la poca o nula formación de los hijos en el hablar bien por parte de los padres de familia. Es evidente que se habla menos hoy en el hogar o que no se buscan los espacios para compartir y platicar sobre algún asunto que sea de interés para todos. Y si hay esos momentos, cada quien estará pegado a su celular, chateando en silencio, aguantando el paso del tiempo para ir a refugiarse en la burbuja de su cuarto o en el micromundo de sus audífonos. A los padres y madres no se los escucha cuando hablan porque convirtieron esos momentos de oralidad en solo recriminaciones o dar órdenes; lo excepcional son los discursos edificantes, la conversación con anécdotas sugerentes o divertidas, las lecciones de vida usando géneros como el cuento, el apólogo o la fábula. La mayoría de las veces el habla de la familia consiste en repetir las mismas noticias de la televisión o en el regodeo del chisme o el rumor de las redes sociales que, como se sabe, dista mucho de utilizar un lenguaje exquisito o de altísima calidad. Déjenme expresarlo fuerte: ¡Los padres de familia han dejado de mostrar una oralidad a sus hijos en la que esté viva la impronta de los valores, la forja de ciertas virtudes, el talante formativo de un carácter! Quizá todo esto ha sucedido, porque los mismos progenitores no son un ejemplo del habla entretenida, prolífica e interesante, y ya no se nutren de lecturas variadas y abundantes, ni enaltecen el ejercicio de escucha que requiere una conversación. 

Y ni qué decir de la parlanchina y tendenciosa oralidad de los medios masivos de información que, cada día, en su propósito de captar más seguidores se convierten en tribuna del comentario insidioso y calumniador o en una franca diatriba contra aquellos que no están en su bando o no defienden sus mismos intereses. Esta vocación incendiaria ha hecho que la radio, por ejemplo, copie los modelos ofensivos de las redes sociales y propague rumores que tienen el tono y la forma de las habladurías de callejones oscuros o fondas de mala muerte. Los medios usan una oralidad repetitiva, restringida en su afán por provocar el escándalo; tiñen sus informaciones de exclamaciones trágicas que avivan el resentimiento de las gentes; fomentan una opinión pública basada en el cotorreo sin argumentos de respaldo, en la murmuración que parece decir cosas esenciales pero que, al final, no dice nada. Esta cháchara de los medios, tan lenguaraz como imprudente, ha ido banalizando la realidad social, la política, nuestra percepción del mundo y de la vida. Y el resultado es apenas obvio: los oyentes de esa oralidad, plagada de lugares comunes y estereotipos, se convierten en heraldos de resonancias superficiales que reducen cualquier situación compleja en un monosílabo teñido de agresiva incomprensión o en proclamas malintencionadas de un fanatismo intolerante.  

Por supuesto, habría otras razones sobre esta despreocupación por la formación en los saberes y habilidades de la oralidad; pero me he detenido en tres de estas causas porque necesitan ser atendidas con urgencia. Porque, en primer lugar, nos competen y retan a docentes y padres de familia. Yo sé que para un maestro son importantes los contenidos de su asignatura y sé también que para un jefe de hogar proveerles techo y alimento a sus hijos es fundamental. Sin embargo, en este momento hay que dotar a discípulos e hijos de otro saber u otro alimento: el de la oralidad. El que ellos sepan expresarse con claridad y de manera locuaz, que puedan argumentar un planteamiento de manera coherente, que sepan cómo tocar los corazones de quienes los oyen, que sean más inclusivos cuando hablan, que sus palabras eviten el fanatismo o el sectarismo… todo ello es un legado que merece atenderse cuanto antes. Los discípulos o los hijos, estoy seguro de ello, les agradecerán enormemente esa herencia del lenguaje hablado. Ese capital les será muy útil para su desarrollo personal y para interrelacionarse hábilmente con los demás.

Y, en segunda medida, porque también les compete a los medios masivos de información que, como se sabe, son “formadores” de la opinión pública. La libertad de opinión siempre habrá que sopesarla con la responsabilidad de lo que se dice. Es vital para la profesión de los comunicadores entender que su oralidad afecta positiva o negativamente a sus audiencias, y que el descuido en el comentario virulento o el infundio venido de una sola fuente refuerzan los extremismos, agravan los conflictos sociales. Entonces, reconociendo que las masas son proclives a emocionarse más que a reflexionar, los medios necesitan mostrar con ejemplaridad una oralidad reposada, meditada, documentada, en la que las nuevas generaciones aprendan a escuchar más de un punto de vista, a entender que dialogar con palabras es mejor que tratar de resolver un conflicto mediante los puños o la intimidación. La oralidad de los medios, su labor cotidiana de llegar a sus oyentes, debe estar orientada por un cuidado de sus receptores o, lo que es más importante, salvaguardada por una ética de la comunicación.

Sólo agregaría, para terminar en un tono autocrítico, que cada uno de nosotros también contribuye a ahondar o no en esa pérdida de la riqueza de la oralidad. Si nada hacemos cuando notamos que nuestra oralidad es muy limitada o circunscrita a un habla soez o marcadamente procaz; si nos es indiferente incorporar nuevas palabras o nutrir nuestro limitado vocabulario para aumentar nuestra competencia lexical; si poco leemos buenas obras literarias, si hemos dejado de lado el hábito lector, y nos contentamos con los liliputienses mensajes de las redes sociales o el visionado fugaz de los cortos videos de TikTok; si nada nos esforzamos por desarrollar un pensamiento articulado desde las ideas, las razones y los argumentos; si poco conversamos con la escucha dispuesta para aprender de los demás… seguramente estaremos ayudando a empobrecer las potencialidades y el uso variado de los géneros de la oralidad. No hay nostalgia en mis palabras, sino una preocupación personal que deseo hacer pública: ¿por qué abandonar esa riqueza expresiva?, ¿por qué privarnos de sus dones, si fue con ella como aprendimos a ser seres sociales, forjamos una idea de democracia y logramos recibir el legado de una cultura? No podemos condenar a los que nos sucederán a una interacción oral escasa, vulgar y pendenciera. Vale la pena, entonces, que cambiemos o renovemos nuestra manera de expresarnos oralmente en el ahora si queremos dejar como impronta en nuestros descendientes un modo de comunicación prolífico, excelso y cordial para su futuro.

Una “entrevista-mosaico” con el Papa Francisco sobre comunicación, medios y redes sociales

Ilustración del peruano Pancho Cajas.

Mosaico: “trabajo artístico hecho acoplando trozos de piedra, vidrio, cerámica, de distintos colores, de modo que formen una figura”.

Es indudable que muchos de los mensajes del Papa Francisco tienen una riqueza de pensamiento o son reflexiones útiles para todo tipo de personas, y no únicamente para religiosos o con algún vínculo eclesial. Este magisterio intelectual y pastoral del Papa se puede apreciar muy bien en sus encíclicas y en los mensajes que regularmente escribe para diferentes públicos: los enfermos, los emigrantes, los jóvenes, los misioneros, los pobres, los abuelos y los mayores. En esta perspectiva, me ha parecido conveniente “adaptar” o “convertir” un conjunto de textos expositivos (aquellos preparados para las Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales) en un formato de entrevista. Todas las respuestas de la siguiente “entrevista-mosaico”, por lo mismo, son citas textuales tomadas de los mensajes 48 a 54, aunque no necesariamente en ese orden. Mi objetivo, por lo mismo, además de entresacar o poner en limpio algunos puntos vertebrales sobre la comunicación, los medios y las redes sociales, es invitar a los lectores de este blog a conocer y profundizar en las consideraciones y propuestas del Papa Francisco contenidas en tales documentos.

Usted ha hablado en varias ocasiones de la proximidad, ¿cómo se manifiesta en el uso de los medios de comunicación y en los nuevos ambientes digitales?

Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador.

¿Podría ampliarnos el sentido de esa parábola?

En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».

¿La comunicación como una forma de solidaridad?

Sí. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas.

¿Y esas afirmaciones de que los medios son neutrales?

La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Una comunicación real, de doble vía…

Recuerdo que el papa Benedicto XVI, en uno de sus mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones decía, precisamente, que no se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás.

Quizá la verdadera comunicación consista en crear las condiciones para escuchar al otro, a los otros…

Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Háblenos un poco más de la escucha.

Comunicar significa compartir, y para compartir se necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que oír. Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. La escucha nos permite asumir la actitud justa, dejando atrás la tranquila condición de espectadores, usuarios, consumidores. Escuchar significa también ser capaces de compartir preguntas y dudas, de recorrer un camino al lado del otro, de liberarse de cualquier presunción de omnipotencia y de poner humildemente las propias capacidades y los propios dones al servicio del bien común.

¿El diálogo como una intencionada manera de establecer un vínculo?

Así es. La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad.

Comunicación en búsqueda de la proximidad…

Lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras.

¿Eso supone ir más allá del mero transmitir información?

El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.

Me parece que sobre las bondades de la narración para la pastoral o la evangelización es algo en lo que ha insistido usted en varios de sus textos y alocuciones.

Y lo hago porque narrar significa comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible.

Usted ha dicho que la narración es el modo como la vida se hace historia, ¿verdad?

El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días.

Casi que estamos necesitados de buenos relatos, para enfrentar esta ola actual de pesimismos y desesperanza.

Creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.

¿Todas las historias son buenas?

No todas. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.

Como quien dice, pasar de lo instrumental a lo trascendente….

Mientras que las historias sean utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo.

Recuerdo ahora mis lecciones de historia sagrada, aquellos relatos, esas parábolas.

Es cierto. El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma. No es casualidad que también los Evangelios sean relatos.

Esos relatos tienen el poder de encarnarse en nuestro corazón y nuestra memoria.

Sí, porque en todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarle al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones.

Cambiando de tema, ¿cómo ve usted lo de las redes sociales?

Hay que reconocer que, por un lado, las redes sociales sirven para que estemos más en contacto, nos encontremos y ayudemos los unos a los otros; pero por otro, se prestan también a un uso manipulador de los datos personales con la finalidad de obtener ventajas políticas y económicas, sin el respeto debido a la persona y a sus derechos.

Pienso que esas redes sociales se comportan más como guetos excluyentes que como verdaderos espacios integradores.

Es evidente que, en el escenario actual, la social network community no es automáticamente sinónimo de comunidad. En el mejor de los casos, las comunidades de las redes sociales consiguen dar prueba de cohesión y solidaridad; pero a menudo se quedan solamente en agregaciones de individuos que se agrupan en torno a intereses o temas caracterizados por vínculos débiles. Además, la identidad en las redes sociales se basa demasiadas veces en la contraposición frente al otro, frente al que no pertenece al grupo: este se define a partir de lo que divide en lugar de lo que une, dejando espacio a la sospecha y a la explosión de todo tipo de prejuicios (étnicos, sexuales, religiosos y otros). Esta tendencia alimenta grupos que excluyen la heterogeneidad, que favorecen, también en el ambiente digital, un individualismo desenfrenado, terminando a veces por fomentar espirales de odio. Lo que debería ser una ventana abierta al mundo se convierte así en un escaparate en el que exhibir el propio narcisismo.

Es como una paradoja: lo que se pensó para unir, ahora se convirtió en un medio para separar a las personas.

De acuerdo. La red constituye una ocasión para favorecer el encuentro con los demás, pero puede también potenciar nuestro autoaislamiento, como una telaraña que atrapa.

Y, entonces, ¿qué debemos hacer los comunicadores?

Está claro que no basta con multiplicar las conexiones para que aumente la comprensión recíproca. Se puede esbozar una posible respuesta a partir de una tercera metáfora, la del cuerpo y los miembros, que san Pablo usa para hablar de la relación de reciprocidad entre las personas, fundada en un organismo que las une. «Por lo tanto, dejaos de mentiras, y hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros». El ser miembros unos de otros es la motivación profunda con la que el Apóstol exhorta a abandonar la mentira y a decir la verdad: la obligación de custodiar la verdad nace de la exigencia de no desmentir la recíproca relación de comunión. De hecho, la verdad se revela en la comunión. En cambio, la mentira es el rechazo egoísta del reconocimiento de la propia pertenencia al cuerpo; es el no querer donarse a los demás, perdiendo así la única vía para encontrarse a uno mismo.

Me queda resonando eso de que los periodistas deben ser custodios de la verdad, tarea nada fácil en épocas de tanta mentira propagada en las redes sociales.

Esa imagen del cuerpo y de los miembros, de la que hablaba hace unos momentos, nos recuerda que el uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso, que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión. Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso. Si la red me proporciona la ocasión para acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en el redescubrimiento de lo que nos une, entonces es un recurso.

No usar las redes para apartarnos, sino para intentar hermanarnos…

Queremos redes abriendo el camino al diálogo, al encuentro, a la sonrisa, a la caricia… Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres. La Iglesia misma es una red tejida por la comunión eucarística, en la que la unión no se funda sobre los “like” sino sobre la verdad, sobre el “amén” con el que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo acogiendo a los demás.

¿Y cuáles serían los límites de los comunicadores?

Si somos en verdad comunicadores cristianos, la misericordia puede ayudarnos a nunca expresar el orgullo soberbio del triunfo sobre el enemigo, ni humillar a quienes la mentalidad del mundo considera perdedores y material de desecho. Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor, como se afirma en la Carta a los Efesios. Sólo palabras pronunciadas con amor y acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el riesgo hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.

Un excelente consejo para los comunicadores en estos tiempos de agresiones en los medios, en las redes sociales…

El encuentro entre la comunicación y la misericordia es fecundo en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura, acompaña y celebra. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad.

¿Se inscribiría en su propuesta de una cultura del encuentro?

Efectivamente. Y aprovecho esta entrevista para exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Por lo que oigo o veo en la radio, en los noticieros televisivos o en ciertas revistas sensacionalistas, más que buscar una cultura del encuentro lo que hacen es propagar el odio, incendiar los espíritus, regodearse con el miedo de la gente…

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

¿Y cómo sería ese estilo comunicativo?

Quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia». No debemos olvidar que en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos.

¿Una comunicación que subraye la esperanza?

Se trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, como afirma Pablo en la Carta a los Romanos―y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

Hermosa tarea…

Sin lugar a dudas. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa.

Aunque no es fácil, y más en esta época en que todo parece estar contaminado por las falsas noticias…

La eficacia de las fake news se debe, en primer lugar, a su naturaleza mimética, es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido de que son hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración. Su difusión puede contar con el uso manipulador de las redes sociales y de las lógicas que garantizan su funcionamiento. De este modo, los contenidos, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen.

Cuánto cuesta, por desidia o calentura emocional, distinguir la cizaña del trigo verdadero…

La dificultad para desenmascarar y erradicar las fake news se debe asimismo al hecho de que las personas a menudo interactúan dentro de ambientes digitales homogéneos e impermeables a perspectivas y opiniones divergentes. El resultado de esta lógica de la desinformación es que, en lugar de realizar una sana comparación con otras fuentes de información, lo que podría poner en discusión positivamente los prejuicios y abrir un diálogo constructivo, se corre el riesgo de convertirse en actores involuntarios de la difusión de opiniones sectarias e infundadas. El drama de la desinformación es el desacreditar al otro, el presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos. Las noticias falsas revelan así la presencia de actitudes intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último análisis, la falsedad.

Los periodistas se olvidan de su responsabilidad social…

Tienen la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar es formar, es involucrarse en la vida de las personas. Por eso la verificación de las fuentes y la custodia de la comunicación son verdaderos y propios procesos de desarrollo del bien que generan confianza y abren caminos de comunión y de paz.

Además de agradecerle por este largo diálogo, quisiera cerrarlo pidiéndole algunos consejos para orientar el trabajo periodístico, ¿le parece?

Más que consejos es un anhelo: deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin entender con esta expresión un periodismo «buenista» que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos –y son la mayoría en el mundo– que no tienen voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos, para favorecer la comprensión de sus raíces y su superación a través de la puesta en marcha de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal.

TEXTOS DE REFERENCIA

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20140124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20150123_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20160124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20170124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20180124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20190124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20200124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

Feria del libro y libros álbum

En la pasada Feria del libro de Bogotá (35 años), que tuvo a México como país invitado de honor, busqué y encontré varios libros álbum que no sólo me cautivaron por su propuesta gráfica, sino por la manera de abordar diferentes temáticas. Comparto algunos de ellos por dos motivos: en principio, por un deseo de contagiar a otros lectores de mi experiencia estética al disfrutar de estas obras en las que se conjugan magistralmente la imagen y el texto y, en segunda medida, porque el uso recurrente de libros álbum debería ser una de las consignas de animación a la lectura de todas las instituciones educativas, en general, y muy especialmente por parte de los docentes de todas las disciplinas.

LA VOZ CIEGA

He elegido La voz ciega de la ilustradora mexicana Mariana Alcántara (Fondo de Cultura Económica, 2022) como mi primer libro álbum recomendado. Además de la propuesta gráfica en azul, con incorporación de tipografías que sirven de texturas o formas de objetos, es una obra extraordinaria para mostrar el tema de la pérdida de visión. Tanto el texto como la imagen van dando cuenta de la progresiva ilegibilidad del mundo de ese” hombre de letras” llamado Emilio. El personaje que jugaba y coleccionaba palabras, que consideraba su diccionario como “la única cosa para llevar a una isla desierta”, poco a poco va dándose cuenta de que sus amadas palabras empiezan a “esconderse y desaparecer”. El hombre de letras ya no puede leer, ya no hay amarillos ni rojos para apreciar por la ventana; la oscuridad lo abruma. No obstante, una noche escuchó “un ligero golpeteo que lo llamaba”. Abrió la puerta de sus oídos y sintió de nuevo el árbol de la ventana que le “susurraba gotas, viento, brisa, hojas”… Ya no era a través de sus ojos como le llegaba el mundo, ahora retornaba a través de sus oídos. El libro álbum se cierra con una afirmación esperanzadora: “y como una tormenta, nacieron nuevas palabras que cubrieron la ciudad”. Las guardas de este libro ofrecen pistas de lectura muy interesantes: al inicio se ven con claridad letras y formas determinadas, al final sombras y manchas en medio de un fondo brumoso. La propuesta gráfica de esta obra permite, además, una lectura en muchos niveles de signos, de su rico simbolismo, de las marcas expresivas de aquellas emociones que nacen cuando alguien siente que se va diluyendo ante sus ojos la luz, las cosas, las personas y, al mismo tiempo, el cambio personal que necesita para aprender a “leerlas” con otro sentido diferente a la vista.

UN VACÍO

El segundo libro álbum que he elegido es Un vacío (lamaleta ediciones, 2022). Los textos son de Azam Mahdavi y las ilustraciones de Maryam Tahmasebi, ambas artistas de origen iraní. Esta obra tiene como motivo la pérdida de un ser querido y el proceso de duelo para sanar el corazón. La propuesta ilustrativa, con planos de picado y una paleta de colores de grises, armoniza bien con la historia de una niña que experimenta la muerte de su madre y quien, durante todo el texto, siente y transforma ese vacío en un enorme globo de compañía. Lo interesante del libro-álbum es que ese vacío, que toma el lugar de la madre, se torna en “su único amigo”, “la acompaña todo el tiempo”, “la lleva a casa desde el cole” y se queda “cerca, muy cerca de ella”. Hacia la mitad de la obra hay un cambio: la maceta que habían plantado la niña y la madre comienza a florecer. Los grises empiezan a mermar y el amarillo y el azul renacen. Los signos de la vida comienzan a cobrar otra vez importancia: un gato, la lectura del padre, el juego, la cena compartida, los espectáculos callejeros. Este magnífico libro álbum representa muy bien el ciclo de la vida: comienza con la última foto de la madre y la niña, con la última flor que sembraron juntas, y termina mostrando en las últimas páginas una nueva foto en la que el padre, la niña, el gato y el vacío están sembrando “una primera flor”.

HAY RECUERDOS QUE LLEGAN VOLANDO

Un tercer libro álbum que me ha parecido de gran calidad es Hay recuerdos que llegan volando (Fondo de Cultura Económica, 2022) del colombiano Julián Ariza. La obra fue ganadora del Premio Distrital del Libro infantil ilustrado 2021, proyecto fomentado por el Instituto Distrital de las Artes – Idartes. El eje de este libro son los recuerdos, su manera de aparecer y desaparecer; de esos recuerdos “tan pequeños que apenas sientes un leve aleteo a tu alrededor”, de su dinámica tan cálida que parece una brisa o de su avasalladora presencia que se asemeja a una “tormenta que todo lo inunda”. Los recuerdos y la manera de impactarnos; los recuerdos que, a pesar de nuestra voluntad por dejarlos atrás, logran alcanzarnos. Sí, hay recuerdos que quisiéramos olvidar. Pero, de igual manera, la obra emplea las últimas páginas en mostrarnos que existen determinados momentos en nuestra vida, ciertas experiencias transformadoras que “nunca se van a olvidar”. Sabemos que es propio de los recuerdos venir y partir cual un ave migratoria; sin embargo, hay unos recuerdos que se asemejan a un cachorro de perro frágil que, al acogerlos y protegerlos cariñosamente en nuestra alma, cambian la forma de nuestro corazón, hacen parte de nosotros. Esos son los recuerdos que deseamos volver inolvidables. A lo largo del libro álbum se emplean diversidad de recursos ilustrativos: la microhistorias dentro de la gran historia, el juego de sombras, las viñetas del cómic, los planos de secuencia de imágenes. Como afirma el autor “no existen fórmulas para el olvido”, pero hay experiencias o personas que calan tan hondo en nuestro pecho que se encarnan para siempre en el ave del recuerdo.

ESPERANDO EL AMANECER

Me centro ahora en Esperando el amanecer (Kalandraka, 2022) , de la peruana Fabiola Anchorena. Se trata de un libro álbum centrado en la amenaza de los incendios forestales, desde la perspectiva emocional de los animales. La obra fue ganadora del XV Premio internacional Compostela para ábumes ilustrados 2022 y, como afirma la autora, “nació del miedo, la incertidumbre y la angustia que sentí en 2019 cuando la Amazonía ardía a causa de los peores incendios de los últimos años”. El detonante de la historia está en que los animales “hace mucho no ven el amanecer” y parece que “el sol se hubiese ido muy lejos”. Todos en el bosque están a la expectativa, todos andan en “búsqueda de la luz de la mañana”. Entonces, aparece una luz demasiado fuerte, con un intenso calor, pero ese “no es el amanecer que estaban esperando”. La luz que llega, quema, produce miedo y genera la huída. Afortunadamente aparece la lluvia trayendo la calma. Ahora sí, aparece de nuevo la ansiada luz que ofrece tranquilidad al hogar: el bosque ha revivido. Lo interesante de la historia es el contrapunteo armonioso que hace la imagen. De los tonos oscuros a la pinceladadas incandescentes y de éstas a los matices verdes y amarillos, pletóricos de abundante colorido. Y si en las primeras guardas está la oscuridad, en las últimas resplandece las gamas del verde esplendoroso. Este es un libro ábum que cumple bien el propósito de la ilustradora de “amar los animales”, de apoyar a las organizaciones que se preocupan por conservar los bosques de la Amazonía, pero es a la vez una excelente manera de advertirnos la responsabilidad que tenemos todos de cuidar estos “pulmones de la tierra”.

Inquietudes sobre cómo escribir ensayos (III)

Ilustración de Andrea De Santis.

Esta es la última entrega de respuestas a los interrogantes que me formularon los estudiantes de diferentes carreras de la Pontificia Universidad Bolivariana, sede de Montería, relacionados con la escritura de ensayos. Sirva este espacio para agradecerles su escucha y su nutrida participación.

¿Qué tiempo puede tardar un ensayista a la hora de escribir un ensayo? (José Alejandro Santamaría Escobar – Ingeniería civil).

Los tiempos dependen de la complejidad del tema, de si se ha meditado a fondo un asunto, de la poca o mucha familiaridad con la escritura, del grado de interés con que se enfrente la escritura del ensayo. Lo cierto es que un ensayo de calidad supone contar con unos días para meditar, investigar o descubrir una tesis y otros más para buscar los argumentos de autoridad pertinentes, recopilar los ejemplos e idear los otros tipos de avales o garantías. A eso habría que sumarle las horas de redacción, revisión y elaboración de por lo menos dos borradores. Puede suceder que un escritor experto condense esos tiempos en tres días, mientras que un novato necesite más de una semana para cubrir esas etapas.

¿Sobre qué se debe escribir el ensayo?  (Valeria Páez Espitia – Psicología).

Los temas son infinitos. Sin embargo, hay asuntos más difíciles de tratar o para los cuales se necesita una pesquisa de largo aliento. En algunos casos será mejor escribir sobre temas más cotidianos, pero también es posible que asuntos no tan conocidos reten al ensayista a profundizar en ellos. Ahora, si se desea cumplir la premisa de que en un buen ensayo lo fundamental es presentar una tesis personal, pues lo más aconsejable será que el escritor “medite” lo suficiente sobre aquellas temáticas consideradas cercanas o profundice con ojo crítico en las problemáticas más alejadas. Por ser el ensayo un texto que implica moverse con argumentos y no con opiniones gratuitas, exige que se limiten o determinen, en gran medida, los temas que podrían abordarse.

¿Cómo organizo mis ideas? (Juan Ignacio Acosta David – Comunicación social y periodismo). ¿Cómo organizar mis ideas para empezar? (Sofía Elena Canchila Barrios – Arquitectura).

La organización de las ideas hace parte del primer momento de la escritura de un ensayo. Me refiero a la pre-escritura. Entonces, hay que acudir a recursos como el mapa de ideas, los cuadros sinópticos o esquema de llaves, a una tabla de contenido con ideas principales e ideas secundarias, a los agrupamientos asociativos… Si se quiere profundizar en estos y otros recursos, vale la pena revisar dos libros de María Teresa Serafini, Cómo redactar un tema y Cómo se escribe, publicados por la editorial Paidós. Sea como fuere, la organización de las ideas debe tener como fin la elaboración del esbozo del futuro ensayo.

¿Cómo adquiero una buena redacción? (Juan Diego Vellojin – Derecho). ¿Cómo debe estar bien redactado un ensayo? (Fernando Tirado Suárez- Ingeniería civil). ¿De qué manera se puede mejorar la redacción en los ensayos? (Jesús David Oyola – Ingeniería civil).

La redacción se adquiere escribiendo de manera habitual, leyendo muchísimo, imitando a los grandes ensayistas, cuidando el uso del lenguaje, oyendo cómo armonizan entre sí las palabras. La redacción se mejora produciendo un primer texto y luego volviéndolo a leer con atención para corregirlo, enmendarlo o para eliminar palabras o apartados. La redacción se mejora haciendo varias versiones de un mismo texto; destilando la prosa que primero se nos viene a la cabeza; dejando en remojo o tomando distancia para apreciar repeticiones innecesarias, incoherencias flagrantes, desarticulaciones en el discurso. La redacción se mejora puliendo, afinando el sentido, observando la puntuación y la precisión semántica. Porque la redacción es más una labor de tipo artesanal que una súbita obra de la genialidad o la inspiración.

¿Cómo mantener la continuidad después de un tiempo? (Marco Antonio Bohórquez – Derecho).

Lo vertebral en un ensayo es la tesis. En consecuencia, no hay que perderla de vista a lo largo de los distintos párrafos. Ella es como el eje que articula las diferentes partes, los variados argumentos. La tesis debe retomarse, referenciarse o tenerla presente en la medida en que avanza la argumentación. Lo otro que ayuda mucho para mantener la continuidad de la tesis en el ensayo son los conectores lógicos. Gracias a los marcadores textuales el lector sabe cómo se va desplegando la argumentación, por qué el autor desea insistir en algo, con qué fin emplea determinado argumento, o cuándo un ejemplo o una analogía hacen las veces de ilustraciones o testigos irrebatibles. La continuidad supone una relectura permanente del escritor de lo que vaya produciendo, y con mayor razón si el ensayo tiene más de dos páginas. La continuidad se logra avanzando en el texto para redactar unos párrafos y, al mismo tiempo, volviendo atrás para revisar los ya escritos.

¿Cómo se hace la introducción de la tesis? (Orlando Junior Benítez Arteaga- Administración de empresas). ¿Cómo podemos desarrollar una buena introducción? (Yolaira Arcia Vidal – Ingeniería industrial). ¿Cómo puedo estar segura de que mi introducción está bien redactada? (Valentina Padilla García – Arquitectura).

En sentido estricto, el ensayo empieza con la presentación de la tesis. Esto ayuda a que el lector sepa, sin rodeos, qué es lo que el ensayista desea plantearle desde el comienzo. A veces por hacer demasiados circunloquios o explicaciones, lo que resulta es la confusión o que no se sepa bien cuál es el foco del autor. No obstante, a veces algunos ensayos requieren un párrafo de encuadre o uno introductorio que permita ubicar o señalar el contexto en el que se va a inscribir el texto. Lo que no debe confundirse es que ese párrafo introductorio sea la tesis del ensayo. Ahora, si es estrictamente necesario hacerlo, la introducción no puede ser extensa, ni convertirse en un adelanto de los argumentos que luego van a desarrollarse, ni ser un listado de preguntas.

¿Qué es lo más importante al seleccionar la población a la que se dirige el ensayo? (Samuel David Fong Ramos – Ingeniería mecánica).

Desde luego, cuando alguien escribe un ensayo debe pensar en el tipo de lector para el cual redacta el texto. Y si bien el ensayo casi siempre tiene un destinatario académico; es decir, se presenta a un docente en particular, lo mejor es pensar en un público más amplio. Eso ayuda a darle un campo de radiación comunicativa que supere los límites del salón de clase. También es factible pensar que el público para el que se escribe el ensayo sean otros compañeros de carrera o colegas de otras profesiones. En todo caso, una vez se ubica quién es el grupo de público, el ensayo tendrá que adaptarse a tal población y, luego, si se piensa mostrar dicho texto a un sector diferente, tendrá que sufrir ciertos ajustes, especialmente en la elección de las palabras, en las exigencias formales y en el uso o no de subtítulos. No sobra advertir aquí un punto que demanda un esfuerzo adicional a muchos ensayistas: me refiero al tipo de artículos fijados por una publicación periódica y al cumplimiento de unas normas de presentación exigidas por revistas indexadas que, de alguna manera, prefiguran la comunidad para la cual se está escribiendo. Tales revistas ya han seleccionado previamente el público y, en esa medida, delimitan también el tipo de ensayo que reciben para ser publicado.

¿Cómo es el lenguaje en un ensayo? (María Valeria González Rivero – Psicología).

El lenguaje utilizado en el ensayo es el propio de los textos argumentativos. Es decir, un lenguaje meditado, lógico, vigilante de su cohesión y su coherencia. Un lenguaje que evita demasiado las digresiones y que debe ser altamente interpelativo para lograr su función persuasiva. En esta perspectiva, no puede ser tan abstruso o rebuscado que termine fracturando la comunicación con el lector, ni tan descuidado o impreciso que debilite la consistencia interna de los argumentos o el rigor en la defensa de una tesis. En más de una ocasión el ensayista tendrá que ser preciso en el uso de determinados términos y ser muy cuidadoso si va emplear expresiones soeces, injuriosas o abiertamente ofensivas. Además de utilizar un lenguaje organizado y de tono conceptual, también podrá echar mano de imágenes, metáforas u otro tipo de lenguaje figurado, siempre y cuando esté en función del propósito argumentativo. Por supuesto, cada ensayista tiene o está en la búsqueda de un “estilo personal”, pero no por ello puede terminar confundiendo el lenguaje de este tipo de texto con aquellos otros usados para hacer un comentario, un relato o una simple anécdota.

¿Cómo convencer a la gente? (Sophie Pretelt Guzmán – Comunicación social y periodismo).

La persuasión depende, en principio, de la calidad de los argumentos escogidos y de la manera como se los desarrolla en el ensayo. En segunda medida, la persuasión se logra siendo coherentes a lo largo del escrito, manteniendo el hilo lógico de la argumentación del primero al último párrafo. Y, por último, la persuasión se conquista sabiendo utilizar los conectores lógicos, usándolos como heraldos o guías de lo que se desea defender en el ensayo. De igual modo, la persuasión supone tener conciencia del contexto en el que se inscribe el escrito y conocer bien el tipo de público al que va dirigido. Recordando a Umberto Eco, una buena parte de la persuasión reside en el “lector modelo” que el autor prefigura mientras elabora su texto.

¿Cuáles son las observaciones que debemos realizar para hacer un ensayo? (Luisa Fernanda Barrios Negrete – Derecho).

Entiendo la pregunta desde el punto de vista de las acciones previas antes de redactar el ensayo. Siendo así, cuando el tema no es tan conocido o reviste gran complejidad, lo primero que habrá que hacer es ponerse a investigar sobre dicho asunto. La indagación documental, el contraste de fuentes, el cotejo de diversas miradas teóricas o experienciales, será fundamental para lograr formular la tesis. En esta misma vía, y ya pensando en los argumentos, será indispensable revisar textos, materiales o documentos que puedan servir de avales para nuestra tarea argumentativa. Una mirada crítica al problema que nos convoca y un buen tiempo para “meditar” en él, resultan fundamentales antes de ponerse a redactar. Siempre es importante recordar que el ensayo nace después de “rumiar” largo rato una temática, de ver sus pros y sus contras, de aquilatar las ideas ajenas en el crisol de nuestra mente.

¿Cómo hago para mejorar la lluvia de ideas durante el proceso de creación del ensayo? (Fredy Estrada Sáenz – Ingeniería mecánica).

Para mejorar la lluvia de ideas hay que soltar la imaginación, evitar ser tan lógicos, lanzarse a dejar libres las conexiones de nuestra cognición. No evaluar, ni ser tan esquemáticos. Cuando se entra en esta etapa de la pre-escritura lo fundamental es favorecer las conexiones, las “intuiciones”, las ideas derivadas que van saliendo en la medida en que no les prohibamos su emerger sinuoso, intermitente o contradictorio. El acopio de pensamientos dispersos, la reunión de elementos heterogéneos o de diversas disciplinas, la tranquilidad para albergar enunciados disparatados o ambiguos, es consustancial a este recurso de la creatividad. Una vez más las propuestas de María Teresa Serafini, en los dos libros arriba mencionados, pueden ofrecer otras luces sobre tal inquietud.

¿Cómo saber en qué momento empezar a redactar los argumentos? (Connie Castillo Zabala – Comunicación social y periodismo).

Si la pregunta se refiere a cuándo empezar a redactar los argumentos en el proceso de escribir un ensayo, la respuesta es hacerlo después de tener definida la tesis; entre otras cosas, porque sin ese norte, no se sabría cómo elegirlos o hacia dónde dirigirlos. Ahora, si la inquietud apunta a cuándo presentar los argumentos en la organización del texto, habría que responder de esta forma: una vez se plantee la tesis en el primer párrafo, de manera inmediata se comienzan a redactar los argumentos. Después, se continuarán presentando uno a uno hasta terminar el ensayo. En todo caso, no es bueno dilatar la exposición de los argumentos, ofreciendo explicaciones o haciendo digresiones justificadoras. Por supuesto, hay que elegir bien cuál argumento se lanza primero y cuál servirá de cierre. Los argumentos deben encadenarse de tal manera que vayan provocando en el lector un convencimiento paulatino, un crescendo hacia la adhesión de nuestra tesis.

¿Cómo darle inicio a un ensayo sobre un libro? (Aleida María Madera Almario – Ingeniería civil).

Lo fundamental es haber leído el libro más de una vez, ojalá subrayándolo y tomando abundantes notas. De igual modo, a la par que se lee la obra es indispensable ir mirando las recurrencias, las ideas fuerza que vertebran el texto, el modo de organizar el discurso. Terminado ese momento, luego de un meditado análisis, la tarea consiste en hallar la tesis desde la cual se desea elaborar el ensayo. No hablo de la tesis del autor (si fuera un libro de ensayos), sino de la tesis que el ensayista quiere plantear a propósito de la lectura de ese libro. Y serán las notas que tomó, las citas que subrayó, las que servirán como argumentos para avalar su lectura.

¿Cuál es la forma correcta de abordar un tema? (Samuel David Otero Arango – Ingeniería civil).

Los temas se empiezan a abordar desde un acto continuo de reflexión. Meditar en el tema es el primer mandato de cualquier ensayista: hacerle preguntas al tema, ver sus fisuras, contrastarlo; ponerlo en la mesa de disección para ver sus partes, sus interrelaciones con otros temas, su densidad epistemológica. Eso es lo esencial. Posterior o a la par de este momento es conveniente leer sobre el tema, documentarse, abrir la mente a diversas aproximaciones sobre el asunto o problema que nos interesa. Hay que “caminar el tema”, hablar de él con los más cercanos, dejarlo habitar en los actos cotidianos. Se pueden ir tomando notas o apuntes de lo que se vaya encontrando, de esas ideas sueltas que van apareciendo o de “ocurrencias” asociadas con el tema que nacen mientras hacemos otras labores. Todo lo anterior sirve para rubricar un consejo a los novatos ensayistas: si no se ha “rumiado” o cavilado de manera suficiente en un tema, será difícil que se les ocurra una tesis y, menos aún, que encuentren buenos argumentos.  

¿Cuáles son los errores más frecuentes al escribir un ensayo? (Arianna Alemán Jaramillo – Comunicación social y periodismo).

Los más frecuentes errores son los siguientes: a) confundir un ensayo con un comentario o confundir un ensayo con el resumen de un tema, b) ponerse a hablar generalidades sobre un tema, pero sin tener una tesis, c) presentar una tesis en el primer párrafo, pero luego abandonarla en los siguientes apartados; o no mantener el hilo de la tesis a lo largo de todo el ensayo, d) acopiar argumentos de autoridad, pero sin vincularlos directamente con la tesis objeto del ensayo, e) redacción fragmentada tanto en la inclusión de las ideas como en la construcción de los párrafos; o uso de un estilo farragoso, acumulativo, en el que predomina el uso reiterativo de comas y la ausencia del punto seguido, f) poco empleo de conectores lógicos que contribuyan a darle cohesión y coherencia a las ideas, g) títulos de los ensayos que no están conectados con la tesis del ensayo, sino con un tema genérico, h) exceso de párrafos demasiado cortos que podrían agruparse en uno solo; o abundancia de párrafos demasiado extensos en los que se incluyen muchos aspectos diferentes de un mismo asunto, i) dificultad para utilizar otro tipo de argumentos, distintos a los de autoridad, j) poco dominio en una forma de citación o de referencia bibliográfica determinada, k) ausencia notoria del uso de notas a pie de página, como estrategia para ampliar o profundizar información, l) debilidad en la macroestructura del texto, entre otras cosas porque no se elabora previamente un esbozo del ensayo, m) gran dificultad en la elaboración de analogías, como medio para argumentar a partir del pensamiento relacional, n) poco hábito en los procesos mentales de la deducción y la inducción; o fallas en el modo de sacar inferencias, ñ) desánimo para elaborar una segunda versión a partir de la correcciones del docente, o) mínima lectura de textos ensayísticos que sirvan de referente para la elaboración de los textos personales, p) creencia en que la escritura es el resultado de un “chispazo de genialidad o de suerte” y no una labor artesanal de pulimento y trabajo continuado.

Alfabetizarnos en semiótica: una cartilla educativa y un escudo personal

Ilustración de Aristides Hernández -ARES.

Considero que la semiótica es antes que nada una manera particular de leer. Una mirada ante el mundo y la vida mediante la cual sospechamos de los mensajes o las actuaciones que saltan rápidamente a nuestros ojos o interpelan nuestros sentidos. Un modo de pensar que sabe que los datos inmediatos nos engañan, que detrás de todo eso que calificamos de “natural” se esconde un fino entramado simbólico, un tejido complejo de significados. Y esto es así, porque estamos inmersos entre signos, porque somos consumidores y productores de mensajes, porque nos socializamos y nos educamos a partir de sistemas de códigos. Es decir, el mundo que habitamos ya es de por sí un mundo signado. Entonces, la semiótica viene siendo como una especie de alfabetismo para poder leer esa maleza sígnica que nos circunda, una habilidad para descifrar ese enorme texto de la cultura. O, para ser más precisos, la semiótica es un abecedario, una cartilla con la cual podemos leer o descifrar gran parte de los mensajes que circulan en la vida cotidiana.

Parte de esa alfabetización supone convertirse en extranjero de la misma parcela de realidad que se busca descifrar. Ser extranjero demanda una capacidad de lectura en donde hay que rebasar los límites de lo obvio, de lo natural, de lo dado por hecho. Leer semióticamente es aprender a sospechar. Y sospechar es tomar distancia de los hechos, los eventos, las informaciones, de los emisores que las enuncian. Esa toma de distancia ayuda a comprender asuntos que, por estar inmersos en ellos, no podemos apreciarlos a cabalidad. Sospechar es poner entre paréntesis lo que escuchamos o nos dicen para no ser incautos o tan crédulos como para aceptar sin cuestionamiento o tamiz las “verdades” que parecen comunicársenos con tono aséptico o desinteresado. La sospecha ha sido, vale reiterarlo, una de las claves de la filosofía y un detonante para la investigación científica. Piénsese no más, en todos los “maestros de la sospecha”: Freud, Nietzsche, Marx, y cómo lograron leer en profundidad los signos de su época, fisurar los sistemas, excavar dentro de las cosmovisiones vigentes de su mundo. El semiotista, por eso mismo, cuestiona, pregunta, entrevé, intuye, conjetura, olfatea su entorno como si fuera un explorador en tierra ajena.

De otro lado, nos alfabetizamos en semiótica exacerbando los sentidos, así como pedía Arthur Rimbaud a los poetas; mirando con cuidado, escuchando con atención, tocando el mundo, oliscando todos esos indicios que desfilan ante nuestras narices, pero que la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Lo otro, es estar atentos, alertas a la realidad circundante. Los semiotistas son vigías de los textos y los contextos, de los intertextos y los paratextos. Instalados en la atalaya del entendimiento, los alfabetizados en semiótica perciben relaciones, ven diferencias, aprecian los matices. De igual modo, los semiotistas adquirieren ciertos criterios, unas categorías de juicio, un método de análisis para investigar o dar cuenta de un problema, un asunto noticioso o un acontecimiento social.  Tener un método es contar con una especie de lógica para ordenar la cabeza. Tal esquema de pensamiento no se basa en las opiniones emocionales o en el rumor maledicente, sino en un pausado y plural examen de las cosas que contribuye a tener un mejor diagnóstico de cualquier situación. Digamos que el proceder del semiotista puede sintetizarse en un axioma de hondas raíces artísticas: mirar lo que todos los demás dan por visto.

Precisamente por ello, creo que los maestros y maestras, más allá de impartir conocimientos, tenemos la función de proveerles a los estudiantes unos “miradores” para leer la realidad, unos lentes para hacer legible el mundo que les toca en suerte. Necesitamos alfabetizar a las nuevas generaciones en semiótica. Y especialmente en esta época, cuando hay tal avalancha de información, que no es fácil diferenciar una cosa de otra; una época en donde los mensajes circulan a gran velocidad, pero en la que las personas no tienen el juicio formado para aquilatar lo valioso de la basura insustancial. La lectura semiótica sería una habilidad desarrollada por los educadores de todas las áreas. Esa lectura semiótica ayudaría a que los estudiantes aprendan a poner en relación los detalles en la perspectiva del conjunto, a cotejar cada texto con los contextos en que se producen, a aquilatar diversos puntos de vista antes de emitir un juicio, a entrever las intenciones soterradas de las ideologías ocultas que manejan los emisores. Porque no podemos olvidar que, por ejemplo, los medios masivos de información “fabrican” una idea del mundo y de las personas; editan el entorno para dárnoslo organizado de una particular manera. En consecuencia, los aprendices de semiótica irán aprendiendo poco a poco a “desmontar” la puesta en escena en que se produce la información para descubrir qué se ha omitido, qué se ha sobredimensionado hasta la exageración o cuáles son las intenciones implícitas que se fraguan detrás de cámaras. Como se ve, la semiótica es un buen laboratorio para apreciar cómo se producen, circulan y recepcionan los mensajes.  Ya sea frente a una pantalla, en actitud de escucha o de cara a un “espectáculo informativo” la semiótica descubre las redes y las constelaciones de signos que los grandes medios tejen en su función de crear audiencias, reforzar cosmovisiones hegemónicas, reconducir la opinión pública o elaborar un relato persuasivo de la realidad.

Desde luego, las bondades no solo se circunscriben al sector educativo. Pienso que todo ciudadano debería también alfabetizarse en semiótica por dos razones principales: La primera, porque la semiótica era y sigue siendo una poderosa herramienta conceptual para leer la sociedad que habitamos; una especie de metalenguaje traductor mediante el cual es posible desenredar los sendos hilos con que están tejidas las relaciones humanas, los conflictos de intereses, los juegos de poder. La segunda, porque al ser lectores hábiles de signos nos hacemos más aptos para aceptar la pluralidad de opiniones y la diversidad de otras maneras de entender el mundo y la vida y, lo más importante, se crea un espíritu tolerante para ser menos fanáticos y menos sectarios. Con esos útiles cívicos de la semiótica nos entenderemos mejor con el diferente, sin tener que entrar a violentarlo o destituirlo porque no lo aceptamos o, lo más grave, porque no logramos comprenderlo.

Agregaría, en esta misma perspectiva, que alfabetizarnos en semiótica es un buen recurso de protección ante el odio propagado en las redes sociales y es un buen catalizador para romper la estratagema de las falsas noticias. A lo mejor, si en esta época de mentiras a la mano y de redes engatusadoras nos proveemos de elementos de lectura semiótica, lograremos descifrar el truco del mago o lo que astutamente se esconde detrás de celadas con apariencia de verdad. Con esas herramientas conceptuales de la semiótica aprenderemos a develar lo que está sistemáticamente clausurado o vedado por el poder; adquiriremos un espíritu crítico que nos saque del marasmo de ser sólo consumidores de información; y ampliaremos nuestra comprensión de los credos, las ideologías y las mentalidades con el fin de prevenirnos de fundamentalismos sectarios. En suma, tendremos una “protección cognitiva” para no sucumbir como borregos a las demandas irracionales de la masa, a las manipulaciones de la ladina politiquería que, como se sabe, le interesa sobre todo el beneficio personal más que favorecer a la mayoría. Necesitamos proteger nuestra salud mental para no alimentar esa actitud cotidiana de “todos contra todos”, tan aumentada en nuestros días por los grandes medios masivos de información que se regodean con su contagio estridente de odio, desesperanza y crisis generalizada.  

Concluyo invitando a todos los que tienen una labor formativa, llámense maestros o padres de familia, “influenciadores” o” “líderes de opinión” a acoger algunos de los rasgos de la lectura semiótica que aquí he señalado. O si se prefiere, los convoco a poner en práctica diez principios de actuación comunicativa que, en cierto sentido, son enunciados éticos:  1) Mejor tardarse en comprender que apresurarse apasionadamente a enjuiciar, 2) Ver siempre las ramas en relación con el conjunto del árbol que las sostiene, 3) Tener una mirada plural, antes que un único punto de vista, 4) Anteponer la duda y la pregunta a todo aquello que pida la sumisión sin argumentos, 5) Desconfiar de las verdades a medias, porque en realidad son mentiras disfrazadas de certidumbre, 6) Estar prevenidos con los mensajes que prefieren destacar los adjetivos y los epítetos que los sustantivos y los verbos, 7) Entender que cada persona filtra la información que recibe y, según sus intereses, edita la información que comunica, 8) Comprender que sin un horizonte histórico las opiniones fácilmente se convierten en prejuicios, 9) Descubrir que en la relectura o la revisión está la clave para hacer aflorar el submundo escondido de los mensajes, 10) Reconocer que la ambigüedad de los signos es la que motiva la perspicacia y exige un esfuerzo intelectivo para interpretarlos.

Utilidades didácticas de trabajar con miniensayos

Miniatura de Tatsuya Tanaka.

“Microscopismo significa, de suyo, nimiedad. 
Nimiedad exige prolijidad”.
José Ortega y Gasset

 

Deseo ampliar en los párrafos siguientes las razones que me llevaron a escribir mi libro Las claves del ensayo[1], centrado básicamente en la redacción de miniensayos, y en el que ofrezco una alternativa didáctica para incentivar y hacer razonable en el aula el desarrollo del pensamiento argumentativo. Como en la obra en mención agrupo consejos y estrategias para los que desean escribir un ensayo en una página, considero oportuno ahora compartirles a los docentes algunas utilidades que obtendrán si optan por esta modalidad textual.

Por supuesto, uno de los primeros beneficios de usar el miniensayo en los espacios educativos es el de ir preparando paulatinamente a los estudiantes en una escuela de la argumentación. Antes de ponerlos a escribir ensayos extensos, se empezará por foguearlos con textos breves de esta tipología argumentativa. El miniensayo es un buen tinglado para ejercitarse en la tarea de presentar una tesis y soportarla con argumentos, pero desde el propósito formativo de aprender a dominar los fundamentos, la estructura básica de dicho tipo de escrito. Siguiendo uno de los principios básicos de la didáctica, se irá de lo pequeño a lo más grande, de lo simple a lo complejo. Tal objetivo contribuye a que los noveles escritores descubran, practiquen y adquieran las destrezas —tanto de forma como de contenido— del género ensayístico, pero no de sopetón o de manera fortuita, sino mediante una secuencia de enseñanza adecuada, que evite la desmotivación, la incomprensión o el fracaso al momento de enfrentarse a redactar esta modalidad textual.  

La segunda utilidad de traer al aula la redacción de miniensayos es la de apreciar en una o dos hojas el modo como se desenvuelve el flujo de una argumentación; la manera como se teje el hilo de razones que permite apuntalar o darle consistencia a una tesis. El miniensayo hace las veces de un reducido escenario en el que se puede apreciar la actuación de los diferentes avales que con sus voces contribuyen a reforzar la toma de postura del ensayista. Así, pues, se apreciará con más realce qué aporta cada argumento, de qué forma enriquece el camino de la exposición; al igual que podrá notarse si logra, parte por parte, la ruta del convencimiento o, si, por el contrario, lo que sobresale es la inconsistencia o la fragilidad en un planteamiento. El pequeño campo del miniensayo ofrece una mirada de ave desde la cual se observan con rapidez los logros o fallas argumentativas vertebrales del texto y, en esa misma medida, le permite al maestro reconocerle al estudiante sus principales aciertos u ofrecerle alternativas para subsanar las falencias más gruesas de su escrito. Dicho de otro modo: el miniensayo deja entrever, de manera rápida y total, si el estudiante ha entendido bien qué es presentar una tesis y defenderla con diferentes argumentos.

Una ganancia adicional, que soluciona un aspecto muy descuidado en la didáctica de las tipologías textuales, es la de darle relevancia a la construcción y revisión de los párrafos. En el miniensayo, el párrafo se convierte en la unidad de creación y de análisis. En consecuencia, será fácil ver en ese pequeño cuerpo textual cómo se plantea y articula una idea, apreciar sus ramificaciones explicativas al igual que sus engarces lógicos para mantenerla al tronco de una arista argumentativa. También será perceptible el itinerario comunicativo de las ideas, desde cuando se las enuncia hasta cuando se cierran, pasando por el modo como se las conecta entre sí (los marcadores textuales) y detallando si cumplen lo que anuncian o dejan fisuras o asuntos a medio camino. Si se toma como piedra de toque el párrafo, se facilitará de igual forma enseñar la manera de interrelacionar un apartado con el otro; y será más sencillo entender qué es eso de darle unidad a un texto, o apreciar en “cámara lenta” cómo es que se arma la macroestructura del escrito.

Derivado de la concentrada atención en la redacción de los párrafos nace otro rendimiento didáctico: la de mostrar la orfebrería sobre los diversos tipos de argumentos. Ver con lupa cómo se elabora un argumento de autoridad, de qué manera se tejen voces ajenas con la propia, como se armonizan las citas con la tesis; o apreciar, hilo por hilo, cómo desde una analogía, amalgamando los rasgos de semejanza en realidades diferentes, puede irse construyendo un tejido de razones convincentes. Igual podrá hacerse con los argumentos mediante ejemplos o esos otros originados de procesos de pensamiento como la inducción o la deducción. Al tener ese espacio acotado del párrafo y el tiempo “lento” para detallarlo, el miniensayo gana en claridad, en profundidad y consistencia en las ideas. Fijarse en los pormenores y precisar de qué manera contribuyen al engranaje de la persuasión, no es un asunto menor cuando se trata de aprender a escribir textos argumentativos.

Es más notorio en el pequeño terreno de los miniensayos apreciar la ausencia o presencia de los conectores lógicos, que si se buscan en un texto de larga extensión. Esa es otra utilidad de esta opción de escritura: los marcadores textuales serán fácilmente advertidos. Se los podrá identificar y saber si cumplen bien su función o si, por el contrario, están puestos allí sin ninguna intencionalidad comunicativa. Y al no tener sino unas pocas páginas para detectarlos y evaluar su cometido, será más sencillo explicarles a los estudiantes la conveniencia o no de emplear una de esas bisagras textuales, mostrarles qué pasa si se las intercambia por otra con finalidad diferente o enseñar con ejemplos concretos cómo se fragua la cohesión interna de un texto. Una vez se logre identificar el tipo de conector fallido o la familia de conectores en la que el aprendiz tiene mayor dificultad, el maestro podrá ofrecerle campos semánticos de conectores para solventar tales carencias, y dedicar sesiones de corrección enfocadas únicamente a perfeccionar la elección y ubicación de tales partículas en el texto. La visibilidad patente de los conectores en el miniensayo da pie para cualificar la buena articulación entre las ideas y entender el uso de puentes comunicativos con el lector.    

De otra parte, la redacción de miniensayos es un recurso ideal para que el estudiante pueda redactar varias versiones de un mismo texto y, en esa medida, realmente aprenda a escribir. Es decir, que no se contente con buscar un golpe de suerte para acertar en el primer texto que elabore, sino invitarlo a entrar en el proceso artesanal de la escritura, a que vea cómo van ganando en coherencia y consistencia sus ideas a medida que reelabora su miniensayo. Esta modalidad de “destilación por versiones” resulta manejable para el docente y es menos agobiante que cuando se les exige a los estudiantes ensayos de larga extensión o cuando se tienen grupos numerosos. Si en verdad nos interesa que los aprendices descubran la importancia de la corrección y las enmiendas cuando se redacta, si nos importa hacerles entender que escribir no es un atributo de la genialidad, sino una práctica de reelaboración constante de los textos, con toda seguridad la redacción de miniensayos es una mediación didáctica y un dispositivo eficaz para alcanzar esos objetivos formativos.

En esta misma perspectiva, la redacción de miniensayos permite un genuino acompañamiento del docente. Al tener mayor tiempo para leer con detenimiento la concentrada producción de sus aprendices, al poder hacerles anotaciones y observaciones puntuales en los márgenes, al señalarles dónde están los problemas de redacción o las inconsistencias en la estructura, se logrará un verdadero seguimiento y, por supuesto, una evaluación formativa. No sobra recordar que la escritura no se mejora con recomendaciones generales o poniendo un “signo de visto o de chequeo” o una calificación en la primera página de una tarea. La escritura se cualifica teniendo un “socio” o un “tutor” que vaya paso a paso mostrándonos aciertos o deficiencias en lo que redactamos. Tal vez ahí esté una de las bondades más grandes de trabajar con miniensayos en clase: la de cambiar el comportamiento del distante profesor que exige, demanda y califica textos, a empezar a asumir un rol más cercano, de coequipero o asesor de la producción escrita de sus estudiantes.  Los miniensayos crean las condiciones para realizar una efectiva y continuada retroalimentación.

Vale la pena mencionar acá la utilidad del miniensayo para debatir argumentativamente sobre subtemas específicos y no sobre asuntos tan generales en los que difícilmente el estudiante logra aportar algo significativo. La ganancia para el docente estriba en llevarlo a desagregar los contenidos de su asignatura o en esforzarse para plantearlos más como problemas que como información descriptiva. Por tener un reducido espacio para desarrollarse, el miniensayo demanda a los docentes ofrecer un menú diverso de cuestiones, con el fin de que los estudiantes puedan elegir un aspecto sobre el cual quieran circunscribir su escrito. Tal variedad de posibilidades sobre un mismo asunto enriquece la comprensión de cualquier temática, aporta nuevos elementos de juicio a un problema, motiva a la participación y, lo más importante, rompe los modelos rutinarios de explicación de una sola vía. El hecho de exponer en clase una materia asediada desde diferentes posturas (que serán las tesis propuestas en los distintos miniensayos), convertirá cada sesión de clase en un testimonio de enseñanza activa en la que la pregunta será el lubricante dinamizador empleado por el maestro y los argumentos esgrimidos en cada caso el contrapunteo utilizado por los estudiantes. Diversificar los temas ofrece opciones puntuales para enfocar los miniensayos y potencia la idea de que la enseñanza es una argumentada conversación a varias voces.      

Agregaría otro beneficio del miniensayo, relacionado con la dinámica de la clase. Por ser cortos, es factible leer un mayor número de ellos en clase; fomentar la escucha entre pares; abrir el diálogo a las resonancias producidas por los textos. De esta manera, no se escribiría únicamente para el docente, sino con un radio de acción mayor: el auditorio de los propios compañeros, que tendrían la oportunidad de conocer lo que piensan los demás y ofrecerles alguna réplica o juicio valorativo. Este punto es vital para que en el aula se exalte y cobre valía la voz personal, el punto de vista de los estudiantes. Que se favorezca, en últimas, el desarrollo del pensamiento, en general, y del pensamiento crítico, en particular. Si cada estudiante lleva tres o cinco copias de lo que produjo, si las reparte entre sus colegas, y si luego lee su texto en voz alta ante la plenaria, con toda seguridad irá tomando más confianza en lo que piensa, se volverá fuerte para defender sus ideas y podrá aceptar, sin enfadarse, que hay otros puntos de vista diferentes al suyo, pero igualmente válidos. El miniensayo permite que los productos escritos, solicitados por el docente, circulen y se debatan en clase.

Considero, además, que tomar como estrategia la redacción de miniensayos es un modo inteligente de racionalizar las tareas exigidas a los estudiantes. A la par que se atiende a un criterio didáctico, se resuelven aspectos de orden práctico, como la retroalimentación precisa y oportuna. No sobra recordar que la dosificación en cualquier proceso de aprendizaje es determinante para unos óptimos resultados. De poco o nada sirve atiborrar a los muchachos y muchachas de largas y extenuantes tareas de redacción, cuando desconocen lo medular de una tipología textual. La ganancia en el aprendizaje es evidente: resulta más provechoso enriquecer y cualificar un texto corto hasta que quede bien hecho, que gastar tiempo y energías en un largo escrito elaborado a la deriva y del cual, por su misma extensión, no se hará una segunda versión o tendrá una mínima vida en el itinerario de las tareas. La invitación a redactar miniensayos convierte esta “obligación académica” en algo menos excesivo o intrincado de realizar. Y, una vez asimilado un pequeño paso en la escala de la argumentación, resultará más cómodo avanzar o exigir el dominio en otros niveles.

Como puede colegirse de lo expuesto, hay muchos motivos alentadores para incorporar el miniensayo en la práctica educativa. Esto no solo tiene una ganancia de tiempo y energía para la labor del docente, sino que propicia un genuino espacio de aprendizaje de la escritura en los estudiantes. No se piense que la redacción de dichos textos cortos sea un simulacro o remedo de los ensayos canónicos que todos conocemos. Hay que insistir y aclarar una premisa de esta modalidad de enseñanza: la redacción de miniensayos tiene el mismo rigor que los ensayos de muchas páginas. Su complejidad no está en la extensión, sino en la minucia de conocer en profundidad las piezas y el funcionamiento de lo mínimo.

[1] Kimpres, Bogotá, 2016.

Poética de la escucha (IV)

Ilustración de Rafal Olbinski.

22

“Hoy quisiera escuchar de nuevo el eco
de  tu voz y tornar a las dulzuras
de aquellas breves horas en la noche.
Otra vez probaría la hermosura,
sin rostro, de tus labios en la sombra,
y el cálido temblor de aquellas últimas
palabras, sólo un sueño o un murmullo,
sólo rumor de viento, sólo hondura”.
Antonio Colinas

 

Escuchar al enamorado tiene una magia especial, entre otras cosas, porque parte de una disposición del receptor —en cuerpo y alma— para recibir sin reparos a otra persona. Cuenta con el esmero absoluto, con la atención suprema instada por la pasión; con la emocionada curiosidad de conocer o relacionarse con otro ser. Es evidente que este interés por quien dice el mensaje constituye un escenario favorable para que la comunicación sea percibida en sus gamas de sutileza, en los detallados matices de entonación, en los intencionados silencios causados por el deseo o por la turbación. La escucha del amoroso tiene como aliciente la estimación o el afecto que ansía retener todo lo escuchado para hacerlo significativo o, al menos, digno de recordación. La escucha amorosa se desarrolla y afianza en lo memorable. De otra parte, por estar anclada en la sinceridad, por comunicarse de manera sencilla y veraz, por expresar la singularidad de un corazón, la confidencia amorosa reclama del receptor un espíritu de complicidad que, en gran medida, se emparenta con los lazos de lo clandestino o encubierto. La interlocución, en este caso, convoca a una real y entregada coparticipación. Escuchar a otro ser enamorado, con esta delicadeza o finura, crea las condiciones de sintonía para que lo escondido florezca, para que las confidencias modulen o musiten sus querencias más anheladas. Aquí vale la pena hacer una advertencia: el escucha amoroso debe saber que aquellas confesiones tienen el sello de lo impublicable; son relatos de vida convertidos en pactos de sangre, en alianzas del mundo afectivo que, por celo a lo reservado, son inquebrantables. La escucha amorosa se acendra y refrenda en el silencio.

23

“Escucho hablar dos voces,
una es tu espíritu, la otra
son los actos de tus manos”.
Louise Glück 

 

Cuando se escucha a alguien lo fundamental está en el contenido del mensaje que intenta transmitirnos. Pero, a la par de esa confesión sonora, de esas modulaciones y énfasis en la voz, también está la comunicación no verbal que acompaña las palabras. En algunos momentos suplen, complementan o dan consistencia al discurso; en otros, reiteran o insisten el algún aspecto que por ningún motivo puede pasar desapercibido por un escucha atento. La postura con que el emisor enuncia sus confidencias, el ritmo de las manos, los movimientos de cabeza, las inclinaciones del tronco, el movimiento ansioso de los pies, todo el cuerpo, en general, crea una orquesta que acompaña la voz. Así que no es suficiente con detectar bien el contenido de lo dicho, no basta con la fidelidad de un solo canal; por el contrario, es indispensable percatarse de todos esos signos paralelos que acentúan, contradicen, contrapuntean o llenan de nudos el hilo del mensaje. Si se es perceptivo a esos detalles para relacionarlos con rapidez, si se logra apreciar y entender la obra de fondo que representan las diversas partes del cuerpo del interlocutor, con toda seguridad podrá comprenderse tanto el contenido como la forma que lo acompaña. Escuchar sentados o de pie, al frente o al lado de la otra persona, en silencio o con ruido estridente, no son asuntos menores; así como tampoco da lo mismo oír a alguien en una alcoba, en un sitio de comidas rápidas o en un pequeño y resguardado café. Se olvida con facilidad que las revelaciones íntimas no brotan de cualquier manera, que los secretos del alma reclaman unas condiciones y un ambiente y una postura de quien sirve de receptor. El escucha perspicaz sabe que tiene que hallar la posición menos evaluativa, ubicarse en un sitio no intimidante, y asumir una postura corporal que le ofrezca a la otra persona un espacio de confianza. Los escuchas avezados siguen el principio de que se habla con todo el cuerpo.

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“Si me quiere ayudar no me pregunte nada,
las preguntas nos desnudan un poco y yo no quiero desnudarme,
quiero vestirme de palabras,
quiero cubrirme con palabras y por eso le pido que me escuche:
no sé por qué razón quien nos escucha nos perdona”.
Luis Rosales

 

Por lo general, se busca a alguien que nos escuche con el fin de recibir de él una ayuda o un consejo a partir de las inquietudes o problemas que le compartimos. Pero, en otras ocasiones, lo que se anhela es hallar un ser humano que escuche en silencio, sin interrumpir o cortar el flujo de las confidencias o el caudaloso desahogo de una interioridad. A pesar de lo atropellado de las palabras, de lo inconexo y fragmentado del discurso, lo que se desea es que ese especial interlocutor se mantenga muy atento y neutral a la vez, y que aguante sin impacientarse el torbellino de las emociones con esos altibajos de llanto o de exaltada ira. Que no interrogue o cuestione tales manifestaciones, ni mucho menos descalifique con sus gestos el paroxismo de las angustias en pleno furor. Tal escucha ansiado debe asumir, entonces, una “impasibilidad porosa” que le permita mantenerse impertérrito ante las explosiones del alma ajena y, al mismo tiempo, desplegar una zona acogedora en la que se sientan la compasión, la solidaridad o esa comprensión fraterna tan parecida al perdón. Quizá encontrar este escucha, tan copartícipe como mesurado, sea más difícil de lo que se cree, porque requiere un ejercitamiento de “morderse la lengua” y de poner en salmuera el deseo de objetar o el impulso natural de la curiosidad. El resultado, aunque parezca desconocer la participación del escucha de carne y hueso, es altamente fructífiero para quien lo solicita: gracias a la presencia reservada de esa otra persona y a su complicidad silente, el emisor logra sacar de adentro lo que tenía atascado en el alma, descarga el peso que arrastraba en silencio, hace público lo que parecía inconfensable. El escucha ha servido de “roca depositaria” o de benigno catalizador. En suma: pedir ser escuchados es un reclamo o una imploración de silencio para poder hablar.

25

“Para escuchar mejor pegué
mi oído a los campos, vacilante y sumiso
y por debajo de la tierra escuché
el latir bullicioso de tu corazón”.
Lucian Blaga

 

La mayoría de las confesiones, especialmente aquellas que están cubiertas con la pátina de la culpa o del remordimiento, se emiten en unas frecuencias no fáciles de comprender en la superfice del discurso. Para lograr captar lo que está en el subsuelo, en el alma de quien las pronuncia, es definitivo traspasar las primeras capas de las suposiciones o los estereotipos; “pegar la oreja” al movimiento de unas aguas profundas a las que no estamos habituados o para las que no tenemos una definición preestablecida. Entender el rumor de esas zonas abisales del espíritu supone descubrir, como aprendices sumisos, un lenguaje que si bien no es legible en un inicio, poco a poco irá develando su mensaje  de oquedades y despeñaderos desconocidos. El escucha tendrá que asimilar esas vibraciones imperceptibles y prepararse para lo inédito. Entonces, lo que parecía extraño o inexplicable, cobrará una transparencia comunicativa que nos llevará a detener nuestros labios para el injuiciamiento  o la recriminación moralizante. Es del alma confesarse en sonidos subterráneos que, si sabemos escucharlos, revelarán mensajes únicos, sorprendentes, esencialmente inesperados. Pero además, y este es un reto supremo para la atención o presupone una entrenada flexibilidad auditiva del escucha, lo que es útil para descifrar el discurso de una persona, muy poco servirá para aclarar las confidencias de otro semejante. El subsuelo anímico, afectivo o pasional de los seres humanos es diferente en cada uno, como lo son sus huellas dactilares o los vasos sanguíneos de su retina. Las confidencias fluyen mejor por debajo de lo establecido o socialmente aceptado; el subsuelo de lo íntimo las resguarda de los ruidos exteriores y, de esta manera, conservan su autenticidad, se mantienen fieles a los quejidos de sus genuinos padecimientos, sin simulacros o  falsificaciones. Escuchar lo más íntimo de alguien nos exige una sensible y esmerada experticia en la auscultación del corazón.

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“Esperamos el alba,
para escuchar al fiel canario
desvelado,
cuando el sueño abate las pupilas”.
Fernando Paz Castillo

 

Lo común es que la escucha nazca de la necesidad manifiesta de otra persona, de la solicitud que hace para que se atienda una urgencia expresiva tan semejante a un clamor de auxilido existencial. Sin embargo, los buenos escuchas están a la expectativa, atentos a los posibles llamados de acompañamiento, de asistencia fraterna. Parte de su perspicacia reside en descubrir quién —y en qué momento— reclama su presencia o su disposición para sentarse a escucharlo. Tal actitud de “acecho bienhechor” conlleva a que el escucha esté expectante, que permanezca solícito o esté preparado para “detectar” determinados ensimismamientos o gestos de contenido sufrimiento. Los escuchas sigilosos sospechan cuándo tienen que estar presentes para ofrecer, como si fuera un abrazo acogedor, la atención, el consuelo, la compañía sincera y oportuna. Saben prever o conjeturar cuándo los problemas de los demás, sus angustias, sus penas más demoledoras —que los hacen caer en un mutismo desesperanzador— indican con aquellos ademanes silenciosos la necesidad de alguien que pueda ayudarles a soliviar el peso de tales cuitas o tribulaciones del alma. Los escuchas más perceptivos tienen esos presentimientos de “compañía” para acudir y socorrer a otro ser humano, para adelantarse a sus demandas, sin avasallarlo o parecer inoportuno. A veces la sola presencia del escucha crea un ámbito propicio para que aflore la palabra o se desgrane la voz del interlocutor. No siempre la escucha nace de la petición o la rogativa; en muchas ocasiones emerge del cuidado que se tenga por el familar, el colega, el amigo o el vecino. Si el otro nos importa realmente, si nuestros semejantes tienen rostro, si no son seres anónimos, seguramente será fácil adivinar cuándo necesitan momentos de audición o de franco y abierto diálogo para expresar lo que les aflige, preocupa o desconsuela. Los escuchas vigilantes son heraldos del cuidado preventivo.

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“Los hombres están atascados,
hacen ruido para no escuchar,
su corazón ya no los soporta.
Todo respira y da gracias,
menos ellos”.
Rafael Cadenas

 

Si hay algo que se opone a la escucha es el exceso de ruido circundante o el que se hace a propósito para evitar el contacto y el diálogo cara a cara. La escucha se torna más díficil cuando el ruido de los aparatos cotidianos se multiplica al mismo tiempo que las personas están “totalmente conectadas” con las nuevas tecnologías; se torna imposible en las actuales prácticas cotidianas de estar cada quien metido en su burbuja, en un ambiente aislado para los que viven con él; se merma en gran proporción al enfrentarla a las rutinas de trabajo, basadas en la eficiencia y la productividad, que prohíben o evitan la charla y el solaz entre compañeros. La contaminación auditiva es el mayor enemigo para una escucha atenta y tranquila. La exigencia de la prisa, la centralidad de todas las actividades humanas en la adquisición de bienes materiales y riquezas, todo ello ha aumentado el nivel de Ia insensibilidad a las voces de los demás, bien sea porque ya se está sordo para el murmullo de las confidencias y el ritmo íntimo de compartir experiencias vitales o porque, el mismo ruído, ha ido conviertiendo el testimonio vivo  o las revelaciones de otras personas en mensajes irrelevantes. De allí que la acción de escuchar sea una manera de “hacer una pausa” en el vertiginoso proceder de lo masivo y novedoso, de darle relevancia a la comunicación que acaece en la lentitud, de invitar al encuentro para contemplar y maravillarse con el paisaje singular de nuestros semejantes. De no hacerlo, de proseguir en ese ensordecimiento para el clamor de los demás, más limitados serán nuestros referentes, poco hábiles seremos para la polifonía de la convivencia humana, y mayor será nuestra soledad egocéntrica y materialista. La escucha hace diáfanos los sonidos del mundo y de la vida, abre nuestro corazón a otros seres que nos complementan o nos trascienden.

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“Escucharás todas las opiniones y las filtrarás a través de ti mismo”. 
Walt Whitman

 

Los escuchas vivaces e incisivos saben discriminar bien lo que oyen; su oído es tan penetrante como para distinguir el fárrago de lo medular de un mensaje. Porque su escucha es aguda, porque su mente está despierta y su atención es vigilante, logran percatarse de lo esencial que desea compartirles otra persona. Ni son tan crédulos como para “creer” todo lo que les cuentan, ni son tan escépticos como para desconfiar de todos los detalles confesados. Los buenos escuchas matizan, filtran, ponen en la criba de su discernimiento la avalancha de frases dichas de afán y con angustia por su interlocutor, ciernen aquellas afirmaciones lapidarias o esas ofensas y maldiciones brotadas del obcecado apasionamiento. Al tener esa sagacidad auditiva comprenden cuándo el interlocutor exagera u omite información realmente importante, y cuándo deja de lado la autocrítca o el reconocimiento de sus errores u omisiones. Y si bien no están ahí para enjuiciar o servir de paradigma moral, tampoco se comportan como un ingenuo receptor. La escucha profunda es una escucha intuitiva, capaz de apreciar fisuras o intersticios relevantes en una confidencia o de llenar los vacios en la cadena narrativa de una historia. Tales hallazgos cobrarán importancia cuando el emisor le pida una opinión o le solicite un consejo. En ese momento, los buenos escuchas se convierten en caja de resonancia para que la otra persona escuche lo que no puede o no quiere oír, para que tenga un reflejo sensato que le ayude a dimensionar las decisiones que desea tomar o le permita constrastar las apreciaciones sesgadas y apresuradas sobre determinado problema. Desde luego, los escuchas penetrantes saben que hay diferentes maneras de creer, sentir y actuar y, en esa medida, respetan las decisione finales que tomen los demás.  Cada quien tiene un tamiz, hecho de inteligencia y variadas experiencias, mediante el cual afronta su propia existencia y valora los problemas o inquietudes de las personas que lo rodean. Escuchar de manera aguda testimonios y confesiones ajenas es, entonces, una acción oscilante entre la credulidad y la suspicacia.

Los consejos de Italo Calvino para escribir

Ediciones Siruela publicó en este 2023 las entrevistas que Ítalo Calvino dio a varios medios impresos, radiales o televisivos a lo largo de su vida, desde 1951 hasta 1985. He nacido en América es el título que aglutina las 49 entrevistas. A lo largo de las 364 páginas el escritor comparte opiniones y juicios sobre diferentes aspectos relacionados con sus obras de ficción, sobre el mundo editorial, al igual que ofrece puntos de vista sobre la lectura, la historia y algunos temas coyunturales de política. Después de disfrutar estos testimonios, expresados a lo largo de más de 30 años, me ha parecido interesante compartir los subrayados que fui haciendo sobre un tópico: el oficio de escribir. En estas declaraciones de Calvino no sólo hay técnicas y consejos, sino reflexiones útiles para todos aquellos que cultivamos un amor por la literatura y por la artesanía de la escritura.

“Las historias que siempre me ha interesado contar son aquellas que relatan la búsqueda de una humanidad plena y de su integración, que puede alcanzarse superando pruebas prácticas y morales, más allá de las enajenaciones y desequilibrios impuestos al hombre contemporáneo”.

“Podríamos decir que quien acepta el mundo como es será un escritor naturalista; quien no lo acepta y hace lo posible por explicárselo y cambiarlo, será un escritor de fábulas”.

“No importa qué elegimos escribir, tenemos muchas ideas que permanecen en el tintero. De pronto, llega el momento, encontramos el estado de ánimo que nos ubica en la necesidad de escribir, entonces elegimos la idea que nos parece más apta, la que corresponda al estado de ánimo y la desarrollamos. Si la desarrolláramos en otro momento resultaría algo muy diferente. Y si eligiera escribir en ese momento no aquella historia, sino otra, saldría un relato muy diferente, aunque en el fondo, a causa de una carga interna, habría un verdadero ‘contenido’ equivalente, en caso de haber elegido la primera historia. Hablo de un estado de ánimo general, la manera de sentir el mundo y la anécdota, no tanto de un estado de ánimo privado, intimista o psicológico”.

“Cada texto nace de una especie de nudo lírico-moral que se forma poco a poco, madura y se impone. Se entiende que después viene la diversión, el juego y la invención del mecanismo. Pero este nudo inicial es un elemento que debe formarse por sí mismo: la intención y la voluntad intervienen muy poco. Esto no se aplica únicamente en las historias fantásticas, vale para los núcleos poéticos de toda obra narrativa, realista e incluso autobiográfica”.

“Para escribir un libro no basta con querer hacerlo. Es necesario la formación de una especie de campo magnético: el autor aporta sus conocimientos técnicos, su disponibilidad para escribir y su tensión gráfico-nerviosa. El autor es solo un canal, los libros se escriben a través de él”.

“El trabajo literario solo tiene sentido si en la cara local, provinciana, se puede encontrar una razón cosmopolita y en la cara interplanetaria se encuentran los estados de ánimo locales”.

“Lo bueno de escribir es la felicidad de hacer algo práctico, la satisfacción de la tarea terminada”.

“A veces, mientras escribo, leo mi texto con los ojos de una persona determinada, imaginándome ser alguien que sé es mi lector. Y entiendo que soy leído por personas muy diferentes, que no tienen que ver una con la otra. Y ese es el verdadero desafío: no tener un público homogéneo, sino lectores diferentes”.

“Escribir implica una moral en la cual la precisión es un valor, en la que todo eso requiere del esfuerzo, para enriquecer las relaciones de la vida”.

“La escritura es un trabajo con bastantes tiempos muertos”.

“La palabra hablada me disgusta. Esa materia sosa e informe que sale de mi boca solo me inspira desagrado. No me gusta oírme hablar… Aunque las cosas no me resultan mejores en lengua escrita, al menos al primer intento. La inexactitud, la vaguedad, la aproximación y la sensación de estar en arenas movedizas, eso es lo que me irrita de la palabra. Es por eso que escribo: para dar forma, orden y coherencia a esa cosa inexacta”.

“Si alguien tiene un recuerdo, así sea vago o indeterminado, y busca trasladarlo a la escritura, lo puede lograr una vez que ha realizado la labor de clarificación para sí mismo y para los demás, pero ha perdido la vibración que existía antes de expresarlo. Ha perdido la emoción. Es un riesgo modesto, pero quise señalarlo de todas formas”.

“Creo incluso que la duda es lo único que un escritor puede enseñar. Dudar significa poner en crisis todos los entusiasmos, todas las ideas incuestionables, demasiado arraigadas”.

“Se escribe para intentar sustraer de la degradación general un trozo de universo —no más grande que una página de escritura—.”

“Intentar dar forma a una materia escrita quiere decir luchar con la lengua, con la expresión. En mi opinión, no hay otro modo de entender la escritura”.

“Escribir es muy difícil. Lo que da satisfacción es haber escrito, no el acto de escribir en sí mismo”.

“La frase escrita es el resultado de un esfuerzo, de aproximaciones sucesivas, de borrones. Hasta se puede decir que mientras más espontánea parece una frase, más trabajo se hizo con ella, es una labor interminable”.

“Escribir es mandar mensajes y contenidos por una vía especial. No simplemente transmitir una información, sino transmitir todo un mundo individual. En la escritura se comparten las propias obsesiones y tics lingüísticos que repercuten sobre las obsesiones personales del lector”.

“Cada escritor tiene su tono, su acento; es un poco como el timbre de la voz, un temperamento”.

“Creo que no me planteo el problema del éxito, escribo algo que me interesa escribir. Por lo general, me pongo un problema, quiero escribir un libro de estas características, que presente determinadas dificultades, suelo hacer apuestas conmigo mismo, es una especie desafío personal, ‘veamos si logro escribir algo así’”.

“La escritura es el modo en que logro hacer pasar cosas a través mío, cosas que tal vez vienen a mí de la cultura que me rodea, de la vida, de la experiencia, de la literatura que me precede y a la que yo, por mi parte, aporto mis experiencias personales, esas que atraviesan a todo ser humano, para ponerlas en circulación. Es por eso que escribo: para volverme instrumento de algo que toda seguridad es más grande que yo”.

“El escritor o el poeta, que se cree inspirado y se considera una pura expresión de su sentimiento, está sometido a condicionamientos desconocidos. Así, pues, es necesario que él mismo se imponga reglas a seguir, como hacían los poetas clásicos; solo con este andamiaje se logrará decir algo verdadero”.

“La poesía se puede apoyar en una métrica evidente o implícita, en tanto que la prosa continuamente debe inventarse un tiempo, una musicalidad. El sentido rítmico es fundamental: un episodio extraordinario puede desaparecer si, cuando se traslada a la página escrita, no logra transmitir el ritmo necesario al lector. Transmitir el sentido de velocidad, o de esa pausa, en la que lo escrito toma un respiro lento, volviéndose casi un adagio, un ritmo de música parsimoniosa; eso es trabajar con el tiempo, porque la rapidez no necesariamente está expresada con palabras y frases cortas, sino con un trabajo estilístico que la transfigura como una aceleración natural del latido del tiempo”.

“El deber de todo escritor es hacer cosas que vayan más allá de sus posibilidades”.

“El problema de la imaginación para el escritor se plantea en esta disyuntiva: ¿existe una imaginación visual o una imaginación verbal? Yo en lo personal diría que me baso en un procedimiento mixto. Habitualmente lo que me viene a la mente en primer término es una imagen visual. Puede estar acompañada (o puede no estarlo) por partes o fragmentos de frases. Sin embargo, el momento verdaderamente decisivo es cuando me pongo a escribir y, conforme me vienen las palabras y las frases, cambian incluso la visión y la intención originales. Pueden transformarse por completo y, por lo general, las imágenes son olvidadas y sustituidas por la imaginación que se pone en acto durante la escritura y queda inscrita en la página”.

“La escritura será siempre un intento por alcanzar la infinita multiplicidad de la experiencia, a la que no se llegará nunca. Un poco como cuando se intenta escribir un sueño, y te percatas de que para escribir un sueño de unos cuantos segundos es necesario manchar páginas y páginas”.

“Creo que la prosa requiere la utilización de todos los recursos verbales que se poseen, al igual que en la poesía: rapidez y precisión para elegir los vocablos, economía, riqueza de significados e inventiva para distribuirlos. Estrategia, ímpetu, movilidad y tensión en la frase, agilidad y ductilidad para moverse de un registro a otro, de un ritmo a otro”.